Sermones de pascua

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ



Adviento

1976- Ciclo B
30-V-76 Inmaculada - Carmelo

LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR

Lectura del santo Evangelio según san Marcos     16, 15-20
Jesús dijo a sus discípulos: «Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará. Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán» Después de decirles esto, el Señor Jesús fue llevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios. Ellos fueron a predicar por todas partes, y el Señor los asistía y confirmaba su palabra con los milagros que la acompañaban.

SERMÓN

No sé en qué lugar leí cierta vez las conclusiones de un astrónomo aficionado que, calculando aproximadamente la velocidad con que Jesús pudo elevarse del suelo durante la Ascensión y determinando la posición de la tierra en ese momento señalaba que, para estas fechas, Cristo habría ya franqueado la órbita de Plutón y cubierto una quinta parte del camino hacia Alfa del Centauro. Invitaba a Monte Palomar a dirigir hacia allí sus telescopios para encontrar a nuestro Señor.
Evidentemente este buen hombre no había podido aún superar esa concepción infantil de las cosas de la fe al estilo de la que hace preguntar a los niños “Papá ¿dónde está el cielo?
De hecho, la mente aún no racionalizada según el espíritu del saber helénico, el hombre primitivo, la sabiduría antigua y mítica, también pensaba más o menos así. El universo era para ellos como una enorme esfera cuyo centro era la tierra alrededor de la cual giraban los orbes u órbitas de los planetas. Todo envuelto en un techo superior firme –el firmamento- donde estaban incrustadas las estrellas. Este firmamento era como una inmensa bóveda o límite supremo que abarcaba todo el universo conocido. Más allá de ese firmamento, asumida esta concepción al mensaje cristiano, se extendía el ‘empíreo’, ente surgido de la necesidad de encontrar una ubicación a los seres angélicos y a los cuerpos resucitados de Jesús y de la Virgen y, más allá aún, como abrazándolo todo, el mundo inubicado de Dios, de la Trinidad.
Giordano Bruno, en el siglo XVI, aprovechando los descubrimientos del sacerdote polaco Copérnico que demostraba que las estrellas eran cuerpos enormes ubicados a distancias aterradoras y que por lo tanto el firmamento no existía, pretendió ingenuamente negar por eso la existencia de Dios y del cielo y del empíreo. “¿Ven?” –decía- ‘el espacio es infinito no hay un más allá del espacio, un límite, todo está lleno de universos y de estrellas y planetas, el cielo no existe’. Algo parecido a cuando Gagarin, desde su Sputnik, transmite que se ha asomado a la ventanilla y no ha encontrado a Dios.

Prescindiendo del hecho de que, desde Einstein, está demostrado que el espacio es curvo y que por lo tanto el universo es limitado, todo esto demuestra la ingenuidad con que los modernos se aproximan a la concepción católica del universo.
Porque ni siquiera los antiguos –cuya concepción del cosmos someramente hemos descripto- entendían la cosa de una manera puramente espacial o geográfica. Lo que sucede es que, para expresar las realidades espirituales, el hombre, -que no es pura razón sino razón trabajando mediante un cerebro animal que imagina, que se mueve en el mundo de lo material-, ha de recurrir siempre a representaciones de tipo material, espacial.
Vean Vds. la misma palabra ‘espíritu’ viene de ‘spiritus’, ‘spirare’, ‘expirar’, ‘respirar’. El origen del término es el concepto de ‘viento’, de ‘respiración’.
Lo mismo en griego, espíritu se dice ‘pneuma’, viento aire, de allí nuestro vocablo (p)neumático, lo que está lleno de aire. Y como el aire, el viento expresa sutileza y al mismo tiempo es la manifestación concreta de la vida –mientras uno respira tiene vida y, cuando uno muere exhala por última vez el aire, ‘exhaló su espíritu’ suele decirse, espiró, de allí que esta expresión, purificada luego por la filosofía, pasa a designar una realidad de orden no material como es el alma.
También los conceptos espaciales se trasladan para describir o adjetivar realidades de orden no espacial. Y así decimos: “es un pensamiento profundo” o “este hombre tiene una gran amplitud de espíritu”. “A Monzón o Bonavena los mareó la altura” “Fulano es estrecho de miras” “Aquel tiene una mente obtusa”. “Mis muchachos gozan de una alta moral.” “Ese político es de derecha”, “el equipo se fue al descenso”, “lo ascendieron de puesto” “Es un funcionario recto”, “tengo el ánimo por el piso”, “es de lo más bajo que te puedas imaginar.” ¿Ven? Bajo, alto, derecha, izquierda, ancho, estrecho, ascender, descender, son utilizados para calificar posiciones no materiales, espaciales, sino de índole espiritual, jerárquico.
Los antiguos no distinguían demasiado entre lo puramente astronómico y lo espiritual como hacemos nosotros. Sus categorías cósmicas más que una descripción científica del universo les servían para categorizar ordenadamente la jerarquía de los seres. ¿Cuál es el Ser Supremo? ¿Quién está arriba de todos los demás, más arriba que el alto ejecutivo, más arriba que el ministro, más arriba, más alto que Videla? Evidentemente Dios –el Altísimo- que, por eso mismo, está más allá del firmamento, más allá del empíreo, en el cielo. No noción geográfica, sino espiritual, jerárquica, ontológica. Y lo mismo al revés. ¿Qué es lo más despreciable, lo más bajo, lo ínfimo, lo inferior? Obviamente el mundo de los condenados, de los demonios, por eso ellos están debajo de todo, en el infierno, que viene justamente de ‘inferus’. ‘infernus’, lo absolutamente inferior.

Es pues de acuerdo a estas precisiones cómo debemos entender nosotros el relato de la Ascensión de Jesús. Acontecimiento histórico pero en si mismo simbólico en que, más allá del movimiento físico, se pretende transmitir el hecho del triunfo de la Resurrección de Cristo con su definitiva exaltación a la plenitud de Su divinidad. Algo semejante a la expresión “y se sentó a la derecha del Padre”. ¿Quién no se cuenta de que Dios no tiene ni derechas ni izquierdas espaciales? Pero la derecha era, en banquetes y salones reales, el lugar de honor al lado del anfitrión o del Rey. Lo mismo cuando se dice que, en el juicio final, unos irán a la derecha y otros -los condenados- a la izquierda.

Sí. Cristo ‘asciende’ porque la Resurrección es algo más que una vuelta a la vida, que el triunfo sobre la muerte, que la obtención de la inmortalidad. Es la promoción definitiva, el ascenso supremo de lo humano a lo divino, es lo que, más allá de la plenificación de todas nuestras humanas aspiraciones, nos llama y eleva a la divinización.
La Ascensión de Jesús es por ello el fin último de toda la creación, de todo el universo. Llevando en Su cuerpo la representación del cosmos y de la humanidad, le marca la meta suprema hacia la cual apuntan, aún sin saberlo, todas las aspiraciones de la historia, llevándolas a inimaginada plenitud.
Eso nos quiere hacer entender el evangelio con esta escena y la Iglesia con la fiesta litúrgica de hoy. El cristianismo no es solamente superación de la muerte, consuelo para el luto de los deudos del difunto, triunfo médico-mágico contra Lázaro-Costa. El cristianismo es el derramarse sobre la creatura, sobre el hombre, más allá de su vida humana, de la Vida divina, de la gracia, de lo sobrenatural. La gracia que, ofrecida a través de la muerte, Resurrección y Ascensión de Cristo es la posibilidad, también para nosotros, de ser promovidos, ascendidos a la oficina, al puesto de Dios.

Ya por la gracia del bautismo hemos sido ascendidos de simples seres humanos al grado, al puesto superior, de hijos de Dios, hermanos de Jesús. El ascenso definitivo lo mereceremos si, durante esta vida, actuamos como tales.
Si no, corremos el riesgo de ser degradados, enviados al descenso, menos que soldado raso, más abajo, al puesto ínfimo, al infierno.
Pero hoy no seamos pesimistas, levantemos nuestras miradas, elevemos nuestros corazones, fijemos nuestros ojos en las alturas, en las metas grandes y nobles que nos propone la Ascensión de Cristo, no mirando las nubes, sino mirando altamente las cosas de la tierra y avizorando los horizontes de lo que nos muestra la fe. Para que, sabiéndonos en camino, dejando de lado bajos intereses y estrechas ambiciones y emprendiendo –cristianos alpinistas- la alta empresa de la santidad, merezcamos, un gozoso día, ser ascendidos por Dios, también nosotros, a la derecha de Jesús.

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