Escritos parroquiales Pbro. Gustavo E. PODESTÁ |
Número: 41 Noviembre 1998 El año se encamina rápidamente a su fin. En realidad el tiempo litúrgico anticipa este final, ya que la añada eclesiástica termina en este mes de Noviembre, con la Solemnidad de Cristo Rey. Ya Diciembre pertenece al próximo ciclo, el del 99, con su tiempo de Adviento preparatorio a la Navidad. La liturgia reproduce en el lapso pequeño de doce meses toda la historia del universo: desde la expectación, representada en el Adviento, de la Encarnación del Verbo -deseada por toda la creación a partir del momento mismo en que se formaron los primeros átomos en los albores del tiempo y vivida en el ansia de los hombres a través del pueblo de Israel- hasta el advenimiento del Hijo de Dios, la Navidad. A partir de Navidad, Cristo quiere crecer en la historia y en el corazón de los hombres, pero, respetando su libertad, es aceptado por unos y rechazado por otros. Todo eso sucede en el tiempo de la historia figurado por el 'tiempo durante el año' El misterio central de la Pascua del Señor resume, en sus protagonistas ocasionales -Pilato, Herodes, los discípulos, los que gritaban ¡crucifícalo!, los que pasaban indiferentes al lado de la Cruz...-, las diversas actitudes de los hombres frente a ese darse pleno del crucificado amor de Dios. Todo culmina, en el tiempo final, con el triunfo definitivo de Cristo, pintado, desde los hombres, en la fiesta de Todos los Santos y, desde el Señor, en la solemnidad de Cristo Rey. Toda la historia del cosmos, en su grandioso desplegarse en el tiempo y el espacio, se encamina a conducir a los elegidos al definitivo Reino, en donde Jesús, el Señor, impera en el amor sobre todas las criaturas. Pero ese Reino ya está en obra entre nosotros, porque sus leyes están en plena vigencia: Cristo ya es el Señor del Universo. Sus mandatos son las leyes del evangelio, según las cuales quiere conducir la vida de los hombres; su economía, las riquezas de los sacramentos; su consejo de ministros, los santos, liderados por la santísima Virgen; su ministerio de Educación: el magisterio de la Iglesia. Pero así como en una sociedad, a pesar de las leyes, de las constituciones y de los códigos, hay multitud de habitantes que no cumplen -y a quienes lamentablemente no alcanza siempre el peso de la justicia- así en la tierra la libertad del hombre puede prescindir de cumplir las leyes de Cristo y acudir a la ayuda de su gracia. La paciencia de Dios, su infinita misericordia, posterga el juicio para el fin de los tiempos. Pero eso no quita que ya desde la Pascua Cristo esté reinando en la historia y sea su supremo Juez. La fiesta de todos los santos, la solemnidad de Cristo Rey, nos muestran el fruto de la paciencia de Dios, la multitud inmensa de los santos que han sabido recuperarse de sus debilidades, caídas e incumplimientos y supieron finalmente transformar su vida en un total darse al querer divino, a la reyecía de Jesús, a la sabia moderación de sus leyes. "Hágase en mi según tu Palabra". La solemnidad de Cristo Rey no es una celebración política, puesto que la Iglesia lanza en ella su mirada a los tiempos definitivos. Empero, siempre ha enseñado que no sólo los individuos, sino las naciones, aún para su mejor orden temporal, deberían someterse a la ley de Dios y de su Cristo. Para las sociedades de este mundo el reconocimiento terreno de la reyecía de Cristo sería el mejor camino hacia el bien común. Sin nostalgias del pasado, el cristiano debe seguir empeñado, no sólo en someterse él mismo al imperio de Jesús, sino en tratar de llevar a las estructuras políticas, tanto nacionales como internacionales, al reconocimiento del reinado de Cristo. Que, al menos, Cristo impere en nuestros corazones y, a través del amor, lo llevemos a reinar en nuestras familias, para que el día en que definitivamente tome posesión de su Reino, haciendo ingresar en él a todos aquellos que lo han tenido por Rey en esta tierra, también nosotros y los nuestros entremos en el ‘gozo de nuestro Señor'. |