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Pbro. Gustavo E. PODESTÁ
S. TH. D., Prof. Ordinario de la Facultad de Teología de la UCA. Buenos Aires.

"EL PAPA Y LA ARGENTINA "

(Hora santa en preparación a la venida del Papa, predicada en San Benito el viernes 27 de marzo de 1987, habiéndose leído durante ésta los textos Ez 34, 11-16 y Jn 21, 15-19)

Es el ocho de Enero de 1824. Ciudad de la Santísima Trinidad del puerto de Santa María de Buenos Aires. El río de la Plata lame, casi, con sus aguas, los muros exteriores del fuerte, ex-residencia del Virrey, sede ahora del gobierno independiente en manos del gobernador Martín Rodríguez y de su omnipotente ministro Bernardino Rivadavia.

Se ven barcos de vela fondeados a lo lejos. Barcazas y carretas de altas ruedas que llevan y traen desde las naves hasta la costa mercadería y pasajeros. Más cerca de la orilla algunos aguateros cargan agua. En las ollas de la tosca baja del río algunas mulatas lavan ropa.

Sin embargo, el movimiento en el río es hoy -ocho de Enero de 1824- menor que el habitual.

Lo que es, en cambio, un hormiguear de gente son las calles aledañas a la 'Fonda de los Tres Reyes'. -Una de las pocas posadas que había entonces en Buenos Aires y que estaba ubicada a un paso del fuerte, en donde está hoy el Banco Nación, en Rivadavia y 25 de Mayo-. Una extraordinaria multitud se agolpa frente al edificio; sobre todo gente humilde: jóvenes y viejos, negros, pardos y mestizos.

De pronto, desde la vieja recova, avanza hacia la posada un hombre de unos cuarenta y seis años, vestido de civil, de aspecto noble y austero. El pueblo, al verlo, le va abriendo camino con respeto. Es el General Don José de San Martín quien, después de su campaña libertadora, de paso por Buenos Aires, partirá el próximo 10 de Febrero hacia el exilio, asqueado de las luchas de los partidos por el poder.

Pero ahora, -memorando quizá lo que Belgrano, al entregarle el mando del ejército del Norte, le escribiera: "Recuerde que es Vd. un general católico, apostólico y romano"- va a rendir su homenaje y besar el anillo episcopal del primer representante del Papa que toca tierra americana en la historia: Monseñor Juan Muzi , Arzobispo titular de Filipos, Vicario Apostólico de Su Santidad el Papa León XII.

Esto de que sea el primer representante del Papa en América quizá pueda resultar a alguno sorprendente, pensando que ya hacía casi cuatro siglos que la Iglesia cumplía en América su tarea evangelizadora. Pero, como casi todo el peso de la misión había caído sobre las espaldas de España y, en aquella época, las comunicaciones eran extremadamente dificultosas, para proveer más eficazmente a los cargos pastorales, la Santa Sede había concedido el "patronato" y, por lo tanto, el derecho a nombrar obispos y párrocos y hasta de legislar en materia eclesiástica, a la Corona de España.

De tal manera que, entre Roma y la Iglesia en América, mediaban siempre el Rey y el Consejo de Indias. Esto trajo muchas ventajas para la Iglesia, pero también muchísimos problemas. Sobre todo a partir del cambio dinástico del trono de España de los catolicísimos Austrias a los nefastos Borbones, quienes abrieron las puertas de la península ibérica al liberalismo y las logias y, con su despotismo ilustrado, pretendieron servirse de la Iglesia y no servirla, como habían hecho los Austrias.

Precisamente uno de los gravísimos problemas suscitados fue, después de la independencia, el cómo proveer a los nombramientos eclesiásticos. No acabada aún la lucha, pero ya casi todo el continente alzado en armas contra los Borbones, el Rey no podía designar obispos y, aunque los nombrara, los criollos no los iban a aceptar.

En esa situación aún poco clara -y en medio de los rumores de que las revoluciones americanas no eran solo antimonárquicas sino anticatólicas y masónicas- la Santa Sede estaba impedida de nombrar, tan pronto, obispos pasando por encima a los derechos de España a quien tanto se debía.

Por otra parte, los gobiernos de facto americanos pretendían ahora ejercer ellos el Patronato, que, como excepción, había tenido España. La Santa Sede, pues, estaba jaqueada por dos lados: uno, España que pedía al Papa que condenara la revolución y exigiera a los criollos el sometimiento a la Corona. Otro, los gobiernos patriotas, que exigían que Roma los reconociera como legítimos y les diera el Patronato.

Fíjense, aquí, la prensa de Buenos Aires, para denigrar a Muzi, decían que era un " ministro de la Santa Alianza, de la reacción, mandado a América para espiar su posición y estado y favorecer los intereses del Rey de España ". ¡Contraste singular!, en Mallorca, Muzi había sido mantenido preso por las autoridades reales porque, según ellas " venía a favorecer a los revoltosos americanos ".

Y eso a pesar de que el pobre Papa había escrito: "Nos -en aquella época se usaba aún el plural mayestático- ciertamente estamos muy distantes de mezclarnos en los negocios políticos respectivos al estado público: nuestra solicitud se dirige únicamente a todo lo que mira a la religión y a la Iglesia de Dios que gobernamos, atendiendo a la salud de las almas, como es propio de nuestro ministerio".

Pero esto ¡qué difícil de entender! La Iglesia, encarnada siempre en circunstancias humanas concretas, nunca ha podido evitar totalmente enredarse en cuestiones políticas. Ahora mismo vemos como la visita de Juan Pablo II , que solo quiere ser -como dicen nuestros Obispos- " pastoral y evangélica ", no deja de intentar ser instrumentada políticamente por algunos sectores.

Cuando la 'misión Muzi' llega a nuestro puerto -en realidad camino a Chile donde había sido pedida a Roma por O'Higgins- Buenos Aires está sin obispo. El último había sido Lué que, desde 1810, por pertenecer al partido contrario a Moreno, no podía ejercer su ministerio y muere, presuntamente envenenado, en 18l2. En realidad todo el país está sin obispos, porque Orellana, de Córdoba -el que casi es fusilado con Liniers en Cabeza de Tigre - ha sido expatriado a España, y Videla del Pino, el de Salta, también había muerto.

El gobierno eclesiástico queda en manos de sacerdotes que, como 'Vicarios Capitulares' o 'Provisores', tratan de hacer lo que pueden, con poderes limitados, dudosa jurisdicción, y sin poder ordenar sacerdotes ni dar la Confirmación.

Para peor, en Buenos Aires, Bernardino Rivadavia está empeñado en crear una Iglesia separada de Roma, nacional, liberal y popular. Expropia todos los bienes de la Iglesia, suprime un montón de conventos, reforma el Derecho Canónico, hace deponer al último legitimo Vicario Capitular -el P. Medrano - con la complicidad de sacerdotes aseglarados como el P. Agüero y el P. Valentín Gómez y hace nombrar a un títere suyo, el P. Mariano Zavaleta, como Provisor, con el título de 'Presidente de la Iglesia'. Los canónigos reciben el título de 'senadores' de esta iglesia.

Imagínense pues Vds. la gracia que le causaría a Rivadavia -que se consideraba casi una especie de Papa- la llegada de Mons. Muzi. Algo así como la gracia que le causó a Ortega la visita de Juan Pablo II a Nicaragua.

De hecho Mons. Muzi -que tiene el pasaporte que lo acredita como plenipotenciario del Papa- es obligado a desembarcar de noche -el 4 de Enero-, sin ninguna recepción oficial. El gobernador Martín Rodríguez, para no tener que verlo, se retira a su casa de campo y Rivadavia, días después, a las cansadas, lo recibe en el Fuerte con enorme frialdad.

El P. Mastai-Ferretti, joven sacerdote que hacía de secretario de Muzi, describe así la escena: " Citósenos la mañana del nueve y fuimos recibidos con diez o doce oficiales en antesalas. Su fisonomía -escribe Mastai aludiendo a Rivadavia- era israelítica. Hizo gala de una repugnante y soberana prosopopeya ." y corta rápidamente la entrevista.

Al día siguiente, por medio del P. Zavaleta -"vil servidor del. gobierno secular", como informa Muzi a Roma- hace saber a éste que le prohíbe terminantemente el ejercicio de su ministerio, que abandone cuanto antes la Ciudad y que, mientras tanto, no se mueva de la posada.

Es por eso que San Martín, que desprecia profundamente a Rivadavia, va dos veces a visitar a Muzi públicamente.

En realidad Rivadavia teme que se le subleve el pueblo. La gente está indignada, porque, salvo Rivadavia y algunos políticos y periodistas liberales y masones que detentan el poder "con infernal conducta, desastrosa administración y dividiendo los ánimos" -como escribe poco después San Martín a O'Higgins-, salvo ellos, la inmensa mayoría del pueblo porteño es fervientemente católico y firmemente adherido al Papa.

Ante la furia de Rivadavia la multitud se renueva día y noche frente a la Fonda de los Tres Reyes, con vivas a León XII y a Muzi, rezando el Rosario y tratando de ver al Arzobispo para pedir su bendición.

Partió Mons. Muzi la mañana del 16 de enero -informa Mastai-Fersetti, el secretario- " entre una gran multitud de pueblo que sentía vivamente la extravagancia de su gobierno y manifestaba a los enviados de la Santa Sede la más sincera adhesión".

Pero quizá ya sea hora de decir que este Mastai-Ferretti -algunos de Vds. ya lo saben- es también el primer Papa o, al menos, el primer futuro Papa, que pisa el territorio de América y, precisamente, en nuestro país. Porque Juan Maria Mastai Ferretti sería elegido sucesor de San Pedro, bajo el nombre de Pío IX en el año 1846.

Es el Papa que perderá gran parte de su poder político cuando las tropas de los Saboya usurpen Roma y los Estado Pontificios. Gana, en cambio, influjo religioso, define el dogma de la Inmaculada Concepción y reúne el Concilio Vaticano I, en 1.870, que, entre otras cosas, declara la infalibilidad papal. Concilio en el cual pudo participar por fin un obispo argentino, Mons. Escalada, ya arzobispo de Buenos Aires, a quien Pío IX, en conversación privada, recordaba el buen recibimiento que le habían hecho tantos años antes los argentinos.

Hasta donde alcanzaba el poder de Rivadavia, Muzi fue ignorado por las autoridades y constantemente incomodado y obligado a seguir adelante. El pueblo fiel, en cambio, lo recibía triunfalmente en todos lados. Recién a partir de Córdoba los gobiernos de esa provincia y de Mendoza, unidos a su pueblo, acogen alborozados a los representantes de la Santa Sede. San Luis, Salta, Santa Fe -y hasta el mismo Simón Bolívar desde Huánuco- les envían mensajes de adhesión y proponen entablar relaciones inmediatas con la Santa Sede.

El cabildo de Santa Fe, por ejemplo, en una larga nota repudiando la actitud de Buenos Aires "puesto que tememos que la Iglesia bonaerense, si no es ya cismática esté próxima a serlo" escribe: "Nosotros, Ilustrísimo Señor, no pretendemos más que una justa y legitima emancipación, para cuyo logro hemos procurado siempre evitar la infame nota de rebeldes y de apóstatas, convencidos de que podemos muy bien ser libres e independientes, sin ser ingratos para con nuestros antiguos monarcas, ni desobedientes al Padre común de todos los fieles"

Este era el sentir nacional

Pero actitudes como las de Rivadavia fueron las que desencadenaron después las guerras civiles que ensangrentaron nuestra patria, cuando la intolerancia porteña, el centralismo y el desprecio a la Iglesia y a las tradiciones populares, provocaron el alzamiento de los caudillos del interior que enarbolaron justamente banderas con lemas como el de "Religión o Muerte".

Sería largo ahora relatar los avatares que signaron las relaciones de la Argentina y Roma. Baste decir que relaciones diplomáticas formales recién se normalizaron en el año 1906 y, mucho después, es el gobierno del General Onganía el que renuncia definitivamente a la pretensión del Patronato y de inmiscuirse en los asuntos de la Iglesia.

Pero lo que es necesario decir es que, salvo cortos períodos y hasta hoy en día, la actitud argentina frente a Roma se ha visto marcada por el contraste entre la clase ilustrada que maneja desde Buenos Aires la política, la instrucción y la cultura -liberales y, luego, también marxistas, que han variado en sus tácticas desde el enfrentamiento desembozado a Roma y a la Iglesia, hasta enmascararse de señales de respeto y lindas palabras pero demoliendo por atrás o desde dentro y poco a poco- por el contraste, digo, entre esta dirigencia apátrida y el verdadero y hondo sentir del pueblo argentino, raigalmente cristiano y siempre devoto a su Pastor universal.

¡Y como no recordar pues la venida a la Argentina del segundo Papa o futuro Papa que visitó nuestro suelo! el entonces Eugenio Cardenal Pacelli, luego Papa Pío XII, en el grandioso Congreso Eucarístico Internacional que se realizó en nuestro país en el año 1934!

También entonces, después de décadas de gobiernos masónicos y liberales reñidos con el pueblo y el ser nacional, parecía -con la ley de matrimonio civil, la tristemente famosa 1420 sobre la instrucción laica, la reforma universitaria, la acción de los protestantes, la inmigración indiscriminada, el laicismo ateo, la vida regalada del 900, el afán de riquezas, las logias, el periodismo.- parecía que la fibra católica y romana de la nación había sido comprometida.

Algunos acontecimientos aislados, como por ejemplo la gran batalla contra el divorcio del año 1902, habían indicado, empero, que el catolicismo argentino seguía vivo, que había brasas debajo de las cenizas. Pero, aún así, lo público, lo que se enseñaba en las aulas, se leía en los diarios y se escuchaba por radio, lo que parecía moderno, elegante y culto, era el escepticismo y la indiferencia, cuando no el abierto ataque a Dios y a su Iglesia.

Por eso el aparente milagro y la rabia del adversario cuando las masas de Buenos Aires -¡varones que hasta el día anterior no se hacían ver en los templos!- se volcaron a las calles para adorar la presencia de Cristo en la Eucaristía y vivar la Iglesia y al Papa en su representante al Cardenal Pacelli.

Aparente milagro, digo, porque, a pesar de los gobiernos y la escuela laica, el seno de los hogares continuaba siendo católico. ¡Papel admirable de la mujer argentina que, a pesar de todos los embates exteriores de la política y la cultura extranjerizantes -que hacían los varones-, siguió, en el interior de sus familias, instruyendo a sus hijos en la fe de sus mayores!

Y no hablaremos ya, porque está muy fresco en la memoria de todos, de la última venida de un Papa, éste si ya Papa, Juan Pablo II, en las dramáticas circunstancias que todos recordamos; ni de su intervención paternal, a pedido del gobierno, para evitar el conflicto con Chile, en una mediación que, como toda mediación, es siempre crucificante, porque nunca puede dejar totalmente contentos a los dos lados.

Ahora pensemos en la inminente llegada del Papa, por segunda vez, a nuestra Patria y tratemos de despojarnos de todas las connotaciones políticas que esta visita pueda suscitar, e incluso enfriar nuestro entusiasmo. Él quiere sencillamente venir como el Buen Pastor del cual nos han hablado las lecturas de hoy, porque ama al Señor y porque ha aceptado la agobiante misión de apacentar a sus ovejas.

Todos sabemos los difíciles momento que vive nuestro país, que no son sino continuación de nuestra historia: la lucha de nuestro ser nacional cristiano contra las "visiones inadecuadas del hombre" que, según nuestros obispos latinoamericanos en Puebla, pugnan por introducirse en nuestro continente: el liberalismo, el marxismo, el consumismo -dicen-, el psicologismo freudiano, el estatismo, la tecnocracia y, por otro lado, las sectas protestantes, el espiritismo, las doctrinas orientales...

Todo esto más peligroso que nunca, porque servido desde los poderosos medios de difusión que, penetrando en los hogares, hipnotizan a las masas y cambian despóticamente sus ideas y costumbres. Para peor en una familia que, aún conservándose fundamentalmente sana, ya empieza a mostrar señales de deterioro, de disolución. Con la mujer que cada vez puede estar menos en su hogar educando a sus hijos, por las condiciones económicas adversas, por falsas ideas de liberación femenina, por el permisivismo sexual y la pornografía que dificulta el ejercicio del verdadero amor y su apertura creadora y procreativa. Cada vez, desdichadamente, más matrimonios separados e hijos huérfanos con padres vivos.

Y también -¿porqué no mencionarlo?-, en las proximidades del medio milenario de la evangelización de América, el peligro de un falso indigenismo, fomentado por el marxismo, que quiere desconocer la raigambre hispánica y por lo tanto romana de nuestro catolicismo. "¡Cristo es romano!" decía Pablo VI. Catolicismo que supo sublimar todo lo bueno de la cultura indígena, allí donde la había en nuestra América, y mestizarse con ella.

Si, todo esto es verdad. Pero, claro, también sabemos que, en nuestros días, hay mucho católico comprometido en la Argentina y, también, mucho cristianismo dormido y dispuesto a despertar si se le da la ocasión.

¡Ojalá esa ocasión pueda ser la venida del Papa! Nadie, ni siquiera la televisión oficial podrá ignorar su presencia. Quizá muchos quieran usar esta presencia y sus palabras, eligiendo esa o aquella frase, este o aquel gesto, acentuando algunos aspectos de su misión, acallando otros, incluso, acaso, tratando de dividirnos.

Pero nosotros, argentinos y católicos, le veremos como lo que es: el buen Pastor, el Sucesor de Pedro, el Obispo de Roma, el encargado de confirmarnos en la fe, el que vendrá a gritarnos otra vez la buena noticia de Jesús y de la llegada de su Reino. Reino que, gestado en nuestros corazones y en nuestros actos por la fe, la esperanza y la caridad, podrá incluso salvar el ser nacional -el verdadero, el oculto, la patria real no la oficial- y conducirnos a los pastizales eternos.

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