1997. Ciclo C
1º DOMINGO DE ADVIENTO
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 21, 25-28. 34-36
Jesús dijo a sus discípulos: «Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, los pueblos serán presa de la angustia ante el rugido del mar y la violencia de las olas. Los hombres desfallecerán de miedo por lo que sobrevendrá al mundo, porque los astros se conmoverán. Entonces se verá al Hijo del hombre venir sobre una nube, lleno de poder y de gloria. Cuando comience a suceder esto, tengan ánimo y levanten la cabeza, porque está por llegarles la liberación» Tengan cuidado de no dejarse aturdir por los excesos, la embriaguez y las preocupaciones de la vida, para que ese día no caiga de improviso sobre ustedes como una trampa, porque sobrevendrá a todos los hombres en toda la tierra. Estén prevenidos y oren incesantemente, para quedar a salvo de todo lo que ha de ocurrir. Así podrán comparecer seguros ante del Hijo del hombre»
SERMÓN
Uno de los pensadores que más ha influido en las llamadas teologías tercermundistas de la liberación ha sido el filósofo judío Ernst Bloch , (1885 – 1977) nacido en Alemania. Gran conocedor del Antiguo Testamento y de las tradiciones cabalísticas, leía también con simpatía el Nuevo Testamento e incluso conocía algo de la teología cristiana, a la cual calificaba como la forma más perfecta de la religión.
Así y todo Bloch se adhirió desde muy temprano a la ideología marxista y, después de la segunda guerra mundial, se instaló en Alemania comunista, de donde finalmente huyó en 1961, para instalarse en Tubinga, muriendo allí a los 92 años, en 1977.
Sus escritos son numerosísimos, pero el que lo llevo a la notoriedad fue su famoso Das Prinzip Hoftnung, ' El principio esperanza ', terminado de publicar en 1959.
Bloch afirma que la estructura de la esperanza es el fondo más profundo de la realidad. El mundo no es un conjunto de realidades fijas, conclusas, terminadas, sino en constante "proceso dialéctico", creador siempre de algo nuevo. La materia no es algo estático y pasivo, sino un "caos en fermento", preñada de posibilidades y dotada de un oscuro impulso cósmico que Bloch denomina ' Hunger ', 'hambre'. Esta hambre no está estrictamente definida: es, según él, una tendencia a convertirse hacia el futuro, hacia delante, sin saber muy bien qué es ese adelante.
Esta hambre o aspiración universal es algo metido desde el comienzo del universo en la realidad, pero no percibido, no consciente hasta que aparece el ser humano. Es en el hombre donde toma conciencia de si misma y, entonces, dice Bloch, se hace ‘esperanza'. Precisamente la etimología de la palabra esperanza nos lleva a esta mirada hacia el futuro, ya que esperar deriva del término griego spao que significa ' arrojar hacia delante '. De ese término spao también deriva nuestro vocablo ‘espacio'. La esperanza es, pues, la medida del espacio que nos separa de lo que queremos.
Por eso la situación misma del hombre es siempre estar más acá de aquello que pretende alcanzar. Es la condición raigal del ser humano. La proposición gramatical clásica "todo sujeto es igual al predicado", hay que cambiarla, según Bloch, a "todo sujeto no es aún el predicado".
Así la esencia del hombre es ser un " aún no ”, un " todavía no ", un " noch nicht ". De allí que el hombre no se defina por lo que es, sino por su ' no ser todavía '. Negación que se presenta como fecunda, dinámica, porque implica el avance hacia su propia superación. Se trata de una laguna de algo, de un vacío que pide ser llenado, de una tendencia o impulso hacia lo que debe llenarlo.
Pero el análisis de Bloch se queda siempre en el momento de la esperanza; cuando se le pregunta qué es lo que realmente puede llenar esa hambre, cual es el objetivo final de este "aún no", Bloch queda pegado a la dialéctica marxista. Lo único que hay dice es esperanza, lo capaz de llenarla dice es la utopía, pero la utopía, por definición, nunca se alcanza. Utopía quiere decir precisamente -según elección del mismo Tomás Moro - "en ninguna parte". Como buen marxista que era Bloch define a la esperanza como un movimiento que no podrá completarse jamás, progreso, devenir, que no pararán nunca, porque siendo la esperanza la estructura misma de la realidad si recibiera alguna vez satisfacción desaparecería y, con ella, toda la realidad. El devenir, la mutación y finalmente la esperanza se justifican por si mismos. Y para que puedan ser motores de la historia, del crecimiento humano, no debe haber final, no debe haber Dios: solo pura esperanza. De esa esperanza han de vivir los hombres y las sociedades. Hablar de Dios sería detener el movimiento de la esperanza y, por lo tanto, de las transformaciones sociales, de la revolución. Acusa a los cristianos de haber mutilado la ‘teología de la esperanza' y haberla sustituido por la ‘teología de la resignación'; de haber esfuminado el aliento de los profetas apuntando al cambio y al futuro y haberse quedado con las categorías estáticas y sin vuelo de los sacerdotes . Por eso según Bloch sólo un ateo puede ser un buen cristiano, porque, sin la superstición de esperar en Dios y quedarse con los brazos cruzados, solo el ateo puede poner en marcha el dinamismo de la esperanza, el hambre del ‘todavía no', la fuerza del querer superar el ‘aún no' y así actuar la fuerza revolucionaria del profetismo de Cristo.
A través del teólogo protestante Jürgen Moltmann, esta filosofía de la esperanza se introdujo en ambientes católicos y coincidió con la teología de la liberación. El cristianismo -afirma esta teología- solo se justifica en el cambio, en la revolución, en la renovación de las estructuras, en el cambio de la sociedad. No importa la oración, ni los sacramentos, ni, en el fondo, Dios, importa ‘el cambio' y el poner a la Iglesia al servicio de ese cambio. Ya sabemos los decenios de sangre que costaron estas ideologías, al menos en Latinoamérica, y el influjo que aún tiene entre muchos católicos.
Pero, para cualquiera que se ponga a pensar, por más que Bloch haya revestido su pensamiento de imágenes bíblicas y lenguaje cristiano, su filosofía -como marxista que es- en el fondo es la negación de la misma esperanza. Una esperanza que no condujera a nada y se retroalimentara de la frustración de sus deseos sería un motor infructuoso, un caminar hacia ninguna parte y, la vida del hombre una ‘pasión inútil' como decía Sartre , con quien, por otra parte, Bloch tiene sus afinidades.
Para el cristianismo, en cambio, la esperanza no es un fin en si mismo, ‘el cambio por el cambio', la ebriedad del devenir y el movimiento, es un medio para alcanzar una realidad definitiva, en la cual todas las hambres y aspiraciones del universo y de los hombres reciben su compleción.
Bloch tiene razón cuando habla de que el hombre es un 'todavía no'; cada uno de nosotros alguien que no puede conformarse con lo que es, sino que ha de aspirar siempre a más adelante, pero el espacio hacia delante de nuestra esperanza no está medido solo por nuestra hambre, sino por aquello a lo cual Dios quiere que apuntemos y aún no somos ni hemos conseguido.
La esperanza de Bloch mete a todas las cosas y a todas las personas en un movimiento sin fin que, aún como tal, en el fondo no tiene excesiva realidad, porque la realidad humana es cada uno de nosotros y según Bloch cada uno, como parte del todo, está destinado a finiquitar. La bandera de la esperanza y del devenir la recogerán ‘otros', pero cada uno, cada persona, está destinada al fracaso y a la frustración en el 'aún no' definitivo de la muerte.
Esto no quiere decir que el análisis psicológico y aún dialéctico que Bloch hace de la esperanza no sea, en grandes líneas, correcto, ni que su crítica a la resignación no tenga aspectos valederos. Sin duda que el evangelio es un llamado profético a la superación, a la lucha, a la autocrítica y aún a la crítica social.
También detecta bien Bloch que el objeto de la esperanza es la 'utopía', el 'ningún lugar' de este mundo. Y esto conduciría a la vida humana al absurdo si la única realidad fuera este mundo y no hubiera ninguna posibilidad o abertura a la trascendencia. La inmanencia, el mundo del hombre –coincidimos- es perfectamente incapaz de saciar el hambre, el permanente 'todavía no' de la esperanza.
Pero esto ya lo habían sabido esos pertinaces personajes utópicos que fueron los profetas judíos. Esa ‘tierra santa' que, desde el 'todavía no' de Egipto, habían conquistado los hebreos; ese príncipe de justicia que desde el 'aún no' de la opresión anuncia Jeremías -en nuestra primera lectura- que instalaría la paz y el derecho; ese Mesías que vendrá a restaurar el reino... Todas esperanzas a la postre humanas que no terminaron nunca de satisfacer a nadie y que, en la historia de Israel, se mostraron decepcionantes, delusorias.
Finalmente los hebreos habían llegado a la conclusión de que ningún poder puramente humano, por más respaldado por Dios estuviera, podría llevar la liberación a los judíos. Es así que, en determinado momento, en algunos círculos teológicos de Israel, se comienzan a hablar de una figura misteriosa -el Hijo del Hombre- que ya no será puramente humana, sino que vendrá del ámbito de lo divino, del cielo.
Es sabido que la expresión "hijo de hombre" o "hijo del hombre" en el idioma hebreo común significa simplemente un hombre, un individuo humano, "¿qué es el hijo del hombre para que de él te acuerdes? " reza el salmo. Y Jesús muchas veces utiliza esta expresión en ese sentido llano. Pero, cuando los judíos quieren referirse a esa figura a la vez humana y divina que traerá la salvación definitiva a Israel la bautizan con el término Hijo del hombre con mayúsculas, como para decir que el hombre verdadero, aquel hacia el cual apunta Dios, el hombre plenamente realizado, no el 'todavía no' que somos nosotros, será fruto de la intervención divina, del encuentro de lo divino con lo humano; no solo producto de los esfuerzos naturales de los hombres.
Es por eso que este título de Hijo del hombre, el hombre por excelencia, el hombre que desciende del cielo, será dado a Jesucristo como objeto de la esperanza final de la humanidad, tal cual hemos escuchado en nuestro evangelio de hoy, mientras todo lo demás, el devenir y 'aún no' del mundo desaparece.
Bloch tiene razón en que la dinámica de la esperanza en este mundo es totalmente utópica, pero precisamente el cristiano no pone el objeto de su esperanza en lo que puede darle su vida terrena, sino que sabe que todas sus ansias y hambres y 'todavía no' serán cumplimentados en el encuentro con el Hijo del Hombre.
La esperanza tiene un objeto. No es pura dinámica de cambio sin sentido, es un caminar hacia Jesús. Por eso tampoco es resignación, porque si bien es cierto que el final del recorrido del cristiano es el Reino ya establecido por Cristo en su Resurrección, ese Reino quiere Dios lo conquistemos con nuestra actividad cristiana, con nuestros esfuerzos, con nuestros deseos de santidad y de mejorar la vida de los nuestros y aún de la sociedad, con nuestro transitar el camino de la lucha, del coraje y aún de la utopía en esta tierra.
El tiempo de Adviento que hoy comenzamos y con el cual se inicia el año litúrgico quiere hacernos tomar conciencia de nuestro 'todavía no' cristiano, del espacio que nos separa de la santidad que es la medida de nuestra cristiana esperanza, del 'aún no' de nuestra superación en Cristo. No es solamente tiempo de espera de las fiestas navideñas, o preparación cultual a la Nochebuena, es tiempo de actualizar nuestro ser hombres de esperanza, y por eso mismo conscientes de la necesidad de crecer, mejorar y cambiar -tengamos la edad que tengamos- hasta el fin de nuestros días. La venida de Jesús no ha de encontramos pasivos, sino en marcha, como en marcha y esperanza se pusieron Jesús y María hacia Belén, y los magos, guiados por la estrella, y los pastores, a la voz de los ángeles.