Escritos parroquiales
Pbro. Gustavo E. PODESTÁ

Número: 86
DICIEMBRE, 2002

DICIEMBRE

  Adviento es el nombre cristiano del mes de diciembre. Es verdad que las cuatro semanas previas a la Navidad pueden comenzar en los últimos días de noviembre; pero, ocupan prácticamente todo el último mes del calendario civil -que es el primero del Año litúrgico-.

Adviento es el nombre propio de ese breve lapso que la Iglesia establece para que podamos prepararnos a recibir bien dispuestos al Señor en su Venida. De allí justamente el nombre cuya etimología latina, como se sabe, significa advenimiento, venida, arribo que se espera .

Adviento, sin embargo, es mucho más, no ya como nombre , sino como realidad . Porque, ‘espera de la venida del Salvador' es todo el tiempo de la Iglesia, desde la Resurrección-Ascensión de Jesús hasta su retorno glorioso. Más aún, el tiempo todo de la humanidad, desde que el hombre -habiendo adquirido conciencia de su finitud, de la muerte y del pecado- estuvo en condiciones de comenzar a ser instruido por Dios acerca de Su designio de salvación. Así, los siglos que precedieron a la Primera Venida (cuya reactualización celebramos cada año en Navidad) fueron el primero y largo Adviento.

Así se comprende que San Juan el Bautista sea la figura por antonomasia de este tiempo, ya que todo él es espera y esperanza de Aquel que viene detrás de mí (cf. Jn 1, 15). A lo largo de estas cuatro semanas y, particularmente, en el Evangelio de los domingos, el Precursor nos interpela con su palabra, llamándonos a la conversión, pues la llegada del Señor es inminente.

Mucho menos visible e inmensamente más tierna, se yergue María . Ella no es ni Lámpara que brilla ni Voz que clama en el desierto (cf. Mc 1, 3-4). Es, por ahora, sólo una desconocida jovencita recién casada que, ya próxima a la fecha del parto, aguarda el momento en que dará a luz a su bebe. Una antiquísima advocación la invoca con el nombre de Virgen de la dulce espera . También, de la Esperanza , que es nombre de Cristo, pues Él es la esperanza de los hombres y Ella, la Madre de nuestra Esperanza . Esta fiesta se celebraba el 16 de diciembre.

Al día siguiente y durante los últimos siete días previos a la Noche Buena, se rezan en la Liturgia de Vísperas (la tarde) una antífonas que son aún más antiguas, conocidas como “antífonas ‘O'”, puesto que todas ellas comienzan con esa exclamación (en castellano, “oh!”) (1). Por ese motivo, aquella advocación mariana también era llamada “la Virgen de la O”, pues María era quien abría la puerta a la semana preparatoria, inmediata, y Ella misma, Puerta por la que viene el Hijo de Dios al mundo (“Puerta del Cielo”, Ianua Coeli).

De ese modo, la Virgen santa nos enseña a invocar a su Hijo, urgiéndolo a que venga, llamándolo cada día con un nombre diferente, tomados de textos veterotestamentarias: O, Sapientia (“oh, Sabiduría, salida de labios del Altísimo”; día 17; cf. Sap 7, 25; 24, 3); O, Adonai (“oh, Señor y Pastor de la Casa de Israel”; 18; cf. S 79); O Radix Iese (“oh, Raíz de Jesé”; 19; cf. Is 11, 1); O Clavis davica (“oh, Llave de David”, 20; cf. Is 6, 3); O Oriens (“oh, Sol que naces de lo alto”; 21; cf. Mal 3, 20); O Rex gentium (“oh Rey de las naciones y deseado de los pueblos”, 22; cf S 2); O Emmanuel (“oh, Emmanuel, rey y legislador nuestro”; 23; cf. Is 7, 14b).

Todas ellas termina diciendo: Ven , con un crescendo que denota el ansia del que espera . Ven y muéstranos el camino de la salvación (17); ven a librarnos con el poder de Tu brazo (18); ven a librarnos, no tardes más (19); ven y libra a los cautivos que viven en tinieblas y en sombras de muerte (20); ven a iluminar a los que viven en ti­nieblas y en sombras de muerte (21); ven y salva al hombre que del limo formaste (22); ven a salvarnos, Señor, Dios nuestro (23).

Los medievales escondieron, en el anagrama que resulta de los nombres, la respuesta del Se­ñor a nuestro anhelo. Al hombre que clama ¡Ven, ven, ven, no tardes más! , Jesús responde: Vengo mañana . Para descubrirlo, hay que ver las ini­cia­les de los nombres (en latín, por cierto): S–A-R-C-O-R-E. Leídas al revés, comenzando por Em­ma­nuel, se forma una frase: “ero cras” , que significa Vengo mañana . Sí, ya está a la puerta y llama, y espera también Él, que alguno le abra... (cf. Ap 3, 20)

Por eso, María Santísima es el prototipo del hombre (varón y mujer) que nombra al Salvador y espera su pronta venida. Ella, a quien invocamos también como Lucero radiante que anuncias el Día, no vocea en el desierto ni predica un bautismo de conversión. Para eso está Juan. Ella, contenida en el abrazo amoroso del Padre, espera. Por fuera, idéntica a cualquiera otra joven encinta, a cualquiera otra sencilla aldeana. Es distinta de todas por el Fruto que esconde su seno. Ella es Eva, la Mujer primordial, la primera criatura redimida por el Verbo, unida a Él por el misterio de su maternidad. La Llena de gracia –como nombre propio, nombre que dice lo que ella es, oído en el arcano de la anunciación-. Y así la celebramos el 8 de diciembre .

Corren tiempos duros. El 2002 ha sido particularmente difícil y las esperanzas humanas se desvanecen como humo. Lamentablemente, en lugar de convertirnos al Señor, nos apartamos cada vez más de Él. Ya no sólo se percibe cla­ramente el cansancio de los buenos. La Caridad se ha enfriado (la Caridad, que es virtud teologal, cuyo objeto primero y principal es Dios, amado por sobre todas las cosas); la Esperanza agoniza (la Esperanza, también virtud infundida conjun­tamente con la Gracia santificante, y que es amor de Dios y de Vida eterna, deseado como bien fu­turo y posible por Su misericordia para con nosotros); la Fe no ilumina (la Fe, la más radical de las virtudes sobrenaturales, por la cual creemos en Dios y a Dios en su revelación).

Sin embargo, como en aquel primer Adviento, también hoy existe un resto (cf. Is 4, 3; 10, 21 y paralelos), los pequeños del Señor, que como María Santísima y San José, como Zacarías e Isabel, como Juan el Bautista, como los ancianos Simeón y Ana, esperan anhelantes la Venida de Jesús. Sólo que a nosotros se nos concede una gracia inaudita: la de algún modo asimilarnos a la actitud de María; pues, está dicho que “ todo aquel que escucha la Palabra de Dios y la cumple, ese es mi madre... ”(Lc 8, 21). Ese, que escuchando la Palabra, la concibe en su interior y la da a luz en sus obras, ese puede elevarse por encima de to­das las vicisitudes de esta vida pasajera; no para abandonarlas ni para olvidarlas, sino para señorear sobre ellas y conducirse, a través de ellas, hacia el encuentro con su Señor.

Quiera Santa María, Nuestra Madre Admira­ble, alcanzarnos de su Hijo un “oído de discípulo” (Is 50,4), capaz de despertar cada mañana para oír al Señor Jesús que repite: Sí, vengo pronto . Bienaventurado el que guarde la palabra. (cf. Ap 22 20. 7). ¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús!

(1) Actualmente, estas antífonas también se reciban en el versículo previo a la lectura del Evangelio, en la Santa Misa, si bien al día siguiente de aquel a cuyas Vísperas corresponden.

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