SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS
1971
Lectura del santo Evangelio según san Mateo 5, 1-12a
Al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a él. Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo:
«Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia.
Felices los afligidos, porque serán consolados.
Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.
Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia.
Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios.
Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.
Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí. Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo»
SERMÓN
(GEP 01/11/71)
Dos días seguidos con Misa y sermón sea quizá abusar un poco de la paciencia de Vds. Por eso seré breve. Pero crean que no caprichosamente la Iglesia impone hoy el precepto de la asistencia. La proximidad con el día de los Muertos ha tapado un poco la importancia alegre y gozosa de la Fiesta de Todos los Santos. Pero eso no quita que sea mucho más significativa que la de mañana. Mañana celebramos el día de los Difuntos; hoy celebramos el día de los Vivientes. Aquellos que ya poseen la Vida. Pero no esta vida embrional, germinal, rudimental que tratamos de construir trabajosamente en esta tierra, sino la definitiva, plena, estupenda, activa y alegre del Reino de Dios.
Vida que no será reposo en el sentido común del término –el aburrido descanso pancista que nos describían algunos libros piadosos de antaño pintores de un cielo que no atraía a nadie- sino la actividad plena, sin fatiga, sin cansancio, sin dolor, sin angustias, en medio de la radiante Vida del mismo Dios, Uno y Trino.
No habrá deseo insatisfecho, ansia que no se sacie, hambre que no se satisfaga, soledad que no encuentre compañía. No habrá matrimonios que se deshagan; ni hijos que queden huérfanos. Se acabarán los viudos y las viudas. Se borrará la tristeza de los enfermos; la congoja por los inciertos futuros; la melancolía de los solos; la tortura de los egoístas. Dios con todos; todos con Dios; todos con todos. El abrazo del amigo y del hermano, de la novia y del esposo, del padre con los hijos, el abrazo de María, de los santos. El abrazo y la sonrisa luminosa de Jesús.
“El cielo más vale esperarlo que imaginárselo” decía San Buenaventura , porque ni aún la fantasía más maravillosa podrá nunca concebir lo que Dios tiene preparado para su elegidos. Ese cielo hacia el cual a todos nos llama y hacia el cual estamos lentamente naciendo envueltos en el no siempre abrigado seno materno de la tierra.
Lento y difícil parto para la eternidad que se gesta al impulso creador de las bienaventuranzas. Felices los que lloran; felices los que sufren; los que tienen hambre; los misericordiosos.
Arqueta de las Bienaventuranzas. Frente. Marfil y alma de madera
s. XI, Arte Románico, taller de León
Museo Arqueológico Nacional, Madrid
Paradoja del cristianismo: lo que todos llaman blanco, aquí es llamado negro. Lo que creíamos era un mal –sufrir, llorar, padecer- es un bien. Lo que pensábamos que era un bien –ser rico, estar satisfecho, ser alabado- es un mal.
¡Dan risa todas las revoluciones de los hombres, comparadas con la radical subversión de este sermón de la montaña! ¡La única revolución verdadera! La revolución permanente de la Cruz.
Porque las bienaventuranzas pueden resumirse en esta paradoja extrema, en esta absurda e increíble afirmación: “¡Felices los crucificados!”
Felices, sí, porque ellos alcanzarán la estupenda alegría que no se acaba jamás.
Y hoy, pues, nos alegramos con aquellos que ya han nacido definitivamente, los santos –conocidos y desconocidos, canonizados o no-, avanzada de la Iglesia en la Casa definitiva; vanguardia victoriosa de los cristianos que ya han llegado a la meta.
Desde allí nos gritan su aliento, nos señalan el camino, nos prestan su luz.
Allí nos esperan.