Sermones de LA SAGRADA FAMILIA DE JESÚS, MARÍA Y JOSÉ

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

2002.Ciclo B

LA SAGRADA FAMILIA DE JESÚS, MARÍA Y JOSÉ   
(GEP 29-12-02)

Evangelio según san Lucas , Lc 2,22-40
Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, como está escrito en la Ley del Señor: Todo varón primogénito será consagrado al Señor y para ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones , conforme a lo que se dice en la Ley del Señor. Y he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor. Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre él, le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel» Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él. Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: «Este está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción - ¡y a ti misma una espada te atravesará el alma! - a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones» Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad avanzada; después de casarse había vivido siete años con su marido, y permaneció viuda hasta los ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones. Como se presentase en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén. Así que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre él.

SERMÓN

La filología comparada y, anexamente, la etimología, pueden ser, a veces, tan apasionantes como la misma arqueología. En realidad se trata de una especie de arqueología que, en vez de excavar la tierra, se dedica a escarbar en los idiomas. Uno de los acontecimientos más notables de la investigación de las lenguas fue, para occidente, en el siglo XVI, el descubrimiento del sánscrito hecho por los padres jesuitas en la India. Merece nombrarse al P. Sassetti S. J., de origen italiano, que, aprendiéndolo trabajosamente en Goa, descubrió con asombro cuántas de sus palabras se asemejaban a palabras italianas con el mismo significado. Para entonces, el sánscrito ya era una lengua muerta y solo se conservaba en textos de tipo sacro. En el siglo XVIII varios misioneros habían adquirido un conocimiento adecuado de este idioma, y aún de su forma más arcaica, el veda.

Los estudiosos europeos comenzaron, entonces, a darse cuenta de que las raíces sánscritas coincidían con las de multitud de lenguajes hasta entonces considerados independientes.

Y, a la manera como, aún sin conocer el latín, uno podría, a partir de las lenguas romances descendientes de ese idioma -francés, italiano, portugués, rumano, español ...-, tratar de reconstruirlo desde las raíces comunes a todas esas lenguas, así, entonces, se trató de reconstruir el vocabulario básico de la lengua que, seguramente, tenía que estar en el origen tanto del sánscrito como del resto de los idiomas emparentados, sobre todo europeos. Así nació el término "indoeuropeo" o "indogermánico", el cual supuestamente habría sido el lenguaje de los "arios" -' âryo ' quiere decir 'noble' en indoiranio- pueblo que habría habitado el sur de la Rusia asiática más atrás del segundo milenio antes de Cristo y, de allí, se habría extendido, una parte, hacia Europa, otra hacia el Irán y la India. A esta gran familia indoeuropea pertenecen pues el sánscrito, el persa, el hitita, en Oriente y, en Occidente, el tracio, el ilirio, el véneto, y, por supuesto, el griego, el dorio, el jónico, el itálico, el celta, el germánico, el anglo, el eslavo y unos cuántos más... Todos ellos forman parte, pues, de la misma gran familia proveniente de aquellos nuestros lejanos antepasados arios -antepasados culturales, aclaro, no raciales, ya que el modo de pensar indoeuropeo ha alcanzado influjo universal- que, sin lugar a dudas, no eran solo una comunidad lingüística sino una verdadera cultura y sociedad, desparramada luego por el mundo conocido en desconocidas peripecias.

De allí que la filología comparada no solo nos informa sobre cuestiones lingüísticas, gramaticales, sino también sobre el estado social e intelectual de los que usaban ese lenguaje. Por ejemplo, si, sin saber el latín ni la historia, en todos los dialectos románicos hijos del latín encontráramos derivados semejantes de la palabra puente: francés, pont , italiano ponte , español, puente , válaco, pod, tendríamos que inferir que los que utilizaban aquel idioma original ya sabían del arte de construir puentes. Es verdad que eso es fácilmente confirmable porque conocemos el latín y porque es sabido que los romanos fueron grandes constructores de puentes, pero lo mismo lo hubiéramos sabido del mero estudio de sus idiomas derivados. Lo mismo: si vemos que en las lenguas indoeuropeas el término para designar al 'caballo' es totalmente distinto en unas y otras -como lo es- ('Horse', 'Pferd', 'equus', etc.) o la palabra 'fierro', deducimos que, antes de su separación, los arios todavía no habían domesticado al caballo, ni descubierto el uso del fierro. Estarían todavía en la pedestre edad del bronce.

Por eso es notable, en el indoeuropeo, cómo los términos que se utilizan para denominar a los miembros de la familia se asemejan: padre : en sánscrito pitar , en zend patar , en griego patér , en latín pater , en germano fadar . Madre : en sánscrito matar , en griego meter , en latín mater , en germánico mutter . Hermano : en sánscrito brátar , en latín frater, en germano brothar , y así siguiendo...

Aunque estas constataciones no parezcan importantes, lo son. No todos los idiomas tienen términos para distinguir a los hermanos de los primos, ni de los hermanastros, ni al padre del tío, ni a la madre o mujer única, de la concubina o la mujer temporal. El uso claro y discriminado de estos términos hablan de que el sentido de familia ya existía claramente identificado hace más de cuatro mil años -y tal cual hasta hace muy poco lo entendíamos en casi todo occidente-, en nuestros antepasados indoeuropeos. En realidad, hoy habría que rehacer el lenguaje, porque designamos con términos nobilísimos, cualquier remedo degradado. Por ejemplo el término 'matrimonio', de origen indoeuropeo, tiene que ver, en su etimología, con la estabilidad y la descendencia, ya que significa algo así como el don, el regalo, el cargo de ser madre ( matri - monium ) -así como 'patrimonio' tiene que ver con el don, el cargo, la seguridad, incluso material, que presta lo paterno ( patri - monium )-. Hoy, empero, se pretende conferir la dignidad de este término -matrimonio- a cualquier unión temporal, voluntariamente estéril, o aún degenerada.

Pero el lenguaje nos dice mucho más. Es curioso, también por ejemplo, que para designar al padre todos los indoeuropeos utilicen privilegiadamente esta raíz o étimo: "pa" y no la raíz "gan" -de donde viene ganitar en sánscrito, genitor , progenitor y que se refiere al mero hecho de engendrar, de procrear, de tener progenie-. No: se usa el fonema "pa", que significa proteger, sostener, nutrir. El padre ya no es simplemente el macho que insemina a la hembra, sino el que toma en serio su función de protegerla junto con la prole, sostener a su hijo, educarlo, en una relación de persona a persona que va mucho más allá de lo que se observa en otras etnias y, no digamos nada, en nuestros irresponsables inseminadores contemporáneos.

Tampoco se le dice meramente 'progenitora' a la mujer. Madre viene del étimo " ma " que significa formar, cobijar. No solo parir y alimentar, sino hacer crecer como persona, crear. Cuando, en los Vedas, hay una referencia a como Urano crea la tierra para morada de los hombres, el verbo crear se plasma de esa raíz ma , de madre. La misma raíz que identifica a lo femenino con la materia, con lo que da la vida. Con lo cual, como Vds. se dan cuenta, en el albor de la cultura y la humanidad a la cual pertenecemos, no son casi concebibles varón y mujer solo por sus polaridades egoístas y sexuales sino por su enlazarse común hacia la creación de la vida.

Sin embargo, para el indoeuropeo, la distinción entre varón y mujer es algo que va mucho más allá de la genitalidad, tanto es así que utiliza términos distintos para designar al varón y a la mujer hermanos. Para el primero, el antiguo ' bratar' sánscrito, que se emparienta con 'bruder', 'brother', 'frater' y que se distingue del femenino ' syasar' , emparentado con 'sister', 'soror', 'sorella', 'schwester'... El primero, bratar , significando "el que conduce, el que ayuda". El hijo varón que colabora con la labor del padre. Y la segunda, syasar , "la que agrada, o consuela, o da alegría". Es evidente que el indoeuropeo tenía claro que, más allá de lo morfológico, el varón no era del mismo talante que la mujer. El que en latín -y por ello en castellano-, se utilice la misma raíz para designar a los hermanos tanto varones como mujeres, 'hermano', 'hermana', solo distinguidos por la desinencia final, se debe a que los romanos tenían bien clara la fuerza de la fraternidad auténtica, de tal manera que se llamaba "frater germanus" al verdadero hermano de padre y de madre. En efecto, 'germanus' y 'germana' es lo mismo etimológicamente que 'hermano' y 'hermana' y quiere, simplemente, decir verdadero . Por comodidad, en vez de decir 'frater' o 'soror' 'germanus' o 'germana', quedó solo el adjetivo "germano", "hermano", y "germana", "hermana", y así permaneció en castellano.

Como Vds. ven, en nuestros orígenes indoeuropeos, la familia no es simplemente un criadero o un promiscuo intercambio de placeres, sino una sociedad celular en donde priman sobre todo los contenidos psicológicos y éticos.

También resulta interesante destacar que es casi exclusivamente entre los indoeuropeos donde aparecen las palabras referentes no solo a estas relaciones básicas de consanguinidad sino a las más complicadas de afinidad, como 'suegro', 'suegra', 'yerno', 'nuera', 'cuñado', 'cuñada' ... Sin duda entre los arios siempre fue la familia el núcleo básico y distintivo de su ser social.

Nos estamos extendiendo demasiado... Pero les digo que sería apasionante continuar un tratado sobre la familia basándose en estas etimologías que nos ponen en contacto con las raíces mismas de lo que constituyó nuestra civilización de libertad, de igualdad, de personificación y, al mismo tiempo, de naturales desigualdades complementarias en el seno de la familia humana.

Y no creamos que todo esto sea puramente cultural: hunde su sentido en las preprogramaciones genéticas de la especie humana, en su naturaleza supraanimal, en su necesidad de elevar todo lo fisiológico a nivel de su neocortex, de su razón, de su capacidad humana de conocer y de amar.

Entre las lenguas semíticas -como el 'egipcio', el 'sumerio', el 'árabe', el 'fenicio', el dialecto 'hebreo'-, encontramos étimos familiares menos ricos y diversificados, una estructura patriarcal menos igualitaria, lo femenino desvalorizado, la poligamia creando feas desigualdades y confusión en lo generacional, con menos relación interpersonal y trato poco amical entre varón y mujer, salvo excepciones. No hay muchas historias románticas ni en la literatura egipcia, ni en la mesopotámica, ni siquiera, de por sí, en la bíblica.

Sin embargo, en el mundo hebreo, la fortísima intervención de lo religioso creó formas de expresar el amor del varón a la mujer y del padre a los hijos difícilmente hallables en otras literaturas. El transformar a Dios en el 'esposo' de Israel y luego en su 'padre' hizo que las formas polígamas y disolubles de la unión marital y las formas despóticas y puramente progenitivas de la paternidad semita, fueran poco a poco purificándose. El que se aplicaran a Dios comparaciones surgidas de lo familiar, hizo que, de rechazo, de rebote, esas funciones familiares, divinizadas, volvieran a lo humano purificadas. Así la familia hebrea fue creciendo hacia el amor monógamo e indisoluble, hacia una paternidad y filiación basada en relaciones no solo de obediencia, sino de responsabilidad mutua, de comprensión en el perdón, de búsqueda del bien de los hijos.

Lo cual, en el Nuevo Testamento, se hace pleno, no solo en el novísimo sentido de filiación que introduce el mismo Hijo de Dios en la mente y el corazón de los cristianos, hijos adoptivos; no solamente en su definirse parabólico como 'novio' y 'esposo', en su consideración del matrimonio monogámico, en su nueva valoración de los niños y las mujeres, sino en la integración de los escritos apostólicos, sobre todo los paulinos, en lo mejor de la ética familiar de la cultura aria, indoeuropea, representada por la familia helénica y romana, en la cual la predicación apostólica implanta el cristianismo, haciendo de ella iglesia doméstica, vivificada por el amor del Padre: " ¿quién es mi madre; quiénes mis hermanos, sino los que hacen la voluntad del Padre que está en los cielos? "

Es en la familia cristiana donde han fructificado, la mayoría de las veces, los mejores frutos de la santidad. En realidad podría haber Iglesia sin el sacramento del orden, sin curas; pero ella desaparecería sin el sacramento del matrimonio, sin padres. No por nada el primer domingo después de Navidad, fiesta magna de la Encarnación, del Verbo hecho carne, de lo humano elevado a lo divino, la Iglesia baja a la realidad cotidiana este misterio y lo muestra soberanamente realizable precisamente en el ámbito de lo más humano de lo humano: el amor de padre y madre, el amor de hijos, el cariño de hermanos.

Destruir esto, ya lo sabe el enemigo, es destruir la posibilidad de que den frutos la Navidad, la Encarnación. Se impide desde el vamos que lo humano, deshumanizado, se eleve a lo divino. Es destruir la Patria, porque las naciones verdaderas, 'germanas', solo se construyen desde las familias. Es destruir la Iglesia, porque es abatir al hombre libre, varón o mujer, capaz de optar filialmente por el don de Dios hecho en Jesucristo y hacerse su hermano, su hermana.

Jesús, María y José no lo permitan.

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