Escritos parroquiales Pbro. Gustavo E. PODESTÁ |
Número: 31 Adviento y Navidad En el mundo griego la primera visita oficial que hacía a una ciudad un personaje importante con ocasión de su advenimiento o de su entrada en funciones se designaba bajo el nombre de parusía o epifanía . Estos términos eran traducidos en el mundo latino con el vocablo 'adventus'. Adviento, en castellano. Así, hay monedas del siglo primero, de Corinto, que celebran el 'Adventus Augusti', conmemorando la recepción hecha en esa ciudad al emperador Nerón poco tiempo después de su asunción al poder. La coronación del emperador Constantino se festejó bajo el nombre de 'Adventus Divi'. En las obras cristianas de los primeros siglos 'adventus', adviento, vino a ser el término clásico empleado para designar la venida de Cristo entre los hombres: su advenimiento en la carne, que inaugura los tiempos mesiánicos, y su advenimiento glorioso, que coronará la obra redentora al fin del mundo. De tal manera que 'adventus', 'natale' o Navidad, y Epifanía, expresan la misma realidad fundamental. Recién comienzan a distinguirse como tiempos litúrgicos después del siglo III. Hay que recordar que la gran fiesta de los cristianos -y casi exclusiva- fue, en los comienzos, la Pascua. La Resurrección del Señor era lo que había producido el cambio substancial en la historia del hombre, abriendo para todos la posibilidad de alcanzar la Vida definitiva. Sin embargo, pronto -en el siglo III-, la Iglesia sintió la necesidad de conmemorar también el comienzo de esta historia feliz, y remontó su memoria a la celebración del día del nacimiento de Jesús. Como la fecha de éste no había quedado en el recuerdo de nadie y no es fijada en los evangelios, se determinó que se festejaría el día del comienzo del verano, el triunfo del sol sobre el invierno en el hemisferio norte, fecha en la cual casi todas las religiones paganas festejaban el "nacimiento del Sol invicto". Pronto también -en el siglo VI- la Iglesia creyó necesario prepararse a estos festejos de modo parecido a como la Cuaresma prepara la Pascua. Así se instituyó un tiempo especial de austeridad y oración -de allí el color violeta de nuestros ornamentos litúrgicos y la supresión del Gloria en la Misa- con formularios de oración y lecturas especiales, al cual se terminó por llamar propiamente Adviento, distinguiéndolo de la Navidad y Epifanía. etimasía Por eso, más que insistir en la espera de la Navidad, cosa por otra parte que ya ha ocurrido hace casi dos mil años, el espíritu del Adviento pone su mira en la espera de la segunda venida de Cristo, el Señor Resucitado, al fin de los tiempos. Venida que se hará personal para cada uno de nosotros al fin gozoso de nuestra propia vida. De allí que el más elocuente símbolo del adviento sea el que usa la Iglesia de Oriente: la etimasía, un trono vacío, el trono que ya es Suyo pero que ocupará un día para siempre entre nosotros el Jesús victorioso de la historia. Lo mismo representan nuestros pesebres, armados a partir del 8 de Diciembre, pero todavía sin el Niño, que colocaremos solemnemente en su lugar la Nochebuena, junto con los regalos que expresarán la alegría de este Regalo por antonomasia que es el del Hijo de Dios entregado a los hombres. Que esta espera de Jesús triunfante al fin de los tiempos y al fin de nuestra vida, no nos haga aplazar la venida que espiritualmente y a través de los sacramentos Jesús quiere anticipar en cada uno de nuestros corazones. Aprovechemos estas fiestas para renovar la presencia del Señor entre nosotros, en forma de oración, de cordialidad para con los nuestros, de perdón de los agravios, de generosidad para los que sufren, de compromiso para mejorar en nuestra vida cristiana, en nuestro trabajo, en nuestros estudios, y de reconciliación plena con Dios en el sacramento de la Confesión. |