Sermones de ADVIENTO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ



Adviento

1972. Ciclo B

1º DOMINGO DE ADVIENTO 
3-12-72

Lectura del santo Evangelio según san Marcos 13, 33-37
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Tened cuidado y estad prevenidos, porque no sabéis cuándo llegará el momento. Será como un hombre que se va de viaje, deja su casa al cuidado de sus servidores, asigna a cada uno su tarea, y recomienda al portero que permanezca en vela. Estad prevenidos, entonces, porque no sabéis cuándo llegará el dueño de casa, si al atardecer, a medianoche, al canto del gallo o por la mañana. No sea que llegue de improviso y os encuentre dormidos. Y esto que os digo a vosotros, lo digo a todos: ¡Estad prevenidos!».

SERMÓN

Dicen que lo último que se pierde es la esperanza. Quizá porque es lo primero que se encuentra.
Esperar. ¿No es acaso toda la vida una espera? Desde el anhelar plañidero del bebé que clama por la mamadera, hasta el del que aguarda, contando los días que le faltan, el momento de la jubilación. Desde la esperanza plena de ilusiones de los jóvenes en sus ilimitados horizontes, hasta la humilde y desengañada espera del que, porque tanto ha vivido, ya poco puede esperar. “Basta la salud”; a eso se redujeron sus pretensiones.

Porque la esperanza es hermana gemela del futuro. Y el futuro de los hombres es como los sueldos, que se gastan siempre más pronto de lo que esperábamos. Estamos todos, en la vida, metidos como en esos programas de preguntas y respuestas: un minuto de tiempo para pensar la solución. Y, cuanto menos nos sale, más rápido corre la aguja.
O, como aquel que me decía que disfrutaba más la semana anterior al comienzo de las vacaciones que las vacaciones mismas porque, desde que estas empezaban, sufría pensando en cómo se le iban gastando día a día, aproximándose ineluctablemente el momento del retorno.
La vida es como los alimentos en lata: mientras están encerrados, duran indefinidamente, pero, desde el momento en que se abren, comienzan a pudrirse, hay que comerlos a la fuerza o acabar por tirarlos. Así la vida. En el instante mismo en que nacemos empieza a gastarse.

Y por eso los años jóvenes son los que está más llenos de esperanza, porque son los que se abrevan en un futuro cuyo fin está más allá del alcance de la vista. La lata está recién abierta, el reloj recién comienza a caminar, el fin de las vacaciones está ¡tan lejano!: “cuando yo se grande”, ”cuando tenga una bicicleta”, ”cuando terminen los exámenes”, ”cuando tenga la edad de mi hermano, que ya puede hacer lo que quiere”, ”cuando me reciba”, ”cuando ella me diga que sí”, ”el día que me case”, ”el día que me asciendan”, ”cuando pueda comprar el auto”, ”el departamento”…
Y habiendo tantas cosas hermosas en el futuro ¿cómo no luchar por conseguirlas? La esperanza es el motor de la vida. Es por ella que el hombre se hace combatiente, emprende viajes, planea batallas, estudia, trabaja, se lanza a la lucha de la vida.

Los viejos no luchan, no tanto por faltarles fuerzas, por cansancio, sino por falta de esperanzas, de perspectivas. Den una verdadera esperanza a cualquier viejo y verán como comienza a latir en su arrugado pecho un corazón de joven.
No es tanto el largo del pasado lo que nos hace viejos, sino lo corto y mezquino del porvenir.

Pero hay algo más que hace a los jóvenes esperanzados. Han vivido poco, no han sufrido repulsas ni encontrado obstáculos en sus proyectos. Sus pocas experiencias de fracaso nunca son definitivas, siempre pueden volver a empezar, dar el examen nuevamente, cambiar de novio, encontrar otro empleo. Hay mucho tiempo por delante.
Poco a poco van aprendiendo, en los golpes de la vida, que casi nunca las cosas resultan exactamente como uno las esperaba. ¡Dependen de tantas circunstancias ajenas a nosotros! Nunca el futuro es exactamente como uno había planeado: siempre hubo algo o alguien que vino de fuera y cambió nuestros planes.
Creíamos que todo dependía de nosotros y nos vamos dando cuenta, paulatinamente, que casi todo depende de los demás, de lo que no está en nuestras manos prever: el cambio de gobierno, los microbios, la goma pinchada, la incomprensión o la envidia de Zutano, el tren atrasado.
Y, así, a medida que pasan los años cada vez más aprendemos a usar el tiempo condicional, el "si pasara tal cosa", “si sucediera tal otra” o el optativo, el “ojalá” el “quiera Dios”.
Si; “quiera Dios”.
Bien hace poco comencé yo a darme cuenta del significado realísimo del ‘Hasta mañana, si Dios quiere” que, hasta entonces, utilizaba mecánicamente en mi saludo, como una muletilla.

Y quizá sea en ese momento en que tomo conciencia de mi ‘depender de otro’ cuando la esperanza comienza a ser realmente ‘expectación’, verdadera esperanza, encuentro de mi iniciativa con la iniciativa o respuesta de otro que no soy yo. Espero ascender, no solo porque confío en mis esfuerzos y talento, sino porque me fio de la benevolencia del jefe. Espero pasar el examen, porque he estudiado y porque cuento para el día de la prueba con que esté sano el hígado del profesor. Espero dar a luz, tener hijos, porque amo a mi marido y porque Dios querrá concedérmelos.

Y es justamente la maternidad, la gestación, la imagen más exacta de la esperanza. Ella se ha entregado a su marido, vive cuidadosamente, toma sus vitaminas, hace sus ejercicios pero, finalmente, sabe que todo está en manos de Dios.

Y, en el fondo, toda la vida es esperanza justamente porque toda vida humana es como una gran gestación, una prolongada maternidad. Así como el futuro del óvulo fecundado, del embrión, no son sus nueve meses de existencia en el vientre de la madre, sino la vida que comienza después del dar a luz, así el futuro del hombre no son sus años de gestación en la gran matriz de la tierra sino su parto definitivo en la eternidad.
Y, por ello, como el embrión no está viejo a los nueve meses sino que está maduro para recién empezar, así ningún cristiano que sepa el destino eterno que le espera, envejece realmente: madura, se sazona, se enriquece, para nacer a la juventud que no acabará.

Por eso, entre cristianos, no hay, en el fondo, ni viejos ni jóvenes. Y menos puede haber entregados, ni cansados, ni desilusionados, ni jubilados, sino luchadores, siempre, a pesar de cualquier fracaso, desgaste, pena, años o enfermedad.
Solo el pecado envejece, porque nos agosta la esperanza de la eternidad.
Y si la juventud ‑como decíamos‑ se mide no tanto por el tiempo pasado sino por el que nos queda por delante ¿quién más joven que el santo, cuyo futuro no terminará jamás? Y ¿quién sino el cristiano tendrá verdadera esperanza, fundada no en sus solos pobres esfuerzos, sino justamente en lo que no depende de él pero sabe que siempre está allí: la Benevolencia, el Amor, el hígado del Dios que quiere salvarlo?

Hoy comenzamos Adviento. Por antonomasia el tiempo de la esperanza, de la expectación.
María ya lleva, en su vientre, la prenda de nuestra Esperanza. Aquel por quien se nos han abierto las puertas de la eternidad. Lo está gestando.

Copón cerrado. Bendita Virgen con Jesucristo en las entrañas.


Nossa Senhora do Parto e Nossa Senhora da Expectação, Evora, hacia el 1200

Danos lugar, María, en tu seno. Llévanos en él durante el adviento largo o corto de nuestras vidas.
Y un día ‑al atardecer, a medianoche, al canto del gallo o por la mañana‑, haznos pacer en el pesebre de la eterna Navidad.

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