Sermones de ADVIENTO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ



Adviento

1999. Ciclo B

4º DOMINGO DE ADVIENTO 
(GEP 19/12/99)

Lectura del santo Evangelio según san Lc 1,26-38
En el sexto mes, el Ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María. El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: «¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo» Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo. Pero el Ángel le dijo: «No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin» María dijo al Ángel: «¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?» El Ángel le respondió: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios. También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, porque no hay nada imposible para Dios» María dijo entonces: «Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho»Y el Ángel se alejó.

SERMÓN

          Uno de los pensadores más chispeantes del nihilismo contemporáneo ha sido Emile Cioran, muerto penosamente en 1995 destruida su mente por el mal de Alzheymer. Rumano de nacimiento, nacido en 1911, hijo de un pope ruso, hizo su fama literaria en París. El 'maestro de la desesperación', le llamaban. Uno de sus libros más conocidos se titula "El inconveniente de haber nacido". A Fernando Savater, simpático filósofo español contemporáneo, en una entrevista, al preguntarle qué papel había desempeñado el hastío en su vida, Cioran le contesta: "Puedo decirle que mi vida ha estado dominada por la experiencia del tedio. No el aburrimiento que puede combatirse con la diversión... sino el hastío fundamental ... cuando todo se vacía de contenido y de sentido. Nada resulta interesante, nada merece que se apegue uno a ello. El hastío es la certidumbre llevada hasta el estupor o hasta la suprema clarividencia de que no se puede, de que no se debe hacer nada en este mundo ni en el otro, que no existe ningún mundo que pueda convenirnos y satisfacernos"

"Lo único que me ayuda a soportar la vida y sentirme libre" -decía a una periodista- "es la idea del suicidio, saber que nadie me puede obligar a vivir". "Lástima que uno siempre se suicida demasiado tarde ": Aún así a los muchachos y chicas desesperados que acudían a él agobiados e influidos por sus ideas, trataba de apartarlos del suicidio: "Suicidarse es morir antes de la muerte. ¿Para qué quemar etapas? Siempre quedar para otra vez" En el fondo su pensamiento no coincidía con su vida, ya que era un hombre de humor y amigo de reuniones y de fiestas y con intereses universales. Hizo mucho mal con su ironía y sus escritos en donde nada quedaba en pie y con los cuales contribuyó a destruir muchas mentes jóvenes. Poco antes de morir, ya con su mente perdida y sin haberse atrevido al suicidio al cual a tantos había arrastrado con sus pensamientos, un visitante le trajo un ramillete de violetas. El escritor las miró con los ojos perdidos, no supo qué hacer con ellas y se puso a comerlas en silencio. Probablemente una ironía de Dios que quiso marcar con esta escena patética la incoherencia del pensamiento de Cioran, su desconexión póstuma con el ser y la belleza, a la manera del bíblico castigo de Nabucodonosor presa de locura comiendo hierba como los bueyes.

Pero Cioran no está solo en este su pensamiento niquilista, pesimista, que ve la vida como una penosa obligación carente de sentido. Ya lo mismo afirmaba, en el ámbito griego, Gorgias, durante el siglo IV antes de Cristo, en su "Tratado sobre el no ser" ( Perì tou me óntos) o Pirron, un siglo después, influido por las doctrinas hindúes. Ya sabemos que para todo oriente la realidad es una ilusión maligna de la cual hay que evadirse lo mejor posible. Es el famoso Credo de Mefistófeles en el Fausto de Goethe: "Ich bin der Geist, der stets verneint !", "Yo soy el espíritu que todo lo niega" "Y con razón " -continúa- "pues todo lo que existe es una mentira que no vale más que para perecer. Para eso hubiera sido mejor que nunca existiera ." "El delito mayor del hombre es haber nacido ", decía el Segismundo de Calderón en "La vida es sueño".

A través de Schopenhauer, que sostenía que la vida era "un paso en falso", "un error", "un castigo", "una deuda", "un deslizamiento hacia una nada vacía", el nihilismo echa raíces en el existencialismo de Heidegger y de Sartre , que hablan del hombre como un ser arrojado en el tiempo, en el mundo, y su vida un 'ser para la muerte' , 'zum Tode sein' . Uno de los libros de Cioran se llama precisamente "La Chute dans le temps", "La caída en el tiempo". Todo esto se hace afín a la dialéctica destructiva de Bakunin y de Marx y aún del psicoanálisis freudiano. La realidad no existe o hay que destruirla o hay que superarla, pues, en si misma, carece de significado y deriva hacia la nada.

Pero no se crea que estas doctrinas de destrucción y de muerte son propias de un grupo de chiflados que deambulan por la política extremista o por los claustros de las universidades de izquierda. Piensen en la cultura llamada 'light' en la que estamos sumergidos con su falta de compromiso con las cosas, con las personas, aprovechando el momento fugaz, sin concepto de bien ni de mal, ni de verdad, carente de valores, sonrisa universal que no cala en la realidad profunda, sin verdaderos amores... Condenados -como ya decía Schopenhauer en otras circunstancias- a " oscilar como un péndulo entre el dolor del deseo basado en la carencia, y el dolor -no menos intenso- del aburrimiento y el tedio de las necesidades satisfechas ". No es extraño que vivamos en una sociedad de consumo masivo de psicofármacos, de muchachos que no saben qué hacer con su vida a pesar de todo lo que les ofrece el mercado, de agostos que se hacen los psicoterapeutas, de gente triste, de rostros adustos, de ancianos solos... La 'cultura de la muerte', que la llama Juan Pablo II, toda suicidio, control de la natalidad y aborto.

Tampoco se crea que estas doctrinas son novedosas. A partir de la más remota antigüedad nos llegan mitos que hablan de la incomodidad constitutiva que parece tener el hombre en su mundo y su valoración negativa de la vida. Desde el mito acadio de Atra-Hasis, XVIII siglos antes de Cristo, pasando por la versión asiria de Gilgamesh del XIII, hasta el babilonio Enuma elish, del siglo XII, se piensa que los dioses han formado a los hombres para esclavizarlos, para su servicio, negándoles el don de la inmortalidad y por tanto haciendo de su vida un penoso trabajo. El vivir en el mundo y en el cuerpo es para ellos un doloroso destierro; la vida humana, una condena.

Pero este nihilismo antiguo y moderno desde lo abstracto de la teoría baja a consecuencias muy concretas. Es obvio, por ejemplo, que la puerta que abre el paso al estar arrojado en la tierra, atrapado en la materia, enterrado en el cuerpo -como decía Platón - es la sexualidad, y que el primer encierro del hombre, es el vientre de la mujer. Por eso en este tipo de pensamiento nihilista: sexualidad, mujer, tierra, cuerpo, mundo, adquieren un significado oscuro, negativo. Lo femenino, lo corporal, se hace sinónimo de lo irracional, de lo destinado a la muerte, de lo débil, de lo efímero. El sexo, especialmente, adquiere un aire sospechoso, pasional, turbio, pecaminoso. Lo único que hace al hombre hombre es su espíritu, que no pertenece a la tierra ni a lo femenino, sino a lo celeste y masculino. La razón pues lucha para liberarse de la tierra, del cuerpo, del dominio del sexo, de la debilidad propia de lo femenino. El ser humano está dualísticamente escindido en dos porciones, una oscura, sexuada, pasional, sujeta a deseos y dolores, su cuerpo; otra etérea, viril, espiritual, atemporal, divina, su alma .

El pensamiento bíblico, forjado en medio de este mundo de ideas, reacciona firmemente frente a esta concepción nihilista y dualista negadora de la vida. El mundo no es un lugar de destierro, la vida no es una caída del espíritu en la tierra, ni mucho menos una burla o castigo de los dioses, ni una escuela de servicio a las divinidades. El mundo es bueno, la tierra es buena, la vida humana es muy buena, la procreación es santa. Si Vds. repasan el famoso poema metafísico de la creación que figura en el portal de nuestra escritura, en el Génesis, no puede dejar de notar la reiterativa y monótona afirmación, obra tras obra, de que "y vio Dios que era bueno", en manifiesta alusión a todas esas concepciones niquilistas, dualistas y pesimistas. Pero la aprobación del autor se hace más punzante cuando aparece precisamente la vida, los animales, lo genésico, que además de aprobación recibe una especial y exultante bendición divina: " y bendíjolos Dios diciendo, sed fecundos y multiplicaos". Es lo mismo que se repite a la aparición del más noble de los seres vivientes, el hombre, no solo varón sino que 'varón y mujer lo creo', hecho a imagen y semejanza de Dios: "sed fecundos y multiplicaos, y henchid la tierra y sometedla"; y todo allí coronado con la enfática afirmación "y vio Dios, no que era bueno, sino , que era muy bueno".

La obra creadora de Dios no es ningún castigo impuesto a nadie: la creación, el mundo, la materia son buenas -dice la Escritura-, el cuerpo es bueno, y -contra cualquier nihilismo o sinsentido del existir- Dios crea para la vida, no para la muerte. Tanto queda a salvo la intención buena de Dios respecto al hombre y a su mundo, que cuando, inevitablemente, el pensamiento bíblico se encuentra frente al problema del mal y del dolor, no duda en exculparlo a Dios y pone toda la culpa del aparecer del sufrimiento sobre las pobres espaldas de los hombres. Y será finalmente la inconmovible confianza en el propósito bueno de Dios al darnos la vida la que llevará a muchos judíos ya cercanos a la época de Cristo a esperar una vida regalada por Dios más allá de la natural e inevitable muerte.

No encontrarán Vds. salvo que la interpreten mal -desde la filosofía dualista-, ninguna afirmación de la Escritura que desmienta esta primigenia valoración de la vida, del mundo, del sexo, de la mujer, que, en el pueblo judío y luego el cristiano, se transforma en un verdadero canto a la vida, al amor, a la fecundidad... Por eso no se concibe entre los judíos el varón que no se casa, que no funda un hogar, que no tenga hijos. El célibe -para los judíos- cuando lo es voluntariamente es un egoísta cerrado a la vida, con una humanidad incompleta... un raro... La que no tiene hijos, aún casada, la yerma -como decía García Lorca- sufre terrible vergüenza con el baldón de su esterilidad.

Cuando, en el libro de los Jueces, Jefté anuncia a su hija núbil que ha prometido sacrificarla a Dios y su voto lo obliga a matarla, ella le pide " Padre, déjame al menos dos meses para ir a vagar por las montañas y llorar con mis compañeras mi virginidad ". La virginidad perpetua no tenía el menor sentido en Israel porque así solo era signo de infecundidad, de incapacidad de dar la vida. Si lo tenía antes del matrimonio, al cual la mujer debía llegar virgen. El sexo no es para la Biblia solo un juego placentero, una fuente de egoísta placer sino, a la vez que medio dignísimo de propagación de la vida en la línea de las intenciones originarias de la creación, expresión privilegiada, signo sagrado, sacramento, del amor integral, permanente y exclusivo entre el varón y la mujer. De allí la condena al uso torpe de la sexualidad de por si santa, para objetivos menos nobles que estos. Y por eso la virginidad prematrimonial, al mismo tiempo que garantía de la legitimidad de la progenie, era en el mundo de la Escritura el sello de la entrega exclusiva con la cual pronto se entendió el matrimonio: el darse único, y para siempre entre un varón y una mujer.

Es en este contexto de consideración bíblica de la mujer, del sexo y de la vida, donde ha de entenderse el evangelio de hoy y, a grandes rasgos, la novedad de la virginidad perpetua de María. Porque precisamente lo que ahora está en juego es la victoria definitiva de la vida, no de la muerte, de la nada, en el existir humano. La vida del hombre no está destinada al morir, no es un breve paréntesis entre dos insondables ausencias, no es una alienación en el tiempo de la cual solo podemos salir por la ascesis, la mortificación o el suicidio, no es una penosa obligación carente de sentido, está destinada a crecer y dar frutos y finalmente ser superbendecida y fecundada por la misma vida de Dios. En una suerte de nueva creación en donde el hombre solo puede abrirse en aceptación, ya que de lo humano no puede surgir lo divino. Por eso, en el evangelio de Mateo, José recibe el anuncio del nacimiento de Jesús durmiendo, en sueños, allí cuando el hombre no puede hacer nada por si mismo. Por eso María recibe el anuncio del Angel virgen, voluntariamente estéril al actuar humano de por si incapaz de Dios: pura disponibilidad, pura pobreza, puro dejar hacer en si lo que Dios quiera, toda ella libremente humilde nada, permitiendo a Dios crear y engendrar en ella a su propio Hijo. Dios hubiera podido hacerlo con intervención de un marido humano, pero ello hubiera sido menos expresivo de la distancia que existe entre lo que el hombre puede alcanzar por si mismo y el puro regalo, el don, que Dios de Si nos hace.

No se trata de pureza, entendida dualista, maniqueamente, ni de dominio estoico o yoga a las pasiones, ni de desprecio del sexo, del matrimonio o de la vida, la virginidad es, en María, la marca teológica del infinito amor que Dios nos tiene dándonos tanto más de lo que podemos atrevernos a aspirar.

Por otro lado la virginidad de María -y la de José- se transforman no en aras de la esterilidad, sino de la divina fecundidad, de la dación de la vida verdadera, de la Esperanza, en manifestación de la entrega exclusiva de ambos no solo a Dios sino al tierno amor de varón y mujer que se tenían. ¿Acaso aún entre nosotros, cuando el varón se va a la guerra, cuando uno de los dos se enferma, cuando obligada separación, cuando el noviazgo cristiano, la abstención del sexo no es también suprema manifestación de amor, precisamente en cuanto sexo?

La virginidad de María y la de los y las vírgenes cristianos nada tiene, pues, que ver con el desprecio a la vida, ni con ninguna dualista reacción puritana a la sexualidad, ni con una infravaloración del matrimonio, sino con la distancia de lo humano a la sublimidad del don de la Encarnación, con el lapso inmenso entre lo humano y lo divino y, por lo tanto, con la pobreza desde la cual hay que aceptar el don, la vocación a la vida verdadera, que sublima todos nuestros legítimos y buenos deseos de vida de este mundo. La encarnación es así el supremo "y vio Dios que era bueno" de la creación, es el definitivo espaldarazo al mundo y al hombre, es la admiración a los lirios del campo y los pájaros del cielo brillando en los ojos de Jesús y no el ramo de violetas devorado por Cioran.

Y la virginidad de las vírgenes cristianas suprema bendición del sexo, signo sagrado de su entrega total a Dios -nada que ver con el egoísmo del célibe, ni la impotencia del asexuado, ni la frustración de la solterona, ni los ascos del puritano y del cátaro- y que, a la vez que sublima el sentido del sexo, proyecta su luz y lo inunda de brillo en el verdadero matrimonio cristiano, sacramento de santificación.

Es en virginidad y pobreza de corazón, como María nos hace en Navidad el regalo de su Hijo, sublime canto a la vida, sentido último y luminoso de la existencia del mundo; es en la mística virginidad y pobreza de nuestro estar abiertos y disponibles a El como debemos hacerlo renacer dentro de nosotros en esta nueva Navidad.

Menú