1996- Ciclo A
LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR
Lectura del santo Evangelio según san Mateo 28, 16-20
En aquel tiempo, los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado. Al verlo, se postraron delante de él, sin embargo, algunos todavía dudaron. Acercándose, Jesús les dijo: "Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Id y haced que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo os he mandado. Y yo estaré siempre con vosotros hasta el fin del mundo".
SERMÓN
¿Quién no sabe que arriba y abajo son categorías puramente relativas y solo tienen vigencia en la superficie de la tierra y únicamente para el ser humano con su posición vertical y su percepción de la gravedad? En una cápsula espacial fuera del campo gravitatorio ya el arriba y el abajo carecen de significado. «Título» Y si pensamos las cosas más allá de nuestro microclima o pequeño mundo a nuestra medida, la tierra con sus giros continuos sobre su eje y alrededor del sol, el sol orbitando en un brazo de nuestra galaxia giratoria, nuestra galaxia danzando alrededor de un centro hipotético junto con su grupo de galaxias locales y así siguiendo hacen perder totalmente de significado el arriba y el abajo.
Quizá alguien pudiera decir que dado que el universo aún en su dimensión colosal es finito con un radio no mayor de 15000 millones de años luz ese límite extremo constituiría una especie de techo cósmico que indicaría finalmente el arriba desde cualquier punto de la esfera que avanzáramos hacia él; pero también esta ilusión se evapora cuando según la teoría de la relatividad como el espacio se curva por la abcisa del tiempo y en realidad las rectas son imperceptibles curvas, jamás uno llegaría a ese hipotético límite sino que tarde o temprano volvería a su punto de partida. Es así que aunque el universo sea finito en realidad es ilimitado, nunca llegaríamos a un arriba o abajo absoluto, a una frontera con la nada o con cualquier otra cosa. Como una hormiga que caminara sobre una pelota de goma: su superficie es finita, medida en centímetros cuadrados, pero al mismo tiempo es ilimitada nunca se llega a un extremo.
De tal manera que concebir espacialmente la ascensión de Jesús no nos llevaría a nada, salvo a endilgarle una viaje interminable a través del espacio.
Pero la antigüedad no tuvo la menor idea de las alucinantes dimensiones del espacio y salvo excepciones, hasta Copérnico, sabio y sacerdote polaco, pensó espontáneamente que estando la tierra bien firme bajo sus pies el arriba era el mundo de astros, planetas y estrellas sostenidos por respectivas esferas transparentes para que no se precipitaran en tierra y el abajo, entonces, en donde se enterraba a los muertos, surgían fuego de los volcanes y oíanse ruidos horrísonos en los terremotos un mundo espantoso, lleno de feos bichos llamados demonios que salían de vez en cuando a fastidiar a los hombres sobre todo de noche.
Las esferas de arriba en cambio eran benignas, daban luz, calor. De hecho la palabra cielo, etimológicamente, quiere decir, luminoso: lo luminoso. Por supuesto que si los feos demonios y la muerte estaban abajo, en lo inferior, de allí la palabra inferus, inferius, infernus, de donde sale nuestro término infierno, en cambio la vida, los dioses benignos, estaban arriba, en la luz, en el cielo.
Estas imágenes también las utiliza la sagrada Escritura. El cielo es la morada de la divinidad, hasta tal punto que este término sirve de metáfora para significar a Dios, todavía en nuestros evangelio en donde Mateo en vez de decir Reino de Dios dice Reino de los cielos. La tierra, su escabel, es en cambio la residencia de los hombres. Así pues, para visitar a éstos en tantos pasajes de la Biblia "desciende" Dios del cielo y, luego, "asciende" de nuevo a él. Según muchas figuraciones la nube es su vehículo. También su Espíritu, o su palabra, o sus ángeles que habitan en el cielo descienden para desempeñar sus misiones y luego vuelven a ascender. Estas subidas y bajadas como en la escalera de Jacob establecen el enlace entre el cielo y la tierra. Para el hombre en cambio este trayecto es imposible: cuando lo intenta insensatamente, como mediante la torre de Babel u otras descripciones de Isaías y Jeremías es desconcertado y precipitado malamente a la tierra. Ya es mucho que las oraciones suban al cielo, dice Tobías y que Dios dé cita a los hombres en la cima de montañas, a las que él desciende, mientras ellos suben, como el Sinaí o el monte Sión.
Solo elegidos como Henoc o Elías tuvieron el privilegio de ser arrebatados al cielo por el poder divino.
Es lógico que en este mundo de ideas, mitos y metáforas los discípulos de Cristo acudieran a estas imágenes para tratar de expresar en sus pobres palabras lo que había sucedido con Jesús. Era evidente que no había vuelto simplemente a la vida, como Lázaro, sino que había sido transformado de un modo inexpresable, accedido a la gloria de Dios participando plenamente de sus poderes y siendo el mismo Dios. Pero ¿cómo transmitirlo, como explicar esto que de ninguna manera era un hecho terreno, ni reducible a fenómenos conocidos, sino algo de orden trascendente incapaz e ser alcanzado por el pensamiento humano? Y nuestros autores recurren entonces a las imágenes veterotestamentarias, espaciales: Jesús no solo fue resucitado, es decir la resurrección no fue solo resurrección, fue promoción, dicen, exaltación, recepción de la gloria de Dios, sentarse a la derecha del Padre, recibir el nombre que está sobre todo nombre, ser constituido Señor, elevado a la gloria, subido al cielo.
En realidad esta ascensión o promoción se identifica con la misma resurrección. si los evangelistas la distinguen y ponen un tiempo en el medio es solo pedagógicamente no tanto para referirse a esos primeros días en que las apariciones del resucitado y ya ascendido se multiplicaban a los apóstoles sino para dejar claro que hubo un momento final de esas apariciones y la Iglesia debe acostumbrarse a vivir con una presencia nueva del Señor, la de su Espíritu y la de los sacramentos.
Por eso el mismo Lucas que en su evangelio ubica la ascensión el mismo día de la Resurrección -recordemos que Mateo, ni la menciona, como hemos escuchado recién y Juan la identifica con la Resurrección- en el libro de los Hechos, escrito por el mismo Lucas, utiliza el número simbólico de cuarenta, tan usado en la escritura, como lapso en donde las apariciones del Resucitado cimentaron la fé de la iglesia.
Y termina este período con esta escena tan cargada de elementos simbólicos vétero testamentarios: el cielo, el ascender, las nubes... Todos los lectores judíos de los hechos sabían perfectamente qué es lo que Lucas quería decir.
También lo hemos de saber nosotros: la Ascensión marca el momento cumbre de la promoción de lo humano, de la marcha de la historia, de la evolución del cosmos: el homo sapiens que resume en sí todas las potencialidades y riquezas de la materia finalmente en Jesucristo las lleva a plenitud haciéndola participar de lo divino. Jesús se hace la cabeza de una nueva raza, la definitiva, la que habiendo roto los límites del tiempo y el espacio ha podido construir esa recta ya no einstenianamente curva que encierra al hombre en este universo destinado a apagar una a una todas sus luces, sino verdaderamente recta, ascensional, capaz de atravesar finalmente todo límite, toda finitud y asomarse al exterior, a los trascendente, al mundo de la pura luz celeste que no es otra cosa sino Dios.
Pero como Dios más allá de cualquier imagen espacial está en todas partes, en todo lugar, y el cielo no es lugar en que esté Dios, sino que el cielo es Dios, al ascender Jesús a los cielos se hace presente a todas partes de un modo que le era imposible durante su vida terrena. Es por eso que Jesús no se va; la Resurrección y Ascensión, lo promueven entre nosotros a un modo de presencia superior, más íntima, más de cada uno. Ese Señor resucitado al cual se dirigen nuestras súplicas cuando oramos en la intimidad de nuestro corazón y si se quiere sensible, presente en todos los sagrarios del mundo en forma de pan.