Escritos parroquiales
Pbro. Gustavo E. PODESTÁ

Número: 4
JULIO, 1995

AÑO DE LA MUJER

Los viejos códigos legales del Antiguo Oriente -Ur-Nammu, Lipit-Istar, Esnunna, Hammurabi- , enumeraban a las mujeres entre los esclavos y los animales. En casi todos los pueblos primitivos, la poligamia -hoy rediviva gracias al divorcio-, la venta de mujeres, la búsqueda de placer, la mayor fuerza física de los varones, el aprecio exagerado por las actividades bélicas, hicieron que el papel de la mujer y su misma persona fuera infravalorada. También entre griegos y romanos ella ocupaba posiciones subordinadas. De allí la novedad absoluta del mensaje bíblico -siglo VI A.C.- cuando declara que el hombre no es solo el varón, sino el varón y la mujer. "Y Dios creo al hombre (adam) a su imagen; lo creó a imagen de Dios; lo creó varón y mujer (Gn 1, 27)" . Mensaje inconcebible y novedoso para ese ambiente primitivo y machista; y que fue recogido plenamente por la predicación cristiana, dado que el judaísmo contemporáneo a Jesús había retrocedido en ese aspecto. Declara San Pablo: "Ya no hay judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni varón ni mujer" (Gal 3, 28).

La devoción católica a María, nueva Eva, nueva mujer, al lado de Cristo, nuevo Adán, nuevo varón, siguió coherentemente la línea de la liberación de la mujer planteada en Génesis. Ella es la Señora al lado de nuestro Señor. Ella es la asunta al lado del ascendido, sentados ambos a la derecha del Padre. Esta devoción fue, durante toda la era cristiana hasta la revolución protestante, la promotora intocable de la dignidad de lo femenino. Baste pensar en el respeto a la mujer, a la dama, a la madre, a la doncella, que la caballerosidad cristiana siempre tuvo como timbre de honor. Baste pensar en las grandes reinas cristianas y en el exaltado papel femenino en la familia, la iglesia y las corporaciones. Baste ver la pléyade de santas que la Iglesia ha canonizado.

De allí la catástrofe del protestantismo al desterrar a María de la piedad cristiana y su exaltación unilateral del papel del varón, Jesús. Así, otra vez, solapadamente, ingresa el machismo en la civilización otrora católica. No es extraño que haya sido en los países anglosajones -influídos profundamente por el protestantismo- donde finalmente, como reacción, surgieron los movimientos feministas. Llenos, quizá, de buenas intenciones, pero extraviadamente encaminados a reivindicar para la mujer papeles viriles, y no a defenderla y exaltarla en sus funciones o virtudes propias, pares y complementarias a las del varón, tanto dentro de la familia como en la sociedad.

Porque ciertamente no todas las mujeres pueden ni han de ser madres, pero todas ellas, a cualquier puesto que vayan, han de llevar su instinto materno y su sensibilidad propiamente femenina, para humanizar esta sociedad cada vez más brutal y -en sus varones- menos viril, por falta, precisamente, de verdaderas mujeres.

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