Escritos parroquiales Pbro. Gustavo E. PODESTÁ |
Número: 62 Octubre 2000 MARÍA, NUESTRA ADMIRABLE MADRE
Ya en los inicios de la Iglesia, entre los primeros teólogos surgió -de la mano de San Ireneo de Lyon- una lectura tipológica -(es decir simbólica)- de los textos veterotestamentarios, en particular, de aquellos del Génesis. Esta línea exegética encuentra su fundamento en los escritos paulinos a partir de un pasaje de la Carta a los Romanos donde San Pablo afirma que Adam... es typo del Venidero (Rm 5, 14). El “hombre”, creado a imagen y semejanza de Dios, es figura, sacramento, símbolo, arquetipo del Cristo, del Hombre que es la Imagen de Dios Invisible (cf. Hbr 1,1-2). De este modo, Jesucristo, plenitud de la revelación de Dios, Rostro visible del Invisible, Palabra de Dios hecha audible e inteligible para los hombres, viene a iluminar todo el Antiguo Testamento para conducirnos a una inteligencia verdadera de éste. Con Él y bajo su claridad resplandeciente cobran nuevo sentido personajes, acontecimientos, gestos y palabras del Antiguo Testamento. En muchos de ellos los Padres de la Iglesia ven otros tantos “typos” de Jesucristo, de la Encarnación, de su Pasión y Muerte, de su Resurrección... Lo que en aquellos se ha dado de un modo fragmentario o imperfecto en Cristo alcanza su sentido pleno y perfecto. Adan, Abel, Noé, Isaac, Melquisedec, Moisés, Josué y tantos otros adquieren, a la luz del nuevo Testamento, un perfil nuevo. Semejantemente ocurre con otras realidades, como el cordero pascual, el maná, la escala de Jacob, la Sabiduría, etc. En todo esto hay, parafraseando a San Pablo, sombra de lo futuro, cuya realidad (cuyo cuerpo, dice más fuertemente el texto griego) es Cristo. (Col 2, 17). Estando inseparablemente unida a su Hijo, y esto de un modo personalísimo y único, también María Santísima fue asociada por los Padres de la Iglesia a esta lectura tipológica. Eva, Rebeca, Débora, Judith, Esther, la Esposa del Cantar -entre las mujeres-, la zarza ardiente, el arca de la alianza, la vara de Aarón, -entre las cosas-, fueron desfilando como otras tantas figuras de la Virgen Madre, anuncios velados de sus privilegios, sólo comprensibles a la luz de Jesucristo. Fue justamente el Obispo de Lyon quien, por primera vez, estableció el paralelo entre Eva-María. Ambas vírgenes, ambas “oyentes” de una palabra, se distinguen y oponen, sin embargo, porque la primera, escuchando en su corazón la voz de la tentación, elige la rebelión; la segunda, escuchando en su corazón la voz de Dios, elige la obediencia. Por ello, la vida natural, la vida que recibimos de la madre carnal, no es propiamente tal, pues marcha inexorablemente a la muerte. En cambio, de María recibimos a Jesucristo. Y así, la Iglesia entendió que el nombre dado en el Génesis a la mujer, convenía propia y formalmente a María, pues ella, concibiendo y dándonos a Jesús, que es el Autor de la Vida y la Vida misma, realiza de un modo pleno lo que aquel nombre significa: Madre de todos los vivientes . Madre de la Vida, de la única vida que lo es auténticamente, por cuanto no sólo tiene vocación de eternidad sino que es ya eternidad incoada, comenzada. Madre Admirable , la nombramos nosotros y cantamos sus alabanzas. Mas es preciso que no se nos escapen aquellas palabras de Jesús en ocasión del elogio dirigido a su Madre: ¡ Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te amamantaron! , exclama entusiasmada una buena mujer; y Él responde: Dichosos más bien los que escuchan la palabra de Dios y la guardan (Lc 11, 27-28). Explica San Agustín que no hay aquí un rechazo, por parte de Jesús, del lindísimo elogio dirigido a su Madre, sino un elevar la mirada de sus oyentes hacia aquello en virtud de lo cual Ella es, más que nadie, dichosa, bienaventurada, bendita y que es, paradójicamente, en lo que cualquier hombre puede participar. Efectivamente, si María concibió al Verbo, a la Palabra de Dios en su vientre, fue porque primeramente la había acogido y guardado en su corazón. Por eso, mucho más que por haber llevado nueve meses al Niño en su seno y por haberlo amamantado, es feliz porque lo guarda -y esto de modo permanente- en su corazón. En otro pasaje, que puede leerse en paralelo, Jesús explica: Estos son mi madre y mis hermanos, los que oyen la palabra de Dios y la ponen por obra (Lc 8, 21). Tal como lo entendió la Iglesia desde sus inicios, todo bautizado está llamado a hacerse “madre” de Jesús; esto es, a concebirlo en su corazón, acogiendo su Palabra que, según la hermosa imagen de la semilla, germina y crece, sin que el hombre sepa cómo, dando fruto de sí misma (cf. Mc 4, 26-29). Porque Él es Vida y la vida se manifiesta y se conoce por el obrar, la Vida divina que se nos comunica se traduce necesariamente en obras, en frutos de vida eterna. De este modo, somos invitados a dar gratis, lo que gratis recibimos , porque, en definitiva, todo es gracia en nuestra vida. Y a darlo no de cualquier modo, no de mala gana ni obligado, que Dios ama al que da con alegría (2 Cor 9, 7b) Y también en esto es modelo María Santísima. Su respuesta generosa, alegre, com-prometida, pujante, nos muestra cómo responder a Dios. Su hágase en Mí según Tu Palabra no es una mera resignación ante un destino que se le impone; es una aceptación gozosa y dispuesta a la cooperación ante lo que se le ofrece como algo que Dios quiere hacer en Ella, con Ella, con su colaboración. Cuando en la Santa Misa presentamos nuestras ofrendas al Buen Dios, no son nuestros dinerillos lo que ofrecemos (en los orígenes de este gesto no era moneda lo que se llevaba al altar, sino animales y frutos de la tierra para el sacrificio); todo ello es signo -y vale en tanto y cuento lo sea efectivamente- de nuestra propia ofrenda, de nuestra entrega personal, de nuestro presentarnos ante el Dios Trino como oblación pura, santa, agradable a Dios , que ese es nuestro culto razonable . Con alegría, con corazón dilatado, con generosidad, llevamos ante el altar todo cuanto somos y tenemos, conscientes de que todo lo hemos recibido por pura gracia del Padre Bueno, de quien procede todo don perfecto, toda dádiva celeste (St 1, 17a). Quiera Dios concedernos, en este mes del Rosario, en el mes que dedicamos a celebrar a nuestra Madre Admirable, un corazón semejante al suyo: generoso, magnánimo, oblativo, que dé y se dé con alegría.
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