2005. Ciclo B
2º DOMINGO DE ADVIENTO
(GEP 4-12-05)
Lectura del santo Evangelio según san Marcos 1, 1-8
Principio del Evangelio de Jesús, Mesías, Hijo de Dios. Como está escrito en el libro del profeta Isaías: «Mira, yo envío a mi mensajero delante de ti para prepararte el camino. Una voz grita en el desierto: Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos », así se presentó Juan el Bautista en el desierto, proclamando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados. Toda la gente de Judea y todos los habitantes de Jerusalén acudían a él, y se hacían bautizar en las aguas del Jordán, confesando sus pecados. Juan estaba vestido con una piel de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. Y predicaba, diciendo: «Detrás de mí vendrá el que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de ponerme a sus pies para desatar la correa de sus sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con el Espíritu Santo» .
SERMÓN
La reciente nonagésima Asamblea General de la Conferencia Episcopal Argentina, amén de su ya olvidada Declaración social o socialista -no sé como llamarla-, dispuso otra medida trascendental: ordenar que este segundo y también el próximo tercer domingo de Adviento, se predique gravemente a los fieles sobre la necesidad de aumentar su contribución en las colectas dominicales. Para ello los párrocos hemos recibido cantidad de carteles, esquemas de homilías y centenares de copias de una carta dirigida por los obispos a cada uno de sus fieles instándolos a esta cristiana actitud.
Les ahorro no sólo los carteles y carta sino cualquier clase de llamamiento al respecto. En momentos en que se derrumba no sólo el ser nacional, reducido ya a un procaz y gigantesco adminículo rosa, sino la fe católica de la mayoría de nuestros bautizados, precisamente por la falta de agallas y acción y santidad de quienes tendrían que guiar a su grey -y para eso se les paga-, suena igualmente procaz hablar de pedir a sus pacientes víctimas que aumenten sus aportes.
Más, cuando el evangelio que tendremos la gracia de leer en este año que comienza, el de Marcos, centra toda su prédica en proclamar no cualquier obra de bien, ni instancia de promoción social, ni presencia ecuménica de un Dios apto para todo consumo y creencia, sino, como hemos escuchado recién, "la buena nueva de Jesús, el Rey, el Hijo de Dios". (Que Rey o Cristo quiere decir el término Mesías, en hebreo: "el ungido real".)
Él es la salvación de la humanidad, de cada uno, de las Naciones, y aún podría serlo de la Argentina , si se le siguiera, no una cualquier constitución alrededor de derechos humanos, ni leyes socialistas, ni ecumenismos confusos, ni religiosidades vagas con morales pervertidas, ni jesuses reducidos por las sectas a repartidores de milagros y sanaciones. ¡Viva Marcos! que lo dice claro. Jesús es, al decir de nuestro evangelista, la única verdadera manifestación de Dios, siendo Su Hijo, Su rostro auténtico, descubierto en la carne de María. Él es la única palabra veraz respecto de Dios, no las elucubraciones sobre cualquier divinidad confundida con la naturaleza o lo parapsicológico y fruto de las ignorancias y desviaciones de los hombres plasmadas en falsas religiones.
No por nada este gozoso comienzo de su buena nueva Marcos lo acompaña con la aparición del gran heraldo del Rey, Juan, hijo del aarónida Zacarías y de su también noble mujer Isabel.
Poco sabemos de la infancia de Juan. Las infancias no se convertían ni se convierten en dignas de relato sino cuando, en la adultez, el niño alcanza notoriedad. Y estando totalmente al servicio del Rey, todo Juan centrado en el Hijo de Dios, nadie consideró indispensable hablar de su prehistoria, solo referirse a él cuando estaba cumpliendo su valiente misión, rubricada con su altiva muerte.
Pero las fuentes literarias, arqueológicas, las costumbres de la época, nos permiten reconstruir, con algo de fantasía, su posible memoria. Tanto más que ella podría ayudarnos a entender mejor el trozo de evangelio que acabamos de escuchar.
Cuenta Lucas que los padres del Bautizador eran harto ancianos, ya sin esperanza de hijos, cuando le concibieron. La expectativa promedio de vida, según estudios hechos en osarios de aquellas épocas no superaba, salvo excepciones, los cuarenta o cincuenta años, como hoy en algunos lugares de África. Es muy posible, pues, que Juan, dada la avanzada edad de sus padres, haya quedado huérfano tempranamente. Sin más que las solidaridades familiares de la época hacían que los huérfanos casi siempre tuvieran cobijo en casa de algún pariente que los adoptaba.
Seguramente lo hubiera podido hacer la misma joven María, prima de Isabel. Pero aunque muchas pinturas del renacimiento nos muestran a Jesús y a Juan jugando alrededor de la Virgen -piensen en el de Rafael en la National Gallery de Londres, o del Correggio en el Museo del Prado, o de Leonardo, la Virgen de las Rocas, en el Louvre- de ello no se dice una palabra en nuestras fuentes. Es curioso en cambio que, en nuestros evangelios, se afirme que, antes de predicar su bautismo de conversión, Juan había vivido muchos años en el desierto, cerca precisamente del lugar del Jordán en el cual la tradición ubica su acción de bautizador.
Pero hablar del desierto no era en aquellos tiempos referirse a un enorme mar de arena como hoy nosotros pensamos, asociando el término al Sahara. El desierto, para los habitantes de Judea, hacía referencia a los roquedales anfractuosos, de vegetación rústica, arbustos achaparrados y espinosos, lagartijas y alacranes, semejante en chico a nuestra Patagonia, y que se extendía entre el Jordán y uno de los cuernos de la medialuna fértil, la Mesopotamia. En esos desiertos, aunque austeramente, se podía vivir.
Pero, para los judíos el desierto evocaba mucho más, ya que en dos oportunidades históricas había sido la antesala, antes del cruce del Jordán, del ingreso en la Tierra Prometida. Una, la del legendario desierto de Moisés, la huida de Egipto, supuestamente hacia el siglo XIII antes de Cristo, cuya historicidad se pierde en la leyenda y de cuya facticidad dudan los biblistas, ya que sólo ha llegado en sagas escritas mil años después, en relatos poco verosímiles. La otra, sí, claramente histórica y documentada: el camino de vuelta que habían recorrido, instados por el profeta Isaías, a fines del siglo VI AC, los desterrados por Nabucodonosor en Babilonia, cuando el rey Ciro, habiendo conquistado la Mesopotamia , les dio autorización para regresar a sus tierras, atravesando el desierto hacia el Jordán. Es según este regreso, en realidad, que los autores bíblicos comienzan a describir, como antecedente patriótico y fundante la huida de Egipto. Babilonia y Egipto se identificarán así como los lugares por excelencia del poder humano rebelde a Dios, lleno de tentaciones y riquezas, de los cuales hay que salir para encaminarse a tierra santa.
Pero lo cierto es que, en los tiempos de la juventud de Juan y de Jesús, había muchos judíos que se habían visto profundamente decepcionados por aquel regreso hecho hacía ya más de cuatrocientos años. Lejos de llevar una vida acorde con los preceptos divinos, los judíos en Jerusalén se habían aliado y contaminado con todas las costumbres paganas que habían influido sobre ellos. Primero los mismos persas que les habían devuelto a sus tierras, luego los griegos -sucesivamente seléucidas y lágidas-, finalmente los romanos. También Roma ahora se transforma en sinónimo de Babilonia, tanto es así que, si Vd. leen el Apocalipsis, a Roma se le llama Babilonia. Siempre la tentación corruptora del poder, de la riqueza, de la política, de las costumbres laxas y degeneradas.
De allí que surgieran grupos radicales que rechazaban todo ello y afirmaban que 'la abominación de la desolación' se había instalado incluso en el Templo de Jerusalén, con sus sacerdotes y políticos corruptos y vendidos al dinero y a los señores de este mundo. En algunos textos de la época se llega a llamar Babilonia a la misma Jerusalén.
Tanto es así que la única solución para aquellos que querían seguir siendo fieles a Dios, era regresar al 'desierto', a la antesala de la auténtica Tierra Santa. Eso lo habían hecho diversas sectas, una de ellas -precisamente en las proximidades del lugar de la predicación del Bautista- la de los esenios, cuyas noticias ya nos habían llegado por el historiador judío Josefo, del siglo I, pero cuyas riquísimas evidencias documentales y arqueológicas aparecieron, a partir del año 1947, en el monasterio esenio de Qum Ram, fundado en el siglo I antes de Cristo, a la vista del Mar Muerto, y destruido en el año 67 de nuestra era.
Todo el mundo ha oído hablar -incluso en novelas de ficción y anticatólicas-, de este monasterio, así como de los centenares de documentos bíblicos y de la secta hallados en cuevas escondidas en sus alrededores. Curioso que precisamente uno de los nombres dado al monasterio por sus propios moradores era el de 'desierto'. Literalmente, pues, el que Juan haya vivido antes de su aparición pública 'en el desierto' podría ser, sin forzar el significado de la palabra, el que hubiera vivido en el monasterio de Qum Ram.
Los documentos hablan de que muchos sacerdotes de no elevada condición que, de vez en cuando, prestaban turnos en el templo de Jerusalén, asqueados de esa religiosidad vacía y al servicio de las clases políticas y dominantes, integraban la comunidad esenia, donde pretendían, afirmaban, ejercer el auténtico sacerdocio, mientras Jerusalén no se transformara verdaderamente en la ciudad de Dios. Puede que Zacarías haya sido uno de ellos. El monasterio no era sólo de hombres célibes. Y puede que haya llevado allí a su hijo Juan y, al momento de su muerte, éste haya quedado allí al cuidado de la comunidad. (Al modo de "Marcelino, Pan y Vino".)
Sugestivo también que varios de los antiguos manuscritos hallados en Qum Ram sean transcripciones del profeta Isaías y que Isaías sea abundantemente mencionado en los escritos de la secta. De hecho el primer manuscrito que halló el árabe que descubrió una de las cuevas, mientras rastreaba a una de sus cabras extraviadas, en el año 1947, fue el texto casi completo del profeta Isaías en una copia manuscrita del siglo primero, contemporánea a Juan y a Jesús.
Hay que pensar en el Isaías de los capítulos 40 en adelante, el llamado Déuteroisaias por los biblistas, contemporáneo al exilio y quien insiste estentóreamente a los desterrados que, confiados en el poder de Dios, deben dejar sus comodidades de Babilonia, entrar en el desierto y regresar a la Ciudad Santa : "Una voz grita: en el desierto preparad el camino del Señor, allanad sus senderos" Y es necesario también decir que es este Isaías quien por primera vez en la teología y literatura hebrea exalta el poder creador de Yahvé, del Señor, el que lo declara único Dios, el que lo descubre como señor de todos los pueblos y de toda la historia. Piénsese que este Isaías es contemporáneo al autor o autores de la presentación de Dios como creador de Génesis 1. E Isaías exalta su poder, su fuerza, su omnipotencia, precisamente para alentar a los judíos en el destierro a que no desfallezcan, a que confíen en él, a que se larguen al desierto, a que intenten otra vez el regreso a lo santo, a lo grande, a lo divino.
Y se suponía que eso hacían en su desierto, en el wadi Qum Ram, los esenios: preparar el camino del Señor, es decir de Yahvé, allanando sus senderos.
Las ruinas excavadas por el padre de Vaux entre los años 1953 y 1956 descubren una extensión de 4000 metros cuadrados con múltiples dependencias y servicios, sala de asamblea y comedor, con vajilla para más de 500 personas, cocina con cinco fogones, hornos de pan, lavandería, taller de fabricación de cerámica, un lugar de escritura o 'scriptorium' con pupitres con sus asientos y tinteros incorporados, en donde los monjes copiaban y escribían sus manuscritos. Pero lo que más llama poderosamente la atención es el complejo sistema de captación y distribución del agua. Esta procedía del wadi. Es sabido que un wadi o ued es un torrente que excava un hondo cauce seco la mayor parte del año. El agua, recogida los días de invierno cuando el ued arrastraba violentamente su caudal, era conducida por unos canales y se distribuía en más de ocho piscinas y embalses que aseguraban no sólo agua para beber, sino especialmente para las abluciones diarias que eran parte del ritual característico de los esenios. No era cuestión de higiene, sino de la purificación interior significada en esos baños, mediante la cual el esenio se preparaba para ser apto seguidor del Señor en el potente regreso de su día.
También estas abluciones pueden estar en el origen del simbolismo que usa Juan en su bautismo.
Cuándo y por qué se separó Juan de los esenios y se fue hacia el Jordán, no lo sabemos. Lo cierto es que su doctrina, tal cual aparece en los evangelios se aparta de la de estos monjes. Entre otras cosas por la urgencia de preparar la llegada del día del Señor que él avizora inminente. Juan ha meditado, leído y copiado tanto los viejos manuscritos del Deuteroisaías que adopta su lenguaje. Pero, contrariamente a los esenios, no divide al mundo entre buenos y malos. Todos, si quieren, pueden confesar sus pecados y formar parte, bautizándose, del pueblo del Señor.
Más aún; sabe que su bautismo es sólo una especie de anticipo del verdadero bautismo que traerá finalmente el Señor transformando a su pueblo. Sabe que él, Juan, cumple sólo una función secundaria, preparatoria. No es un protagonista principal a la manera de ciertos obispos y clérigos de nuestros días, es solo un servidor del verdadero Señor, Cristo Jesús. Y 'el Señor', traducción del nombre que se usaba para designar a Yahvé, a Dios, no es solamente el anónimo poder divino que unifica torpemente todas las religiosidades, sino que está personificado en Aquel a quien Juan es indigno de desatar la correa de sus sandalias y que vendrá no sólo para hacer regresar geográficamente a su pueblo a Jerusalén, sino para transformarlo mediante el Espíritu Santo, la gracia de Dios y elevarlo a la filiación divina.
Y se trata, el de Juan, de un solo bautismo, no de muchas abluciones al modo esenio, de muchas idas y venidas, de compromisos a medias que deben ser renovados; se trata, nuevamente, del cruce del Jordán, del compromiso hecho una sola vez y para siempre, que transforma a los hombres en capaces de ser cristianos, configurados a imagen de Cristo, del hijo de Dios, no de cualquier moralina, o compromiso social o ecológico o derechohumanista.
De la mano de Marcos, este año que comienza, sacudidos en su inicio por la predicación del Bautista, nos ponemos nuevamente en situación de combate, de vigilia, de espera, de adviento, de oración, de entrenamiento, de limpieza de miras, para, en cuanto estemos listos, ponernos a las órdenes del Rey que llega, del Poderoso, como dice Juan, para, con él, desafiar a Babilonia, a Egipto, a los sacerdotes del Templo, a los traidores a la patria, a los mercenarios de la ruindad, clamando en el desierto, alentados por la esperanza: "¡Ven Señor Jesús!"