Sermones de pascua

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ



Adviento

1998- Ciclo C

LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 24,46-53
Y añadió: "Así estaba escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto. Y yo les enviaré lo que mi Padre les ha prometido. Permanezcan en la ciudad, hasta que sean revestidos con la fuerza que viene de lo alto". Después Jesús los llevó hasta las proximidades de Betania y, elevando sus manos, los bendijo. Mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo. Los discípulos, que se habían postrado delante de él, volvieron a Jerusalén con gran alegría, y permanecían continuamente en el Templo alabando a Dios.

SERMÓN

A pesar de los estupendas obras de arte que, desde comienzos del cristianismo, en esculturas, mosaicos, tallas y pinturas, han querido representar las facciones de nuestro Señor, no hay figuración más imponente que la conservada impresa en la llamada Santa Síndone, Sábana Santa, de Turín. Este antiquísimo lienzo, del cual existe mención al menos desde el siglo II, fue venerado en Jerusalén hasta el siglo XI, cuando aparece en Constantinopla , custodiado en la capilla de Santa María de Blanquernes , en el palacio Bucoleón fuera de las murallas de Teodosio. De allí en el año 1204, durante la cuarta cruzada, es llevado a Francia por uno de los jefes cruzados, Otón de la Roche . Después de diversos pasos, bastante bien documentados, aparece en el siglo XV en Chambery . Allí es donada a los Duques de Saboya quienes, cuando son hechos reyes de Italia,, la trasladan a su Capital, Turín, en 1562.

Sigue allí en nuestros días, aunque actualmente, desde la muerte de Umberto II de Saboya es propiedad de la santa Sede, quien ha encomendado su custodia al Cardenal Arzobispo de Turín. Como Vds. saben este año es el de una de sus muy contadas exposiciones públicas, desde el 18 de Abril al 14 de Junio, y se calcula que será visitada por más de 3 millones de fieles. La ocasión de esta exposición es el centenario de la primera fotografía sacada a la sábana en 1898.

Es sabido que la notoriedad del lienzo se acentuó justamente a partir de esa fecha, cuando fue fotografiado por Secondo Pia quien, al revelar el negativo, se encontró con el impresionante semblante que todos conocemos. Lo que antes de esa foto se veía a simple vista -y que era la imagen poco clara y algo caricaturesca de la silueta y el rostro de un hombre - se mostró de pronto como el negativo de una cara venerabilísima, llena de dignidad y serena majestad. Y cuando a partir de ello comenzaron a realizarse estudios científicos sobre el paño, se descubrieron cada vez mayores indicios de su legitimidad: desde el entramado del tejido, típico de la Palestina del siglo primero, hasta polen de 77 especies de plantas de todos las épocas y lugares donde la tradición dice que el paño estuvo, pasando por las extraordinarias revelaciones de los estudios de Pasadena que, además de registrar una figura en relieve, con los métodos más sofisticados descubrieron impresas sobre los párpados del yacente las huellas de dos monedas romanas del siglo primero.

Lo más extraordinario, empero, es cómo está impresa la figura en la tela; porque más allá de las manchas de las substancias balsámicas y de la sangre de los clavos, los azotes, las espinas de la cabeza y el lanzaso, lo principal de la imagen está realizado, no con pintura, sino mediante la oxidación matizada de las fibras superficiales de los hilos que hacen al tejido de la sábana, algo realmente imposible de realizar, aún hoy, por ningún método conocido y cuyo único símil aproximado es la forma de impresión de la imagen de la Virgen de Guadalupe sobre el poncho del indio Juan Diego.

El cuestionado análisis del carbono 14 realizado en 1988 que, supuestamente, dató la tela hacia el siglo XIII y que, hoy mismo, gracias a posteriores investigaciones, es puesto en duda por alguno de los mismos técnicos que lo hicieron, como p. ej. Harry Gove , director del proyecto, no invalida el cúmulo de pruebas que llevan a ubicar el lienzo como algo que cubrió los restos de un varón crucificado en Palestina en el siglo primero y que lleva las huellas de sus penosos padecimientos.

Pero, más que ello, de haber sido este el lienzo utilizado para envolver el cadáver de Cristo, nos hallaríamos frente no solo a una de las reliquias más insignes de la cristiandad sino a un testigo privilegiado de la Resurrección. No solamente porque las diversas manchas halladas no soportarían una exposición sobre el cuerpo de más de cuarenta y ocho horas, sino por la misteriosa radiación que habría debido emanar de éste para explicar el cambio de la composición molecular de las superficies de los hilos en orden a producir el negativo de la estupenda imagen.

Sea lo que fuere de dicha tela, todo nos lleva hoy a preguntarnos qué sucedió finalmente con el cuerpo de Cristo. Ciertamente no lo de Lázaro: un simple milagro que, cuánto mucho, lo devuelve a la vida. El cuerpo de Cristo no regresa a la vida: su ser es transformado, de un modo que escapa a nuestra comprensión de las leyes de la naturaleza material que conocemos. La radiación, incluso, que hipotéticamente marcó a la sábana santa, no sería sino un signo secundario, dejado por Dios como indicio, de algo real, pero para nosotros incomprensible, que sucedió con Jesús. De hecho, su salto a otra dimensión, su transformación en cuerpo espiritual, - soma pneumatikos , le llama San Pablo, escaso de vocabulario- es imposible de encuadrar en la biología y la física conocidas.

El ser humano de Jesús es metamorfoseado a un estado que los escritores del nuevo testamento apenas pueden expresar con categorías imprecisas, metafóricas: sentado a la derecha del Padre, exaltado a lo divino, constituido Señor, elevado, ascendido a los cielos.

El asunto es que, desde esa esfera novísima, Jesús ya no pertenece a este tiempo y a este espacio -y ni siquiera a otro posible universo, según las teorías astrofísicas de los que postulan infinidad de universos- sino a una dimensión desde la cual su ser se enseñorea de este espacio y este tiempo y de todo otro posible espacio-tiempo o universo. Este es el sentido de lo que hemos escuchado en la segunda lectura: "Dios lo hizo sentar a su derecha en el cielo, elevándolo por encima de todo Principado, Potestad, Poder y Dominación y de cualquier otra categoría que pueda mencionarse tanto en este mundo como el futuro, poniendo todas las cosas bajo sus pies"

De hecho en otro texto, el de la epístola a los hebreos (Hb. 1, 2-3), se habla de Cristo resucitado como 'heredero de todo lo creado' y ' por quien Dios hace los mundos y que sostiene todo con su palabra poderosa'.

La resurrección consiste, pues, en una verdadera entronización y promoción de Jesús como Señor y aún 'creador' del Universo, al menos en el sentido de que está encargado de manejarlo y llevarlo a su compleción. Por eso la tradición apostólica ha querido finalmente desdoblar el hecho de la Resurrección, por un lado, en el triunfo de Jesús sobre la muerte y en el símbolo de la tumba vacía, -cosa en que se detiene más bien el domingo de Pascua- y, por el otro, en esta su transformación gloriosa, que hoy estamos celebrando especialmente en esta fiesta de la Ascensión, con su símbolo plástico de la elevación que nos ha referido Lucas tanto en su evangelio como en su relato de los Hechos de los Apóstoles.

Pero -tal como nos preguntábamos el domingo pasado respecto de donde está Dios- ¿dónde está Cristo? ¿dónde su humanidad y corporeidad? Sobre todo considerando que deba desempeñar ese papel grandioso de Señor del Universo y de la Historia, de Pantokrátor -que le llamaban los griegos-, figurado en los mosaicos romanos y bizantinos del primer arte cristiano.

Ciertamente, en cuanto Dios, no está en ninguna parte -decíamos-: solo en sí mismo; pero, al mismo tiempo, presente a todo lugar. Pero, aún en cuanto hombre, Jesús ha trascendido ya nuestra geografía y cronometría, y se ha establecido en esos 'nuevos cielos y nueva tierra' indefinibles de los cuales habla el Apocalipsis. Pero, desde allí, también Cristo está presente física y realmente, por su poder, en todo lugar y tiempo de nuestro mundo. Y esto ya no es enteramente impensable, desde las especulaciones matemáticas de John Wheeler, físico norteamericano, que ha tejido la hipótesis del hiperespacio , espacio de infinitas dimensiones capaz de hacerse coincidente o tangente simultáneamente a todos los puntos de las cuatro dimensiones de nuestro espacio y de nuestro tiempo.

Pero no hagamos las cosas difíciles. Si me preguntan dónde está Cristo yo puedo decir perfectamente, (como de Dios): 'desde el cielo o desde la derecha de Dios o desde su cuerpo espiritual o desde el hiperespacio, Cristo está aquí entre nosotros'. Cristo está dentro de mi, arriba de mí, fuera de mi, y lo único que impide que lo perciba, es mi cerebro, configurado por ahora para procesar solamente algunos de los datos que me envía la materia de este mundo. Por eso es que Cristo tiene que 'aparecerse' a sus discípulos, es decir producir fenómenos físicos capaces de ser percibidos por sus cerebros. También es por eso que para concretizar entre nosotros su ser y su acción, lo haga mediante sus sacramentos, señeramente la Eucaristía, en donde el tiempo y el espacio configurados a modo de pan, se hacen aspecto visible del ser real del Cristo Señor no ubicado ya en este mundo.

Con lo cual lejos de ser la Ascensión el momento de la despedida final en la cual, como Fray Luis de León, sería lícito quejarnos recitando "Y dejas Pastor Santo, tu grey en este valle hondo, escuro, con soledad y llanto; y tu, rompiendo el puro aire, te vas al inmortal seguro?" "¡Cuan pobres y cuán ciegos, ¡ay! nos dejas!" es, al contrario, el momento de la plena cercanía. Ya no está más Cristo con su corporeidad ceñido a una determinada fecha y lugar, aprovechado solo por unos pocos discípulos que lo conocieron por los caminos de Galilea y de Judea, sino que ahora, desde su transformación y ascensión, se encuentra dentro y frente de cada uno de nosotros de la manera más íntima que pueda imaginarse. Y si bien nuestros sentidos y neuronas actuales no pueden procesarlo en directo, sí pueden ponerse en contacto realísimo con él, no solo en los sacramentos, sino en cualquier lugar, mediante la preadaptación de las virtudes teologales. Ellas -fe, esperanza y caridad- son capaces de romper la barrera de nuestros tímpanos, retinas, y papilas para ponernos en íntima unión con Jesucristo. Íntima aunque aún oscura y a veces no sensible, -¡tantas veces sentimos que estamos solos!- hasta el día en que -nosotros mismos transformados- la adaptación sea completa y podamos ver con nuestros propios ojos y disfrutar con nuestros mismos sentidos la multidimensional belleza de los nuevos cielos y la nueva tierra que Jesucristo -y María- ya han inaugurado y conquistado para nosotros con su ascensión pascual.

Inspirador de tantos íconos orientales representando una angulosa y algo grotesca fisonomía de un raro Jesús.

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