PRESENTACIÓN DEL SEÑOR
Domingo 02-11-86
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 2, 22-40
Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está escrito en la Ley: Todo varón primogénito será consagrado al Señor. También debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor.
Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor. Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley, Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo: «Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos: luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel»
Su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de él. Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: «Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos»
Había también allí una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la familia de Aser, mujer ya entrada en años, que, casada en su juventud, había vivido siete años con su marido. Desde entonces había permanecido viuda, y tenía ochenta y cuatro años. No se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones. Se presentó en ese mismo momento y se puso a dar gracias a Dios. Y hablaba acerca del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.
Después de cumplir todo lo que ordenaba la Ley del Señor, volvieron a su ciudad de Nazaret, en Galilea. El niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con él.
SERMÓN
Cuando, en el siglo lV antes de Cristo, los viejos romanos comienzan a contar la historia de su pasado a sus hijos, como buenos nuevos ricos que empezaban a ser, adornaron sus comienzos con motivos legendarios y una prosapia que los remontaba a los mismísimos dioses. Entre ellos a Venus - Afrodita , madre de Eneas , el héroe troyano, cuyo hijo Ascanio fundó Alba Longa en el Lacio y de cuyo tronco, doscientos años después, nace Rea Silvia . Es justamente de Rea Silvia y del dios Marte de donde, contaban los viejos romanos, nacen los gemelos Rómulo y Remo , fundadores de Roma. El cuento era adornado con el famoso tema de la loba. Por problemas dinásticos, los gemelos fueron abandonados, dentro de una canasta, en el río Tíber con la esperanza de que se ahogaran en el mar. Lo cual no sucedió porque la canastita quedó varada en la orilla de la corriente, frente a lo que hoy es Roma, y los gemelos fueron recogidos y amamantados por una loba en una cueva del monte Palatino .
El visitante de hoy puede ubicar difícilmente el lugar de esta cueva, llamada ' Lupercal ', 'antro de la loba', porque fue destruida en el 494 de nuestra era. Estaba más o menos cerca del Paedagogium o colegio de pajes imperiales del siglo II. Lugar famoso para nosotros los cristianos porque, entre varios dibujos hechos por aquellos muchachos en las paredes, apareció aquel bien conocido del crucificado con cabeza de asno y un joven saludándolo con una inscripción abajo " Alexámenos adora a su dios ", burla sin duda de un estudiante pagano a un cristiano. De todos modos en el supuesto lugar de la caverna hoy sólo se ven antiguos muros -quizá los más antiguos que se conserven- del tiempo de la república.
¿Qué paso con la cueva?. La historia es larga y nos demuestra que los romanos adornaban bastante a su pasado, porque, de ese lugar -antes de convertirse en el sitio donde supuestamente habían sido criados Rómulo y Remo- se decía que residía el 'espíritu de fertilidad de las mieses', representado por un 'macho cabrío' o por un 'lobo' -las tradiciones se confunden-. En esa cueva, como rito de fertilidad, se ejercía la prostitución sagrada. Y en realidad la palabra loba, lupa en latín, significa también prostituta, de allí viene lupanar . El asunto es que el espíritu de la fertilidad, lobo o cabra, llamado por algunos Pan , por otros Fauno , terminó por denominarse, en ese lugar Luperco , por habitar en la cueva de la loba. En su honor, todos los 2 de febrero, se celebraban las fiestas "lupercales", en que se realizaba, después de matar un macho cabrío, la procesión más importante del año romano, la " emburbal " (de 'ambular' por la urbe), en donde los lupercios y las lupercas -que eran los sacerdotes del culto- desnudos, untados con la sangre del chivo y con un pedazo de piel del animal sacrificado en la mano, corrían de un lado al otro, azotando a las mujeres que, se suponía, que con eso se volvían fecundas. Todo terminaba con una tremenda orgía y bacanal.
Por supuesto que aún introducido el cristianismo, los romanos renunciaron difícilmente a estas supersticiones, por otro lado tan divertidas. Cuando la Iglesia agarró la manija, después de Constantino, inmediatamente trató de suprimir la fiesta. El Papa Gelasio , en el 494, la prohibió y mandó demoler el templete que Augusto había hecho construir en la cueva. Aprovechando que el 2 de febrero caía cuarenta días después de Navidad, que era el tiempo de purificación de las judías después del nacimiento del hijo varón, (si nacían mujeres -siempre chancletas- necesitaban ochenta) Gelasio instituyó la fiesta de la Purificación de María o Presentación del Señor y, para no dejar sin nada a los romanos, les permitió seguir con el amburbal , la procesión. Es claro que, ahora, con velas en las manos . Yo no sé si los romanos se divertían tanto como antes, pero ciertamente mejoraron las costumbres.
De allí viene la antigua procesión de esta fiesta también llamada de 'la Candelaria' y que nosotros, por motivos prácticos, no hemos hecho, habiendo reducido la ceremonia a la bendición de los cirios. En realidad si hoy estuviera el Papa Gelasio, con su gusto por las fiestas populares, haría las procesiones con bombo, no con velas.
Las velas, empero, o candelas encendidas, tenían, en esta fiesta y en otras épocas, dos funciones: una -como la del cirio pascual- recordar a Jesucristo como luz. "Luz de las naciones " es el título que le da hoy el viejo Simeón. " Yo soy la luz del mundo " dice Jesús en el Evangelio de San Juan. Por cierto no la tenue luz de una vela -ni la más tenue aún de SEGBA que ya hace más de dos meses que tiene este convento a media luz-. No esa luz, no, sino la que disipa esas tinieblas mucho más terribles y angustiantes del 'hacia dónde' y del 'cómo' de la vida. Preguntas a las cuales responde " luminosamente " nuestro Señor. Tema del cual tantas veces hemos hablado.
Y otra función, la de símbolo de ofrenda . Y esto, más que por una semiología teórica, por una razón muy práctica. Fíjense que, en los presupuestos de iglesias, catedrales y monasterios que se conservan de la antigüedad, el 'item' más costoso es siempre el de los cirios, el de las candelas. No era, como hoy, que simplemente ponemos dos velitas sobre el altar, de adorno. Antes, servían en serio. Había que iluminar, hacer resplandecer, en honor a Dios y en signo de cristiana alegría, el recinto sagrado, la casa de Jesús y de sus hermanos. Y, en aquellas épocas, no existía ni siquiera la estearina; las velas eran de cera y muy caras. Tanto que, en la casa de los pobres, jamás se prendía una vela, se usaban lámparas de aceite. Así que los pobres curas y obispos se las veían negras para dar luz a sus fiestas litúrgicas y Misas.
De tal manera que aprovechaban toda ocasión para pedir a la gente que trajera velas, cirios y, así, en el momento del ofertorio, el pueblo, junto con el pan y el vino, -antes, además, llevaban de todo: huevos, pollo, fruta, comida para los pobres- finalmente terminaron por llevar casi exclusivamente velas.
Cuando yo me ordené de sacerdote, todavía con el viejo rito, anterior al Concilio Vaticano II, estaba prescripto que, en el momento del ofertorio, tuviera que entregar, y de hecho lo hice, una gran vela al obispo.
Ya en la época moderna lo más cómodo fue dar, en el ofertorio, plata. Pero fíjense que la costumbre de las velas prendió de tal manera que la gente sigue llevando velas a las Iglesias, a los santos, -y a los falsos santos-. Vean los puestitos que están siempre a la entrada de Luján o de San Cayetano de ventas de velas y que le sacan un ojo de la cara a la pobre gente. La cosa es que, después de haber predicado al pueblo durante tantos siglos que lleven cirios a los templos, como ahora ya prácticamente no sirven más (por lo menos hasta que no tenga éxito definitivo el plan Austral y tengamos que volver otra vez a las velas), tenemos que predicar al revés: en Luján y San Cayetano hay grandes carteles -que ustedes habrán visto-: no traiga velas, traiga conservas, leche en polvo, ropa...
Aún así, sigue siendo verdad que el cirio conserva su símbolo de ofrenda: eso que se quema allí simplemente, totalmente, por el sólo hecho de consumirse dando una débil llama, sin quedar luego nada, representa perfectamente el regalo total que uno tendría que hacer de sí mismo a Dios, reconociendo nuestra pertenencia a El. A mi me gusta, cuando estoy rezando en casa, a veces cansado, frente a un crucifijo, frente a la imagen de la Virgen, prender una vela. Me parece que, aunque yo me duerma, me distraiga, de alguna manera la llamita reza por mí.
Pero, en este tema de la ofrenda, del ofertorio, prescindiendo de su historia, estamos en el centro mismo del significado de nuestra fiesta de hoy: la Presentación del Señor. María y José que, de acuerdo a las antiguas leyes, debían ofrecer su primogénito, a la manera de las primicias de las cosechas, a su dios. La ley de Moisés reemplazaba esta arcaica y cruel ofrenda por el rescate representado en los cinco siclos -moneda de la época- prescriptos. Pero los padres de Jesús no pagan dicha exención, simplemente ofrecen a Jesús. Su inmolación cruenta se efectuará en la Cruz, pero con este acto hacen manifiesto que el Señor es desde el inicio de su existencia, pertenencia de Dios. Una pertenencia que, en realidad, viene del mismo hecho de su ser Hijo de Dios. Más aún: una pertenencia que, en su aspecto humano, le viene de ser Su creatura.
Esa misma pertenencia que nos atañe a nosotros en nuestra condición de criaturas. Somos en la misma medida en que pertenecemos a Dios y declinamos hacia el no-ser en proporción a nuestros actos de independencia, de insubordinación a nuestro ser criaturas de Dios. Tanto más, siendo, por el Bautismo, sus hijos.
Dejamos de pertenecerle y pertenecernos, cuando nos hacemos esclavos de nuestras pasiones cuando contrarias al amoroso querer del Padre, de las modas, de los consejos del barbado psicólogo y no de los preceptos sabios y consejos del Señor, del Estado, de la burocracia, de nuestro afán de dinero y comodidades, de la propaganda.
En realidad solamente hago lo que 'realmente' y en el fondo de mi mismo quiero y deseo, cuando hago lo que Dios quiere por mi y para mi. Verdaderamente soy yo mismo cuando soy lo que Dios me pide que sea.
Por eso el momento más humanamente importante de la santa Misa es el ofertorio, cuando el en signo del vino y del pan y mi pequeña ofrenda, me hago yo mismo ofrenda, recuerdo mi original pertenencia a Dios, mi ser filial, ¡mi verdadero ser!
Y ¡qué alegría saberlo! No soy un número más en los padrones o en los registros de la DGI o de los archivos del Registro Civil, no pertenezco al Estado, ni soy juguete de Sourouille, ni de Brodersohn, ni de Tróccoli, ni un voto perdido en una urna, aunque todos los demás quieran jugar conmigo, ¡aunque yo quiera jugar conmigo mismo, niño rebelde! soy de Dios, de Su propiedad, de Su familia en la cual El vigila como Padre. Y Dios, mi Creador ¡mi Padre, si soy cristiano! No juega conmigo, me toma en serio. Él cuida todos mis pasos, porque soy suyo. Y, cuánto más me entregue a Él, a su Gloria, a su servicio, en mis tareas y responsabilidades específicas, menos tendré que preocuparme de mí. A Él no le gusta que se deteriore Su propiedad.
mis pasos porque soy suyo y cuanto más me entregue a El, a su gloria a su servicio, en mis tareas y responsabilidades específicas, menos tendré que preocuparme de mi. A El no le gusta que se deteriore su propiedad.
Pero, hoy, en esta Misa, vamos a hacer un ofertorio especial. Vamos a encender una candela particularísima, porque una joven, casi ya profesora de matemáticas, después de haber hecho en este convento sus largos meses de postulante, hoy, decidida, se va a ofrecer totalmente a Dios en la patena, en el candelero brillante, de nuestro monasterio de Corpus Christi. Ahora, en una ceremonia muy sencilla -no se asusten, también muy breve-. Va a dejar su ropa de laica y va a vestir, por primera vez y para siempre, el hábito carmelita, símbolo exterior de ese regalo que ella hace de sí misma a Dios y, al mismo tiempo, de su pertenencia al Señor. Ella se va a poner el uniforme de la Santísima Virgen del Carmelo, Nuestra Señora de la Candelaria, Nuestra Señora de la Ofrenda.
Y, al mismo tiempo, desde hoy, será llamada con un nuevo nombre, que significará también el cambio radical, el nuevo nacimiento, que quiere introducir hoy en su vida.
Se llamará Edith Teresa de la Cruz. Y lo hace en recuerdo de aquella otra carmelita, Edith Stein, que probablemente será beatificada este año en Roma.
Ustedes conocen la historia de Edith Stein . Judía, recibida de Doctora en Filosofía en la Universidad de Friburgo en 1916, profesora auxiliar de su maestro Edmundo Husserl el fundador de la fenomenología contemporánea-. Se convirtió al catolicismo leyendo las obras de Santo Tomás de Aquino y fue determinante en su decisión la lectura de Santa Teresa de Ávila. Fue bautizada en 1922. En 1934 ingresó en el Carmelo de Colonia, tomando el nombre de sor Teresa Benedicta de la Cruz . Es sacada del convento por la Gestapo en 1942 y sus huellas desaparecen en Auschwitz. Sus obras completas ocupan ocho tomos editados en Lovaina a partir de 1950.
Acompañemos, pues, a esta nueva Edith Teresa de la Cruz, cirio a quien oficialmente vamos a encender hoy frente al Señor. No le vamos a pedir que escriba ocho tomos, pero sí que se haga santa. Que su hábito permanezca siempre inmaculado, del Señor y que ella se queme entera de amor a Dios y a su prójimo, para brillo y alegría de la Santa Iglesia , para nuestro ejemplo y luz. Y para que rece siempre por nosotros. |