2003. Ciclo B
EL BAUTISMO DEL SEÑOR
(GEP 12/01/03)
Lectura del santo Evangelio según san Marcos 1, 6-11
Juan llevaba un vestido de pie de camello; y se alimentaba de langostas y miel silvestre. Y proclamaba: «Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo; y no soy digno de desatarle, inclinándome, la correa de sus sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo» Y sucedió que por aquellos días vino Jesús desde Nazaret de Galilea, y fue bautizado por Juan en el Jordán. En cuanto salió del agua vio que los cielos se rasgaban y que el Espíritu, en forma de paloma, bajaba a él. Y se oyó una voz que venía de los cielos: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco»
SERMÓN
Con este domingo del Bautismo del Señor finaliza el tiempo de Navidad y Epifanía. Ya podemos guardar nuestros pesebres y arbolitos hasta el año que viene.
Es sabido que, junto con el relato del pesebre y los Reyes y las Bodas de Caná, la Iglesia primitiva festejó, como pieza principal de la manifestación de la encarnación realizada ocultamente el día de la Anunciación, también el Bautismo de Jesús. 'Epifanía' quiere decir, precisamente, 'manifestación'. Los tres momentos: reyes, transformación del agua en vino, bautismo, se consideraban los tres milagros, -" tria mirácula ", les llamaba la antigua liturgia- que iniciaban la publicación de lo que ya había sucedido reservadamente en el seno de María.
Se cierra, empero, el ciclo navideño, con el Bautismo de Jesús, por dos razones: una, que la escena es un breve compendio de lo que Cristo significa en la historia de la salvación ¡y del universo!; otra, porque nos obliga a pensar en la inmediata consecuencia de la Navidad para nosotros: nuestro propio bautismo.
Que Jesús fue bautizado por Juan es un hecho histórico difícilmente cuestionable, ya que a los evangelistas les hubiera sido más fácil suprimir la escena que tratar de explicar -como intenta hacerlo nuestro breve pasaje de hoy- porqué tuvo el Señor que pasar por el bautismo de Juan sin ningún desmedro de su persona.
De todos modos, sea lo que fuera de su facticidad, los evangelistas -en nuestro caso Marcos- utilizan la escena para brindarnos su enseñanza respecto a quién es Jesús. Recordemos que, en aquel tiempo, no se enseñaba teología principalmente por medio de proposiciones filosóficas o catequísticas, sino mediante imágenes plásticas, simbólicas, que entraban más vivamente en el pensamiento de los oyentes, al modo de las parábolas, o las fábulas, o alegorías. A los judíos se les hablaba trayéndoles reminiscencias del Antiguo Testamento.
Así, el Jordán no era una corriente de agua más, era el río que había atravesado legendariamente Josué para ingresar en la Tierra Prometida; el mismo río que habían debido atravesar los exiliados en Babilonia para retornar a su patria; figura también del Mar Rojo que hubo de vadear Moisés para huir de Egipto. Más aún, el Jordán representa aquí a las aguas primordiales sobre las cuales, en el poema de la creación del Génesis, míticamente, se cernía el espíritu iniciando al mundo.
En todo caso la mención del Jordán, muchísimo más allá de buscar el lugar exacto donde puede haber sido Cristo bautizado por Juan e ir a mirarlo, en turismo religioso, con peregrina piedad, quiere despertar la atención del avisado lector hacia la percepción de que en el bautismo está ocurriendo un acontecimiento primordial, originario, de donde surgirá algo tan novedoso como la misma creación de la nada. En realidad ¡la creación del hombre nuevo!, del segundo Adán, surgiendo de las aguas amnióticas del Jordán. De eso se trata: del hombre elevado de su condición natural a la realidad divina -realidad que lo supera tanto como el ser a la nada-. El misterio de la unión del "hombre verdadero al Dios verdadero", como dirá San León Magno .
La escena se hace todavía más elocuente en la alegoría de los cielos que se abren. "Vio que los cielos se abrían" Es sabido que el arriba, el cielo, lo que hoy llamamos la atmósfera, representó siempre, en la simbología religiosa, el ámbito de lo divinal, en si inalcanzable por el hombre. El mundo cerrado de los dioses, de la inmortalidad, de la perfecta felicidad, y que, de por sí, está clausurado para el ser humano, que debe conformarse con el 'aquí abajo', con lo puramente terreno, con el tiempo que se gasta, con la biología que perece.
Pero, ahora, el paso del Jordán y del Mar Rojo y de las aguas primordiales no lleva solo a la 'tierra prometida' en este mundo, sino que se transforma en paso hacia los prometidos 'nuevos cielos y nueva tierra', lo celestial. " Vio que los cielos se abrían" . El paso a lo celeste ha sido 'puenteado', se encontró el conjuro exacto que, en la solidez de la roca, abre la puerta a la cámara del tesoro, al pasadizo secreto que lleva a la eternidad. Ya el cielo, la morada de Dios, ¡Dios mismo!, es algo que puede ser ambicionado por el hombre, porque abierto para Cristo, e invitados que somos, inexplicablemente, al palacio real.
" Y el Espíritu Santo descendía sobre él como una paloma ". La figuración de lo divino no se queda en un símbolo meramente local: el arriba y el abajo, la puerta que se abre, lo celeste y lo terreno, sino que, haciéndose cada vez más intensamente explícita, se expresa en el 'espíritu santo', la vitalidad de Dios, su soplo, su respiración, su aliento, aleteando otrora sobre las aguas primordiales, ahora descendiendo sobre Cristo, señalando su participación plena del vivir de Dios.
No es del todo claro el porqué de la elección de la figura de una paloma. ¿La famosa paloma, quizá, que volvió al arca de Noé con una hojita de olivo en el pico? ¿Sería paloma la forma del ave con la cual el espíritu aleteaba sobre el abismo en el Génesis, según afirmaban algunos rabinos? Hemos perdido la clave de su simbolismo. Quizá algún día la hallemos en algún viejo manuscrito todavía no descubierto.
" Y una voz desde el cielo dijo ". La voz que resuena desde el cielo anuncia que, otra vez, Yahvé, Adonai -quien, afirmaban los judíos, hacía mucho tiempo había enmudecido y dejado de hablarles por medio de los profetas- vuelve a ocuparse de su pueblo. Esa voz, esa palabra, ese verbo, que no solo comunica órdenes y enseñanzas, sino que crea , en susurro de amor, como creó en el inicio de los tiempos -" Y dijo Dios, la tierra sea "-. El evangelista Juan -lo escuchamos el domingo pasado- expresaba esta misma idea de nuestro pasaje de hoy de otra manera: " Y el verbo se hizo carne ".
Pues bien, esa misma voz que se oye desde el cielo, voz principalmente dirigida a Jesús -'Palabra hecha hombre'- pero también a nosotros, revela que allí se consuma y ultima excelsamente la creación: en Cristo, el Hijo de Dios. " Tú eres mi hijo muy querido, en ti tengo puesta toda mi predilección ".
Esa "predilección" de Dios por Cristo, este querer paterno, este amor que ha dirigido hacia Él toda la creación del universo dándole su último sentido. Como decía Pablo: "todo ha sido creado por Él -por Jesús- y para Él". O, en la epístola a los Romanos, englobándonos a nosotros: "todo fue hecho para que Él fuera el primogénito de muchos hermanos".
Porque esta misma escena del bautismo con la cual el evangelista Marcos explica el ser de Jesús explica también el nuestro. Nosotros, recreados bautismalmente para que seamos hermanos del Primogénito.
También para los cristianos se han abierto, en el bautismo, en las aguas del Jordán de la pila bautismal, las puertas del cielo, bajado el espíritu santo, oído la voz que nos declaraba 'hijos de Dios'.
Es bueno terminar este tiempo de navidad, pues, y renovar fuerzas para recorrer el año, reavivando la conciencia de nuestra nobilísima condición: de la diferencia abisal que existe entre vivir en Egipto, en el exilio, en la mera condición humana y biológica, cerrados en nuestro límite creatural, terreno y temporal, destinados a la muerte, o vivir como hijos de Dios, el cielo abierto para nosotros, vivificados ya por el Espíritu, transformados en hermanos de Jesucristo, herederos de la vida eterna.
Vivamos de acuerdo a nuestra dignidad.