Sermones de LA SAGRADA FAMILIA DE JESÚS, MARÍA Y JOSÉ

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

1998.Ciclo A

LA SAGRADA FAMILIA DE JESÚS, MARÍA Y JOSÉ   

Evangelio según san Mateo Mt 2,13-15. 19-23 
Después que ellos se retiraron, el Angel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y estate allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar al niño para matarle» El se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se retiró a Egipto; y estuvo allí hasta la muerte de Herodes; para que se cumpliera el oráculo del Señor por medio del profeta: De Egipto llamé a mi hijo. Muerto Herodes, el Angel del Señor se apareció en sueños a José en Egipto y le dijo: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre, y ponte en camino de la tierra de Israel; pues ya han muerto los que buscaban la vida del niño» El se levantó, tomó consigo al niño y a su madre, y entró en tierra de Israel. Pero al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allí; y avisado en sueños, se retiró a la región de Galilea, y fue a vivir en una ciudad llamada Nazaret; para que se cumpliese el oráculo de los profetas: Será llamado Nazoreo.

SERMÓN

Una de las ceremonias tradicionales de las familias judías es la del "Bar Mitzva'' , ceremonia mediante la cual el niño judío al cumplir los trece años, edad en que se presume que se convierte en adolescente y comienza a ser dueño de sus ideas, es incorporado plenamente a la comunidad de Israel, con las obligaciones que esto implica. En dicha ceremonia lee por primera vez en público la Torah , comienza a usar las filacterias, hace una profesión de fe y dirige un breve mensaje a los presentes.

Es verdad que se trata de una ceremonia moderna, no existen referencias al Bar Mitzva anteriores al siglo XV, pero, aparte la ceremonia, ya desde antiguo la edad de trece años se consideraba la edad en que el judío entraba en la adultez y, por lo tanto, quedaba comprometido bajo pena a cumplir con la Torah. Desde el año 1967, cuando el Estado de Israel unifica por la fuerza a Jerusalén bajo su poder, se ha difundido en todo el mundo la tendencia, de los judíos que tiene medios para hacerlo, a viajar a Jerusalén y realizar allí la ceremonia.

Algo de esto puede reflejar el relato que hemos escuchado hoy en nuestro evangelio. Si bien hay comunidades judías marroquíes que celebran la mayoría de edad a los doce años, parecería más bien que Lucas señala los doce años de Jesús, solo como signo de su precocidad y de la evidente religiosidad de su familia, capaz de llevar a su hijo a las festividades pascuales antes de la edad prescripta. De hecho todos los relatos de la infancia del Señor señalan reiterativamente el carácter puntillosamente religioso de sus padres. Los evangelistas quizá insistan en estos rasgos o porque, entre los judíos, los galileos en general no tenían demasiada buena fama de cumplidores, o porque les interesaba, cuando escribieron su evangelio, subrayar que Jesús nunca tuvo interés en romper con las costumbres de su pueblo y que fue éste el que lo rechazó a El.

Que la familia de José era sumamente religiosa hoy se destaca afirmando que iban todos los años para la Pascua a Jerusalén; lo cual no parece poco si se piensa que la distancia que tenían que recorrer desde Nazaret, a pie, eran 120 kilómetros , para lo cual se tardaba tres o cuatro días, a los que había que sumar los de vuelta, más los siete que había que permanecer en la ciudad. Por otra parte, solo los varones adultos tenían esta obligación, de tal manera que el que fueran también María y Jesús era índice de una profundísima piedad judía.

En esa época los caminos eran sumamente inseguros, por lo cual, para los traslados, se organizaban grupos numerosos de aldeas vecinas que se unían para emprender el viaje. Los varones iban separados de las mujeres y los niños y, sin duda, se trataría de una peregrinación alegre, ya que en esas caminatas se reencontraban viejos vecinos, se anudaban nuevas amistades, las mujeres se pondrían al día de vida y milagros de todos los conocidos, y los chicos formarían grupos bulliciosos incansables escapando a las madres y correteando de un extremo al otro de la caravana. Uno de los mayores tenía a cargo controlarlos y vigilarlos. Todo se hacía en comunidad.

Aún en Jerusalén, los galileos -como otras provincias y naciones- tenían como lugar de estadía permanente una posada al este de las murallas, en Betania, a la cual se añadían carpas y tiendas cuando la afluencia de gente era mucha. Allí comían y pernoctaban durante los siete días de los festejos pascuales, yendo cotidianamente al templo a orar y ofrecer sus sacrificios, entre ellos el del cordero pascual, que se inmolaba el 14 de Nissan y debía asarse y comerse el 15, fecha de Pascua.

Es sabido que ni siquiera al templo varones y mujeres podían ir juntos. Ellas tenían prohibido pasar del ' patio o atrio de las mujeres ', desde no veían nada, separadas como estaban del ' atrio de los varones ' por un muro desde cuya terraza algunos levitas dirigían sus oraciones. Los hombres en cambio pasaban a colocarse alrededor del altar de los sacrificios, frente al templo, en el cual, nadie podía ingresar, excepto sacerdotes. Los chicos muy chicos se quedaban con las mujeres. Más en la periferia todavía estaba el patio o atrio de los paganos o de los gentiles. Es posible que Jesús, aprovechando su privilegio de mayorcito, no dejara de entrar con José cerca del altar, mientras su madre quedaba afuera.

Claro que siete días es mucho tiempo y los hebreos no se pasaban toda la jornada rezando en los atrios del templo. En realidad, sabiendo de la enorme concurrencia de fieles para esas fechas, comerciantes de toda la comarca se instalaban en la ciudad y sus alrededores, tipo ferias, para ofrecer variedad de productos. Y revisar los puestos era toda una diversión. Era como hoy, que para muchos es un paseo ir a dar vueltas por Carrefour o Jumbo o los Shoppings. Además había cantidad de espectáculos, acróbatas, payasos, dando vueltas por todas partes...

Pero, claro, lo frívolo para José y María ocuparía la menor parte de sus actividades. En realidad, como también en Grecia y en Roma, dado que en aquella época no había libros al alcance de todos, ni radio, ni Explorer, ni Quality por la televisión, el ir a las grandes ciudades era para los aldeanos ocasión de aprender. Es sabido que en los pórticos de las termas, los foros y las ágoras de las grandes urbes, griegos y romanos se reunían para escuchar las diversas ofertas intelectuales que filósofos, políticos y sabios de toda laya ofrecían a quienes los quisieran escuchar, repartidos por esos inmensos corredores cubiertos que eran los pórticos. Algo así como todavía hoy en Hyde Park en Londres. Así enseñaba por ejemplo Sócrates en Atenas.

Herodes, gran admirador de la cultura y el arte griego, había construido en Jerusalén dos colosales pórticos flanqueando el atrio o patio de los gentiles, el más exterior de los del templo, uno, mirando al torrente Cedrón, el "pórtico de Salomón" y el otro, mirando al sur, el llamado "pórtico regio", construcción verdaderamente monumental, digna de Atenas o de Roma, formada por 162 inmensas columnas rematadas por capiteles corintios dispuestas en cuatro hileras, de modo de formar tres alargadas naves. Bajo el 'pórtico de Salomón', se juntaban los paganos y gentiles a hacer sus negocios y hablar de política, se acumulaban también allí los cambistas y vendedores de ovejas y palomas. Bajo el 'pórtico regio' en cambio se reunían los maestros ambulantes, los escribas, rabíes y los doctores de la ley, formando diversos grupos y rodeados de discípulos, oyentes y curiosos, que de vez en cuando dejaban caer frente a ellos alguna moneda para pagar sus servicios o su sabiduría.

Allí, donde más de una vez, cuando ya en su vida pública, Jesús predicará autorizadamente a sus seguidores, ahora, muchachito de doce años, al lado de María y de José, escucha atentamente las enseñanzas de los maestros de Israel y recorre gravemente los grupos.

Los detalles del relato de hoy se nos escapan: cómo la caravana de galileos parte de Betania sin que nadie parezca darse cuenta de la ausencia de Jesús, -José pensando que estaría con su Madre; María pensando que, ahora que ha entrado en el patio de los hombres, viajaría con José; o ambos confiando en la vigilancia del responsable de los chicos, vaya a saber-. El asunto es que, cuenta Lucas, terminada la primera jornada de regreso, descubren que Jesús no está. Tardarán otra día más para retornar a Jerusalén. Estarían preocupados, pero no tanto: Jesús era un chico grande y seguramente habría encontrado refugio a la noche en la posada de los galileos en Betania. Es verdad que ellos tendrían que haberse fijado antes; sobre todo sabiendo lo distraído que es Jesús y, a pesar de ser un chico tan alegre y tan dado, lo ausente que se lo ve a veces, sumido en meditaciones que, cada vez que lo mira así, agitan ansiosamente el pecho de la Virgen. Hijo de Dios, si, pero, al fin y al cabo, tan, tan hijito suyo. " Oh Dios se que un día me lo sacarás, pero, por favor, que no sea tan pronto ", -ha rezado tantas veces María-. Y esa es su angustia hoy buscándolo.

Al tercer día están en Jerusalén -vaya a saber también si lo de los tres días es una cifra exacta o simplemente una alusión que quiere hacer Lucas a " al tercer día resucitó " de nuestra fe-. En Betania les informan que Jesús se ha ido temprano al centro de la ciudad. Terminada la pascua ya no queda tanta gente y se han ido casi todos los mercaderes, feriantes, y actores. Solo permanecen, al servicio de los peregrinos habituales, los cambistas y vendedores de palomas y corderos y, por supuesto, los maestros de Israel, con su discípulos permanentes, ya con menos curiosos y escuchas ocasionales. Es -por supuesto- en uno de esos grupos en donde encuentran María y José a su hijo, haciendo preguntas maduras a los rabinos, sorprendidos frente a este niño despierto e inteligente, tan distinto a los pajueranitos boquiabiertos que suelen detenerse en Pascua por allí.

Sea lo que fuere de la versión exacta que puedan haber tenido las palabras y los hechos de esos días, este lejano recuerdo de María, y que ella ha atesorado en su corazón como el preanuncio del desgarrón de sus entrañas de madre cuando tuvo que entregar totalmente su hijo al Padre en la cruz, Lucas, muchos años después, lo aprovecha en su evangelio para colocar en labios de Jesús sus primeras palabras, que son nada menos que la presentación de Cristo como Hijo de Dios. "Debo ocuparme de los asuntos de mi Padre".

¡Qué relámpago de tristeza en este diálogo habrá nublado los ojos tanto de Jesús como de María y José, cuando los tres reviven allí esa pertenencia superior de Jesús al Padre Dios, que un día, con lágrimas y sangrando el corazón, habrá de separarlos hasta su definitivo reencuentro en el cielo!

Después de ese breve instante de dolor -en el cual los tres toman conciencia otra vez de esa misión divina que han aceptado libremente pero que humanamente los lacera- se habrán unido fuertemente, en silencio, en un profundo abrazo; renovado en el templo su ofrenda a Dios, y vuelto hacia Nazaret, meditativos, pero decididos y firmes, uniéndose a algún grupo de viajeros más o menos conocido

Allí las cosas, dice Lucas, retoman la normalidad, Jesús les estaba sujeto como buen hijo, y crecía en saber, en estatura y en gracia delante de Dios y de los hombres.

 

La Iglesia aprovecha la liturgia de este primer domingo después de Navidad, para celebrar la fiesta de la Sagrada Familia , y suelen tomar la ocasión los predicadores para referirse a la importancia de la familia para la vida de las personas y las sociedades. No lo haré hoy para no alargar el sermón. Baste acudir a los reiterados llamados del Papa en defensa de la familia frente a los ataques contemporáneos a ésta promovidos inclusive desde organizaciones internacionales.

Baste revisar cualquier estadística de criminalidad, drogadicción, locura, desórdenes de la personalidad, homosexualidad, suicidios y otras desgracias de nuestra época y ver como la mayor parte de sus protagonistas pertenecen a, de una manera u otra, privados de familia, para darse cuenta, sin mucha predicación ni teoría, de las pavorosas consecuencias que trae en la personalidad de los que nacen y crecen la destrucción de aquella, de sus valores, de su normalidad...

Baste, en sentido contrario, la repugnancia que causan en cualquier mente sensata los extremos a los cuales llegan jueces y legisladores perversos, capaces hasta de entregar en adopción a inocentes indefensos a parejas de enfermos sexualmente depravados.

Pero detengámonos brevemente y, para terminar, en la lección profunda que nos da el evangelio de hoy sobre el sentido de misión que nuevamente han debido traer a su mente los padres de Jesús.

También, como María y José, los padres cristianos han de saber que sus hijos siendo ciertamente suyos, son sobre todo hijos de Dios. Cada hijo que nace en una familia católica es un regalo de Dios, pero, al mismo tiempo, altísima misión y responsabilidad. Dios nos los encomienda no solo para que los formemos para esta sociedad ingrata, disoluta y perecedera, por más bienes y placeres con los cuales nos quiera halagar, sino sobre todo y ante todo para que los formemos como Hijos Suyos y los encaminemos, en el respeto de los valores evangélicos, hacia la casa del Padre. Tengo que hacer carne en mi mismo la convicción de que los hijos que crío, educo y guío, son, antes que míos, hijos de Dios y como tales amarlos y respetarlos. No tengo sobre ellos más derechos que los que Dios me delega, y gravísima y sublime obligación de educarlos y llevarlos adelante según su ley .

Y también han de saber los hijos, cuando como Jesús adolescente, asumen su libertad, que desde entonces, por más confianza y camaradería que se tenga con los padres, hasta la mayoría de edad y mientras vivan en su casa, han de estarles sujetos en legítima obediencia, amor y veneración; pero que, aún así, ningún padre, con su palabra o con su ejemplo, si desdichadamente falla en su deber de padre -o de marido o de mujer- , permisivo o corrupto, puede eximirlos de tener que obedecer -aún con humana pena- antes que nadie a Dios, a la belleza del evangelio, a la alegría de sus valores, a la fascinante altura de sus metas, a las exigencias a veces duras de su código de honor.

Literalmente significa, 'hijo de las normas'.

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