1980. Ciclo c
EL BAUTISMO DEL SEÑOR
Gn . 9, 8-15; 1 Pe . 3, 18-22; Lc. 3,15-16.21-22 (GEP 12-1-86)
Desde el histórico Rubicón , rio entre la Galia Cisalpina e Italia, con cuyo cruce Cesar desencadenó en el 49 AC la guerra civil, hasta el mítico Aqueronte de los griegos, que han de atravesar las almas difuntas, ayudadas por Caronte, para llegar al Hades, los ríos han desempeñado siempre el papel de naturales fronteras.
Jean Fouquet (1420 - 1481), César cruzando el Rubicón
Uno de estos límites naturales lo constituye precisamente, en Palestina, el rio Jordán . Entre el Jordán y la costa, ambos en líneas paralelas, se encuentran todas las ciudades y lugares importantes del AT. Desde el Jordán, tierra adentro -lo que está más allá del Jordán, la Transjordania-, un desierto polvoroso y candente, habitado desde siempre por tribus nómades, beduinos, buscando incansablemente su subsistencia.
Cuando, allá por los años de la guerra de Troya, hacia el 1200 y pico antes de Cristo, las colonias hebreas en Egipto, oprimidas por impuestos y exacciones faraónicas, deciden emigrar de ese país, nadie los quiere recibir -como en el caso reciente de los camboyanos-. Y es así como deben vagar a la deriva, por los desiertos de la península del Sinaí y de la Transjordania, a los márgenes del mundo civilizado.
Sus ojos miran con codicia y esperanzados justamente esa porción de tierra entre el Jordán y el Mediterráneo que parece hecha a la medida de sus ambiciones. Soñada por ellos como “la tierra que mana leche y miel”.
Como por el sur, desde el Negueb, es sumamente difícil pasar, los judíos eligen costear el Mar Muerto, vencer allí las dispersas tribus amorreas, edomitas y moabitas e, instalando sus campamentos en la Transjordania, intentar desde allí la invasión y conquista. Moisés muere sin poder tocar la ‘Tierra Prometida', forzando su vista desde el monte Nebo, para divisar, a los lejos, los parajes soñados.
Es Josué quien tendrá el privilegio de atravesar el Jordán y llevar a su gente a lo que en el futuro será la tierra de Judá y de Israel. Y que habrá que conquistar lentamente, despojando de sus tierras a sus antiguos propietarios: los cananeos, parientes de los fenicios y a los -también recién llegados- filisteos, parientes de los helenos.
Es lógico pues, que cuando, más adelante, Israel, ya en plena monarquía, rememore su historia, marque como hito fundamental de su existencia, este paso del Jordán que los ha llevado desde el cautiverio de Egipto y el desierto del Sinaí y de la Transjordania a su territorio definitivo.
El paso del Jordán que los ha llevado desde el cautiverio de Egipto y el desierto del Sinaí y de la Transjordania, a sus territorio definitivo.
El paso del Jordán será para Israel casi como el acto fundacional de su sentimiento de patria y de territorialidad. Tanto es así que, como entre los latinos ‘pasar el Rubicón' se transforma en una expresión proverbial que significa tomar una decisión importante y sin retorno, así el Rio Jordán, más allá del caudal de sus aguas, del hecho de ser frontera, de servir para el riego, se convierte también en símbolo, cargado de reminiscencias históricas y religiosas.
Baste leer el legendario relato del paso del Jordán -capítulo 3 del libro de Josué- escrito con los mismos recursos literarios del paso del Mar Rojo, para darnos cuenta de su significación para los judíos.
No es extraño pues que sea precisamente en esa frontera entre el desierto y la vida, entre el sufrir actual y el consuelo esperado, entre la esterilidad y lo fértil, el Jordán, que el Antiguo Testamento haya ubicado el paso del personaje más prodigioso de su historia, Elías , desde la tierra al cielo (II Reyes 2, 7-15). Es habiendo atravesado el Jordán cuando el profeta es arrebatado por el carro de fuego y cruza las místicas fronteras de lo terreno y lo divino.
El mismo Jordán que purifica de su lepra a Naamán el sirio y le hace trasponer las fronteras entre la enfermedad y la salud.
Es así que, al simbolismo universal del agua que apaga la sed, que hace crecer, que limpia, que vivifica, que refresca, el agua del Jordán añade el de frontera, límite, paso, comienzo.
Es por ello que tanto Marcos como Mateo y Lucas, ubican el comienzo de la vid pública de Cristo, en el Jordán. Más aún, para Marcos, el Bautismo es el comienzo absoluto de la existencia de Cristo como manifestación de Dios. Antes del Bautismo la Vida divina de Jesús está tan oculta como estaba en el seno de María antes de la Navidad o como estaba en la prehistoria antes de la Anunciación.
El Bautismo de Jesús, por esto, ocupa un lugar tan importante en los evangelios, porque vendría a ser como el verdadero inicio de la irrupción de la Vida divina en la historia de los hombres. En el Jordán la humanidad de Jesús pasa la frontera de lo humano y comienza a mostrarse como, a la vez, divina. Hasta ahora se ha visto a Jesús, Yeshuá, de Nazaret, hijo de María y de José. A partir del Bautismo se mostrará ya como el Mesías, el hijo del Hombre, el Hijo de Dios.
Paul Gustave Doré (1832 – 1883)
Es así entonces que el Bautismo forma parte de los misterios de la Epifanía, de la ‘manifestación' y, por eso, se celebra cerrando el tiempo de Navidad.
El Padre, la voz; el Hijo, Jesús; el Espíritu Santo, la paloma: la Santísima Trinidad volcándose al hombre a orillas del Jordán.
Paso de frontera que abre las puertas del Cielo y las franquea al ser humano.
Nueva creación que, como en el Génesis, es presentada a partir de las aguas, del Espíritu que aletea sobre ellas y de la Palabra de Dios que ordena que las cosas sean.
Toda esta escena nos conduce irresistiblemente al recuerdo y realidad de nuestro propio bautismo. Porque también el agua de nuestro bautismo quiere ser el agua del Jordán. El Rubicón que nos hace traspasar las fronteras del hombre y nos introduce en la Tierra de Dios.
Desde el paso del Jordán de nuestro bautismo un nuevo comienzo ha estallado en nuestra vida. Ya no somos solamente hombres, no estamos tan solo en la Transjordania de nuestra pobre y desértica humanidad condenada a la muerte. Hemos sido introducidos en la Tierra Prometida, la Tierra de la Vida.
La Vida divina circula ya en nuestra arterias. La sangre azul del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, laten ya en nuestro corazón.
Es verdad que esta realidad divina aún la vivimos velada, en la fe y la esperanza y, peor aún, oculta tantas veces por nuestra miserias y pecados. Solo brilla, de vez en cuando, en el fulgor de la caridad y de las vidas santas. Pero no por eso deja de ser ya una realidad, no solo una promesa, sino algo que está germinalmente presente en nuestro ser. Como la presencia del Verbo en Jesús, hecha recién plenamente patente en la Resurrección, pero ya definitiva en su Bautismo, a pesar de las posteriores oscuridades de la Cruz.
Cristiano, bautizado, hermano de Jesús, recuerda, aunque pecador, aunque sufriente, aunque en la oscuridad de la duda, que ya has atravesado, en tu bautismo, el Jordán.
Ya has atravesado la frontera de lo humano. Ya eres divino, hermano del Señor Jesús. Como Jesús en la tierra prometida.
Vive, pues, con la espada desenvainada, el combate de tu fe.
Actúa de acuerdo a tu dignidad.