Escritos parroquiales
Pbro. Gustavo E. PODESTÁ

Número: 17
SEPTIEMBRE, 1996

LA CONFIRMACIÓN

Septiembre suena a primavera. Primavera -de primus y ver , en latín- significa lo primero del verano, el inicio del estío. Estación atractiva si las hay, donde comienza a despertarse la naturaleza, se colorean de flores plantas y árboles, y todo pareciera que adquiere nuevo vigor, belleza, fuerza. De hecho la primavera está unida al concepto de fuerza, no solo porque unida al concepto de juventud, sino porque, en la antigüedad, era la época de las batallas y de las guerras: dejados los "cuarteles de invierno", deshelados los pasos y los caminos, con pastos suficientes para sus caballerías, los ejércitos podían comenzar a moverse y combatir.

Hablar de vigor y de fuerza no parecería directamente concernir a una predicación cristiana. Peor durante estás épocas, cuando la 'no violencia' -aunque nadie la practique- está elevada a principio ético incontestable. Todo, más bien, parece que debe resumirse en el amor, el cariño, la paz, la bondad, la comprensión. Lo cual es absolutamente cierto. Pero precisamente, -afirma el cristianismo- no puede haber auténtico amor, cariño, paz, bondad, comprensión. donde no hay fuerza, no hay coraje, no hay incluso violencia. ¿Cuántas veces hemos de ejercer violencia contra nuestros impulsos de ira, de pereza, de deseos desordenados.? ¿Acaso no debemos ser fuertes para levantarnos temprano a la mañana, cumplir nuestras obligaciones, estudiar, trabajar., todas ellas obras de amor? ¿Acaso no tenemos que tener coraje para enfrentar nuestras penas, nuestras dolencias, nuestras carencias? Sin energía, sin nervio, sin robustez, no podemos cumplir con las exigencias del verdadero amor a nuestros hijos, a nuestra mujer, a nuestros padres. Relaciones que se intentarán mantener solo desde nuestros fluctuantes sentimientos jamás podrían transformarse en compromisos sólidos como el matrimonio, la paternidad, la verdadera amistad. Sin vigor y ánimo difícilmente podamos atravesar las crisis de fe, las oscuridades, las desesperanzas, ni cumplir con nuestros deberes de cristiana caridad cuando no nos ayuda la gana o el sentimiento.

Tanto es así, que la fuerza o fortaleza no es solo una virtud cardinal -junto con la prudencia, la templanza y la justicia- sino también uno de los dones del Espíritu Santo.

Cuando un ser humano es bautizado, no solo recibe la calidad de 'hijo de Dios' y de 'hermano de Jesucristo', es decir la 'gracia santificante', sino que, en los primeros tiempos del cristianismo, era -por medio del aceite consagrado y de la imposición de las manos- reclutado, de allí en más, como soldado de Cristo dispuesto incluso a enfrentarse con el martirio. Justamente el óleo -a la manera de aquel con el cual se untaban los luchadores antes de la contienda- era el signo de esa fuerza que era necesaria para completar y dar forma consistente a la gracia del Bautismo.

Es verdad que en aquellas épocas los candidatos al bautismo eran casi todos adultos. Pasadas las primeras generaciones y con la costumbre de bautizar a los recién nacidos, esa ceremonia de la unción e imposición de las manos, en Occidente, se fue distanciando en el tiempo de la del bautismo y se instauró la costumbre de realizarla ya cuando se llegaba a una determinada edad.

Porque este rito sacramental infundía firmeza, fuerza y, a la vez, como que sellaba la gracia bautismal, se le llamó "confirmación". Porque era el rito que daba el perfeccionamiento definitivo a la calidad bautismal, lo administró habitualmente el Obispo.

Lamentablemente hay muchos cristianos que no habiéndose confirmado en la época de su primera comunión, a lo mejor por descuido u olvido de sus padres, llegan a mayores sin contar con la gracia particular de este sacramento de fortaleza y de plenitud de los dones del Espíritu Santo.

Quien sepa no haberlo recibirlo, por muy mayor que sea, acérquese a su parroquia, en donde será asesorado sobre la mejor manera de acceder a esta merced de Jesucristo y recibir esa fuerza tan necesaria para nuestra cada vez más difícil militancia cristiana de Buenos Aires.

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