Escritos parroquiales Pbro. Gustavo E. PODESTÁ |
Número:116 MÁs de la QUINTA Morada del Castillo interior Aunque resulte un tema algo trillado y casi cursi, esta vez nos viene de perillas recordar que septiembre es, en nuestro hemisferio, el mes del resurgimiento de la vida: las yemas de plantas y árboles estallan en hojas o flores, "cada uno según su especie", los pájaros alistan sus nidos y pronto el aire se llena de gorjeos y trinos. Bien presto aparecerán las primeras golondrinas, y podremos descubrirlas haciendo sus acrobacias aéreas entre cables y antenas, aquí nomás, sobrevolando la esquina de Suipacha y Arroyo. Y nos viene bien, porque, a los efectos de explicar cómo se da la oración de unión y cuáles son sus efectos en la Quinta morada del castillo interior, nuestra Maestra Teresa echa mano de un ejemplo a tono con lo antedicho: cómo se produce la seda. ¡La seda! Ese maravilloso tejido que, en su tiempo, llegaba a Europa desde tierras remotas, a través de mares y desiertos, cuya historia estaba tramada de leyendas con sabor oriental. Pues bien, Teresa va a comparar la vida interior de quien ha llegado a las quintas moradas con un gusano de seda y su asombroso hilo. ¿Quién, de niño, no ha criado, para la escuela, en una cajita gusanos de seda con su alimento la hoja de morera? Todo comienza, escribe la santa de Ávila, con un pequeño gusanito que parece una semilla cuando "con el calor, en comenzando a haber hoja en las moreras, comienza esta simiente a vivir" (Cf. Cap. II, 2). Alimentándose con estas hojas, se cría y, alcanzado su estado adulto, "con las boquillas van de sí mismos hilando la seda y hacen unos capuchillos muy apretados, adonde se encierran; y acá este gusano, que es grande y feo, y sale del mismo capullo una mariposica blanca muy graciosa". Al hombre, en su condición mortal y pecadora, "gusanillo"; le llama Teresa: pero "este gusano comienza a tener vida cuando con el calor del Espíritu Santo empieza a aprovechar del auxilio general que nos da Dios y comienza a aprovecharse de los remedios que dejó en su Iglesia" (Cap. II 3), principalmente de los sacramentos y de la oración con atención. Y, cuando ha crecido suficientemente (lo cual se logra al entrar en esta morada) "comienza a labrar la seda y edificar la casa adonde ha de morir. Esta casa, querría dar a entender aquí, que es Cristo" (Cap. II 4). Para poder hacer de Dios nuestro capullo, en el cual vivir y dentro del cual morir como gusanos para renacer mariposas (según la figura elegida por Teresa), debemos hilar nuestra seda; esto es: quitar nuestro amor propio y nuestra voluntad, desapegarnos de toda cosa de esta tierra. " Las cuales -como decía otro "grande": San Ignacio de Loyola- deben ser queridas y buscadas y usadas "tanto cuanto", en la medida en que nos sirvan o estén ordenadas a nuestro fin último, que es Dios y nuestra unión transformadora con Él. Este desapego ha de realizarlo cada uno según su propia condición y vocación en obras de penitencia, oración, mortificación, obediencia, y todo lo demás que es obra de caridad (Cf. Cap. II 6). De este modo y con estos medios, damos muerte al "hombre viejo", al "gusano". Pero esa muerte o mortificación de ninguna manera es el fin -"¡Yo soy la Vida!"-. Allí mismo, de esa suerte de sepulcro que es la ascesis -la obra de lucha contra nosotros mismos para sacar todo cuanto no es Dios ni es de Dios y dejarle sitio a Él y dejarlo obrar a Él sus maravillas en nosotros- ¡surgimos a vida nueva! "Yo os digo de verdad que la misma alma no se conoce así; porque, mirad la diferencia que hay de un gusano feo a una mariposica blanca. . No sabe de dónde pudo merecer tanto bien (de dónde le pudo venir, quise decir, que bien sabe que no lo merece); vese con un deseo de alabar al Señor, que se querría deshacer y morir por él mil muertes. . los deseos de penitencia grandísimos, el de soledad, el de que todos conociesen a Dios, y de aquí le viene una pena grande de ver que es ofendido" (Cap. II 7). Y pone Dios grande celo por el bien espiritual del prójimo, y caridad ardiente, pues tal es el modo de venir a ser uno con Él y llegar a ser perfectos como el Padre Celestial (Cf. Cap. III 6-8). Grandes deseos, grandes ansias de vivir y morir por el Amado, unidos a Él en salud y enfermedad, en abundancia y en carencia, en juventud y en vejez, que no otra cosa que el comienzo del desposorio místico es esta quinta morada; aunque todavía no llega a serlo plenamente, como las arras de la futura boda. (Cf. Cap. IV 4) Admirables cosas obrará el Buen Dios, y aún mucho mayores que las dichas, en aquellos que, habiendo llegado hasta aquí, perseveren en la ascesis y avancen hacia la sexta morada. "Por eso, almas cristianas, a las que el Señor ha llegado a estos términos, por Él os pido que no os descuidéis, sino que os apartéis de las ocasiones, que aún en este estado no está el alma tan fuerte que se pueda meter en ellas, como lo está después de hecho el desposorio, que es la morada siguiente; porque la comunicación no fue más que una vista, como dicen, y el demonio andará con gran cuidado a combatirla y a desviar este desposorio." (Cap. IV 5) Quiera María Santísima, que perseveró firme al pie de la Cruz, María Reina, Señora de la Merced, verdadera Primavera, nuestra Admirable Madre, en este mes tan pletórico de fiestas en su honor, defendernos de las asechanzas del enemigo, y conducirnos con sabia mano hacia el desposorio místico con Cristo, su Hijo, nuestro Señor. |