Sermones del bautismo del seÑor
Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

1974. Ciclo c

EL BAUTISMO DEL SEÑOR  
Lc. 3,15-16.21-22
(
13-1-74)

La primera vez que tuve que dar una clase, una especie de conferencia, recuerdo que, cuando entré al salón, lo primero que vi, fue, sentado en primera fila a uno de mis antiguos y queridos profesores de filosofía. “¿Cómo se le ocurre venir a escucharme?” –pensé-. Y por cierto que no venía a aprender nada de mí sino, muy humildemente, hacerme el honor y un poco avalar con su presencia las cosas que yo iba a decir.
Algo así es lo que hace Cristo con Juan cuando condesciende a hacerse bautizar con un bautismo que Él personalmente de ninguna manera necesitaba. “No purifico el Jordán a Cristo, sino que Cristo purificó al Jordán” –comenta San Jerónimo-. Y en el mismo relato que Mateo hace de esta escena cuenta que, justamente por eso, Juan se resiste a bautizar a Jesús: “Soy yo el que necesita que Tú me bautices” –le dice- ¿y Tú acudes a mí?”
Pero Jesús, Dios hecho hombre, no solamente viene a decirnos bellas palabras y sesudos consejos, sentado en un sillón con aire acondicionado en las alturas de su dignidad, sino a darnos también, con su vida, el ejemplo de lo que sus discípulos debemos vivir. En este caso, ejemplo de humildad. Y prefiguración, de algún modo, de nuestro propio bautismo. Aunque no precisaba hacerlo, porque estaba por encima de todo eso, no rehuyó cumplir ninguno de los deberes que obligaban a sus contemporáneos. Recordémosle dócilmente sometido a la circuncisión, impuestos, prescripciones rituales y legales. Nunca nos pidió que hiciéramos nada que no hubiera hecho antes Él.

Y ¡qué importante, señores, apoyar la palabra con el ejemplo, con las obras! ¿No será por eso que nuestras predicas hoy producen tan pocos efectos? Porque no hacemos coincidir nuestras vidas con lo que decimos. “Padre, mi hijo es una calamidad y ¡pensar que siempre le he dado buenos consejos, le he hablado, lo he educado bien, lo he llevado a colegios religiosos…!” Pero ¿y el ejemplo, señora? ¿Y el ejemplo? ¿Ha tratado Vd. no de educar a sus hijos con palabras sino de educarse a Vd. misma, de hacerse santa? Porque, vea, no bastan las palabras o un ejemplo de vez en cuando o solo estando los chicos presentes; es la totalidad de la vida, los actos conjuntos de la existencia, la personalidad interior cristiana, lo que confirma, contagia, despierta emulación. Los niños, la gente, en seguida se dan cuenta cuando los consejos, las palabras, aun los ejemplos, no son auténticos.
Hace poco un ministro de no sé qué país de Europa, para dar muestra de ahorro de combustible en la actual crisis del petróleo, se fue un día en bicicleta al trabajo y, por supuesto, que apareció pedaleando sonriente, abundantemente retratado, en todos los diarios. Lo malo fue cuando un periodista fisgón descubrió, esa misma noche, al ministro en su poderoso auto de dos cuadras, tragador de nafta, marchar de incógnito a reunirse con una mujer que no era la suya en una ciudad balnearia a unas cuantas decenas de kilómetros de distancia.

maxresdefault.jpg

No. No ejemplos propagandísticos. Lavar los pies a 12 pobres los Jueves Santos, visitar una villa miseria, ir con carteles a Plaza de Mayo, sacar una solicitada, hablar contra los vicios... Ejemplos de vida total es lo que hace falta. Y éste del bautismo de Cristo no es sino uno de los tantos que él supo darnos en esa su vida de treinta y pico de años que desde el comienzo hasta el fin fue arquetípico y ejemplar para nosotros.

Fácil aconsejar, predicar; difícil vivir. “Hijita resígnese, lleve con paciencia su cruz”. “Eso se dice fácil, padre, porque no es Vd. quien tiene que llevarla”. ¡Y tienen tantas veces razón!  Por ahí me acuerdo haber leído una copla popular que decía.
El cura me aconsejó
En medio de mi pobreza
Que si comer no tenía
Mi hambre a Dios ofreciera.
Yo hubiera más preferido
Que me invitara a su mesa.

Digresión aparte la escena que hoy nos propone el evangelio en este domingo con que se cierra el tiempo de Epifanía, es el pórtico, el comienzo, de la vida pública de Jesús. Ya han pasado los largos años de preparación, crecimiento, oración, vida en familia, que han ido madurando la parte humana de Jesús y, ahora, va a comenzar su actividad docente entre los hombres.
Por eso este comienzo es con todos los honores. La Trinidad en pleno, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se hace presente en ese instante solemne. Como al profesional cuando, después de estudios y de exámenes, se recibe en un acto académico, le entregan el título, el diploma, le señalan la matrícula que le permitirá ejercer legal y legítimamente su profesión. Como al sacerdote que en la ceremonia de ordenación el obispo impone las manos sobre su cabeza concediéndole los poderes ministeriales. “Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección” Y las manos de paloma del Espíritu se imponen sobre la cabeza de Jesús. Ya tiene su título habilitante, su diploma. Juan lo ha señalado como el Mesías. La Trinidad da hoy solemne testimonio de él. ¿Quién se negará a escucharlo?

Y los cielos se abrieron –dice el evangelio- porque, desde entonces, el cielo no está cerrado para nosotros, el cielo ha bajado a la tierra y camina entre los hombres en los pies de Jesucristo.

descarga.jpg

Si Vds. van a la Iglesia de Nuestra Señora del Pilar, en la Recoleta, verán que, en la pared del baptisterio, en una espléndida mayólica, está pintada la escena del Bautismo de Jesús. Y en casi todos los antiguos baptisterios. Como los estupendos del siglo IV de Rávena en Italia. El motivo que adorna la cúpula de éstos es esta escena.
Porque, desde el principio, los cristianos comprendieron que, de alguna manera, existe una analogía entre este bautismo de Cristo y el nuestro.
Por de pronto el agua: aunque de distinta manera, ya lo dijimos. “No purificó el Jordán a Cristo sino que Cristo purificó al Jordán”. Pero por eso mismo el agua, desde entonces, es capaz de purificarnos a nosotros no solo con su poder higiénico o simbólico, sino con el Espíritu Santo y con el fuego –como anunciaba Juan-
Se repiten también en nuestro bautismo, en cierto modo, los otros detalles de la escena que hemos leído hoy. Es el pórtico, el comienzo de nuestra vida cristiana. Es el Espíritu Santo que baja también a nuestras almas y nos transforma. Es Dios Padre quien nos dice: “Desde hoy eres mi hijo muy querido”.

Vds., cristianos, la mayoría bautizados cuando pequeños y de cuyo recuerdo quizá les quede solamente una estampita ajada, renueven hoy, en la conmemoración del Bautismo de Jesús, la sensación de orgullo de sentirse hermanos de Cristo. Vivan agradecidos la predilección de un Dios que los ha llamado a ser Sus hijos y reaviven ese fuego mezquino, enclenque que el espíritu Santo un día quiso encender impetuoso en sus corazones.
Y a mí también.

Menú