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Pbro. Gustavo E. PODESTÁ
S. TH. D., Prof. Ordinario de la Facultad de Teología de la UCA. Buenos Aires.

1978. Ciclo A

La Transfiguración
6-VIII-78

Lectura del santo Evangelio según san Mateo   17, 1-9
Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos: su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz. De pronto se les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Jesús. Pedro dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, levantaré aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías» Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y se oyó una voz que decía desde la nube: «Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo» Al oír esto, los discípulos cayeron con el rostro en tierra, llenos de temor. Jesús se acercó a ellos y, tocándolos, les dijo: «Levántense, no tengan miedo» Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo. Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: «No hablen a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos»

Sermón

Cualquiera que haya leído, mal que bien, los santos Evangelios se dará cuenta de que ellos no son exactamente ni un tratado de teología ni una crónica o historia.

No un tratado de teología -al menos en el sentido actual y técnico del término- porque no se construye a base de definiciones, de inducciones, de deducciones, formando un todo sistemático, un tratado, ni trayendo como auxiliar de la reflexión un vocabulario filosófico preciso y abstracto.

No tampoco una crónica, porque no interesa a los evangelistas presentar un simple ‘relato' de hechos, sino un ‘anuncio' basado en hechos. Hechos elegidos e interpretados.

Es claro que ninguna historia es mera crónica. Nunca el historiador es solo relator: sería imposible materialmente recoger todos los sucesos y circunstancias de un acontecimiento. Tan solo el tener que elegir algunos en lugar de otros para presentar un ‘panorama' histórico supone, ya, una interpretación. Y ¿quién no sabe que, aparte ello, todo historiador va a los sucesos con sus ‘aprioris' ideológicos? ¡Qué distinta, a partir de los mismos sucesos, es, por ejemplo, la historia de Rosas contada por un Grosso o un Levene , de extracción liberal, que por un Ernesto Palacio, o un Gálvez, o Irazusta! O, aún más claro ¡qué diferente un mismo hecho actual contado por La Opinión, que por El Clarín o por La Nueva Provincia o por La Prensa !

Con mayor razón en los evangelios. Porque, si bien no son ni mera crónica ni mera teología, son o implican ‘también' teología y ‘también' historia. De hecho son interpretaciones teológicas, objetivas y veraces, inspiradas a la Iglesia primitiva por el Espíritu Santo y a la luz del Resucitado, de la vida histórica de Jesús y, sobre todo, de Su existencia actual.

No crónica, entonces, pero sí historia por excelencia: interpretación y selección clarividente de los hechos y dichos de Jesús. No es la cámara fotográfica que capta el velo externo de los sucesos en una especie de agenda o ‘diario' cotidiano. Es el pincel del artista genial que, aún modificando la apariencia externa, nos revela la verdad profunda de los paisajes o personajes que retrata. No la descripción monótona y prosaica del anatomista, sino la pluma cálida y penetrante del poeta, pensador y hombre iluminado por la fe.

Pero la teología de los evangelistas no es la de los escolásticos ni la de los filósofos racionalistas. No se ha nutrido en la lógica de Aristóteles ni en el ‘more geometrico' de Spinoza, ni en la dialéctica de Hegel o de Marx . Se mueve en el mundo intuitivo del sentido común, de las imágenes, de las comparaciones alegóricas, de las parábolas, del riquísimo universo de símbolos del Antiguo Testamento y de la literatura y cultura intertestamentarias. Mundo ideológicamente alejado de nuestra mentalidad racionalista, cartesiana y cientificista que nos hace tantas veces difícil el acceso a la comprensión de la Escritura.

Más si tenemos en cuenta que no se trata de relatos escritos a vuelapluma, apresurada relación de un testigo que repentistamente quisiera transmitirnos un cualquier sucedido. Cada Evangelio tiene su plan de exposición cuidadosamente elaborado, obediente a precisas pautas de presentación teológica. Cada escena, cada discurso, cada milagro, su pensado lugar. Cada frase, cada término, cuidadosamente elegidos, seleccionados, ubicados. Los evangelios son fruto de un largo trabajo de decantación, de selección. Ha sido rumiado en los largos caminos de los viajes apostólicos, en las noches serenas de la Palestina, en el contacto polémico con los judíos, en las necesidades de la nueva Iglesia naciente, en el mundo a conquistar de helenos y romanos y –no razón menor- en la apretada redacción que exigía el alto costo de los papiros o pergaminos de la época. De allí que, si bien es cierto que la inspiración divina y las traducciones de la Iglesia para cada cultura han hecho de ellos lectura apta aún para la gente más sencilla e ignorante, una aproximación exegética más precisa presenta no poca dificultad.

Precisamente esta dificultad se hace patente en el relato evangélico que acabamos de escuchar, ejemplo clarísimo –como en el similar relato del Bautismo de Jesús- de un hecho que nos ha sido transmitido más en su realidad profunda, interpretada por medio de símbolos véterotestamentarios, que en las circunstancias materiales que lo caracterizaron en su aparecer fenoménico.

Indiquemos, pues, sin entrar excesivamente de detalles, algunas de las principales pinceladas que utiliza Mateo para componer su picásico o daliliano cuadro de la Transfiguración.

Después de seis días, Jesús” Nosotros pasaríamos por alto esta indicación, como si fuera solo una secundaria indicación cronológica. No lo es. Los evangelistas no tienen demasiado interés en precisar fechas. Cuando lo hacen -poquísimas veces- algo quieren indicar. En este caso Mateo está usando un esquema narrativo tradicional judío de ocho días que, luego, utilizará también en su relato de la Pasión. Esquema octahémero que solían usar los rabinos para distribuir determinados acontecimientos. Por ejemplo, los de la Alianza sinaítica. En este esquema, el día sexto solía revestir especial importancia.

En el relato del Sinaí su momento más conspicuo -el de la revelación de Yahvé al pueblo sobre la montaña y el de la entrega de la Ley- acontece el sexto día. Por eso el sexto día será, luego, en el relato de la Pasión, aquel en que, frente al Sanedrín, Jesús se revela Hijo de Dios y hace visible esta filiación con su entrega al Padre en la Cruz. ‘Revelación' paradojal de su mesianidad trascendente hecha en la misma ‘muerte'.

Este mismo clima de ‘revelación' y de ‘muerte' aparecen en el sexto día en que Mateo ubica la Transfiguración. Llama el día de la Transfiguración ‘el día sexto', porque es el día de la revelación de Jesús, del Hijo de Dios exaltado por el acto de muerte en Cruz.

Toma Jesús consigo a Pedro, Santiago y Juan” Los mismos tres que, según Marcos, fueron elegidos para presenciar la resurrección de la hija de Jairo y que lo serán para acompañar más de cerca a Jesús en Getsemaní.

En los evangelios –como en la Iglesia- hay como una gradación de auditorios. Existen enseñanzas que Cristo dirige a todo el pueblo. Otras que restringe solo al grupo de su discípulos. Otras a los doce y, finalmente, otras a este pequeño grupo de tres.

Jesús, según Marcos y Mateo, restringe el número de los testigos inmediatos cuando se trata de subrayar momentos cumbres de ‘revelación', de acontecimientos de profundo sentido relacionados con Su misión y obra mesiánica. Con la elección de los tres, en el relato de la Transfiguración, el Evangelista señala la inminencia de un tal momento.

Y los lleva a ellos solos, aparte, a un monte alto”. Es el aparte también de las revelaciones de Jesús reservadas a los discípulos. ‘Aparte' pleonásticamente subrayado por el ‘solos'. Un reservado especial dentro de lo que está guardado preferencialmente para los discípulos. Se acentúa la importancia de la revelación que Jesús va a realizar.

Los conduce a una montaña alta”. No se determina la montaña –en griego está sin artículo-. No es una de las famosas montañas en la historia religiosa de Israel. Porque Jesús tiene el poder de dar valor cualitativo a cualquier anónima montaña. Pero el tema de la montaña tiene un riquísimo contexto significativo véterotestamentario. Ella es símbolo de seguridad, de inexpugnabilidad y perennidad. Sobre la montaña de Sion Dios establece como rey a David y su descendencia. Pero es también -y sobre todo- lugar de la cercanía de Dios. Muchas montañas cumplen este papel en el Antiguo Testamento –Moria, Gabaón, el Carmelo, Sión- pero, sobre todo, el Horeb, en el Sinaí, que es el lugar de la revelación del Nombre divino, de la misión de Moisés, de la Alianza, de la entrega de la Ley, o de la Teofanía en que Dios se manifiesta por la Nube que cubre la montaña.

Nube asociada con la Gloria de Dios. Sinaí es el lugar en que Dios habla desde la nube. Allí Moisés tiene el privilegio de entrar en la Nube y su rostro es iluminado por el divino encuentro.

También es el Sinaí-Horeb el lugar de la revelación a Elías y donde el profeta, como Moisés, se topa con Dios.

Pero ésta, hasta entonces anónima, a donde sube Jesús con su grupo elegido de discípulos es algo más. Mateo le dice ‘alta' montaña. Y es la única calificada de ‘alta', entre las montañas que Mateo trae en el evangelio para ubicar acciones y discursos especialmente importantes en el ministerio de Jesús. Por eso la calificación de montaña ‘alta', la más alta del Evangelio de Mateo, señala una revelación cumbre.

Allí se transfigura” (‘kaì metemorfoze') Usa el verbo ‘metamorfún. No tenemos tiempo de explicar todos los probables sentidos de ese verbo. Digamos rápidamente que aquí se trata de que Jesús, más allá de su aspecto exterior y sin dejar de ser humano –como en las falsas metamorfosis de las religiones helenísticas- deja trasparecer la Gloria de su divinidad o mejor la Gloria que adquirirá –o recuperará- junto al Padre a través de la Cruz. Que es la Gloria escatológica participada que obtendrán también todos los discípulos que le sigan por el camino de la Pasión.

Pero ¿qué es esta Gloria? Para el Antiguo testamento la gloria es el ‘valor', la ‘importancia', de una persona. Etimológicamente, en hebreo, implica la idea de ‘peso'. El peso de un ser en la existencia señala su importancia, el respeto que inspira, su gloria.

Para el hebreo, pues, a diferencia del griego, la gloria no designa tanto la ‘fama' cuanto el ‘valor real', estimado conforme a ‘su peso' –peso de Ser, no de kilos, se entiende-. De ahí que en la Biblia la expresión “la gloria de Dios o de Yahvé” designa a Dios mismo, en cuanto se revela en su majestad, en su poder, en el resplandor de su santidad, del dinamismo de su Ser.

Es el peso de su Ser, la majestad de Dios que se nos presenta a través de alguna manifestación, de una realidad visible que patentiza el poder invisible de Dios. “ ¡Hazme, por favor, ver tu gloria!” reza Moisés. Y, en el Sinaí, la gloria de Dios adopta el aspecto de una nube luminosa que coronaba la montaña.

Moisés, por haberse acercado a Ella en la nube, retorna –según el Éxodo- con la piel del rostro radiante. “ Con una gloria tal –dirá más tarde San Pablo- que los hijos de Israel no podían contemplarlo fijamente ”.

Símbolos del Antiguo Testamento son, pues, los que aparecen dando carácter y sentido al relato del evangelio de hoy: el rostro brillante, la nube, los vestidos blancos. Este último, tema tradicional en la literatura apocalíptica judía para hablar de los vestidos de los personajes del mundo celeste –como hemos visto en el ejemplo de la lectura de Daniel que hemos escuchado hoy-.

Temas todos, adrede, relacionados por Mateo con el tema de la Muerte y Resurrección a través del personaje del ángel que habla a las mujeres en Pascua, frente a la tumba vacía y que el evangelista describe así: “ su aspecto era como el relámpago y su vestido blanco como la nieve ”.

Se nos va el tiempo. Digamos, brevemente que también Moisés y Elías vienen del mundo celeste. Según la tradición judía su aparición sobre la tierra significará la llegada del tiempo final. Vendrán a preparar el camino del Mesías, por medio de su martirio, según algunas tradiciones. Los dos simbolizan la continuidad del plan divino, presencian el cumplimiento de lo esperado y prefigurado en el Antiguo Testamento y señalan el adviento del tiempo último. Tiempo signado por el martirio.

Bueno, no podemos seguir. Habría que ir comentando una a una las palabras.

Pero, antes de terminar, preguntémonos qué significa en general el episodio de la Transfiguración. Este se hace ininteligible si no le comprendemos dentro del contexto en que lo ubican los evangelistas. Los tres lo colocan en el “camino”. El ‘camino' que Jesús , en determinado momento de su misión, emprende hacia Jerusalén, donde será preso y crucificado.

Inmediatamente antes de la Transfiguración, Jesús, después de la proclamación de la fe de Pedro: “ Tu eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo ”, ha fundado la Iglesia, la comunidad de cristianos también ‘en camino': “ Tu eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia ”.

Pero a renglón seguido, ha anunciado, por primera vez, qué extraña clase de Cristo era, puesto que lo debía ser a través de la Pasión. Anuncia su muerte y Resurrección. Pedro no lo entiende y recibe la reprensión de Jesús, que insiste: No solamente El, sino todos los cristianos habrán de pasar a la gloria por la Cruz: “ Si alguno quiere venir en pos de mi, niéguese a sí mismo, tome su Cruz y sígame ”.

Pero, ante la incomprensión de los discípulos, hace el anuncio de que algunos lo verán antes de la muerte venir en su gloria y, seis días después, se transfigura.

Inmediatamente después de la Transfiguración hace el segundo y tercer anuncio de su Pasión.

Ven, el contexto es clarísimo: la Cruz, el Calvario, la incomprensión de los apóstoles. Especialmente la de Pedro, cuya fe en Jesús es incompleta, primaria, no comprende. Lo confiesa como Mesías, pero no entiende cómo ese mesianismo habrá de alcanzar la gloria a través de la muerte.

Mateo está escribiendo para todos los cristianos que no comprenden, para aquellos que, probablemente, mientras él escribe, están en medio de la persecución y del sufrimiento.

“Cristo sí. ¡Jesús mío! Pero no el Calvario, no la Cruz.”

No. Pedro se quiere quedar solo con el Mesías triunfante sin darse cuenta de que ser Mesías triunfante es exactamente lo mismo que ser Mesías crucificado.

Señor qué bueno estar aquí, hagamos tres tiendas ” Las tiendas que representan, en el judaísmo, las habitaciones de los justos en el Paraíso.

El Paraíso sin la Cruz.

Pedro no entiende nada. Y la nube y la voz que interpreta toda esta escena teofánica. “Este es mi hijo muy querido, el elegido” el predilecto del Antiguo Testamento, el destinado al degüello, al matadero, al escarnio de los hombres, el hijo único que asesinan los viñadores homicidas.

¡Escuchadle!” Y el Padre calla. Porque, desde ahora, hablará solamente por medio de Jesús. Solo de Jesús. Él es la definitiva, la última palabra de Dios.

Alzaron sus ojos y ya no vieron a nadie más que a Jesús solo”. Moisés y Elías no están más. La voz hizo una invitación única y válida para siempre. Ella no tiene más palabras que la palabra de Jesús. Es el único camino. Es al mismo tiempo garantía, aliento, fuerza, para el seguimiento del camino de la Pasión.

Y, cuando bajan, a propósito de Elías, si Vds. leen directamente el evangelio, Jesús vuelve a explicarles que Elías ya ha llegado en la figura del Bautista y que también debió pasar por la muerte, como Él tendrá que pasar.

Así, con el episodio de la Transfiguración, lo que quieren los evangelistas es abrir definitivamente los ojos a los discípulos -de entonces y de ahora- a la necesidad de la Pasión y muerte de Jesús. Jesús esta ‘en camino' hacia la Cruz.

Por la Cruz, alcanzará la gloria.

La Transfiguración nos presenta a Jesús en camino hacia el pleno y último encuentro con su Padre, encuentro que tiene lugar en el marco de la Cruz.

En la cima de este encuentro pierde la Cruz sus sombras tenebrosas y se transfigura en gloria refulgente.

No, no entendemos; como Pedro no ha entendido. El quiere quedarse en la montaña y Jesús lo hace bajar, otra vez al ‘camino'. Al camino de la Cruz.

“¡Pedro, Pedro! ” –escribe San Agustín - “lo que ahora Jesús te dice es que bajes, que en la tierra te esfuerces por servir a la tierra y por ser odiado por ella y por ser crucificado en la tierra. Baja la Vida, para ser muerta. Baja el Pan, para pasar hambre. Baja el Camino, para cansarse de andar. Baja la Fuente, para pasar sed. ¿Y tu rehúye el esfuerzo? ¿quieres quedarte arriba? No: no busques lo tuyo. Ten amor. Anuncia la verdad. Pena por ella. Así llegarás a lo eterno. Allí encontrarás seguridad y, finalmente, felicidad