2005. Ciclo B
4º DOMINGO DE ADVIENTO
(GEP 18/12/05)
Lectura del santo Evangelio según san Lc 1,26-38
En el sexto mes, el Ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María. El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: «¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo» Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo. Pero el Ángel le dijo: «No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin» María dijo al Ángel: «¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?» El Ángel le respondió: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios. También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, porque no hay nada imposible para Dios» María dijo entonces: «Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho»Y el Ángel se alejó.
SERMÓN
En estos tiempos en los cuales tanto se habla de ecología y a cada rato leemos sobre acciones y proclamas de grupos y partidos 'verdes', no será desconocido el nombre de James Ephraim Lovelock. Nacido en 1919 en Inglaterra es, aún especialista en el tema, bastante independiente en sus opiniones, ya que, últimamente, contra el parecer de la mayoría de los ambientalistas, sostiene que la única manera de evitar la polución del hábitat, la disminución de la capa de ozono y el efecto invernadero es recurriendo a centrales nucleares, cuyos residuos, afirma, pueden neutralizarse muchísimo más inocuamente que los de los combustibles fósiles.
Lovelock, entre otros inventos, es autor del Detector de Captura de Electrones con el cual contribuyó decididamente a fijar el grado de contaminación de nuestra atmósfera haciendo en su momento y con su artefacto cuidadosas mediciones, especialmente en la Antártida , sobre los restos tóxicos producidos por la combustión, pesticidas, aerosoles, y otros productos contaminantes utilizados por la técnica contemporánea.
De todos modos lo que ha hecho más notorio a Lovelock es su famosa 'hipótesis' o 'teoría de Gaia'-. Gaia o Gea es, como Vd. saben, el antiguo nombre indoeuropeo de la diosa Tierr. ( Geo-grafía ).
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Porque los inventos del sabio británico también sirvieron para analizar, en el proyecto Viking del cual formó parte, las atmósferas de Marte y de Venus. Y el análisis las muestra químicamente en equilibrio y con elementos en su mayoría inertes. Lovelock sostuvo que ese equilibrio estático y constante era indicio evidente de la carencia total de vida en esos planetas. Distinta la atmósfera terrestre, que contiene elementos activos como el oxígeno que, por su capacidad de combinarse constantemente con otros, por ejemplo el metano, deben ser renovados permanentemente. No hay en la tierra equilibrio estático posible. Y solamente la vida explica que pueda haber una especie de armonía dinámica, ecológica, donde las modificaciones se compensan las unas con las otras, como por ejemplo la producción de oxígeno a partir del sol y la clorofila de las plantas. Y no se trata sólo del oxígeno, sino de los continuos cambios que la misma tierra y las distintas especies deben realizar para adaptarse a las variaciones y agresiones que sufre constantemente el medio, y recuperar siempre el equilibrio.
De tal manera que Lovelock, ya desde una primera obra, escrita en 1979, que inició una serie de publicaciones cuyo último título salió en el año 2000, Homenaje a Gaia , sostiene que Gaia, la Tierra , es una especie de 'superorganismo'. (Así lo llamó, apoyando a Lovelock, Lynn Margulis, científica norteamericana, casada con el ya difunto Carl Sagan, mentora de la teoría de la 'simbiogénesis', y opositora de varias de las hipótesis darwinianas.)
Gaia sería, pues, para Lovelock, un enorme organismo viviente autorregulado y que tiende a compensar o neutralizar unos fenómenos con otros. Con esta hipótesis ha intentado explicar por ejemplo el terrible Tsunami del año pasado, hablando de una especie de venganza de Gaia a las manipulaciones y desastres ecológicos de los hombres.
Aunque estrictamente no pertenece a la línea de pensadores New Age, Lovelock ha dado base científica a muchos de ellos para resucitar las antiguas mitologías de la Diosa Tierra , la Gran Madre, que, desde los más remotos tiempos, ha sido adorada por el hombre como la engendradora primigenia de todo, especialmente de la vida.
Recordemos las llamadas Venus neolíticas . Estilizaciones de las funciones reproductivas de la mujer y que representan no solo al sexo femenino, sino a la Tierra concebida como fecunda Madre.
Hesíodo -siglo VIII-VII AC-, en su Teogonía , puso por escrito, en el medio cultural griego, esta visión similar y paralela a casi todas las cosmogonías de la antigüedad. Tras el Caos -recita- lo primero que surgió fue Gaia o la Tierra, "la de amplias ubres", la llama, "el eterno fundamento de los dioses del Olimpo". "Porque" -continúa- de su propio ser, «sin dulce unión de amor», dio a luz a Urano , el cielo estrellado, su igual, para cubrirla a ella. Urano -o Cronos o Zeus o Júpiter, que no son sino sus distintos nombres-.
De esta diosa Tierra, van naciendo, con la ayuda de Urano, todos los seres del universo, incluso las divinidades inferiores y el hombre. Ella, " la Tierra de anchos flancos", es la madre y el origen de todo; y todo, finalmente, vuelve a ella.
Por cierto que, en estas visiones y mitos, nada hay de conocimiento astronómico. La tierra no es el planeta que conocemos por Google y que gira alrededor del sol, perdido en el universo, sino, junto con Urano -el cielo-, el Todo, el Mundo, la Naturaleza , el Cosmos material.
Para estos mitos, pues, no hay Dios ni principio superior a la Madre Naturaleza. Ella autoengendra de sus entrañas todo lo viviente, y, en él, al ser humano, con su cerebro, su razón, su pensamiento, que no es sino una porción de la sabiduría que Ella guarda en su seno. (Recuerden Vds. cómo, en los mitos nórdicos, indoeuropeos, que usa Wagner, es siempre finalmente Erda, la tierra -'die Erde'-, la que ha de transmitir su saber añejo y primordial al mismo Wotan, el Zeus germánico.
Así pues Erda, Gea, o con otros nombres, Isis, Cibeles, la Gran Madre Mediterránea -de cuyo culto subsisten imponentes ruinas en Roma-, Anat, Astarté, Pandora, la Pacha Mama inca, la azteca Coatlicue («la de la falda de serpientes» en náhuatl), son la vitalidad original y natural de la cual todo sale, incluso lo divino, sin necesidad de nada o nadie.
Es interesante saber que los animales sagrados que la representaban eran, en casi todas las culturas, el becerro, el cerdo, y sobre todo, la serpiente. No por nada el becerro de oro, el cerdo, la serpiente, serán símbolos y animales detestados por la religiosidad hebrea.
Y vean que no se trata de concepciones ya superadas. Para toda la filosofía y religiones no cristianas, lo divino o -dicho de otra manera- lo único que existe es Ella, la naturaleza, la Tierra Madre , o, de la misma raíz, la Mater-ia , la 'madera' primordial de todas las cosas. A nivel popular esto es lo que sostienen precisamente los cultos y agrupaciones New Age, con sus terapias alternativas de acostarse en la tierra, ponerse en comunión con diversas piedras, en resonancia con ciertas plantas o bosques y lagos.
Y, como decíamos, aunque sólo una partícula, es el hombre el fruto y el representante principal de esta naturaleza, de esa madre Tierra. El hombre -varón y mujer- parte principal de lo divino, capaz de transformarse a sí mismo.
Erda despierta de su profundo sueño -como siempre la pinta Wagner- en el hombre, en Sigfrido. El ser humano, desde la fecundidad de la madre tierra, nace y renace constantemente en la mujer sembrada por el varón. La sexualidad se hace casi como un rito que actualiza el poder máximo de la naturaleza: dar la vida.
Pero ya lo hemos dicho muchas veces -y hace pocos días hablando de la Inmaculada Concepción - esta vida, termina, siempre, en la muerte. Gaia, Gea, Ewwa -uno de los antiguos nombres semitas de la madre tierra-, Cibeles, la Pacha Mama , eran dadoras de vida, pero también de muerte. La tierra, al mismo tiempo que plantío materno, fagocitaba finalmente a sus hijos haciéndolos retornar a ella. Útero y a la vez tumba. (Como bien lo muestra la simbología freudiana y su teoría de las regresiones, de la añoranza de la seguridad dormida del seno materno.)
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El pensamiento bíblico, contra todas estas concepciones, ya desde el siglo VII antes de Cristo, desdiviniza a la madre tierra y la reduce a lo que es: simple creatura. "En el principio -dice- Dios creó a Urano y a la Madre Tierra". Creatura a quien Dios, empero, concede el poder de dar la vida. La tierra de por si sería infecunda, muerta, si Dios no le diera sus órdenes: "Entonces dijo: 'Que la tierra produzca vegetales, hierbas que den semilla y árboles frutales'..'que la tierra produzca toda clase de seres vivientes: ganado, reptiles y animales salvajes de toda especie'. Es la materia, la tierra sí -el teólogo hebreo no lo niega- quien, de su seno, hace surgir la vida, pero porque ese poder le ha sido concedido por Dios.
Poder de todos modos limitado que, aún en el hombre, sólo alcanza a producir -varón y mujer- vida 'humana', limitada y, a la postre, mortal, dominada siempre por la serpiente, el becerro de oro, el gusto de los placeres de chiquero.
De allí que, cuando Dios quiera recrear al ser humano para llevarlo a la Vida verdadera, a la divina, lo hará no desde las fuerzas de la naturaleza, de Gaia, de Eva, impotente para ello, sino desde el puro poder de Dios. Y, para revelar esta nueva creación a partir de la 'casi nada' del hombre, quiso simbolizar esa nada en la esterilidad de una mujer libremente virgen. En la no intervención de varón.
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La elevación del hombre mediante la unión de lo humano a lo divino en Jesús de Nazaret, estrictamente no hubiera necesitado del milagro de una virgen que engendra. Pero el milagro hace de 'signo' elocuente de que, para dicha unión inefable del hombre a Dios en la hipóstasis del Verbo, no valía nada la potencia progenitiva de la naturaleza, de Gaia, de Eva, de María y de José, sino que era únicamente posible por la sombra del poder del Altísimo, por la intervención del Espíritu Santo. Virgen 'antes, en y después del parto' -enseña la Iglesia -, como signo de la fecundidad que sólo puede venir de Dios, no del poder del hombre, 'de la carne y de la sangre', como dice San Juan.
No se trata de un problema maniqueo o, como se dice, de 'pureza', como si la unión del varón y la mujer no fueran para el cristiano y dentro del matrimonio acciones santas y sublimes. Se trataba, en el signo de la virginidad, de la pequeñez humana reconocida, asumida y elegida -como en los tres votos evangélicos-, una especie de cruz, de renuncia a lo soberbio del poder humano, para ponerse -" que se cumpla en mí lo que has dicho", "hágase en mí según tu palabra "- en plena disponibilidad a la acción de Dios, sobrenatural, gratuita, más allá de la naturaleza, para engendrar al Hijo de Dios. Es Dios, no Gaia, no Eva, quien del seno virgen, humanamente estéril, de María, hará surgir al Grande, al Hijo del Altísimo, a Jesús, primogénito de toda la creación, el Primero, con María, de la nueva y definitiva condición humana.
Y, en la escena lucana, los signos se multiplican. Así como la figura de la serpiente es el símbolo de la venenosa naturaleza, de Gaia, Eva, dejada a sí misma, así la figura del ángel, en los relatos evangélicos, siempre aparece cuando se trata de destacar que hay un salto de lo puramente natural a lo sobrenatural, a lo divino. Por ello la figura del ángel interviene, en el lenguaje evangélico, como clave de comprensión, en los momentos de elevación a lo sobrenatural. En la Encarnación , por supuesto; en la victoria de Cristo sobre la tentación en el desierto; en Getsemaní, cuando Jesús, más allá de su propio sufrir, carga sobre sus hombros todo los horrores del hombre y necesita en el consuelo del ángel la fuerza de lo Alto, y, sobre todo, en los relatos luminosos de la Resurrección , el acceso a la Nueva Creación.
La escena pues de la concepción de Jesús, desarrollada teológicamente por Lucas, nos prepara a enfrentar con ánimo sobrenatural y festivo -" Alégrate, llena de gracia "- la Navidad que se aproxima. El mundo que se renueva en la verdadera Esperanza. No, gracias a la autorregulación de Gaia, ni a la ecología, ni a la descontaminación ambiental, ni a la energía nuclear, ni al pago de la deuda externa, ni a la justicia social, ni a la gestión altanera de los poderosos, ni a la globalización, sino a la virginal humildad de los varones y mujeres rectos abiertos a la Vida verdadera, en Jesús y en María. Fuertes por la omnipotencia creadora de Dios; santos y llamados al Cielo por la vitalidad de Su Espíritu.