Sermones del bautismo del seÑor
Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

2006. Ciclo b

EL BAUTISMO DEL SEÑOR  
(GEP 08/01/06)

Lectura del santo Evangelio según san Marcos 1, 6-11
Juan llevaba un vestido de pie de camello; y se alimentaba de langostas y miel silvestre. Y proclamaba: «Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo; y no soy digno de desatarle, inclinándome, la correa de sus sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo» Y sucedió que por aquellos días vino Jesús desde Nazaret de Galilea, y fue bautizado por Juan en el Jordán. En cuanto salió del agua vio que los cielos se rasgaban y que el Espíritu, en forma de paloma, bajaba a él. Y se oyó una voz que venía de los cielos: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco»

SERMÓN

  

           Con la fiesta de hoy acaba el tiempo de Navidad y Epifanía. Desarmaremos nuestros pesebres y retomaremos, a partir de mañana y hasta la Cuaresma, el tiempo 'durante el año', habiendo renovado en estas celebraciones navideñas la conciencia de nuestra dignidad de hijos de Dios, hermanos adoptivos del Hijo unigénito quien, en este tiempo, se nos ha manifestado de modo especialmente luminoso. Precisamente durante estos días la Liturgia de las horas iniciaba la oración cotidiana con la antífona: "A Cristo, que se nos ha manifestado, venid, adorémosle."

            En realidad Navidad y Epifanía son dos aspectos del mismo acontecimiento: uno, el navideño, insiste en la inyección de Vida divina, en la renovación de la humanidad, en la plenificación del hombre. Dios ha nacido como hermano nuestro. El otro aspecto, la epifanía -epifanía quiere decir 'aparición luminosa'- resalta que, al mismo tiempo, este nacimiento forma parte de la gran manifestación o revelación de Sí que Dios hace al ser humano para mostrarle su radiante intimidad. Será precisamente el conocer y amar esta resplandeciente Intimidad Trina el gozo final de nuestro existir cristiano.  

 

            Así la Iglesia nos hace entender que el hecho del nacimiento casi escondido -en la oscuridad de la noche, en la sencillez de la gruta, en la humildad del pesebre, en la pobreza del pequeño pueblo de Belén, excluido del circuito político y del jet-set de la época- no es lo relevante de la Navidad. Lo verdaderamente maravilloso, la buena nueva anunciada por las voces celestes, la gran alegría ofrecida a todos los hombres de buena voluntad es que Dios se nos ha dado y mostrado patentemente en el pequeño Hijo de María. Esto es su Epifanía: la manifestación de Dios en Jesús, el Unigénito del Padre, el Primogénito de la nueva Creación. Ya que lo que Dios nos dice de Sí mismo en Jesús es inmensamente más elocuente de lo que de Él podemos descubrir en las maravillas de sus obras, este cosmos fabuloso, esta su bella creación -a la cual tan apegados estamos- y que no es sino limitada introducción, promisorio prólogo, a su contundente discurso en Cristo Jesús.

            Y este definitivo discurso se inicia, sí, en la Noche Buena , cuando por un breve tiempo, la modesta Belén de Judá deja de ser modesta y se convierte en el centro y cima del mundo. Escuchamos allí el primer Gloria coreado por mil voces celestes frente al cual quedarán minúsculos todos los 'Glorias' que hoy nos conmueven en las grandes Misas escritas por nuestros compositores cristianos y escuchados en fastuosas catedrales y lujosas salas de concierto. ¡Qué maravilla el saber que un día también nosotros podremos escuchar ese Gloria coreado por los ángeles, aunque más no sea parados, al fondo de la platea, donde esperamos llegar! ¡Qué marco sublime para los pastores que lo oyeron y así supieron que había nacido el Salvador y lo vieron, bebe recién nacido, en el ostensorio de los brazos de María!

            Esa primera revelación se continúa en la llamada, por antonomasia, Fiesta de la Epifanía , que festejamos el seis. Más allá de lo candoroso y legendario de nuestros recuerdos de infancia y la paja para los camellos y los zapatos y el estar desvelados desde la madrugada esperando los primeros ruidos de la casa para correr a donde nos esperaban los regalos, leímos en el evangelio de Mateo las vicisitudes de los sabios de Oriente, que leyeron el anticipo de la Buena Nueva en el encabezado de los signos cósmicos, estelares, y que, siguiendo lo que les decía su inteligencia mirando el universo, encontraron finalmente al Dios verdadero -incienso para adorarlo-, al Rey de Reyes -oro para honrarlo-, al Hijo del hombre -mirra para ungirlo-.

            Pero, al menos en el evangelio de Marcos, el gran momento de la revelación, de la 'epifanía', es el Bautismo, con el cual este evangelista, dejando de lado toda referencia a la infancia, inicia su evangelio. Para él y los sinópticos -como para Juan las Bodas de Caná- el Bautismo es el gran momento de la epifanía, de la revelación de 'quién' es Jesús.  

 

            Y así lo explica el egregio Juan Crisóstomo, el gran obispo de Constantinopla: "¿Por qué no al día del nacimiento sino aquel en el que recibe el bautismo le damos especialmente el nombre de Epifanía? Porque su manifestación a todos los hombres data de su bautismo, momento a partir del cual a todos quiere hacerse conocer".

            Así lo hemos escuchado en el breve relato marcano: el encuentro entre el Precursor y el Precedido; entre el que limpia en agua y el que renueva en espíritu y en fuego; entre la Voz que convoca y la Palabra que hiere e ilumina. Jesús emerge de las aguas y los cielos se abren, la Trinidad se revela. Jesús es declarado Hijo de Dios. Epifanía.

            De tal manera que todo este tiempo navideño que hemos vivido se transforma en una única fiesta que se despliega en varias etapas o momentos de la vida de Jesús y en los cuales paulatinamente se manifiesta El que Es. Se muestra a los pastores y a los reyes en Belén; se descubre a sus primeros discípulos y a los servidores del novio en las Bodas de Caná; aparece y es confesado como el Unigénito muy amado del Padre ante Juan el bautizador y la multitud reunida a la vera del Jordán. Tres momentos que son una misma epifanía.

 

            Otro Padre de la Iglesia, Proclo patriarca también de Constantinopla, adversario de Nestorio -el que negaba la unidad del hombre y Dios en Jesús-, años después del Crisóstomo, comenta la fiesta de hoy, diciendo: "Cristo aparece al mundo, lo ilumina y lo llena de gozo, santifica las aguas y expande la luz en la inteligencia de los hombres. . El Hijo único del Padre se ha manifestado en nosotros (hecho uno de nosotros) y nos da, mediante el bautismo, la cualidad de hijos de Dios".

            Sí: porque la epifanía de Jesús en el bautismo es también la epifanía, la manifestación, de nuestro propio ser de bautizados.

            En el agua bautismal un cúmulo de figuras del antiguo testamento alcanzan su pleno sentido. Las aguas primordiales sobre las que planea el espíritu dando origen a la vida; las del diluvio que purifican; las del Nilo que acunan a Moisés y lo preparan al enfrentamiento con las del Mar Rojo, conducido por la columna de fuego y luz que lo ilumina; y las del Jordán que atravesará Josué para conquistar la Tierra Prometida. El bautismo de Jesús recoge y sublima todos esos viejos simbolismos: la tierra prometida transformada en cielo, el agua fecundada por el Espíritu dadora ahora de Vida divina. Toda la escena transformada en reverberante luz. Epifanía.

            Unidos al Gloria angélico, admiremos, hoy, con los pastores. Con los sabios de Oriente, ofrezcamos hoy nuestros dones. Con Juan, digamos, agradecidos, "he sido purificado", no quiero más pecar. Con los escanciadores de vino, a la voz de María, hagamos lo que Él nos manda. Con los primeros discípulos, oída la voz del Padre, sigámoslo, para permanecer con Él, escuchando cuanto tiene para enseñarnos en el silencio de nuestro corazón. En nuestra condición de renacidos en la navidad de nuestro bautismo, en la epifanía de nuestros verdaderos nombres de hijos de Dios, en nuestra adquirida nobleza de dadores de dones, de bebedores del vino nuevo del Reino, salgamos hoy de esta celebración del Bautismo con la cual culmina Navidad a vivir nuestro nuevo año, en la recuperada conciencia de nuestra inmerecida y portentosa dignidad.

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