Escritos parroquiales
Pbro. Gustavo E. PODESTÁ

Número: 95
Octubre, 2003

Tercer misterio de Luz: el anuncio del Reino

Los tres evangelistas llamados “sinópticos” (Mt., Mc., Lc.) coinciden en insertar el anuncio del Reino inmediatamente después de los cuarenta días de penitencia y oración con los que se preparó para dar comienzo a su misión Jesús en el desierto. Al modo de los antiguos profetas, y tal como lo hiciera su Precursor, Juan el Bautista, también el Señor inicia su predicación con un llamado a la conversión .

Según Mateo , el Señor comienza su predicación diciendo: “Convertios, porque el Reino de los Cielos ha llegado” (4,17); y, agrega el evangelista, que “ Jesús recorría toda Galilea, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino... ” (4, 23ª). Marcos , semejantemente, recoge como primeras palabras del Señor: “ El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertios y creed en la Buena Nueva ” (1, 15). Lucas se refiere a la primera predicación de Jesús en la sinagoga de su Nazaret, en la cual, tras leer al profeta Isaías, se presenta a Sí mismo como el Ungido por el Espíritu de Dios para anunciar la Buena Nueva (Lc 4, 16-22).

Muchas veces hemos hablado desde esta página acerca de la conversión. Pero, somos duros de oreja y de entendimiento, y las palabras entran pero no nos hacen mella, y todos –quien más, quien menos- una, cinco, diez veces en el día, hacemos, decimos, omitimos, pensamos y deseamos alguna cosa fuera de Dios, contra Dios, o -como nos decían en el Catecismo- “contra la Ley de Dios”. Siempre que de ese modo obramos, nos “convertimos” a las cosas, a lo efímero; nos “volvemos” y atamos a lo perecedero. El llamado de Jesús, que no es de hace 2000 años sino de cada día hasta el fin de los siglos, es precisamente a que volvamos a Dios .

En griego, la palabra empleada por los evangelista para designar la ‘conversión' es metá-noia , que literalmente significa “cambiar de mente”. Cambiar de pensamiento, modificar nuestras ideas, que son la matriz en la que se generan nuestros actos, de tal manera que, creyendo en la Buena Nueva, podamos vivir como hombres nuevos . Ambas cosas son inseparables y así aparecen en la predicación del Señor: “convertios y creed en la Buena Nueva”. En otras palabras, la conversión es la condición insoslayable para ingresar y permanecer en el Reino de Dios.

San Mateo nos ofrece, en sus capítulos 5 al 7, una serie de pautas concretas en orden a esa ‘conversión'. El cuadro en que lo inserta está lleno de simbolismo: Jesús sube a un monte y se sienta. Para sus lectores-oyentes la imagen tiene remembranzas de Éxodo. Moisés, subiendo a un monte, donde le fue dada por Dios la Ley que sería la regla según la cual se medirían la vida y el obrar de esa multitud a la que el Señor quería constituir “su pueblo”.

Al llegar la plenitud de los tiempos, Dios ya no habla por boca de Moisés, ni lo hace sólo a una nación; ahora nos habla por medio de su Hijo, ... el cual, siendo resplandor de Su Gloria es Palabra, Vida y Luz para todos los hombres ( Gal 4, 4; Hbr 1, 2.3; Jn 1, 1-5). Pero la condición para ser iluminados por Él es creer en Su Nombre, en el Evangelio, y convertirse a Dios de todo corazón, de modo que, por la Fe y la Gracia que con aquella nos es dada, vengamos a una vida nueva de hijos de Dios, que no de la sangre, ni del deseo carnal ni del deseo de hombre son nacidos, sino de Dios (Jn 1, 13). Para ello, igualmente nosotros debemos “dejar Egipto”, la vida de pecado o simplemente de tibieza y medias tintas. El instrumento que Él mismo nos deja en su Iglesia (que es precisamente su Reino iniciado en este mundo) son los sacramentos: en primer lugar, el bautismo, por el cual somos “iluminados” por la Gracia, rescatados de las tinieblas de nuestro ser natural, incorporados al Reino de Dios, que es Dios mismo. Y, en segundo lugar, la penitencia por la cual, confesándonos pecadores y arrepintiéndonos de nuestros pecados, abandonamos una vez más las tinieblas para reingresar en la Luz inaccesible en la que Dios tiene su morada (1 Tm )

Jesucristo nos enseña la Ley del Reino, norma y medida del obrar de los hijos de Dios. Incorpora los antiguos preceptos mosaicos y los eleva: “Habéis oído que se dijo... pero Yo os digo ” (Mt 5, 21. 27. 31. 33. 38. 43). Esta Ley no pone el acento en las obras (en nuestros actos, en nuestras intenciones), sino en el corazón transformado por la Caridad, dócil a la acción del Espíritu. Nos enseña a vivir puesta nuestra esperanza en el Cielo , el cual, empero, está ya presente entre nosotros. No otra cosa es la Gracia -el Reino de Dios- sino Cielo anticipado. Por eso, ya desde ahora, los renacidos de Dios son bienaventurados , benditos, felices: porque poseen en esperanza lo que alcanzarán plenamente tras su pascua, esto es, tras su definitivo éxodo de esta vida mortal para ingresar de lleno en el Reino eterno, en la comunión con Dios Uno y Trino.

Convertios y creed en la Buena Nueva : creed que, en verdad, sólo se logra la paz y algo de felicidad en esta vida, si se aprende a buscar primero el Reino de Dios y su justicia , sin ambiciones desordenadas, sin envidias, sin intenciones aviesas, libre el corazón de las cosas de este mundo las cuales, se os darán por añadidura” (Mt 6, 33). Entended que “donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón” (Mt 6, 21) y tu vida. Si tu corazón está puesto en el éxito, en la riqueza, en el poder, en la belleza física, incluso en el amor humano, en el honor, en la virtud alcanzada por nuestras propias fuerzas, tu vida está encerrada en la temporalidad y sujeta a la muerte. Por el contrario, si tu corazón está puesto en El que Es, que Era, que Vendrá (Ap 1, 8), tu vida está abierta a la eternidad.

Convertios y creed en la Buena Nueva: porque “nadie puede servir a dos señores ” (Mt 6, 24). Justamente por eso, la señal de que somos de Dios es “ que guardamos sus mandamientos. Pues, quien dice:'Yo Lo conozco' y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso y la verdad no está en él ” (1 Jn 2, 3.4)

Recibir la Buena Nueva es creer en Jesucristo y en Aquel que lo envió. Y es guardar sus mandamientos, la Ley de la caridad ( Amar a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo ). Es vivir como Él vivió ” (1 Jn 2, 6), porque el Señor Jesús no se limitó a predicar, invitándonos a la conversión, sino que nos ha dado ejemplo para que sigamos sus huellas ” (1 Pe 2, 21b).

En octubre, mes dedicado especialmente a nuestra Madre Admirable, imitémosla tomando también nosotros el Libro Santo, leyendo y meditando el anuncio del Reino, haciendo una buena confesión, a fin de que salgamos de él renovados, habiendo dado frutos de conversión.

 

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