Sermones de ADVIENTO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ



Adviento

1979. Ciclo B

4º DOMINGO DE ADVIENTO
23-XII-79  

Lectura del santo Evangelio según san Lc 1,26-38
En el sexto mes, el Ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María. El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: «¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo» Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo. Pero el Ángel le dijo: «No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin» María dijo al Ángel: «¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?» El Ángel le respondió: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios. También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, porque no hay nada imposible para Dios» María dijo entonces: «Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho»Y el Ángel se alejó.

SERMÓN

Se aproxima ya el momento de la manifestación, el momento público, externo, del Misterio. María está a punto de dar a luz.

Desde mañana a la noche, el mundo podrá contemplar, con sus ojos, los colores reflejados en el cuerpo humano de Dios.

Y, sin embargo, aún antes, el Misterio ya está presente en el mundo. La encarnación ya se ha cumplido hace nueve meses en el ‘sí' de la doncella, en el vientre de la Virgen, en el claustro silencioso de la entrega plena de María.

Ahora vendrá el desarrollo exterior, la concreción en el tiempo, lo captable por las cámaras. Pero lo verdaderamente importante ya ha sido hecho. El diálogo eterno por el cual el Verbo afirma al Padre en el Espíritu ya ha injertado su savia trinitaria en el tronco de la historia humana, a través de la ofrenda despojada de la más hermosa de las mujeres.

Dios está entre nosotros desde hace meses. El diminuto planeta Tierra, minúsculo grano de arena perdido en la polvareda de estrellas del universo, atrae desde hace semanas la mirada de los arrodillados ejércitos de los ángeles. Porque allí, en ese puntito del cosmos, una Virgen ha engendrado a Dios.

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Todo está cumplido. Largueza de Dios regalándose a Sí mismo. Plena aceptación del regalo en el ‘sí' de María. Y, porque ‘sí' pleno, sin retaceos, ni vacilaciones, ni restricciones, por eso, puede, en Ella, darse Dios, del todo, en Jesús.

Que tenga que huir a Egipto, que haya de perder tempranamente a su marido, que deba dejar ir a su hijo y verlo morir horrendamente en la Cruz, eso no será sino la parte perceptible, externa, relatable del Misterio de entrega que vivió María, en el hondón maravilloso de su alma, desde el instante de la Anunciación.

¡Ah, nosotros! Inmediatamente queremos irrumpir en lo externo, de golpe ser ricos, raudamente construir un gran país, subitáneamente ser buenos médicos, o tocar bien el piano, o vivir un gran amor, o hacer la revolución. O, como cristianos, de un día para otro, ser santos. O, excitados por algún fervor repentino o conversión, salir a transformar el mundo.

Aprendamos de María. Aprendamos de la escena de hoy: el encuentro simbólico entre las aspiraciones milenarias del pueblo judío representado en Juan e Isabel, con su plena realización en María y en Jesús.

No. Nada subitáneo, sorpresivo. Todo preparado, madurado, gestado.

Dos tercios de su edad debió aguardar el universo para que apareciera el sistema solar. Dos mil millones de años más, para que estuviera lista la tierra. Mil quinientos, para que surgiera la vida. Tres mil más, para que apareciera el hombre. Y, en el sucederse de las edades, entre imperios y civilizaciones nacidas y desaparecidas, recién hace cuatro mil años la aparición de Abraham. Y, de su estirpe, lentamente, el pueblo que, representante la humanidad, se fue educando para ser lugar de encuentro de las aspiraciones del hombre y el don de Dios.

Sí: todo preparado, gestado, formado, sazonado, florecido. Como se preparan los descubrimientos en el silencio del laboratorio y en las vigilias pacientes del investigador. Como se forma el buen profesional, en el estudio diario y pertinaz, en el método arduo y monótono. Como se hacen nacer los grandes amores, en el vencimiento de las pasiones egoístas, en la entrega cotidiana, en la virtud, en el mutuo respeto. A la manera como el buen deportista o el pianista deben sus éxitos, su arte, sus victorias, a la preparación previa, humilde, tediosa, cansadora.

Al modo como el fuego de amor del santo ha nacido en la soledad de la oración y la austeridad de la penitencia y la perseverancia.

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María desconocida, caminando por los caminos de Judea -tal cual hoy nos la presenta el evangelio- yendo a visitar a Isabel. Nada delataba exteriormente que llevaba engarzado en su seno al Hijo de Dios. ¡Cuántos se habrán cruzado con ella por el camino sin ni siquiera mirarla; su hermoso rostro velado! ¡La madre de Dios!

Tanta lástima ver la gente pasar sin darse cuenta delante de iglesias vacías en donde mora la sagrada Presencia. Sagrarios llenos de dones y pletóricos de gracias, sin que nadie los acoja en su mirada, en sus rodillas, en sus pobres ansias de hombres a los cuales Dios quiere colmar. Lámpara roja con su llamita vacilante iluminando los bancos vacios de quienes deberían estar en diálogo con Dios.

Pero, es claro que no bastaría empujar a nadie al templo o pararlo frente al Señor. Así como para dar a Jesús se necesitan más que palabras, sonidos, exterioridad, así también para recibirlo no es suficiente el físico estar. Tampoco para Juan e Isabel.

Porque si María representa la preparación paciente e interior del don; Isabel y Juan el Bautista representan la preparación paciente y lenta del recibir.

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Sensación frustrante la de tener algo hermoso para dar y mostrar pero que a nadie se puede dar o mostrar porque no lo sabrían apreciar.

Música bella, tocada para sordos. Escrito de poeta, impreso en un mundo de ciegos, o guardado en bibliotecas que nadie frecuenta. Respuestas de sabio, dadas a quien nada se pregunta.

Mañana es navidad.

Ya todos hemos comprado los regalos, preparado la fiesta, el encuentro de familia, armado quizá el pesebre. Y está bien. Pero ¿cuándo haremos nacer de una vez a Jesús en nuestra alma?

No en el vago sentimentalismo de las navidades. No en el cumplimiento más o menos leal de nuestro compromiso de cristianos. No en un catolicismo externo, de pose o político. Menos aún en el del que juega a estar bien a la vez con Cristo y con el mundo.

Sino Jesús prendiendo en aquella entrega interior y plena capaz de hacernos realmente unos con Él.

Transformándonos, haciéndonos santos y, por eso mismo, capaces de transformar al mundo, a los demás.

Que María nos lo enseñe, para que la Navidad que llega, advenga realmente a nosotros, y la alegría de las fiestas sea el signo externo de esa otra alegría plena que hizo estremecer a Juan de gozo en el seno de Isabel.

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