1974.Ciclo A
LA SAGRADA FAMILIA DE JESÚS, MARÍA Y JOSÉ
(GEP 29-XII-74)
Evangelio según san Mateo Mt 2,13-15. 19-23
Después que ellos se retiraron, el Angel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y estate allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar al niño para matarle» El se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se retiró a Egipto; y estuvo allí hasta la muerte de Herodes; para que se cumpliera el oráculo del Señor por medio del profeta: De Egipto llamé a mi hijo. Muerto Herodes, el Angel del Señor se apareció en sueños a José en Egipto y le dijo: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre, y ponte en camino de la tierra de Israel; pues ya han muerto los que buscaban la vida del niño» El se levantó, tomó consigo al niño y a su madre, y entró en tierra de Israel. Pero al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allí; y avisado en sueños, se retiró a la región de Galilea, y fue a vivir en una ciudad llamada Nazaret; para que se cumpliese el oráculo de los profetas: Será llamado Nazoreo.
SERMÓN
Un avinagrado y catolicísimo señor me comentaba el otro día, desabridamente, que ya Navidad había perdido su espíritu religioso y se había transformado en una fiesta meramente social y pagana. No le discutí: hay que ser respetuoso con las ideas del prójimo y, en parte, es verdad que tenía razón. Pero, sigo pensando que, aún en su parcial decadencia, Navidad continúa siendo una de las celebraciones más intachables del año y en la cual hasta me parece bien que comerciantes judíos y cristianos se llenen de plata vendiendo regalos.
No solo porque la figura del Niño de Belén, a pesar de todos los despojos y desmitologizaciones, es todavía un llamado a la trascendencia hasta para el más coráceo de los ateos, sino porque es una de las contadísimas fiestas que aún pueden llamarse fiestas en nuestro Buenos Aires.
Fiesta no en el sentido burdo del jolgorio excitado por el ruido, el alcohol, la droga, el sexo ‑festichola de sábado a la noche; domingo hepático y ojeroso‑; ni el de la fiesta de las masas vociferantes: ‘pan y circo’, cancha, Luna Park y pirámide de Mayo. Ni el de la fiesta que hace el mundo del trabajo para, repuestas las fuerzas, poder después trabajar más y mejor. No.
Hablo de la ‘fiesta’ en el sentido antiguo y clásico. Esos días privilegiados en los cuales el hombre interrumpe sus tareas cotidianas –sudor de su frente, preocupación monetaria, lucha por la vida, ojos en la tierra‑ para reencontrarse consigo mismo, con los suyos, con Dios, para sentirse libre, para sentirse digno, para sentirse humano.
¿Y cuándo nos sentiremos más humanos que estando juntos, la familia, en Navidad?
Salía yo de celebrar Misa en Nochebuena a eso de las once en un asilo de ancianas y ‑¡parecía mentira!‑ caminando por las calles me di cuenta de que no había nadie: ni tráfico, ni peatones –apenas dos o tres entristecidos colectivos llevando sus luces muertas‑. ¡Maravilla de la Navidad! ¡Estaban todos en sus casas con su familia!
Y ¿quién en estos días no ha sentido la maravillosa felicidad de estar unido con los suyos en la verdadera alegría? O la pesadumbre inmensa de no tener familia, o del tenerla lejos, o agrietada por el rencor o el olvido o las definitivas ausencias.
Por eso, aunque no nos hiciera reencontrarnos con Dios, Navidad es siempre la ocasión de pensar en los verdaderos valores de esta vida. Porque estas navidades que nos hacen ver que, aún en medio de las dificultades y la pobreza, es posible ser felices si nos rodea el manto del cariño y la amistad de los nuestros. Y que, aún en la riqueza y el éxito mundano, estamos heridos en lo más profundo si no hay amor, si mi familia es un desastre.
Estas navidades –digo‑ a todos han de servirnos para reordenar las metas de la existencia, para pulsar la calidad de lo que hemos construido, para desembarazarnos de las preocupaciones secundarias que nos han extraviado detrás de falsas fuentes de felicidad.
Hoy, pegada a la Navidad –amor de Dios al hombre‑, la Iglesia celebra el día de la Sagrada Familia, de la familia –amor de los hombres entre sí‑. Y en estas dos conmemoraciones se compendian todas las posibilidades de humana felicidad. Ya que si la Felicidad con mayúsculas depende de nuestra respuesta y amistad al Dios encarnado, la única felicidad verdadera que somos capaces de labrarnos aquí en esta tierra depende de la amistad con los nuestros. Porque si el ser humano ha sido creado para amar y ser amado –amar a Dios, amar al prójimo‑ según el mandato del Señor ¿cómo no va a ser desdichado si no ama a Dios o si no se sabe amado por El? ¿Cómo no va a ser infeliz si no quiere a nadie y no hay nadie que le quiera?
Porque vean que Cristo, en su mandamiento, no dice amen a ‘los hombres’ o a ‘la Humanidad’, sino amen al ‘prójimo’, al ‘próximo’. Porque El sabe que el amor humano solo se puede dar del ‘tú’ al ‘tú’. Es falso decir que amo a los demás, que cumplo con Cristo, si digo querer y preocuparme por el negro de los Estados Unidos, por el vietnamita, por el palestino, por los hambrientos de la India, por los pobres, por la humanidad, pero no quiero al que está a mi vera, a mi vecino y, sobre todo, a mi familia.
Por eso, realísticamente, el precepto del amor se ejerce privilegiadamente en el seno de la familia y, por esto también, realísticamente, es en el seno de la familia donde se juega principalmente mi éxito o fracaso como hombre y aun como cristiano.
Podré ser un excelente estudiante o profesional, magnífico ingeniero o médico, gran cuenta bancaria, luengo auto, político de nota, excelente camarada de parranda o de café, pero si mi familia anda mal, si soy mal hermano o mal hijo o mal marido o mal padre o mala mujer, en lo principal, señores, quedaré frustrado y por tanto infeliz.
¡Ah belleza de las navidades de tíos y tías, abuelos y abuelas, primos y hermanos, hijos y padres, todos juntos y amigos! Bebes que lloran, chicos que gritan, adultos que hablan y que ríen, ancianos que meditan y sonríen. ¡Mezquina Navidad de la familia a píldoras: el único hijo solitario cargado de regalos costosos pero solo y sin hermanos! ¡Tristeza navideña de los lugares vacíos –“la silla que ahora nadie ocupa”‑ y que, ayer nomás, la Navidad pasada, holgaban en nuestra alegría! ¡Amargor de la Nochebuena del arbolito desgajado, en el que el viento del rencor y la pelea apartaron una rama! ¡Frialdad del regalo hipócrita y la sidra sin burbujas que navegó en la mirada indiferente del extinguido amor!
Si, señores, si la felicidad puede medirse, si el éxito auténtico contabilizarse, eso solo es posible en el libro de entradas y salidas del amor de familia.
Construyamos y defendamos la nuestra ‑presente o futura‑ en el trabajo más importantes y honorable que la Providencia nos señala.
Porque la familia no solo es y será el ámbito que, en definitiva, nos hará o no felices, sino porque es allí donde realmente probamos el precepto del amor. Y porque es de allí de donde saldrán fundamentalmente formados o deformados quienes luego, en las arenas de la vida, construirán o destruirán la patria.
Jesús, José y María les enseñen y rueguen por Vds.