1997.Ciclo C
LA SAGRADA FAMILIA DE JESÚS, MARÍA Y JOSÉ
(GEP 1997)
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 2, 41-52
Los padres de Jesús iban todos los años a Jerusalén en la fiesta de la Pascua. Cuando el niño cumplió doce años, subieron como de costumbre, y acabada la fiesta, María y José regresaron, pero Jesús permaneció en Jerusalén sin que ellos se dieran cuenta. Creyendo que estaba en la caravana, caminaron todo un día y después comenzaron a buscarlo entre los parientes y conocidos. Como no lo encontraron, volvieron a Jerusalén en busca de él. Al tercer día, lo hallaron en el Templo en medio de los doctores de la Ley , escuchándolos y haciéndoles preguntas. Y todos los que lo oían estaban asombrados de su inteligencia y sus respuestas. Al verlo, sus padres quedaron maravillados y su madre le dijo: «Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Piensa que tu padre y yo te buscábamos angustiados» Jesús les respondió: «¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?» Ellos no entendieron lo que les decía. El regresó con sus padres a Nazaret y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba estas cosas en su corazón. Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia delante de Dios y de los hombres.
SERMÓN
No es casual que después de festejar Navidad la Iglesia quiera celebrar la fiesta de la sagrada Familia.
La encarnación sería algo puramente mítico, mágico, irreal si no se hiciera en el marco humano donde cualquier persona se hace verdaderamente hombre. Los animales inferiores -los insectos, por ejemplo- nacen con un bagaje de programaciones instintivas que los hace, inmediatamente al nacer, independientes de sus progenitores. Muchos ni siquiera conocen nunca a sus padres ni son conocidos por ellos. Pero en cuanto avanzamos por la escala zoológica vemos que la dependencia de la progenie con respecto a ellos se va haciendo cada vez mayor. Los mamíferos superiores necesitan años para hacerse adultos en dependencia no solo nutritiva sino de enseñanzas respecto de sus padres. Cachorros nacidos en zoológicos que no han podido ser educados por sus mayores, si se los suelta de grandes en su medio natural son totalmente incapaces de valerse por si mismos y aún en el zoológico presentan con sus congéneres problemas de conducta.
Pero el caso de dependencia más prolongada entre todos los animales es el del ser humano. Es lo que se denomina la 'neonatia', el período de neonatos, que en la especie hombre dura por lo menos 13 o14 años. Y a diferencia del resto de los seres vivientes siempre queda vinculado a sus padres.
Hablar del bebe o del niño Jesús resulta pues sumamente tierno, y todos miramos con veneración y cariño al muñequito que ponemos en nuestro pesebre; pero debemos decir que recién Cristo adquirirá su personalidad de hombre su capacidad de sentir y pensar humanamente muchos años después. " El niño crecía y se fortalecía y se llenaba de sabiduría y el favor de Dios estaba sobre él " escuchamos en el evangelio de hoy. Y ese crecimiento, fortaleza y saber que iba adquiriendo lo hacía sobre todo en el seno de su familia, en contacto con su padre y con su madre. Sería impensable el Jesús que hoy conocemos si hubiera sido dado a luz o aún si hubiera sido educado o adoptado por cualquier otra familia que la suya. Afirmar que Jesús es, además de verdadero Dios, verdadero hombre, implica inescindible, inseparablemente a José y a María, ellos mismos imbricados en sus familias, en su entorno humano y en su patria judía.
No se necesitaron los descubrimiento de la psicología contemporánea para que desde los albores de la humanidad la familia fuera la primera comunidad o institución protegida por tabúes y por leyes. Todas las grandes civilizaciones se construyeron alrededor de la solidez de los vínculos familiares y aún semánticamente siempre los apellidos fueron más importantes que los nombres propios. Cualquier estudioso sabe, por ejemplo, en la historia romana lo difícil que es distinguir a veces los distintos individuos, ya que los miembros directos de una misma familia son llamados todos con el mismo apellido. O la antigua costumbre semita de llamar a las personas con la preposición Ben o Bar , hijo de, Ben Joseph, hijo de José, Bar Jona, hijo de Jonás...
Pero si la tradición familiera de todos los pueblos fuera insuficiente, allí están las constataciones de la psicología y psicoanálisis contemporáneo para indicarnos el papel fundamental que juegan en la formación de la personalidad el influjo, desde tempranísima edad, de las relaciones del nacido con su padre y con su madre.
Y no se trata solo de la educación en cuanto conocimientos y pautas de conducta recibidos de ellos o no a través de la enseñanza y del ejemplo: se trata también de la afectividad, de la capacidad de amar, de sentir, de entablar relaciones de amistad con los demás, de abrirse o no a los otros, de vivir egoísta o altruistamente, de su seguridad frente al mundo y autoestima, incluso de su capacidad de entrega al estudio, al trabajo, y, eventualmente, de ser idóneos ellos mismos para formar una familia. Todo ello dependiente de aquellas relaciones parentales.
Y es sabido que esa personalidad que madura en contacto con los suyos lo hace no solo según el tiempo y cariño que se le dedica, los consejos y límites que se le imponen, el afecto que recibe y que le es permitido dar, sino también en la solidez psicológica que le da el que padre y madre se amen entre sí . Por más que los padres separados se ocupen mal que bien de sus hijos y no los abandonen del todo, sabido es el trauma inconsciente que les producen en su sentimiento de culpa. En realidad cualquier pelea de los padres repercute negativamente en los hijos.
Todo esto es bien conocido; y sería reiterativo abundar en ello. Pero, aún sin estas afirmaciones de los estudios psicológicos, bastarían, para avalar la importancia decisiva de la familia, las verificaciones de las estadísticas respecto al porcentaje mayoritario entre los delincuentes, drogadictos y sujetos con trastornos de personalidad, de los carentes de familias bien constituidas.
Sería increíble, si no fuera porque sabemos que es un intento premeditado de desarticular la personalidad de los pueblos y someterlos a nuevas formas de esclavitud ideológica, económica, mediática y política, que los poderes de casi todo occidente -sabiendo todo ésto- en aras del egoísmo y de la libertad confundida con libertinaje haya finalmente dejado de proteger a la familia y bendecido con inmoral legalidad a la poligamia. Que no otra cosa es el divorcio y la posibilidad de darle el título trucho de matrimonio a cualquier concubinato inestable. Pero mucho más increíble es que, llevados por el ambiente, los cristianos tratemos en sociedad de la misma manera a unos y a otros.
Pero sería demasiado fácil cebarse en la acusación desdeñosa a tantas parejas rejuntadas. Todos sabemos que hay algo en la cultura actual, en la mala formación, en la falta de ejemplos y de preparación, en la total carencia de educación sobre el auténtico amor, en los egoísmos mutuos que nunca han sido controlados, los que llevan a tantos, sin querer, al fracaso matrimonial y al intento desesperado de rehacer su vida. Nadie querrá señalarlos con el dedo ni mirarlos con desprecio. Cualquiera sabe en general los tremendos sufrimientos que provocan y siguen a una separación. Es una herida en la vida difícilmente cicatrizable. ¡Qué difícil distinguir entre culpable y víctima ! Aunque siempre sean víctimas los hijos...
No: nadie quisiera condenar a esta pobre gente sea cual fuere su grado de culpabilidad; y ya sabemos el dicho del Señor : el que esté libre de culpas que tire la primera piedra . Pero es ilógico, que parejas de separados y vueltos a casar -como a otro y peor nivel los contubernios homosexuales- pretendan el mismo honor y trato del matrimonio indisoluble, legítimo y santo. Por el bien de todos es a éste, sin desprotejer ni penar a los otros, a quien se debería -tanto desde el punto de vista legal como de la consideración social- fomentar, ayudar y distinguir; e incluso asistir disuasoriamente a los que tuvieran la tentación de abandonarlo. No solo por el bien de la institución y ámbito en donde nacen y se crían los varones y mujeres sanos de una nación, sino por el propio bien de los cónyuges que están llamados, por naturaleza y por instinto humano, al amor altísimo del que se entrega y se liga para siempre y a quienes ninguna otra cosa inferior, en el fondo, puede satisfacer cumplidamente.
Hoy también deberíamos hablar de la familia numerosa y del bien enorme de los hermanos. Sabido es que la unicidad de Cristo es algo inherente a la excepcionalidad de su misión y que aún así en el evangelio se habla de sus hermanos, es decir de sus primos, en arameo, que lo llenaron de fraternidad y socialización en su niñez. Pero en estas épocas en que resulta tan difícil tomar la determinación casi heroica -y a veces casi imposible- de tener muchos hijos sería ser poco realista insistir en el tema. Los hermanos muchos tantísimo han de agradecer a sus padres esa su generosidad.
Pero seamos más realistas todavía. En estos tiempos de matrimonios destruidos, hijos casi abandonados, situaciones irregulares, pensemos los cristianos no solo en criticar y comentar todo eso desde arriba, sino en lo que podemos hacer por ayudar a toda esa gente lastimada. Apoyen los hermanos a sus hermanos -y sobre todo hermanas- separadas; si son católicos ayúdenlos a vivir cristianamente su separación, apuntálenlos, apóyenlos, rodéenlos de afecto y comprensión, no los dejen solos; y mucho menos les den consejos mundanos de torpes soluciones puramente egoístas y humanas. Los abuelos aunque estén ya grandes y cansados apoyen a sus hijos separados y solos, y sobre todo a sus nietos sin padres o sin madres. Los tíos traten de suplir a los papás descastados que descuidan a sus hijos. Los amigos, los maestros, los superiores, los políticos, los sacerdotes, los prójimos, no dejemos que se arreglen solas las víctimas -marido, mujer o hijos- de las familias mal avenidas o destruidas o separadas... Los que podamos demos, si no hermanos, amigos, a los hijos únicos, a los hijos solos.
Que la sagrada Familia nos inspire, por supuesto, a fundar familias verdaderas, matrimonios santos, convivencias y crianzas cristianas y armoniosas ; pero que también María y Jesús, que se han hecho madre y hermano de todos, nos inspiren a suplir paternidad y fraternidad allí donde falte, aunque eso nos haga salir de nuestra comodidad, de nuestro egoísmo, del ocuparnos solo de los inmediatamente nuestros.