Escritos parroquiales Pbro. Gustavo E. PODESTÁ |
Número: 36 Junio 1998 Ser cristiano: cuestiÓn de 'carÁcter' El cristiano no es simplemente quien se adhiere a la doctrina de Cristo o toma su figura magnífica como modelo de existencia. Es muchísimo más: es un hombre transformado, sacado de su condición puramente biológica, humana, y elevado a la participación del existir divino. Dicha transformación se produce normalmente en el bautismo, ese rito o sacramento en que, mediante el símbolo del agua, se infunde en el bautizado la vida del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. El bautismo deja en el cristiano una marca, un sello interior que nunca nada ni nadie podrá quitar, por más que deje la fe, apostate, u olvide su condición. Y si, habiendo dejado de lado su fe, vuelve a ella, ya no necesita ser bautizado otra vez sino solo volver a poner en marcha y rehabilitar ese sello bautismal. A ese sello interior se le llame "carácter", en el sentido etimológico de la palabra: 'marca hecha a fuego'. En realidad es de este 'carácter' de dónde el cristiano podrá sacar las fuerzas y gracias para vivir de acuerdo a su dignidad de hermano de Jesús. Por supuesto que también lo podrá mantener inactivado, estéril, improductivo. ¡Tantos bautizado hay que llevan dentro esta usina de energía y la mantienen apagada! En la Eucaristía, en cambio, o en la Confesión, el cristiano recibe gracias indispensables para su mantenimiento y crecimiento espiritual, sin embargo, ni la Confesión, ni la Eucaristía, estampan dentro del cristiano ningún marca o efecto permanente. Es decir: no imprimen carácter. Otro sacramento que 'imprime carácter' y al cual muchos cristianos suelen tener olvidado es la Confirmación. La Confirmación es el acabamiento final del carácter bautismal. Sin ella viviremos siempre carentes de las especiales gracias que ese sacramento confiere de modo continuo mediante el carácter específico que imprime. Es una pena, porque este carácter esta ordenado esencialmente a prestar a nuestro vivir cristiano fuerza, robustez. Energías ordenadas, en principio, a que, aquel que ha recibido de Dios la gracia de ser cristiano, sea eficaz y vigoroso en transmitirla a su vez a los demás, pero ciertamente, también, para él mismo fortalecerse en sus convicciones y en su accionar cotidiano. La confirmación injerta, pues, en nuestros dinamismos psíquicos una especial fuente de energía. En las condiciones de vida actuales, en donde tan difícil es, en todas las áreas, comportarse de acuerdo a los principios cristianos, no podemos desdeñar la fuerza que confiere este sacramento que -a diferencia de la Penitencia y la Eucaristía que debemos recibir frecuentemente para renovar sus efectos- instala en nosotros un surtidor permanente de gracias al cual podremos acudir toda nuestra vida y jamás se pierde. Por diversas razones hay muchísimos bautizados que no han recibido la Confirmación -¡no poseen ese 'carácter'!- y viven privados de esta ayuda preciosa para su vivir cristiano. Este año, dedicado por el Santo Padre al Espíritu Santo -con El Cual especialmente se relaciona el sacramento de la Confirmación- la Iglesia quiere facilitar su recepción a todos los bautizados, sobre todo a los ya adultos que no lo han recibido en los tiempos habituales de la primera catequesis. No podemos darnos el lujo de prescindir de este refuerzo de gracia que la confirmación conlleva. Sería como entrar en un campo de batalla rechazando municiones y defensas que alguien nos ofreciera. Acerquémonos a nuestras parroquias para inscribirnos en orden a recibirlo, o para recoger información. Y, los que ya estamos confirmados, revaloricemos el 'carácter' con el cual hemos sido ennoblecidos y fortificados y, si lo tuviéramos, pero inutilizado, desperdiciado, despertemos otra vez su poder recurriendo a la oración y -si es necesario- a la Confesión, y vivamos de acuerdo a esa dignidad que nos confiere y que no podemos nunca perder. |