1991. Ciclo B
3º DOMINGO DE ADVIENTO
(GEP 16-XII-90)
Lectura del santo Evangelio según san Jn 1,6-8. 19-28
Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. Él no era la luz, sino testigo de la luz. Éste es el testimonio que dio Juan, cuando los judíos enviaron sacerdotes y levitas desde Jerusalén, para preguntarle: "¿Quién eres tú?" Él confesó y no lo ocultó, sino que dijo claramente: "Yo no soy el Mesías". "¿Quién eres, entonces?", le preguntaron. "¿Eres Elías?" Juan dijo: "No". "¿Eres el Profeta?" "Tampoco", respondió. Ellos insistieron: "¿Quién eres, para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo? Y él les dijo: "Yo soy una voz que grita en el desierto: Allanad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías". Algunos de los enviados eran fariseos, y volvieron a preguntarle: "¿Por qué bautizas, entonces, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?" Juan respondió: "Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros hay alguien a quien no conocéis: él viene después de mí, y yo no soy digno de desatar la correa de su sandalia". Todo esto sucedió en Betania, al otro lado del Jordán donde Juan bautizaba.
SERMÓN
Todavía en el siglo III, en unos escritos gnósticos falsamente atribuidos a Clemente , se habla de la existencia de pequeños grupos de judíos que creían, aún, que Juan el Bautista era el mesías. Cuando el historiador judío Flavio Josefo se refiere a la época de Cristo, menciona a Juan como alguien que atraía tales multitudes y las exaltaba de tal manera que Herodes, asustado y temiendo una revuelta, lo había mandado aprisionar y finalmente asesinar en su fortaleza de Maqueronte. Es probable que muchos de estos partidarios, aún después de la muerte de Juan, hubieran seguido sosteniendo sus ideas y formando escuela, como sucede con todos los grandes hombres. Tan es así que, en el libro de los Hechos de los Apóstoles, Lucas habla de un grupo de doce judíos con los cuales se encuentra San Pablo en Éfeso y que habían recibido el bautismo de Juan, pero nada sabían acerca del Espíritu Santo.
Ruinas de Maqueronte (lugar de la muerte de Juan)
No existen muchos datos al respecto, pero la importancia que dan los evangelios a la figura de Juan habla evidentemente no solo de la envergadura real del Bautizador sino de una tácita intención de esos mismos evangelios de instar a los partidarios de Juan a que no se apeguen excesivamente a su figura y tengan en cuenta que toda su misión consistía en señalar a Cristo.
Especialmente nuestro evangelista, Juan, insiste en esta instrumentalidad del Precursor y juega con las afirmaciones negativas a su respecto: "él no era la luz ", " yo no soy el Mesías ", " no Elías ", " no el Profeta ", " no soy digno de desatar las correas de su sandalia ", " bautizo solo con agua ".
Pero lo mismo que había ocurrido con el precursor de Jesús, sucedió también con muchos de sus sucesores. Después de la Resurrección de Cristo y cuando comenzó a difundirse la Iglesia, la misma adhesión personal que había logrado Juan, la obtenían los apóstoles. Tanto es así que, en su primera epístola a los Corintios, Pablo ha de protestar enérgicamente por aquellos que enarbolan su nombre como si fuera el jefe de una secta y lo oponen a los que son partidarios de Pedro o de un tal Apolo, predicador cristiano de Alejandría. Escribe: " Cuando uno dice 'Yo soy de Pablo', el otro 'Yo soy de Pedro', el otro 'Yo de Apolo', ¿acaso no está procediendo como lo haría cualquier hombre? " " Después de todo -continúa ¿quién es Pablo? ¿quién Apolo? ¿quién Pedro? Simples servidores, por medio de los cuales ustedes han creído ." " Pero, el fundamento, es Jesucristo. " " Pablo, Apolo o Pedro, el mundo, la vida, la muerte, el presente o el futuro. Todo es de ustedes, pero ustedes son de Cristo y Cristo es de Dios ".
Y esto no es solamente un llamado a la unidad, tipo decir “más allá de ‘yo soy del Opus Dei', ‘yo cursillista', ‘yo de la Acción Católica', ‘yo schoenstatiano', ‘yo focolarino', ‘yo franciscano', ‘yo carmelita' tengo que decir, antes que nada ‘yo soy católico', ‘yo soy cristiano'”. Como uno podría llamar a la unidad a otras organizaciones como, por ejemplo, las fuerzas armadas y combatir el espíritu de cuerpo de infantes contrapuesto al de caballería o artillería; o el del ejército antagónico al de la armada o la aeronáutica. No se trata de eso, porque, dentro de ciertos límites, el espíritu de cuerpo es bueno y fomenta una sana competencia. Y aún sentirse orgulloso de ser carmelita o franciscano o del Opus -dentro del legítimo pluralismo católico y mientras no se desprecie a los otros- puede coexistir perfectamente con la unidad católica, que no es unidad aplanadora e igualitaria, sino orgánica y multiforme.
No se trata simplemente, pues, -lo de Juan y lo de Pablo-, de un llamado a la unidad, sino a algo mucho más importante. Al darse cuenta de que la realidad pluriforme de la Iglesia, tanto en sus grupos humanos, como en sus leyes, sus ritos, sus sacramentos, solo encuentran sentido en la medida en que nos permiten encontrarnos con Cristo Jesús, aquel que es la imagen visible de Dios, -el que es Luz, Profeta, Mesías, el que bautiza con fuego- y mediante el cual somos divinizados, elevados, vitalizados.
Todo y todos los demás somos solo instrumentos, medios, servidores, de la única realidad importante, que es el encuentro de cada uno, en oración de amistad y en compromiso de vida, con el Señor Jesús. Este o aquel sacerdote, esta o aquella Misa, tal ley, tal doctrina secundaria, nada importan sino en la medida en que nos permitan hallar a Cristo y religarnos con Él.
Ni Juan el Bautista, ni Pablo, ni Pedro, ni ningún sacerdote, ni ningún rito, ni ninguna organización u orden o congregación, valen nada en si mismos, sino en la medida en que me conduzcan al Jesús viviente y vivificador.
Eso no quiere decir que Juanes Bautistas, Pablos, Pedros y Apolos, sacerdotes, monjas, laicos, cristianos verdaderos no sean importantes. Por el contrario, Cristo ha querido que nos encontremos con Él a través de mediaciones, de testigos. Si nadie nos hubiera hablado de Cristo, si hubiéramos nacido en una isla desierta o en medio del Mato Grosso, hubiera sido imposible para nosotros conocerlo, amarlo. La fe siempre es dada a través de testigos. De esto bien conscientes tenemos que estar todos los cristianos: si nosotros con nuestra palabra y nuestro ejemplo no damos testimonio de Jesús, éste no puede de ninguna otra manera llegar al mundo.
Pero, al mismo tiempo, adquirir cada vez más conciencia de que nuestro cristianismo, con su ideología, sus sacramentos, su doctrina política, sus sacerdotes, de nada vale sino en proporción a la presencia viva y vivida de Jesús en cada uno de nosotros.
Que estas navidades sirvan, pues, para unificar nuestra vida de fe en torno a un redescubrimiento de Jesús, un adentramiento en nuestra amistad con Él, una revitalización de nuestra oración, un nuevo entusiasmo por su figura y una renovada percepción de su cálida y potente realidad en nuestra existencia.