Sermones de pascua

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ



Adviento

1997- Ciclo B

LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR

Lectura del santo Evangelio según san Marcos     16, 15-20
Jesús dijo a sus discípulos: «Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará. Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán» Después de decirles esto, el Señor Jesús fue llevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios. Ellos fueron a predicar por todas partes, y el Señor los asistía y confirmaba su palabra con los milagros que la acompañaban.

SERMÓN

Desde el inicio del pensamiento filosófico de occidente las opiniones sobre el sentido de la existencia se movieron entre aquellos que afirmaban que el universo tenía un propósito, una finalidad elucubrada por una mente, un pensamiento, o los que sostenían que toda la realidad no era sino una conjunción inerte y aún casual de elementos o átomos entreverados. En esta última posición estén los conocidos filósofos griegos mecanicistas Empédocles , Leucipo y Demócrito -de quienes precisamente provienen nuestros términos 'elemento' y 'átomo'- y que afirmaban que la realidad estaba constituida por éstos, enlazados entre sí estática y dinámicamente por leyes puramente físicas y por eso mismo necesarias. Estamos hablando del siglo V y IV antes de Cristo.

Ciento cincuenta años luego, después de Sócrates, Platón y Aristóteles, un tal Epicuro de Samos , fundador de la escuela que lleva su nombre -la epicúrea o epicureísmo-, pensó que con esta doctrina materialista se salvaba el ateísmo y la autonomía del hombre, pero quedaba comprometida su libertad. Si todo se reducía a movimientos mecánicos, por más infinitesimales y complicados que fueran, en última instancia todo estaba determinado por las leyes de la física: no había lugar para el libre albedrío. Es así que Epicuro introduce entonces un nuevo principio: el azar. El azar o la casualidad también intervendría en la formación de los cuerpos, y sería precisamente en esa zona azarosa donde podría salvarse la libertad humana. Algo parecido afirmaban hace poco algunos filósofos contemporáneos materialistas utilizando el principio de indeterminación de Heisenberg, para defender allí, en su materialismo, la libertad del hombre.

Es que, en realidad, frente al problema de la existencia, y en especial de la existencia del hombre y su sentido, las posiciones filosóficas fundamentales no han variado a través de los siglos.

También hoy están los que defienden que la realidad material y la vida del hombre tienen un significado, un sentido, una finalidad y los que afirman que es solo fruto de la casualidad.

Por ejemplo Jacques Monod , muerto en el 76, premio Nobel de medicina de 1965 por sus estudios sobre el mecanismo de biosíntesis de las enzimas y la regulación del metabolismo celular, en su famoso libro " El azar y la necesidad " sostenía que la aparición del hombre en el universo era fruto de la casualidad y que su surgir a la existencia no era sino el cúmulo de una cadena enorme de casualidades improbabilísimas que habían desembocado sorpresivamente en la eclosión del cerebro humano. Pensar que ese hombre tenía alguna finalidad, o era el desemboque de una línea pensada y anticipada o que su existencia tuviera algún sentido que no fuera el que el mismo hombre podía y debía labrarse, era -según Monod- una grosera forma de antropomorfismo, de animismo larvado.

Algo de eso sostuvo en su tiempo Carl Sagan , el famoso inventor de la serie Cosmos, recientemente fallecido, cuando insistiendo en su cruzada cientificista discutía que tan finalidades del universo eran el hombre, como las hormigas, los delfines y las pulgas.

También a capa y espada defiende esta posición el conocido Stefen Gould , profesor de 'historia de la ciencia' en Harvard, autor de libros como Ontogenia y Filogenia , Siempre a partir de Darwin , Wonderfull Life ... En un artículo de hace dos días en la Nación respondía a una entrevista diciendo: " la idea de un objetivo predestinado en la evolución es sólo una farsa de esperanza pasada de moda ", y continúa " si hubiera alguna finalidad en la evolución y no pura casualidad serían tan fines los insectos como el hombre o la jirafa" .

Ciertamente que Stefen Gould está en minoría en el mundo de la ciencia contemporánea. Hasta el mismo Sagan al final de su vida había cedido hacia un cierto finalismo inserto en la materia, desde la contundencia de argumentos matemáticos que hacían equivalente a cero las probabilidades de que algo tan complejo como el cerebro humano pudiera haber surgido por azar. El viejo argumento de los monitos tirando para arriba millares de abecedarios durante millones y millones de años y que pudieran así de casualidad escribir el Quijote.

Más bien la unanimidad de los científicos de nuestros días desde Collins y Hawking el famoso discapacitado que ocupa todavía la cátedra de Newton, pasando por Carter , hasta Christián de Duve , profesor de Lovaina, premio Nobel de biología del año 1974 -que también aparece en el mencionado número de La Nación- hablan todos del principio "antrópico" (del griego ántropos ='hombre' y tropé ='movimiento hacia'). Este principio cosmológico sustenta que, desde la aparición de la primera sopa de electrones en el origen explosivo del universo, ya están dadas las condiciones para que, casi determinísticamente, la materia vaya ascendiendo por la tabla de Mendeleev hacia las moléculas prebióticas que engendrarán la vida y, por la línea de la vida, hacia los primates y, finalmente, hacia la aparición del ser humano. Explícitamente dice Carter que las constantes fundamentales del cosmos, en sus relaciones mutuas y con sus precisos valores numéricos, son absolutamente necesarias para permitir la existencia de la vida y del hombre, hasta el punto de que, con que sólo variaran mínimamente el hombre no podría existir.

De Duve afirma -contra Gould-: "Veo la vida y el pensamiento como manifestaciones obligatorias de la materia, inscriptas en la trama misma del universo -y por lo tanto de ninguna manera azarosas - presentes tal vez en muchos otros sitios además de en el planeta tierra"

De tal modo que, para todos estos autores, el mundo está desde el vamos, hace 20000 millones de años, preñado del ser humano.

En esto la ciencia coincide finalmente con lo que siempre ha enseñado la reflexión bíblica en el primer capítulo del Génesis. Todo ha sido plasmado para el hombre, corona del universo.

Sin embargo no creamos que la cosa es tan sencilla. De hecho de Duve y varios de estos científicos, no por ello afirman la existencia de un Dios fuera del universo que manejara todo este proceso y hubiera dado sentido y fin a la materia. De Duve, por ejemplo sostiene que todo esta evolución aunque finalista y necesaria está guiado por leyes inconscientes de la materia que finalmente -dice- se hacen conscientes recién en el pensamiento humano. Lo divino coincidiría y se identificaría finalmente -según De Duve- con el pensar del hombre, que no sería sino el modo mediante el cual la materia, es decir Dios, toma conciencia de si misma. En esto De Duve no hace más que repetir viejas filosofías remodeladas por Hegel y por Marx; pero, como biólogo moderno que es, va más allá y dice que desde que la materia toma conciencia de si en el hombre, ahora ya no es guiada solo por leyes necesarias de la física, sino que puede autocrearse libremente. Ya no es la mera evolución la guía del ascenso de la materia sino que el ser humano pude manejarlo con su libertad. La ingeniería genética le permitirá actuar -afirma De Duve mirando al futuro- modificando y perfeccionando su genoma y estará en manos del hombre el recrearse como superhombre, divinizado, quizá inclusive conquistando mediante medicina y genética la inmortalidad.

Bien, hacer futurología a nosotros no nos compete. Es verdad que las posibilidades de la ciencia -cosa que ya se ha demostrado en la creación de variedades mejores de cultivos por manipulación genética y en la clonación de ovejas- las posibilidades de la ciencia, digo, son alucinantes y no vamos a ser tan retrógrados de no aplaudir el maravilloso poder que le ha dado Dios al hombre de ser dueño y señor de la naturaleza, tal cual lo indica el Génesis. De todos modos, en la posición de estos científicos que defienden el principio antrópico pero al mismo tiempo identifican la materia con lo divino hay algo que no cierra.

Si la finalidad del universo, si el objetivo último de la evolución, son los superhombre inmortales que seremos capaces de fabricar en el futuro, transparente autoconciencia de la materia, ¿que hay de cada uno de nosotros, tan personas como ellos, a pesar de que menos longevos, menos altos, menos rubios, menos inteligentes, menos ricos? ¿Acaso la aparición de esta supuesta futura superraza dará sentido a nuestras fatigosas vidas de Juan, de Carlos, de Marta, de Delia, de Cecilia..? ¿No es un fracaso y por lo tanto un sinsentido del principio antrópico el que deba dejar tantas personas, tantos yo, en el camino? Que los dinosaurios hayan desaparecido para permitir el aparecer del hombre vaya y pase, sabemos, por sus cerebros de chorlitos, que no eran personas, no tenían conciencia, pero ¿nosotros? ¡qué flor de desgraciado, discriminador y racista, el dios que me hubiera hecho solo para permitir el surgimiento del superhombre del futuro! Así ¡que se guarde en el bolsillo al principio antrópico, a la creación y al querido inmortal hombre del mañana! Eso no consuela para nada a que mi yo, hambriento cruelmente de felicidad, pueda acercarse consciente al festín de la vida solo 70 u 80 años y siempre, con sus más y con sus menos, aquejados de dolores y carencias.

Para peor lo de la inmortalidad sería mentira, porque aunque el hombre la lograra biológicamente, sabemos que el mismo universo tendrá fin: el sol, las estrellas y las galaxias finalmente se apagarán y no habrá inmortalidad que valga. Hasta el supuesto superhombre terminará aplastado por la oscuridad y el frío de la materia desgastada y envejecida, y por la energía degradada y los agujeros negros.

No: hablar de la materia y el universo como de una divinidad que se hace consciente con el hombre, va en contra de la misma ciencia: no puede ser divino lo que crece, evoluciona, y menos lo que se gasta, oxida, envejece, enfría y finalmente se apaga.

Todo eso condenaría al sin sentido al Universo y aún al principio antrópico. El universo no pude tener sentido solo desde adentro. Desde allí solo termina físicamente en el ineluctable límite del envejecer de la materia en el tiempo. Solo si el universo no es Dios, sino creatura, y Dios entonces no se confunde con la materia sino con el verdadero existir, solo así tiene el hombre posibilidades de futuro, en la medida en que ese Dios se decida a intervenir desde afuera.

Eso es precisamente la Pascua: Dios ha intervenido, ha asumido, en la Encarnación, a la naturaleza humana y, mediante la Pascua, la ha hecho superar el limite del tiempo y de la materia y de la muerte y la ha llevado al ámbito de lo divino. La fiesta de la Ascensión quiere explicitar este aspecto de la Pascua: ella es el definitivo ascender de la materia, iniciado en los orígenes de la evolución, pero ahora no con las fuerzas antrópicas plasmadas por Dios en protones y electrones, ni con las de la ciencia y técnica del hombre, sino con la fuerza misma de Dios que viene desde fuera de la naturaleza No con lo natural, sino con lo sobrenatural, con la gracia. Lo humano asciende finalmente en Jesucristo a lo auténticamente divino. No existe el futuro de la humanidad, existe el futuro de cada hombre o mujer que quiera aceptar libremente la mano de Cristo tendida en el bautismo para ascenderlo, más allá de si mismo, hacia el mundo nuevo y perpetuamente joven al cual El ya ha ascendido.

Solo la ascensión pascual puede dar debida cuenta de los descubrimientos de la ciencia, del sentido antrópico del universo, de la finalidad de la Creación. Sin la Ascensión el mundo sería absurdo y la vida humana sin sentido y la creación un tremendo fiasco. Por eso hoy es día de pascual alegría: lo que desde hace 20000 millones de años estaba esperando inconsciente la materia y desde hace 100000 años quizá la conciencia individual del homo sapiens, eso se ha cumplido hoy, la Ascensión, al sentarse Cristo, con su humanidad, a la derecha de Dios. Alleluya.

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