Escritos parroquiales Pbro. Gustavo E. PODESTÁ |
Número: 43 Enero febrero 1999 VERANO Aunque ya las vacaciones estivas -excepto para los estudiantes, los docentes y los políticos- no tienen la misma longitud de otras épocas, (no son el 'veraneo' de nuestros padres o abuelos), lo mismo, en medio de los recambios turísticos de Enero y Febrero, aún para los que permanecemos en Buenos Aires, el ritmo febril del resto del año se atempera, se calma, da tiempo para respirar. Calma y respiración que bien nos vienen al comienzo del año, terminado el viejo, para examinar pausadamente lo andado, para mirar hacia adelante y proyectar lo por andar. Todos, al comienzo de un viaje, planeamos cuidadosamente nuestro itinerario, calculamos nuestras reservas y, de acuerdo a ello, marcamos etapas y objetivos. Hacemos nuestras previsiones, consultamos nuestras guías. Si somos perspicaces, tenemos un panorama claro de los caminos que transitaremos, lo que visitaremos, los lugares donde nos detendremos. No nos largamos a caminar sin ton ni son. También el nuevo año será para nosotros una especie de viaje: tenemos, pues, que planearlo: hemos de saber qué queremos hacer con nuestro tiempo, qué metas fijarnos, qué medios usaremos para lograr nuestros fines. Las vacaciones veraniegas -ubicadas en nuestro hemisferio sur al comienzo del nuevo año- nos permiten usarlas, entre otras cosas, precisamente para proyectar nuestra actividad anual. No usemos el tiempo de pausa que representan estas semanas solo para descansar, para 'olvidarnos de todo'... Puede ser que tengamos que olvidarnos de aquellas cosas que, sin ser tan importantes, tomaron el pasado año excesiva envergadura en nuestra vida y nos impidieron dedicarnos a lo realmente esencial, haciéndonos descuidar nuestra convivencia en la familia, nuestro crecimiento humano, nuestra vida de fe. Sí, olvidémonos de todo aquello que nos absorbió desmesuradamente en trabajo, en estudio, en negocios, en preocupaciones materiales, y nos impidió ser y vivir. Pero pensemos justamente en cómo hacer para que, en este año que iniciamos, ello no vuelva a sucedernos, en cómo hacer para que otra vez las cosas no se nos escapen de las manos, que podamos dar tiempo a nuestra mujer, a nuestro marido, a nuestros hijos, a nuestros amigos, que reservemos tiempo a la lectura, a la oración, a nuestro desarrollo cultural... Durante el 98 nos hemos excusado de que no hemos tenido tiempo para estas cosas por las exigencias de nuestras obligaciones laborales, por nuestros estudios, por nuestro cansancio -que, en cambio, nos ha llevado a perder horas y horas frente a la televisión-. Este año no ha de ser así. Me lo tengo que proponer ahora en las vacaciones. Ellas son la oportunidad para mirar las cosas un poco más de lejos y un poco más de arriba. Hagamos el esfuerzo de dedicar un tiempo a reflexionar sobre ello. ¿Qué he hecho el pasado año?, ¿qué he sido? ¿Qué quiero ser? ¿Qué quiero hacer? Y no lo dejemos a la vaguedad de un vago arrepentimiento y un más vago aún propósito de enmienda. Tomemos papel y lápiz y enumeremos cada una de las cosas que no anduvieron y qué es lo que este año hemos de hacer. Anotemos, subrayemos, fijemos días y horarios, señalemos metas, "tales días y tales horas para mis hijos", "tales y tantas para mi mujer", "tantos libros que he de leer", "obras que escuchar", "defectos que erradicar", "sistemática oración que realizar"... El hombre que se deja llevar por las circunstancias, por las urgencias del hoy, por sus ganas movedizas, por sus espontaneidades, no es libre, no actúa humanamente. Es necesario pensar antes de actuar; reflexionar, meditar... Enero y febrero es tiempo para pensar, tiempo para rezar y pedir a Dios que nos haga ver lo que debemos hacer. Que la santísima Virgen María ampare nuestro verano de manera que 1999 pueda comenzar con un gran impulso de nuestro corazón hacia Jesús y con enormes ganas de ser fieles a nuestras responsabilidades y a nuestra cristiana vocación.
|