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Pbro. Gustavo E. PODESTÁ
S. TH. D., Prof. Ordinario de la Facultad de Teología de la UCA. Buenos Aires.

Quinto día de la novena al Sagrado Corazón de Jesús

San JosÉ de Flores 1971

Ayer hablaba de cómo el Corazón de Jesús nos llamaba a todos a ser santos. Muchos de Vds. se habrán preguntado ¿no es demasiado pretender? Apenas podemos ser buenos ¿cómo vamos a ser santos? Me conformo con salvarme.

Y, sin embargo, ayer señalaba, el Corazón de Cristo nos llama insistentemente a la perfección: “ Sed perfectos como mi Padre es perfecto ”.

¿Acaso Dios puede pedirnos o sugerirnos cosas imposibles?

Pero, quizá, debamos preguntarnos, antes, en qué consiste la santidad, para ver si nuestra falta de impulso a hacernos santos no proviene de alguna falsa idea que de la santidad tengamos.

¿Será santidad acaso la dura escuela de la penitencia corporal: la espalda desgarrada a azotes de San Pedro de Alcántara; el pecho llagado por golpes con la piedra de San Jerónimo ; los ayunos imposibles de Santa Lutgarda; las vigilias pasmosas de Santa Catalina; las mortificaciones terribles de Santa Rosa de Lima o San Macario ?

¿O, quizá, la posibilidad de hacer milagros de los taumaturgos?

¿O de elevarnos por los aires como san José de Cupertino o San Pablo de la Cruz ?

¿Irse al desierto? ¿Subirse a una columna como Simón el Estilita ? ¿Pasarse el día en la Iglesia? ¿Ingresar a un convento?

¡Hemos leído tantas historias de santos y nos hemos siempre sentido tan lejos de ellos! ¡Hemos visto muchas imágenes y muchas estatuas y nos han parecido todas tan fuera de nuestro mundo, tan lejanas, tan poco que ver con nuestra vida de todos los días!

Y quizá la culpa la tengan los que han escrito sus biografías. Han insistido en los rasgos extraordinarios, en los detalles fuera de lo común, en los pormenores excepcionales, y nos han hecho olvidar que la vida del santo no consistía en una seguidilla continua de hechos singulares, sino de una vida tan humana, larga, monótona, rutinaria como la de cualquiera de nosotros, mechada -y solo en alguno de ellos- aquí y allá, excepcionalmente, de esas anécdotas que tanto nos impresionan.

Es claro. ¿Cómo condensar en un libro que se lee en apenas cuatro horas, una vida en que la santidad se ha desplegado pacientemente a través de los segundos, minutos, horas, días, semanas y meses de los años? Como las películas: hechos y aventuras que en nuestras existencias aparecen solo muy de vez en cuando o nunca, el protagonista del celuloide las vive todas juntas en noventa minutos.

Además, poquísimas veces los milagros y hechos extraordinarios acompañan una vida santa. Solo se han producido cuando Dios ha querido llamar la atención sobre alguno de sus servidores, en circunstancias muy especiales, para ponerlo como ejemplo a la Iglesia –no por sus milagros, sino por sus virtudes- o llamar la atención sobre su doctrina o al encomendárle alguna especialísima misión. Tanto es así que Su Santidad Pablo VI recientemente en la canonización de un beato de Brescia ha dispensado, en el proceso, de la aprobación del prescripto milagro.

Por otra parte, solo una mínima parte de los santos de la Iglesia han sido elevados a los altares. Solo algunos, para ponerlos de faro, guía y luz a los cristianos que deben caminar en las tinieblas de este mundo.

Y, en general, debemos decir, con San Agustín, que los casos extraños ‘más deben ser admirados que imitados' . En las manifestaciones prodigiosas de ciertas vidas santas más debemos alabar las maravillas de Dios, que ponernos a intentar realizar acciones que solo dependen de la libertad divina.

Pero, entonces, ¿qué es ser santo?

‘Santo' es una palabra de origen hebreo que quiere decir ‘ separado' . Y el separado por excelencia, Aquel que no es creatura, que está ‘más allá' del mundo pequeño y de las cosas perecederas que constituyen nuestro universo, es Dios. En realidad Dios es el único Santo –como decía Jesús-. El tres veces ‘santo'.

Nosotros, pues, seremos santos en la medida en que nos parezcamos a Dios.

“¡Esto es mucho decir!” dirán ustedes. “¿No dijo acaso el mismo Dios por boca del profeta Isaías ‘ cuanto aventajan los cielos a la tierra así aventajan mis caminos a los vuestros '?”

Y esto es verdad. Sin embargo Dios en su misericordia nos ha querido hacer partícipes de su dignidad. Nos ha hecho ‘a su imagen y semejanza'. Y quiere también que actuemos a su imagen y semejanza.

Pero ¿cuáles son aquellas cosas que debemos hacer para parecernos de alguna manera a Dios y, así, ser santos?

Vean: un médico es semejante a otro médico en cuanto quiere la salud de los enfermos; un ingeniero a otro ingeniero en cuanto su fin es construir edificios o puentes; un hincha de Boca a otro porque ambos quieren la victoria de su equipo. Las personas se parecen entre sí, fundamentalmente, en cuanto tienen una misma comunión de intereses, de fines, de deseos.

Así, pues, podemos parecernos nosotros a Dios. Queriendo las mismas cosas que Él quiere. Conformándonos, en lo posible, a su voluntad.

Por eso el papa Benedicto XV definía la santidad con estas palabras: “la santidad consiste propiamente, solo en la conformidad al querer divino, expresada en un continuo y exacto cumplimiento de los deberes del propio estado”


Benedicto XV (Papa: 1914-1922)

¿Ven? Ya no parece tan difícil ser santo. La naturaleza de la perfección viene así clarificada, simplificada y puesta a disposición de todas las almas. Para tener la posibilidad y el deber de llegar a santos no se exige ni estudio, ni inteligencia superior y ni siquiera vocación religiosa. Pueden ¡y deben! ser santos la mamá, el obrero, el empleado, el solitario, el enfermo. La única condición requerida es el exacto y constante cumplimiento de los deberes del propio estado. Porque eso es lo que quiere Dios de nosotros, esa es su santa voluntad.

Así decía Pío XII; “cuando un cristiano, día, a día, de mañana a noche, cumple todos los deberes que le impone el propio estado, […] los mandamientos de Dios y de los hombres; cuando reza con recogimiento, trabaja con todas sus fuerzas, reíste a las malas pasiones, manifiesta al prójimo la propia caridad, soporta virilmente sin murmurar todo lo que Dios le manda […] puede decirse sin necesidad de milagros ni de hechos extraordinarios que es santo y agradable a Dios”

Y afirmaba Fray Luis de León –en ‘ La perfecta casada' - “el casado agrada a Dios en ser buen casado, y en ser buen religioso el fraile, y el mercader en hacer debidamente su oficio y el soldado en mostrar su valor cuando se le exige …” “No quiere que la religiosa se olvide de lo que debe al ser religiosa, y se cargue de los cuidados de la casada; ni le place que la casada se olvide del oficio de su casa y se torne monja”


Fray Luis de León

“Las grandes obras –decía Francisco de Sales- no se encuentran siempre en nuestros pasos; pero podemos siempre hacer las pequeñas grandemente”. Así la condescendencia con el humor bueno o malo del prójimo; soportar los fastidios que nos causan los demás; las pequeñas renuncias; las pequeñas victorias sobre nuestro amor propio; la humildad, la paciencia, la dulzura, la caridad a los enfermos; el soportar las personas aburridas; aquel pequeño dolor de cabeza o de muelas, este resfrío, el achaque; el capricho de mi marido; la rotura de un vidrio o el televisor que se descompone; la pérdida de un guante o del anillo; la molestia del levantarse temprano; la angustia del examen o la lección… Son las pequeñas y grandes cosas cotidianas capaces de hacernos santos. Porque es a través de esas pequeñas cosas como la voluntad de Dios se nos manifiesta.


Santa Lutgarda (Goya)

Santa Margarita María de Alacoque, Santa Lutgarda , Santa Gertrudis , tuvieron la inmensa dicha, el estupendo privilegio, de cambiar con Jesús sensiblemente sus corazones. De una manera no tan extraordinaria pero no menos real y misteriosa podemos también nosotros colocar en nuestros pechos, en lugar del nuestro, el Sagrado Criazón de Cristo. Ese corazón que es el perfecto manifestarse a los hombres del querer de Dios.

Y lo haremos cuando, en la fatiga de la jornada, en la normalidad de los días iguales, en la repetición de las pequeñas cosas de nuestra vida, no queramos hacer otra cosa sino lo que Dios quiere de nosotros, Su santa Voluntad.

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