Escritos parroquiales Pbro. Gustavo E. PODESTÁ |
Número: 39 Septiembre 1998 Septiembre anuncia, en nuestro hemisferio, la llegada de la primavera. En un año de tantos trastornos climáticos, como el que hemos vivido a causa de la corriente del Niño, no sabemos qué tiempo nos traerá consigo; aunque esperamos que nuestros jardines y plazas comiencen lo mismo a repoblarse de flores y nos llegue a todos la alegría habitual de esta estación. Sea lo que fuere del calendario climático, el calendario litúrgico alegra nuestro septiembre con abundantes alusiones a la santísima Virgen María. Ella está siempre presente en todo renacimiento, en toda resurrección, en todo júbilo que llame a la vida. Por supuesto que está especialmente junto a nosotros en las penas, pero para transformarlas en caminos que llevan a la alegría. Precisamente al día siguiente de la fiesta de la 'Exaltación de la Santa Cruz', que, en medio del año, viene a recordarnos el verdadero sendero del cristiano, aparece María, el día 15, como 'nuestra Señora de los Dolores'. Esos dolores que sufrió no porque nadie le infligiera ninguna herida exterior, sino porque, en su amor y compasión por su Hijo, estuvo indisolublemente unida a Él en la Cruz. Así lo está, también, con nosotros. Ni una sola de nuestras tristezas deja de afligir también en Ella su corazón de madre, prestándonos sus fuerzas si somos capaces de abrirnos a su consuelo maternal. Por ello también la recordamos este mes -el 24- como "liberadora", bajo el título de "Nuestra Señora de la Merced", la advocación de la Orden de los Mercedarios, fundada por San Pedro Nolasco para la redención de los cautivos cristianos. Ya sabemos que la peor de las cautividades es la del pecado, la suprema tristeza, fuente, en última instancia, de todos los males que puedan aquejar al hombre y que el Señor ha debido asumir, junto a su Madre, en la Cruz. Otra fecha primaveral, entrañablemente tierna y de reconocimiento a María, será, también, la celebración de su nacimiento, el 8 de Septiembre. Esta fiesta se rememora en la Iglesia al menos desde el siglo VII, pero su ubicación en el calendario actual obedece a la muy sencilla suma de nueve meses a partir de la solemnidad de la Inmaculada Concepción. Si cualquier festejo de cumpleaños llena nuestros corazones de alborozo y agradecimiento, tanto más el de nuestra Madre del Cielo. Tres memorias más 'de Santa María en sábado' -el 5, el 12 y el 26- hacen de Septiembre un mes constelado de su presencia maternal. Esta presencia se hace especialmente necesaria y fecunda para las más de 20.000 personas -en una primera aproximación- que, durante este año dedicado por el Santo Padre al Espíritu Santo, se están preparando en nuestra Arquidiócesis de Buenos Aires para la recepción del sacramento de la Confirmación. Ceremonia que, como es sabido, se realizará el 12 de Octubre en el monumento de los Españoles. Que María Santísima, nuestra Madre Admirable, quien después de Pascua, maestra de oración de los Apóstoles, se preparó con ellos para recibir la efusión del Espíritu en Pentecostés, nos ayude a todos a una vigilia activa que haga que el sacramento de la confirmación actúe plenamente, tanto en aquellos que lo recibirán ese día, como en la renovación espiritualmente primaveral de los que ya lo hemos recibido.
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