Escritos parroquiales
Pbro. Gustavo E. PODESTÁ

Número:114
JULIO, 2005

MÁS DE LA CUARTA Morada del castillo interior

El invierno nos invita a permanecer en casa, a quedarnos al abrigo. El frío nos aparta de la calle y la noche adelantada nos permite reunirnos en familia. Tenemos tantas cosas lindas, tantas importantes, para compartir con los nuestros, que es muy bueno aprovechar la pausa de Julio para estrechar vínculos, para afianzar amistades, para recuperar las conversaciones tranquilas, interrumpidas en Marzo.

Tomemos también nosotros esta pausa y permanezcamos todavía un mes más meditando en las cuartas moradas del castillo interior . Hemos comenzado a hablar de realidades espirituales, de difícil comprensión y aún más difícil explicación para quien tiene poca o ninguna experiencia de ellas. No conviene, por tanto, apresurarse, sino permanecer para poder profundizar.

En la vida espiritual, como en todo lo que tiene razón de cualidad y de relación, se crece no por aumento de la cantidad -más dinero, más kilos, más viajes, más horas-, sino de la intensidad -el amor se profundiza, la virtud arraiga, el saber se torna más luminoso-. No se trata entonces de leer apresuradamente cuantas más páginas del libro mejor, sino de hacerlo pausadamente, "rumiando" sus enseñanzas (según una figura muy usada por los monjes para significar la meditación asidua de la Palabra de Dios), para que calen hondo en nuestra inteligencia y así, podamos ver con claridad y adherirnos más firmemente al Señor.

Mas no se crea que dedicar dos meditaciones a la cuarta morada es un ardid del párroco para que el tema elegido le dure mayor cantidad de meses y no tenga que pensar en uno nuevo. No, señor. Es la misma Doctora de Ávila quien así lo hace, precisamente porque desde las cuartas moradas el camino se torna mucho más oscuro para quienes nada saben acerca de él. A partir de ahora, ya no le bastará a Teresa con un solo capítulo para presentar a sus hijas del Carmelo las maravillas que el Señor obra en quienes trae a Su lado.

A tres capítulos se extiende Teresa en esta cuarta morada. De los dos primeros, ya hemos hablado en Junio. En el tercero nos demoraremos durante este mes. En él nos presenta nuestra eximia Doctora de la Iglesia la oración de recogimiento , que el Señor suele dar antes que aquella de arrobamientos y gustos de la que ya nos ha hablado en los dos capítulos anteriores.

Recogimiento de nuestros sentidos, inteligencia y voluntad, a quienes el frío de la lejanía de Dios ha espantado y la noche adelantada ha invitado a ingresar en el Castillo -¡que adaptado para este destemplado Julio!-, entrar allí donde mora el Señor. Es Él, dice claramente nuestra Maestra, quien " como buen pastor, con un silbo tan suave que aun casi ellos mismos no lo entienden, hace que conozcan su voz y que no anden tan perdidos, sino que se tornen a su morada . " (Moradas IV cap. 3, 2). No se trata de cerrar los ojos y hacer fuerza para concentrarse. El recogimiento no es producto de nuestro esfuerzo ni de entrenamiento. No se debe al entendimiento ni a nuestra imaginación (IV, cap. 3, 3). Al contrario es " un recogimiento que también me parece tan sobrenatural, porque no es estar a oscuras, ni cerrar los ojos, ni consiste en cosa exterior, puesto que, sin quererlo, se hace esto de cerrar los ojos y desear soledad y sin artificio, parece que se va labrando el edificio para la oración que queda dicha. " (IV, cap. 3, 1). Y la razón -dice quien de esto tenía suficiente experiencia- es que " tiene tanta fuerza este silbo del pastor, que desampara las cosas exteriores en que estaban enajenados (los sentidos, etc.), y métense en el castillo " (IV, cap. 3, 2).

Y es tan de Dios y tan poco nuestro este recogimiento, que no podemos lograrlo a voluntad, sino que estamos a Su merced, por cuando Él quiera regalárnoslo (Cf. IV, cap. 3, 3). Lo único que podemos hacer es mantenernos en disposición de escucha y de docilidad a la gracia (disposición que, dicho sea de paso, también es gracia); o, como bellamente dice Teresa, " ha de estar ya despierto el amor " (IV, cap. 3, 4).

Despierto el amor, quien transita por la cuarta morada escucha al Amado y se sabe oído por Él. Despierto el amor, entiende al Amado y se sabe entendido por Él. La mutua presencia, advertida, consciente, invita al abrazo y al reposo. El corazón se inunda de paz y nada desea hacer, como no sea estarse en el Amado y el Amado en él.

La pereza conspira contra ello. Porque, es bueno saberlo, dos formas tiene la pereza: no hacer nada o mucho menos de lo debido, y estarse siempre moviendo, de un lado al otro, sin tener descanso. ¡Cuántas veces, para no hacer lo que tenemos que hacer nos movemos detrás de mil tareas innecesarias! Esta segunda forma de pereza, mucho más sutil que la primera, también se da en la vida espiritual y es la gran tentación para quienes están en condiciones de ser conducidos por 'el silbo del Buen Pastor' hacia el recogimiento. Porque quienes así son encaminados, deben dejarse llevar y no intentar conducir ellos mismos su oración, ni procurar tener pensamientos de ninguna clase, ni esforzarse por no tenerlos (Cf. IV, cap. 3, 5-7). " Que pues Dios nos dio las potencias para que con ellas trabajásemos, y se tiene todo su premio, no hay para qué las encantar, sino dejarlas hacer su oficio hasta que Dios las ponga en otro mayor ", cual es, este vacare in Deo (descansar en Dios, tener en Él nuestra "vacación"), que es de lo que nos está hablando la Monja de Ávila (IV, cap. 3, 8).

Digamos brevemente, para terminar, las señales que tienen quienes son conducidos a esta oración: " .un claro dilatamiento o ensanchamiento de el alma . libertad para no estar tan atada como antes en las cosas del servicio de Dios, sino con mucha más anchura; .gran confianza en que Le ha de gozar . ya le parece que todo lo podrá en Dios . sin que por ello se envanezca pues, como va conociendo más Su grandeza, tiénese ya por más miserable; como ha probado ya los gustos de Dios, ve que son basura los del mundo; vase poco a poco apartando de ellos y es más señora de sí para hacerlo. En fin, en todas las virtudes queda mejorada y no dejará de ir creciendo, si no torna atrás ya a hacer ofensas a Dios, pues entonces todo se pierde, por subida que esté un alma en la cumbre ." (IV, cap. 3, 9).

Quiera María, nuestra Madre Admirable, interceder por nosotros ante su Hijo, nuestro Señor, para que Él quiera llamarnos hacia las moradas interiores, y llamándonos, nos dé la gracia para escucharlo y responder con docilidad. ¡Santas minivacaciones!

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