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Pbro. Gustavo E. PODESTÁ
S. TH. D., Prof. Ordinario de la Facultad de Teología de la UCA. Buenos Aires.

SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS

2003
Lectura del santo Evangelio según san Mateo 5, 1-12a
Al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a él. Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo:
«Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia.
Felices los afligidos, porque serán consolados.
Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.
Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia.
Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios.
Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.
Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí. Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo»


SERMÓN
(GEP 01/11/03)  

         Nos ha llegado la noticia de la decisión de un juez italiano, Mario Montanaro, a petición de Adel Smith, presidente de la Unión de los Musulmanes de Italia de retirar el crucifijo de la escuela materna y elemental «Antonio Silveri» del pueblo de Ofena, donde asistían sus dos hijas, ya que, afirmó, éste ofendía sus convicciones religiosas.

            Por supuesto que, por el contrario, en los países donde está vigente el derecho islámico, el cristianismo no goza de la más mínima libertad ni derechos similares a los que, en forma suicida, otorga Occidente a todo el mundo. Más allá del fanatismo asesino de multitud de grupos mahometanos, por las mismas leyes islámicas, amén de estar prohibida la construcción de cualquier iglesia, es delito punible de muerte el tener evangelios o realizar reuniones cristianas que tengan el más mínimo sabor a proselitismo.

            Pese a la casi empecinada actitud de apertura a las falsas religiones, a las cuales se ha pensado acercar a fuerza de tolerancia, el mismo Santo Padre, ha tenido que lamentarse, en estos días, de que los intentos de aproximación del catolicismo al Islam, no han recibido la más mínima reciprocidad, y la presión sobre los cristianos en los territorios que dominan se hace cada vez más sangrienta.

            Pero las leyes masónicas y anticristianas que imperan en Occidente y que ahora presidirán la llamada Constitución de Europa -y la misma doctrina sostenida por muchos dirigentes de la Iglesia respecto a una libertad religiosa omnímoda y mal entendida-, abren la puerta de par en par, al otrora mundo cristiano, a cualquier invasión ideológica o sectaria que quiera allí instalarse. El Islam ha aprovechado de esta autodemolición de las defensas católicas para instalarse por todos lados y continuar avanzando, ya no a fuerza de cimitarra, sino de estupidez de los cristianos y leyes libertarias que abdican de todo derecho objetivo, ley natural y, mucho menos, reconocimiento de Dios y de Jesucristo como Rey del Universo.

            El Islam -cuyo objetivo coránico explícito, es conquistar el mundo- ha servido y sirve de ariete de las fuerzas anticristianas coaligadas contra Cristo desde el surgir mismo de la Iglesia. El trabajo sucio que las ideologías judías cabalistas y masónicas no se atreven a hacer a la luz del día, lo ha hecho y seguirá haciendo la carne de cañón musulmana. Es sabido que el Islam surgió, utilizando a Mahoma, prosélito judío, como uno de los más importantes instrumentos del judaísmo talmúdico para impedir la propagación del cristianismo y usar, por lo menos en sus comienzos, la abundancia de tropas frescas que ofrecía el mundo árabe, aún no convertido del todo al cristianismo, como ejército del Anticristo. De hecho, el Islam funcionó siempre como enemigo externo, a la manera de la ex Unión Soviética o la China maoísta. Las ideologías, en cambio, se instalan en medio de los cristianos e, incluso, infiltran a la Iglesia. La historia de las herejías nos lo muestra abundantemente.

            Todos saben la casi fulminante conquista islámica de la Mesopotamia, de Egipto, del norte de África, de España, de Palestina, de Asia Menor -arrebatando al cristianismo sus más ricos territorios históricos y fundacionales- en el brevísimo lapso del primer siglo de su nacimiento.

            Se habla menos, luego, de su continuo insidiar Sicilia -finalmente conquistada por ellos- Córcega, Calabria y la costa sur de Francia. Menos conocidos todavía los episodios de intentos de toma de Roma. (Aunque lo han comenzado a conseguir en nuestros días, construyendo, con la financiación de Arabia Saudita, la mezquita más grande de Europa -que intentó tener una cúpula más alta que la de San Pedro- en la misma Ciudad del Papa.)

            En el año 841, doscientos años después de la muerte del 'profeta', los islamitas tomaron Bari. Tres años después, con una poderosa flota, desembarcaron 10.000 hombres en el Lacio y sitiaron Roma, devastando toda la campaña y destruyendo todas las Iglesias que encontraron fuera de los muros romanos. Entre otras, saquearon las sagradas Basílicas de San Pablo Extramuros, con sus conventos adyacentes y, tomando el monte Vaticano, la de San Pedro, profanando las tumbas de los Papas que allí había. Tuvieron que retirarse, finalmente, frente a los refuerzos, liderados por Cesáreo, hijo del duque de Nápoles, que se unió a las tropas de Ludovico II, nieto de Carlomagno, que había volado en defensa del Papado.

            Tres años después, en el 849, otra vez intentaron remontar, con una poderosísima flota, el Tíber, desde Ostia. Esta vez, lejos las tropas amigas, gracias a Dios, una tempestad destruyó gran parte de sus barcos y, la exigua flota del Papa, en la estrechez del río, pudo parar la invasión.

            Nuevamente, en el 872, el Papa Juan VIII pudo ver, desde las murallas de Roma, el caracolear de los caballos musulmanes rodeando la Urbe. Por segunda vez, Ludovico II, ahora emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, hijo de Lotario, nieto de Carlomagno -como ya dije-, que acababa de desalojar la peste musulmana de Bari, logró ponerles freno. A la muerte de Ludovico, Juan VIII logrará la protección de Carlos el Calvo -otro nieto de Carlomagno- que seguirá socorriendo a Roma de los musulmanes, hasta que éstos, tras varios desastres, renuncian a la Ciudad Santa y deben empeñarse en otros frentes. Aunque, recuerden Vds. que, todavía en el 1240, Santa Clara debe parar en Asís, con la Custodia del Santísimo en alto, una incursión a la Toscana de las hordas sarracenas.

            Nápoles, Amalfi, Pisa, Génova, Venecia, ¡gloriosas repúblicas marineras defensoras de Roma, en aquellos tiempos, contra el peligro islámico! Pobre Italia de nuestros días.

            Es ante estas invasiones y continuas profanaciones de Iglesias y catacumbas desprotegidas de las murallas de Roma que, ya en el 824, el Papa Pascual I, había comenzado a trasladar todas las reliquias de mártires y santos a las Iglesias de dentro de la Ciudad.

            Juan VIII termina esta labor. Prácticamente vacía toda la campaña romana, y aún las catacumbas, de reliquias cristianas y, para custodiar esos cuerpos, elige el edificio del Panteón, que había sido regalado, ya en el año 608, al Papa Bonifacio IV por el emperador bizantino Focas, cuando todavía los bizantinos dominaban Roma.

            Es sabido que el Panteón, en el campo de Marte, había sido construido, en el año 43 AC, por Agripa, yerno de Augusto. Es célebre por su famosa cúpula de 44 metros de diámetro y de altura, perforada, en su cenit, por un óculo central, a través del cual se ilumina el espacio interior y por donde, según los romanos, aunque llueva, no entra el agua. (Cosa que yo, personalmente, he comprobado no es verdad, porque uno de los días que la visité -es verdad que bajo una lluvia torrencial- había que estar con paraguas adentro del edificio.)

            Pan-theón quiere decir, en griego, "todo dios" y, en efecto, para que no quedara ningún dios sin honrar, los romanos, que empezaban en el siglo I AC a asomarse al mundo y se encontraban con tanta abundancia de dioses, por si acaso habían descuidado a alguno, les dedicaron a todos ese templo.

            Clausurado en el siglo IV, al advenimiento del cristianismo, saqueado por los bárbaros de Alarico en el año 410, lo salvó de la destrucción total San Bonifacio IV, quien lo transformó en Iglesia y lo dedicó a la Virgen, Reina de los Mártires. Santa María 'ad martyres', así la llamó.

            Los turistas argentinos la visitan hoy con especial cariño, ya que la 'piazza della Rotonda', con su preciosa fuente de Giacomo della Porta, frente al cual el Panteón se levanta, conserva, en uno de sus flancos, el viejo hotel Albergo del Sole, donde se alojó en su estadía en Roma, camino a Francia, nuestro General Don José de San Martín. En honor del cual, después de su muerte, el Gobierno de Buenos Aires -¡otros tiempos!- donó a Roma la pavimentación de esa plaza. Así lo conmemora una placa de mármol; aunque, en nuestros días, el pavimento esté tapado por asfalto.

            En realidad, ya desde la época de Gregorio III, hacia el 740, existía una capilla, en San Pedro del Vaticano, consagrada a Todos los Santos, por un motivo similar: las profanaciones de las tumbas cristianas en el Lacio hechas por los longobardos, arrianos ellos. Capilla en la cual todos los primeros de Noviembre se rezaba por los enterrados -y profanados- en aquellas.

            La cuestión es que, como la Iglesia en el Panteón fue consagrada un 13 de Mayo, hubo, al comienzo, una cierta vacilación entre festejar Todos los Santos ese día, o el primero de Noviembre. Al final, por motivos que veremos mañana, desde el siglo X, se festejó el primero.

            Así, poco a poco, el primero de Noviembre se fue transformando no solo en el festejo propio de todos los supuestos santos enterrados en el Panteón, en "Santa María 'ad martyres'", sino que terminó por constituirse en la fecha en que se conmemoraba a todos los santos conocidos y desconocidos o anónimos de la historia de la Iglesia. El Papa Bonifacio había decidido que "convenía que en el futuro se honrase la memoria de todos los santos en el sitio que hasta entonces había estado consagrado a la adoración, no de Dios sino de los demonios", según cuenta Beda el Venerable.

            De tal modo que, en última instancia, la fiesta de hoy no solo la debemos, de alguna manera, a los musulmanes, sino que los musulmanes han sido y siguen siendo instrumento de producción en masa de santos mártires anónimos que han perecido o sufrido por su fe cristiana en sus brutales manos, o lúbricos harenes o depósitos de esclavos, sin que, de la mayoría de ellos, haya quedado nombre o memoria.

            Con lo cual, en última instancia, hasta los peores enemigos de Cristo, dentro y fuera de la Iglesia, 'judas' y 'caifases' -comenzando por los que Lo crucificaron a Él-, son medios que Dios, en su divina Providencia, utiliza para completar el número de sus elegidos.

            Y esa es la explicación final del porqué Dios permite tantas calamidades en su Iglesia. Para que, así, se produzcan más fácilmente santos. Al fin y al cabo, para Dios, lo único importante de la historia de los hombres, son Ellos. Es para Cristo y sus Elegidos que Dios crea el Universo y maneja la historia; no para las masas.

            Pues bien: hoy la Iglesia festeja a todos Ellos en una sola fiesta. Porción selecta de la humanidad, ejemplos e intercesores, para nosotros los que aún transitamos este mundo.

            El cristianismo siempre se movió a fuerza de ejemplos y de testimonios de vida y martirios hasta la muerte, no solo de doctrina, leyes y mandamientos.

            La Reina de los Santos, nuestra Madre Admirable, contemplando hoy gozosa y sonriente a esa selecta multitud de hijos, quiera también recibirnos, un día, entre todos ellos, y nos conceda -más allá de los desastres de este mundo y la decadencia de nuestras patrias terrenas-, el gozo pleno de nuestra definitiva patria del Cielo.