Sermones de ADVIENTO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ



Adviento

2002. Ciclo B

3º DOMINGO DE ADVIENTO 
(GEP 12/12/02)

Lectura del santo Evangelio según san Jn 1,6-8. 19-28
Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. Él no era la luz, sino testigo de la luz. Éste es el testimonio que dio Juan, cuando los judíos enviaron sacerdotes y levitas desde Jerusalén, para preguntarle: "¿Quién eres tú?" Él confesó y no lo ocultó, sino que dijo claramente: "Yo no soy el Mesías". "¿Quién eres, entonces?", le preguntaron. "¿Eres Elías?" Juan dijo: "No". "¿Eres el Profeta?" "Tampoco", respondió. Ellos insistieron: "¿Quién eres, para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo? Y él les dijo: "Yo soy una voz que grita en el desierto: Allanad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías". Algunos de los enviados eran fariseos, y volvieron a preguntarle: "¿Por qué bautizas, entonces, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?" Juan respondió: "Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros hay alguien a quien no conocéis: él viene después de mí, y yo no soy digno de desatar la correa de su sandalia". Todo esto sucedió en Betania, al otro lado del Jordán donde Juan bautizaba.

SERMÓN

            A pesar de su limitadísimo poder, Herodes Antipas uno de los hijos de Herodes el Grande -aquel sí poderoso monarca-, y que había comenzado a reinar con el título de "tetrarca" -Roma no le concedió el título de rey-, sobre las exiguas zonas de Galilea y de Perea, al otro lado del Jordán, que le habían tocado en herencia... a pesar de ello, podía mantener un pequeño ejército de mercenarios galos y escitas que le servían de guardia personal y aún de policía interna y de fronteras. Más aún, pudo incluso librar pequeñas guerras personales. Como por ejemplo la que tuvo que enfrentar cuando, llevado por su lujuria, se unió con la ex mujer de un medio hermano suyo, Herodías. Para ello había debido repudiar a su primera mujer, hija de Aretas IV, rey de los nabateos. Los nabateos ocupaban el territorio al sureste del Mar Muerto, colindante precisamente con Perea. Aretas que, como buen beduino, no toleraba insultos de familia, indignado, organizó una expedición punitiva contra Herodes. No serían mucho más de dos o tres centenares de guerreros, pero decididos a todo para 'bienparar' el honor de su rey, de tal manera que dieron buena cuenta de los mercenarios de Herodes, en una batalla en la cual rápidamente éstos, con pocas ganas de dar su vida por las hazañas de alcoba de su tetrarca, ante las primeras bajas, se dieron prudentemente a la más vergonzosa fuga.

Sin embargo este minúsculo episodio de la historia sirvió de ocasión, providencialmente, para que un testigo extrabíblico nos hablara de Juan, llamado el Bautista, ¡y de Jesús!

Este incidente, en efecto, sirvió a los cansados súbditos de Antipas para afirmar que Dios lo había castigado así por sus numerosos crímenes y, sobre todo, por la muerte de Juan. Y así lo recogió, sin darle importancia, el historiador judío Flavio Josefo , cuando en el capítulo 18 de su libro Antigüedades judaicas escribe: ".... algunos judíos creyeron que el ejército de Herodes había sido destruido por Dios en justo castigo, para vengar lo que él había hecho a Juan, llamado 'el Bautista'" Es allí cuando Flavio Josefo inserta una breve noticia sobre Juan que, básicamente, confirma no solo su existencia histórica sino, a grandes rasgos, lo que del bautizador afirman nuestros evangelios. De hecho la noticia de Juan que nos trae Flavio Josefo es bastante más extensa que la que, en ese mismo capítulo 18, poco antes, nos trae sobre Jesús -y sin relacionarlo con aquel-.

Piensen Vds. que este historiador escribe su obra hacia los años 80 de nuestra era, en Roma, después de la caída de Jerusalén, lo cual, entre otras cosas, nos demuestra que, cincuenta años después de la Resurrección, todavía era mucho más conocido Juan el Bautista que Cristo Jesús. Más difundidos los discípulos del primero que los del segundo.

Que cierta cantidad de discípulos de Juan habían formado una especie de comunidad o secta o agrupación judía que subsistió al menos hasta la época en que se escribieron nuestros evangelios, se desprende del esfuerzo polémico que hacen los evangelistas para ubicar a Juan respecto a Jesús y convencer a sus seguidores de que se hagan cristianos. Todos los pasajes sobre Juan apuntan a este interés de convertir a los 'bautistas' y hacerlos mirar hacia Jesús.

Y si Vds. leen atentamente los distintos evangelios verán que cada evangelista elabora al respecto distintos puntos de vista. Marcos presenta al Bautista como el precursor profetizado por el Antiguo Testamento, destinado a preparar el camino de Jesús. Sin embargo Juan no parece penetrar el misterio de la identidad de Jesús, ni siquiera al bautizarlo. Según Marcos Juan nunca sabrá quien es verdaderamente Cristo. Mateo, por el contrario, presenta un Juan que sí reconoce la dignidad de Jesús y confiesa públicamente su propia inferioridad con respecto a él: "Soy yo el que necesita ser bautizado por ti, ¿y tu viene a mi?" (Mt 3, 13). Lucas , el tercer evangelista, no relata ningún encuentro de Jesús con Juan durante su adultez. Ubica la muerte de éste antes de la vida pública de Jesús. Entonces ¿qué hace?: retrotrae el reconocimiento de Juan a su infancia y lo muestra como pariente de Jesús, para que, ya en el vientre de su madre, en la visitación, saludándolo, pueda mostrarse inferior a Jesús. "¿Quién soy yo para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno" (Lc 1, 41-44).

Pero que los seguidores de Juan el Bautista eran todavía importantes a fines del siglo primero lo demuestra sobre todo el evangelio de Juan, el cuarto, el que hemos leído hoy, escrito para esa época, y que, sin ningún ambage, ubica claramente a Juan por debajo de Jesús en todos los órdenes.

Ni siquiera lo llama el Bautista. Lo hace negar ser Elías (aunque Marcos lo había insinuado y Mateo afirmado). Tampoco se dice, en el cuarto evangelio, que el bautismo de Juan tuviera algo que ver con el arrepentimiento y el perdón de los pecados. Solo será un medio para la revelación de Jesús: " he venido a bautizar con agua para que él sea manifestado a Israel ". Para el cuarto evangelista la principal función de Juan no es, pues, bautizar, preparar al pueblo, sino dar testimonio de Jesús: " He visto al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma y se quedaba sobre él ". Sin embargo, en este papel, su cometido será llevado al extremo, porque Juan no solo da testimonio de Jesús definiéndolo como "la luz", "el Señor", "el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo", "el Hijo de Dios", "el esposo" al que corresponde "crecer" mientras Juan "mengua", sino que también atestigua que Jesús es "la Palabra Preexistente", hecha carne en la historia: " Él -dice- existía antes que yo ". Más adelante, el cuarto evangelio describirá al Bautista como ' una lámpara encendida y resplandeciente ', mientras que Jesús es, Él mismo, " la Luz del mundo ". Así, el evangelista Juan, aunque marcando su distancia respecto de Cristo, transforma al viejo Juan el Bautizador, en el primer testigo de Jesús, el primero y prototípico de sus discípulos.

Es de este modo cómo la polémica con los seguidores de Juan el Bautista sirve a los evangelistas para elaborar la figura de los verdaderos discípulos de Cristo. Más allá de su realidad histórica Juan se transforma en un ejemplo a seguir por la Iglesia y por los cristianos.

En este Adviento, que prepara la venida navideña del Señor, imagen cronomorfa de la llegada de Jesús a nuestras vidas y, sobre todo, de la venida final, Juan nos sirve para identificarnos en nuestro papel de seguidores del Señor. Tanto a nuestro respecto como al de los que, por obligación de bautizados y bautizadores, debemos anunciar la venida de Cristo, Juan nos enseña que no podemos, de ninguna manera, suplantar a Jesús: solo podemos adoptar el papel del Bautista, preparar Su camino en nuestros corazones y el de nuestros semejantes. Ni el Papa, ni los obispos, ni los curas, ni ningún cristiano, deben hacer otra cosa que "menguar" ellos y hacer encontrar, a aquellos a los cuales anuncian el evangelio, con el mismísimo Jesús, para hacerlo crecer dentro de ellos. No basta ser discípulo de Juan, no basta seguir a este cura o este santo fundador o esta congregación o movimiento, no basta emocionarse hasta las lágrimas a la vista del Papa, ni ser amigos de este sacerdote o aquella religiosa. Nada de eso sirve si no nos ayuda a acercarnos -cada uno, personal, íntimamente-, al único que es la verdadera vida, la Luz, el Cordero de Dios, capaz de bautizarnos no con el agua del rito, ni siquiera con la iluminación de una predicada y entendida fe, sino con el fuego de su gracia y de la fe vivida en caridad. No soy apto para el Reino si acerco a la gente a mi persona, a mi parroquia, pero no los llevo a amar al Señor.

Pero Juan el Bautista, más allá de la polémica de los evangelios con sus seguidores, en la tradición eclesiástica, se ha transformado en el epítome de todo el antiguo testamento, o, quizá más: de todo lo que de lícito y bueno puede lograr lo humano, su razón y sus acciones rectas, para prepararse al encuentro con el Señor.

Nadie puede desconocer que, en nuestra cultura, cada vez es más difícil predicar y vivir el cristianismo. Esto no se debe a ningún progreso intelectual de la humanidad que haga que el mensaje evangélico haya quedado obsoleto, anticuado, precientífico, como dicen algunos, y que, por eso, la Iglesia debería 'aggiornarse', seguir los modelos, costumbres y lenguaje de este mundo para hacerse entender, ceder en conductas que, para el anémico hombre de nuestros días, parecen imposibles, transformar liturgia y prédica en 'pavada' para poder llegar a la gente... Eso se debe, simplemente, a que los enemigos de Cristo -que, cada vez más, vuelven a atreverse a dar la cara, atacando sin disfraz alguno a la Iglesia- han minado la forma de pensar de nuestro pueblo, lejos de llevándolo a un pensamiento cada vez más racional, castrándole el cerebro y las neuronas mediante los medios, haciéndolos cada vez menos aptos para pensar en serio, razonar, leer y salir de lo superficial, de lo vulgar, de lo mediocre. Han promovido una sociedad -en la cual las primeras víctimas son los jóvenes- que cada vez lee menos y, cuando lee, cada vez entiende menos lo que lee; que no saben repetir sino dos o tres ideas adocenadas; que no tiene vocabulario, -por lo menos vocabulario para pensar las realidades importantes y trascendentes-; que carecen de capacidad para interesarse por nada que no sea deportes, sexo, diversión o degradada chismografía de los diarios que -aún siendo lo poco que todavía se lee-, nunca plantean nada con rigor y profundidad. Han pergeñado un castellano en donde las grandes palabras han sido hechas desaparecer o sonar a chiste o no significar nada o cualquier cosa, como 'Dios', 'pecado', 'gracia', 'cielo', 'condenación', 'vida sobrenatura'. 'santidad'... Han animado una calidad humana degradada por una contraética en donde lo bueno se hace pasar por malo y lo malo por bueno, en donde, por ejemplo, la virginidad y el pudor se han vuelto risibles; el uso, en cambio, sin frenos de la sexualidad, sano y signo de normalidad; han forjado un ambiente ideológico y legal donde se protege al delincuente y se desarma al inocente; en donde se aplaude al asesino subversivo de izquierda y se denuesta a las fuerzas del orden; en donde es delito de lesa humanidad tocar algún dogma hebreo o insinuar alguna duda sobre algunos hechos de su reciente historia mientras es graciosísimo reírse de los gallegos y es avanzadísimo y supremamente intelectual hablar mal de la Iglesia y del cristianismo. Una sociedad donde se favorece al inútil e incapaz, al haragán y al borrachín, al forajido piquetero -sin el menor intento de contenerlos y capacitarlos- y donde se ponen trabas al trabajador y a los capaces de engendrar riquezas. Han construído un Estado que fomenta, en el arte, lo grosero, lo procaz, lo feo, lo llamativo y animalesco, y donde subsiste precariamente lo verdaderamente bello y digno de lo humano. Donde se bombardea como obsoleta la institución matrimonial, mientras se intenta llamar matrimonio a cualquier unión, aún entre sodomitas. Donde se legaliza lo inmoral, y se declara fuera de la ley lo moral.

¿Cómo en una sociedad así, sin valores, o peor, con los valores subvertidos, podrá resonar el llamado supremamente estético y ético de Cristo al Reino de los Cielos?

Precisamente Juan el Bautista representa, en la historia de la Iglesia, toda esa preparación humana del Antiguo Testamento, y aún de la civilización clásica, que fue, poco a poco, creando el vocabulario humano y teológico, las costumbres auténticamente humanas, el modo de pensar lúcido y correcto, capaces de apreciar, entender, abrazar y darse cuenta del mensaje sublime de Cristo y poder así elevar lo humano a lo divino. Nada de lo de Cristo hubiera podido ser entendido sin esa larga preparación que hunde sus albores en el origen mismo de la humanidad, cuando el recién surgido a la existencia 'homo sapiens' comenzaba hacer sus primeros palotes en el arte de comprender la realidad y comportarse como humano.

Juan el Bautista sigue representando, hoy, todo esfuerzo al alcance de nuestras humanas fuerzas necesario para abrirnos a la inteligencia de Cristo y a la aceptación de Su Gracia, que es, no solamente aprender a pensar y apreciar lo bueno y lo bello, sino apartar de nuestra mente todo error u obscuridad y de nuestra conducta toda instalación en el desvío y el pecado.

Eso quiere ser el tiempo de Adviento, de espera: espera activa, inteligente, silenciosa, abierta a lo real no a lo ficticio, no a lo que nos fabrican los medios, no al falso mundo virtual que nos ha elaborado, para apartarnos de Dios, la apostasía del hombre moderno. "Espera" que combate los defectos y vicios que enturbian nuestro paladar y nos impiden apreciar lo verdaderamente sano y bueno, para que esta navidad sea, en nuestra vida, una nueva irrupción encandilante de auténtica luz. Y nos permita, en medio de este mundo de nieblas grises y malolientes y oscuridades falsamente fosforescentes, ser, como Juan el Bautista, ¡testigos de la Luz!

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