Sermones de ADVIENTO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ



Adviento

1981. Ciclo A

4º DOMINGO DE ADVIENTO 

Lectura del santo Evangelio según san Mateo   1, 18-24
La generación de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo. Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto. Así lo tenía planeado, cuando el Angel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados»   Todo esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta: Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, -que traducido significa: «Dios con nosotros»-. Despertado José del sueño, hizo como el Angel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer.

SERMÓN

“La Prensa” ese diario que, desde 1869, viene defendiendo entre nosotros el más crudo liberalismo masónico (1)encerrado en las contradicciones propias de su doctrina; admirable siempre en su valentía y coherente con sus principios aún cuando erróneos; inteligente, casi siempre, en el comentario económico; sagaz, irónico, y contundente cuando se trata de atacar al enemigo común -el marxismo o los totalitarismo de Estado-; suele ser irremediablemente estúpido cuando incursiona por lo político y propone incansablemente, desde hace ya más de un siglo, sus utopías demoliberales.

Es por eso que, sin darse cuenta, muchas veces ayuda a aquellos a quienes debiera atacar, como cuando, por ejemplo, en una de sus editoriales de hoy, afirma en su título: “ La censura es siempre censurable ”. Y allí se hace eco de las protestas contra la censura de la ‘ Sada' -“Sociedad Argentina de Escritores”-, ‘ Argentores' -“Sociedad de autores argentinos”-, la ‘ AAA ' -“Asociación argentina de Actores”, la ‘ SAAP ' -“de Artistas Plásticos”- y la ‘ Dac ' -“Directores argentinos cinematográficos”-, instituciones notoriamente influidas, desde su nacimiento, por el marxismo.

El asunto está de moda. Hasta un juez nacional, amparándose en la Constitución, ha fallado en estos días, contra la prohibición que algunos organismos estatales y municipales, habían hecho respecto de una canción que hacía la apología de la cocaína.

Pero a eso lleva el absurdo de los postulados liberales. Si el valor supremo es la libertad, indudablemente cualquier impedimento que coarte su ejercicio será perverso. El liberalismo no cree en la verdad. Cree que cualquiera tiene derecho a tener su visión propia de las cosas sin obligación ninguna de buscar lo verdadero, ni de ser impedido en la difusión de sus errores aunque dañosos para el orden publico. Para el liberalismo, no existen patrones de verdad y de bien que normen el actuarse del libre albedrío.

El cristianismo afirma la libertad como altísimo valor del ser humano. Supremo en ese orden natural y condición necesaria, su uso, para acceder a lo sobrenatural.

Pero la libertad que defiende la Iglesia es la libertad para el bien, no para el mal. Porque precisamente la libertad no es un ‘fin', es un ‘medio'. El fin es el Bien. El ‘bien' de los individuos, el ‘bien común' de la sociedades. Una libertad que se ejerciera en contra del bien común e, incluso, en contra del bien individual, es una falsa y falseada libertad.

Los liberales, que al mismo tiempo suelen llamarse ‘democráticos', olvidan que la ‘censura', como institución, nace en lo que ellos muestran siempre como paradigma de la democracia: la República Romana, calcada de la democracia griega.

Los ‘censores' eran magistrado romanos encargados de llevar el ‘censo' de las ciudades y los barrios. De allí su título. Como el ‘censar' no era un mero conteo sino una valoración del ciudadano en sus aptitudes para la defensa y la integración en la ciudad, poco a poco fueron asumiendo la tarea, al mismo tiempo, de vigilar la moralidad pública –supremo fin de la auténtica política, según Aristóteles- y castigar a los inmorales.


Placa conmemorativa de Apio Claudio (apodado el Ciego) el Censor ..

Es curioso, allí donde se juega la verdadera realización del ser humano -que es el ámbito de las opciones morales, de las ideas verdaderas o falsas- allí el liberalismo siempre se levanta desgarrándose las vestiduras cuando la ‘censura' interviene. Pero le parece lógico, normal, que los organismo públicos intervengan censuren y vigilen, por ejemplo, la venta de productos alimenticios o de remedios. Allí si se necesita la censura previa y para vender cualquier cosa hay que tener el certificado correspondiente del Ministerio de Salud Pública y -para algunos remedios, además, la exigencia de la receta médica-.

Pero claro, los liberales, reducen grotescamente la salud del hombre a la salud del cuerpo, como si lo más noble del ser humano -que es su capacidad de conocer y de amar- no tuviera leyes de salud tanto o más exigentes que las leyes fisiológicas y que, violadas, pueden precipitar a naciones y personas a las enfermedades más terribles de su espíritu y aún, a la larga, de su cuerpo.

De todos modos es grotesco hablar hoy de censura cuando, nada tímidamente, nuestros kioscos, librerías y salas de espectáculos harían enrojecer a nuestras bisabuelas.

Lamentablemente, mucho no se puede pedir de una Revolución frustrada, que, gracias a Dios y gracias a sus soldados, supo ser contundente para defender a la Patria de las manifestaciones más extremas del marxismo, pero que, desdichadamente, no lo hizo en nombre de la Verdad, ni de un claro concepto del Bien común.

Ya casi desde el comienzo, extirpado el miedo de la guerra civil y suprimidas las manifestaciones más virulentas de la guerrilla, el marxismo -montado en el liberalismo- pudo seguir actuando impunemente desde las cátedras, desde las revistas, desde los diarios, desde los libros, destilando sutilmente sus perversas doctrinas, amparados por la imbecilidad liberal y democraticoide de nuestros dirigentes armados o civiles.

De todos modos, lo que en este momento es más notorio a los ojos de los menos ilustrados y síntoma de mayores y más hondas perversidades es el destape progresivo de la pornografía.

Aun los ‘medios' en manos del Estado no vacilan en utilizar señoritas o señoras –si es que les cabe el nombre- ligeras de ropa para promover sus ventas. Y, tristemente, es algo estadísticamente comprobado que una buena foto en la tapa de una revista o su promesa en las páginas interiores aumenta los beneficios comerciales de la publicación desvergonzada a más del doble.

Recurso utilizado también por el cine -salvo en la época de vacaciones, en donde están los niños francos de deberes escolares, transformados en clientes que hay que pescar.

La mejor propaganda para que se llene la sala de espectáculos es un escandalete con la censura. O poner bien grande “ Prohibidísima para menores de 18 años ”.

También el rating de los programas televisivos depende aritméticamente de la cantidad de piernas femeninas en exhibición.

¡Pero se sigue hablando de la madurez del pueblo argentino y otros dislates semejantes, aún desde ámbitos eclesiásticos!

Algunos aducen que los destapes son siempre así –como en la España postfranquista-. La censura es la causa inmediata de que, una vez esta suprimida, lo indigno e inmoral se busque desmedidamente. En países donde la pornografía está autorizada –se arguye- como en algunos estados de EEUU y en la mayoría de los países europeos, la gente se acostumbra –y en esto mienten- y en lugares como Suecia o Francia los consumidores de pornografía son los extranjeros.

No es verdad: la gran entrada puede ser, sin duda, la exportación a naciones que persiguen a este vil negocio y controlan la prostitución revistera autóctona, pero el consumo interno es, lo mismo, intensísimo. Sobre todo en los más jóvenes y en los más viejos. Pero, además, ¿quién va a asistir a un espectáculo pornográfico como espectador cuando ya ha sido derrotado, mediante la quinta columna de la pornografía, en todas sus batallas morales y se transforma él mismo en desordenado actor del actuar libertino y salaz?

Claro, para un discípulo de Freud, quizá todo esto no sea grave. Al contario ¡abajo toda represión, todo superego castrador!

Pero es gravísimo para la concepción cristiana del hombre y aún para lo verdaderamente humano.

Se piensa comúnmente que el cristianismo tiene una especie de aversión al sexo. Como si se asustara de las realidades carnales o las menospreciara puritana o maniqueamente.

No es así. Al contrario. El catolicismo siempre ha defendido al hombre como ser no solamente espiritual o angélico, sino carnal, corporal. No se puede escindir en él el espíritu de la carne. No es un ser espiritual ‘alojado' –o ‘aherrojado', como dice Platón- en un cuerpo. Es una sola cosa, una sola substancia, una persona a la vez racional y corporal. “Carne espiritual” o “espíritu carnal”. Unidad substancial –diría Santo Tomás- de cuerpo y alma.

Materia y espíritu, en el hombre, no pueden separarse, sino -y quizá- en la transitoriedad antinatural de la muerte.

De allí la dignidad de lo corporal. De allí que no se avergüence el mismo Verbo, Dios, de hacerse uno con la carne humana.

El sexo humano, en particular, más digno y sagrado todavía, porque, a la vez que utilizado dentro del matrimonio como expresión de amor, es el medio, la función más sublime encomendada al hombre, que permite la transmisión de la vida, en sociedad estrecha con el acto por el cual Dios crea en cada hombre su ‘ser hecho a su imagen y semejanza' y destinado a la Vida eterna.

No es, ni mucho menos, desprecio del sexo lo que lleva a la Iglesia a normarlo y gritar su abuso, sino, al contrario, el profundo respeto a su realidad sacra. Esa realidad que Él mismo ha querido señalar al integrarlo en la santidad de uno de los siete Sacramentos.

Cuando, dentro del matrimonio, la entrega mutua y total de un varón y una mujer -que se ejerce en la vida cotidiana y en la comunión de los valores- se expresa en el acto genesíaco abierto al generoso regalo de la vida, eso es santo. Como es sórdido abusarlo en lúbrica búsqueda del puro y egoísta placer a él anejo.

Despojado de su significado profundo, más o menos reducido a sus instancias puramente biológicas, deja de ser un acto humano y mucho menos cristiano. Tanto menos humano cuanto más puramente epidérmico y sensitivo.

No es extraño que Sartre y Freud aproximen el acto sexual a la ‘agresividad', al ‘sadismo', y a la transformación del otro en ‘objeto'.

El pecado original, ese oscuro estado de ruptura interior que a todos nos aqueja, hace que muchas veces las meras pasiones biológicas pugnen por sus insubordinados fueros y sea necesaria una ascesis difícil para dominar la tenacidad desaforada de sus impulsos o compulsiones.

Pero -dirán Vds.- “ ¿Por qué dominarlos? ”.

Porque el hombre y las sociedades solo pueden realizarse en el verdadero amor. El amor de las personas, no el de la satisfacción afrodisíaca de instancias primarias de la biología.

El amor del hombre es auténticamente humano cuando elevado al nivel de lo personal. La poligamia ínsita en lo puramente fisiológico debe sublimarse en la monogamia que hace al auténtico amor matrimonial entre varón y mujer encumbrados en su dignidad única y personal.

De allí que destruir el amor mediante cualquier clase de libertinaje promovido por la pornografía, es destruir a la familia, es comprometer la formación de los hijos, es esclavizar al hombre detrás de sus instintos, es incapacitar a los hombres para los sacrificios y los verdaderos ideales, es -al decir de Santo Tomás-, arruinar la percepción del hombre respecto de los verdaderos gozos, valores y belleza. A la larga, es destruir a la Nación.

Eso lo saben los que defienden la impudicia gráfica, la liberación de las costumbres, la perversidad de una moda a la cual se asimilan ingenua y no tan ingenuamente nuestras mujeres y adolescentes.

Con todo este bombardeo de tajos, escotes, desnudeces, en la playa, en los kioscos, en los espectáculos, en las propagandas, en el permisivismo estólido de los padres tolerantes con el modo de vestir de sus hijas ¿qué varón sano podrá conservarse casto?

Dios pedirá cuenta de los ojos impuros, como dice el Evangelio, pero, también a las mujeres, de las miradas lascivas que hayan provocado en los varones, por sus ligeras costumbres y sus atavíos acordes a los perversos rectores de la moda.

La sabiduría cristiana no solo cuida de la santidad del sexo, sino, aún, de su intrínseco placer. Porque, curiosamente, lo que es sabio para el verdadero amor, lo es al mismo tiempo, para la conservación del deleite. Lo sensual se gasta fácilmente. Se sabe que la repetición cansa y devela lo atrayente de lo nuevo. Para obtener la misma cantidad de placer a nivel sensible a lo largo del tiempo, se necesita multiplicar con cada vez mayor desmesura el estímulo, si éste no se cuida en la abstinencia y el control. Como en la comida, la fruición precisa del cuidado y del ayuno.

Se hace espléndida en el auténtico amor matrimonial según las pautas del ‘bien amar' enseñadas por la Iglesia.

Las mujeres deberían indignarse de ser transformadas en objeto de consumo. El cristianismo cuida de su dignidad personal y del recto uso del sexo no por odio o desprecio a lo carnal, sino, al contario, por respeto y reconocimiento.

Por eso la prueba más grande de que un varón ama realmente a una mujer -y ésta al primero- y que no son los instintos ni las hormonas los que les dominan en su afecto mutuo es la continencia prematrimonial. Y la ponderación afectiva y deferente, luego, en su casto uso matrimonial.


Fiorentino Rosso , 1494-1540, Matrimonio María y José

Nadie duda de que José y María se amaron como varón y mujer; pero la sublimidad de la misión que les fue encomendada les pidió, también -entre otros bienes humanos- que supieran mostrarnos a todos que el matrimonio, el verdadero amor del caballero y su dama, está muy por encima de lo estrictamente sexual y es –extraordinariamente, por cierto- capaz de expresarse también en la perfecta castidad.

Adviento ha querido ser para todos tiempo de austeridad y temperancia, de renuncia parcial a lo sensible, para que el encuentro que se avecina con Cristo en el pesebre, no sea solamente una cuestión sentimental, de villancicos y confites, sensiblerías y regalos, sino un encuentro profundo, en el espíritu, con el Dios que, haciéndose carne humana, quiere hacer de ella, en cada uno de nosotros, epifanía e instrumento de lo divino.

 

1- En 2002 el beato Juan Pablo II dirigía una homilía a los fieles reunidos en la explanada Blonia de Cracovia, el Domingo 18 de agosto de 2002, diciendo lo siguiente :

“Impulsado por este espíritu de caridad social, el arzobispo Felinski se comprometió profundamente en la defensa de la libertad nacional. Esto es necesario también hoy, cuando diversas fuerzas, guiadas a menudo por una falsa ideología de libertad , tratan de apropiarse de este terreno. Cuando una ruidosa propaganda de liberalismo, de libertad sin verdad y responsabilidad , se intensifica también en nuestro país, los pastores de la Iglesia no pueden dejar de anunciar la única e infalible filosofía de la libertad que es la verdad de la cruz de Cristo . Esta filosofía de libertad está unida estructuralmente a la historia de nuestra nación”.

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