San Juan de la Cruz 1981
Quien hojee los suplementos literarios dominicales de diarios como El Clarín , La Nación o La Prensa sabrá que no es extraño encontrar, en las recensiones de libros aparecidos, títulos sobre religiones orientales, impresos por editoriales argentinas. Ya es cosa vieja la difusión alcanzada por los distintos sistemas yogas. También las respectivas secciones ‘ Conferencias ' anuncian casi cotidianamente, desde hace muchos años, lecciones al respecto y existen en Buenos Aires decenas de escuelas yogas, más o menos hinduistas, más o menos budistas.
Lo que está de última moda, empero, es ahora el Budismo Zen.
Cuatro títulos más o menos importantes han sido publicados este año en Buenos Aires, con gran éxito de venta. El último “ Aproximación al Budismo Zen ” de Alfredo Tramonte (1).
Claro que, en esto, no hacemos más que seguir la moda europea.
Encuentro entre Thomas Merton and Daisetz Teitaro Suzuki en NY (Junio 1964)
Porque, del Zen, desde las obras de Teitaro Suzuki (1870-1966), japonés que escribió en inglés tres obras importantísimas sobre éste, a partir del año 1962, se ocuparon desde psicólogos de la talla de Jung y de Fromm , hasta autores religiosos como los padres Lassalle S.J. (1898-1990) y Merton (1915-1968).
De todos modos es difícil que el Zen tenga éxito excesivo entre nosotros, salvo en determinados círculos snob que nunca faltan, porque, a pesar de los esfuerzos de sus propagadores, no es fácil de entender ni de practicar. De hecho, en Japón, donde tuvo origen, está perdiendo cada vez más vigencia y lucha por sobrevivir.
Aclaremos que Zen es una palabra japonesa derivada del sánscrito ‘dhyana' , ‘zana' , que significa simplemente 'meditación', ‘contemplación' y es una confluencia más o menos autóctona de prácticas yogas y de doctrina budista ‘mahayana'. Y es bueno conocer algo de la historia de estas doctrinas y su influjo en occidente.
Cuando los portugueses llegaron a Oriente en el siglo XV y, luego, los ingleses dominaron la India en el XVIII, se distribuía en las inmensas regiones de la India, el Japón, la China, Ceilán, un abigarrado pulular de religiones y de sectas.
Hoy la gente oye hablar de hinduismo o de budismo y piensa que se trata de dos religiones, estilo cristiana, con sus doctrinas definidas, sus libros, sus sacerdotes. Nada más lejos de esto.
Hablando solamente de la India, lo que existía –y existe todavía- era un conglomerado de idolatrías y concepciones religiosas populares del más diverso jaez. Los estudiosos occidentales, para poner un poco de orden en todo ese caos, lograron separar los libros escritos más importantes y hacer una especie de historia con cierta apariencia de lógica. Y, así, desde el remoto politeísmo de los Vedas y sus historias y doctrinas inverosímiles, pasaban al ‘ brahmanismo' , a la doctrina o mejor dicho mitología de los ‘ Upanishads' , de allí al hinduismo en sus obras sanscritas, al sivaísmo , al vishnuísmo , al saktismo , al tantrismo ; y agregaban unas cuantas otras sectas más, casi indefinibles, idolátricas, repugnantes.
Lo único que se encontró rescatable de todo aquello, aparte de lo literario y el fondo común a las gnosis de todos los tiempos, fueron algunos de los ejercicios llamados ‘yoga' que se practicaban en círculos monásticos y que descubrían sorprendentes posibilidades de domino del cuerpo y de la sensibilidad, sobre todo por aquellos que no conocían nada de la ascética cristiana.
Casi todo lo demás era o fabuloso, o ininteligible o terriblemente burdo y hasta sangriento en sus aspectos cultuales, así como funesto y discriminatorio en sus consecuencias sociales –piénsese solamente en el sistema rígido de castas-.
Cuando, a través de los portugueses y los ingleses, las clases más cultas de la India se pusieron en contacto con el cristianismo, se dieron cuenta de la inmensa superioridad de éste sobre sus pataratas panteístas y politeístas. Muchos se convirtieron.
Pero otros, nacionalistas y xenófobos -frente a un cristianismo introducido a través de la brutalidad del colonialismo protestante inglés- se propusieron rescatar de sus religiones aquello que pudieran tener de valido y hacerlas competitivas con lo cristiano.
Para eso aprovecharon el trabajo erudito y las ediciones de sus tradiciones, hechas por los occidentales.
Se produjo entonces, en determinados círculos, una especie de trasvasamiento espurio del cristianismo dentro del lenguaje mítico hindú.
El primero en hacerlo fue un brahmán bengalí Ram Mohan Roy (1772-1833) que, habiendo llegado al monoteísmo tras la lectura del Corán, se había puesto a estudiar las escrituras cristianas. En sincretismo contradictorio, a partir de los Upanishads , creó una religión más o menos monoteísta, sin el culto hindú y rechazando usos hinduistas como el sistema de castas, el culto de los ídolos, la poligamia y la cremación en vida de las viudas en la pira del marido muerto: el terrorífico ‘sati' o ‘suttee' que, luego, gracias a su influjo, fue prohibido en la India por las autoridades inglesas, aunque, en algunas regiones, sigue practicándose clandestinamente. Su movimiento tuvo éxito, aunque sufrió terribles persecuciones por parte de los hindúes más tradicionales. Es por sus obras –como vemos, ya bautizadas- que comienza a conocerse el hinduismo en Occidente.
Sati
El famoso Rabindranath Tagore (1861–1941) y sus hermosas obras literarias –que le merecieron el premio Nobel de literatura de 1913- deriva de este hinduismo depurado. De estas corrientes surge también, en Europa, el ‘teosofismo' y, de sus filas, en la India, Krishnamurti (1895-1986). Algo parecido sucede con Ramakrishna (1836-1886), Vivekananda (1863-1902) y, luego, Aurobindo .(1872-1950). Lo mismo Mahatma Gandhi , (1869-1948) lector de los evangelios, que afirmaba que, al leerlos, se convencía de la verdad de la religión cristiana, pero que, luego, viendo la conducta de los cristianos, volvía a desconvencerse.
Tagore y el Mahatma Gandhi con su mujer Kasturba en 1940 .
El asunto es que procesos semejantes se dieron también en el ámbito del budismo y religiones afines. De tal manera que la literatura que hoy se nos vende como ‘oriental' y es trasmitida a través de distintas escuelas, libros y gurús a Occidente, no es sino una mala mezcla de los elementos más rescatables de las religiones orientales y restos de cristianismo mal asimilados.
Del cristianismo han aprendido a expurgar de sus concepciones los rasgos cultuales más supersticiosos y las inmoralidades más notorias. Al mismo tiempo intentan dejar de lado lo puramente mitológico y las descripciones y concepciones más agresivamente groseras de la divinidad. Lamentablemente, de sus raíces orientales, han conservado peligrosísimas doctrinas de fondo que tienen su origen en primitivas gnosis comunes a los orígenes de la historia de la humanidad y, esencialmente, anticristianas.
Por supuesto que simplificar siempre es peligroso. Digamos, empero, que el resumen esfuminado de todas esas doctrinas es que el mundo es pura ‘apariencia', ‘ilusión', ‘ maya' , que nos sumerge en el ‘ samsara' , el ciclo aparente de ‘vida-muerte' en círculo recurrente inacabable e infernal.
De esa ilusión y del mundo de deseos -y por tanto de dolores y frustraciones que dicha ilusión provoca- hay que huir. Es necesario convencerse de la no realidad del ‘ maya' . A nivel del sentimiento suprimir toda pasión, toda gana, toda emoción. En el plano del pensar, eliminar toda imaginación, todo pensamiento, todo concepto.
Hay que arribar al ‘nirvana' (2), a la perfecta ‘apatía', al completo vaciamiento de la mente.
Uno de los medios para logarlos es recurrir a diversas técnicas ‘yogas': posturas, ejercicios, régimen alimenticio, ‘meditaciones' vacías de contenido.
Pero ¿qué sucede? Que, justamente, alcanzado ese ‘ nirvana' y liberado de la ilusión del ‘ samsara' , el hombre se encuentra en una actitud vacua en donde todo le da lo mismo, todo le es igual.
Algunas escuelas ‘mahayanas' afirman que, alcanzado el ‘ nirvana' , el así iluminado –u oscurecido- se identifica con Brahama , o con el Atman , o con Buda , es decir, con lo divino. Porque lo divino, precisamente, es lo Inmutable, lo que no cambia, Aquello que –dicen- está por encima del bien y del mal, de la verdad o de la mentira. No es el Ser inmutable, perfectísimo y personal del cual habla el cristianismo, sino la Nada suprema de donde solo puede surgir, como ‘algo' o ‘álguienes', pura ilusión.
De allí que sea en el ‘nirvana' -la negación total- donde el hombre se encuentra con el fondo mismo de su ser que, en realidad, es la misma divinidad identificada con la nada. ‘Nada' que coincide con el ‘ser'. A la manera que luego recogerán Hegel y Heidegger .
El ser humano, así, trasciende al mundo, al sufrimiento, a la alegría, al bien, a las ideologías. Se reencuentra con el fondo de lo absoluto, con lo divino. Panteísmo nihilista vendido como autodivinización. Sabiduría suprema en donde, a fuerza de apagar la luz, las cosas se confunden y desdibujan totalmente en la plenitud ilimitada de las tinieblas.
En ese camino, el adepto suele ser ayudado por algún gurú o maestro espiritual. Uno que, al haberse ya identificado con lo divino, -como nuestro conocido gurú Mahesh Yogui Maharayi (1918-2008) maestro de los Beatles- puede ayudar a otros a lograr lo mismo.
El Zen tiene mucho de eso, ya que no es sino una de las tantas formas de la gnosis y, en concreto, del budismo indio y chino adaptado al Japón.
Estas doctrinas, de fondo gnóstico y antiquísimo, son perversísimas. Porque resulta que el hombre no es Dios y, en el fondo de sí mismo, en lo que tiene de suyo, solo puede encontrarse con la nada sobre la cual ha sido creado. Es verdad que en la nada todo es igual. Como la oscuridad que elimina todas las fealdades e iguala todos los colores. En la oscuridad, tanto da un cuadro de Miguel Ángel como un mamarracho de cualquiera.
Lo mismo, en la nada, en el vacío del pensamiento, da lo mismo la verdad que la mentira, el bien que el mal. No se sufre, pero tampoco se goza. Es una especie de paz, como la del suicida, como la de la muerte.
Esa indiferencia, frente al bien o al mal, frente a la alegría o el dolor, frente a la verdad o la mentira, puede parecer sublime, pero en el fondo es una renuncia a la vida, al bien, a la verdad y a la verdadera alegría. El Génesis ya protestaba contra esta actitud negativa afirmando que todas y cada una de las creaturas son buenas. “ Y vio Dios que esto era bueno. ”
De allí la terrible pasividad del oriental y su resistencia al cambio y aparente estoicismo frente a la miseria, y lo fácil que se adapta a cualquier situación política inhumana. Y, finalmente, a cualquier inmoralidad o amoralidad.
¿Por qué la atracción de estas doctrina en el alicaído occidente?
Es que ya Lutero, protestando contra la inteligencia humana, rebajó el cristianismo a lo puramente moral, sin dar lugar a lo trascendente, a lo místico, a la oración contemplativa. De un plumazo liquidó todo el mundo monacal y lanzó al cristiano a la pura actividad, reducida, luego, de hecho, por el calvinismo, a lo económico.
Esto derivó hacia el ‘racionalismo' kantiano y cartesiano, desconfiado, también, de la aptitud de la inteligencia para llegar a la verdad y sirviéndose de ella, menospreciada, para la pura praxis.
Racionalismo, moralismo kantiano, inteligencia al servicio de lo económico y lo técnico, sociedad del consumo, confluyeron, finalmente en el relativismo y la negación de la moralidad. En las filas de la Iglesia derivaron hacia el cristianismo bobo, sin contenido, sin pautas magistrales, que hoy se predica y se vende, hasta el hartazgo, en púlpitos y librerías llamadas católicas.
Pero, aun manteniendo cierta ortodoxia, la formación cristiana más apunta a la moral que al dogma. Más a la acción que al encuentro con Dios. Se impone, al menos en el decir, el activismo sin raíces sacramentales y místicas que viene acusando el magisterio de la Iglesia desde Pio XII.
Pero como el ‘pathos' místico del ser humano pertenece a su naturaleza profunda, y la moral no alcanza a llenar sus apetencias y ni siquiera es capaz de sostenerse a sí misma, la fácil ‘meditación' sin Logos de los orientales, comenzó a ejercer una suplencia falsa de la mística cristiana en esta vaciedad a la cual someten las diversas ideologías y formas de vivir a los opulentos occidentales.
En parroquias y movimientos pocas veces se da lugar a los grandes místicos. La auténtica oración católica apenas se refugia en los disminuidos monasterios contemplativos. No se ve demasiado rezar ni a sacerdotes, ni a obispos, ni a religiosos y religiosas de vida activa. La misma liturgia es más un momento de regocijo y supuesta comunión fraterna que ocasión de encuentro trascendental con Dios.
Es verdad que la gran mística cristiana pasa por un momento de negación y Cruz, como, pretendidamente, se logra, con relatividad facilidad, en el nirvana oriental. Siempre es más fácil destruir que construir. Sin embargo ese momento negativo solo mira, en el camino de Cristo, a las realidades pecaminosas o a lo puramente humano agostado por su cerrarse en sí mismo, o a lo mundano en su acepción peyorativa.
La parte positiva del místico se demuestra, empero, no solo en su ascesis de las excrecencias que ocultan a Dios o de Él apartan, sino en el esfuerzo de recibir Su palabra luminosa, meditándola en la plenitud de Su Logos, abriéndose a la Gracia iluminadora -plena de luz, no de tinieblas-.
La meditación, si bien fertilizada por la pura gracia, es ejercicio de la mente, es inteligencia atenta, es vitalidad oferente y alerta.
Las mismas obras de los místicos carmelitas, a veces denostados por su negatividad, muestran que la negación es solo una etapa, el calvario previo a la Resurrección. De tal modo que, en el gran San Juan de la Cruz no solo hallamos los pasajes a veces terribles de abnegación y noches, sino el impulso de ‘la subida' y el gozo: ‘Subida al monte Carmelo ', ‘Cántico espiritual', ‘Llama de amor vivo '. Lejos de ser la mística la involución a lo íntimo y propio del ser humano en su disolución en la nada se vive extáticamente en el vuelo hacia el Otro, el Trascendente, el que nos crea y es capaz de recrearnos de nuestra inanidad, ‘ex nihilo'.
Para el cristiano no es lo mismo alegría que tristeza, sufrimiento o gozo, luz u obscuridad, bien y mal, verdad y mentira.
La ascética y la mística no se encaminan –como pretenden adamíticamente el ‘yoga' o el ‘zen'- al descubrimiento de lo que uno ‘divinamente' ya es en el fondo de sí mismo –de eso todos tenemos triste experiencia, al menos en nuestros pecados-.
El desprendimiento afectivo de las cosas precarias que la humanidad idolatra es solo el aspecto de una etapa previa al encuentro con Dios. Encuentro en el amor, sin perder nuestra individualidad, ni nuestros legítimos amores, ni nuestra capacidad de felicidad y de júbilo.
Nuestra inteligencia no es aplastada por Dios ni debe renegarse de ella. Dios nos la ha dado como nuestro don natural más señero y sobre el cual ha de implantarse la Gracia.
Confiamos en nuestra capacidad de verdad. Sabemos que es absurdo negar el principio de contradicción y estamos ciertos de que jamás podrán identificarse lo bueno y lo malo, lo bello y lo sórdido, lo verdadero y lo mendaz, salvo renunciando a nuestro recto entender y a las normas de todo auténtico saber.
Que la ignorancia gnóstica, transformada en caricaturesca sabiduría, no nos engañe con su lubrica oferta del “seréis como dioses”. Que ninguna oscuridad buscada por sí misma, ni liberación falsa de normas en aras de una prometeica libertad, nos impida encontrarnos con el verdadero Dios.
San Juan de la Cruz 1542 - 1591
A esa sublime vocación nos llama hoy, por su inigualable camino, la mística cristiana.
1Tramonte, Alfredo , Aproximación al budismo Zen , Adiax (Buenos Aires 1980), 267 pp.
2Nirva ? a : palabra sánscrita que significa ‘extinción', ‘desaparecer',' cese', ‘soplo de una vela', ‘enfriamiento'. |