Sermones del bautismo del seÑor
Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

1991. Ciclo B

EL BAUTISMO DEL SEÑOR  
(GEP; 13-1-91)

Lectura del santo Evangelio según san Marcos 1, 6-11
Juan llevaba un vestido de pie de camello; y se alimentaba de langostas y miel silvestre. Y proclamaba: «Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo; y no soy digno de desatarle, inclinándome, la correa de sus sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo» Y sucedió que por aquellos días vino Jesús desde Nazaret de Galilea, y fue bautizado por Juan en el Jordán. En cuanto salió del agua vio que los cielos se rasgaban y que el Espíritu, en forma de paloma, bajaba a él. Y se oyó una voz que venía de los cielos: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco»

SERMÓN

El CREDOC francés, es decir el "Centro de investigaciones para el estudio y la observación de las condiciones de vida" -(Centre de Recherche pour l'Étude et l'Observation des Conditions de Vie)-, ha publicado un estudio sobre el estado actual del catolicismo en ese Pais. De él se desprende que el 19 por ciento de los que tienen entre 60 y 50 años viven una práctica religiosa regular. El porcentaje entre los 50 y 40 años baja al 10,3 por ciento. Entre los 40 y los 25, al 6,2. Entre los jóvenes con menos de 25 años es mínimo: el 2,5 por ciento. En realidad habría que decir que estos números están algo inflados porque -según el informe- las cifras incluyen también a quienes entran a la iglesia una ve por mes. Los católicos, los verdaderos, han de ser muchísimos menos.

Entre 1967 y 1986 -sigue el informe- el número de matrimonios religiosos ha bajado un 39 por ciento. Y si en 1958 todavía se bautizaba al 91,7 por ciento de los niños nacidos en Francia, en 1984 el porcentaje había caído a un 65 por ciento y en el 90 al 60 por ciento. La situación en las grandes ciudades y especialmente París es peor todavía.

Hay otros varios datos interesantes, pero con éstos nos basta para aproximarnos a una realidad sociológica que toca a toda la antigua cristiandad y de la cual nosotros mismos en la Argentina no hemos de estar muy lejos.

La verdad es que entre los católicos cada vez hay menos práctica cristiana lo cual implica que de hecho cada vez haya también menos bautizados, pues los que no practican ya ni siquiera bautizan a sus hijos.

Sería, pues, bueno preguntarse qué es lo que ha quedado de la famosa mayoría católica de la Argentina. De hecho, aparte las estadísticas, la sensación que suelen tener aquellos cristianos que quieren vivir en serio su cristianismo es que en ello están prácticamente solos, ya sea en sus lugares de trabajo, como de estudio, como de diversión.

Léase un diario, préndase la televisión, adquiérase una revista o un libro, escúchese a cualquier periodista o político, e inténtese encontrar allí alguna presencia o testimonio religioso, cristiano, y no se hallará.

Quien no ha leído historia, quien no ha intentado formarse e informarse en la doctrina católica, quien no ha hecho un esfuerzo o no ha tenido la gracia de nacer en una familia practicante, puede perfectamente hoy en día -transitando escuelas, colegios, universidad- vivir en Buenos Aires sin enterarse de lo que significa Dios, Cristo o la Iglesia. Ellos han dejado de tener presencia en la vida argentina.

Habría que decir, mejor, que han sido expulsados de la vida argentina, en una tarea que ya iniciada a mediados del siglo pasado ha sido acelerada en las décadas que van de este siglo que termina y catalizada con efectos catastróficos por la social democracia que desde 1983 en la ilegitimidad despótica de la partitocracia ocupa el poder. Pseudopodio maligno de los poderes que hoy se reparten el dominio del mundo para destruir los últimos restos de cristiandad.

Y como no se señala claramente al enemigo porque la dirigencia eclesiástica está empantanada en sus neoprincipios de ecumenismo, respeto a la conciencia ajena, libertad religiosa, derechos humanos, voluntad popular y democracia, -todos engendros del protestantismo y de la revolución francesa-, el catolicismo oficial es incapaz de reaccionar y deja sucumbir a sus hijos bajo la atmósfera asfixiante del pensamiento anticristiano de los massmedia y de la educación gramsciana y liberal.

Todo intento de reacción en la buena línea católica es inmediatamente tachado de integrismo, fundamentalismo, delito de lesa democracia.

Y -aunque los caminos de Dios son impredecibles- es altamente probable que el futuro sea peor. Porque -amén de las ideologías anticatólicas que dominan el pensar o no pensar de políticos, periodistas, cine, educación, cultura,- los que ciertamente dominan cada vez más -aún en aquellos en los cuales permanecen algunas ideas más o menos católicas- son formas de vivir, praxis, costumbres, modas, actitudes, comportamientos, que se apartan a cientos de kilómetros de la moral y la ética cristianas. No tenía el embajador de Estados Unidos que hacer ninguna denuncia para que cualquier argentino sepa fehacientemente que la inmoralidad se ha instalado a todos los niveles de la sociedad y del Estado. Y no tiene el presidente que desgarrarse las vestiduras pidiendo que se aporten pruebas cuando sabemos que ellas son imposibles de obtener en el sistema jurídico actual y de todos modos cuando junto a él por lo menos conserva a un sindicalista declaradamente confeso de corrupto.

¿Y quién no sabe que la impunidad de los sinvergüenzas, más aún: la prosperidad de éstos, se transforma en desaliento para los buenos y en acicate para la promoción de aún peores delitos? ¿Quién querrá comportarse correctamente cuando se da cuenta de que no solo con ello aparentemente no gana nada sino que por ello mismo es excluido y perseguido en la sociedad de los corruptos?

Pero no nos desviemos de nuestro tema: preguntémonos qué significa el que haya cada vez menos bautizados y menos de entre los bautizados que vivan de acuerdo a lo que el bautismo significa. ¿Querrá decir que cada vez hay menos inscriptos en el catolicismo, como podríamos decir "cada vez este club tiene menos socios o este partido menos afiliados o esta ideología menos partidarios"?

¿Querrá decir que sociológicamente la idea católica está cuantitativamente desapareciendo? ¿Querrá decir, que por ello cada vez va a haber mayor corrupción e inmoralidad social?

En todo caso estos serían males menores. El gran problema, la gran desgracia es que progresivamente entre la humanidad, entre los argentinos, hay, lisa y llanamente, menos hijos de Dios, menos llamados a la vida eterna o de otra manera: cada vez hay menos gracia, menos herederos de la vida, menos invitados a la cena del Señor.

Porque al fin y al cabo eso es la realidad del ser católico: haber sido elevados -porque Dios mediante la encarnación se ha dignado abrir los cielos, romper el límite de lo natural y de lo humano- haber sido elevados, rescatados, redimidos, salvados, de nuestra condición humana, mortal, finita, caduca e insertados en la nueva vitalidad que Dios ha transfundido en el mundo, en la materia, mediante la corporeidad de la naturaleza humana de Jesucristo y que nos llega a cada uno de nosotros mediante la corporeidad de los sacramentos en inmediato contacto con la corporeidad resucitada de Cristo.

Es a través del agua como un día nosotros fuimos tocados por la materia divinizada de Jesús y hechos por ello mismo sus hermanos, adoptados como hijos de Dios ,transformados en nuestra naturaleza humana y recreados a imagen del Señor. El bautismo no fue simplemente una inscripción o adscripción simbólica a la Sociedad de los católicos, fue una transmutación, un cambio, una mudanza, una innovación, casi una transubstanciación, de nuestro ser de hombres en ser divino, hipercósmico, sobrenatural, trinitario.

Que tal mudanza no siempre ofrezca efectos visibles se da porque normalmente el bautismo a partir del siglo quinto se ha impartido en la Iglesia a los recién nacidos y, en ellos, siendo una realidad esencial no es sino una posibilidad de actuación cristiana sobrenatural. Como también en lo puramente humano el infante, aún siendo hombre desde el momento de la concepción, es solo una posibilidad de pensamiento y actuación humanos.

Dios sabe que si el hijo del Rey es raptado y criado en una villa Miseria terminará pensando y actuando como un villero y no como un príncipe. Dios sabe que a un bautizado, a un hijo de Dios, si se lo educa y cría solo como hombre nunca aparecerá ante los ojos de nadie como hijo de Dios. De allí hoy la perplejidad de los sacerdotes frente al hecho de si tienen o no que bautizar, fuera del peligro de muerte, a quienes no tienen garantías de que van a ser educados como hijos del rey, como hijos de Dios. Es más perverso ver a un príncipe actuando como villero que a un hijo de la Villa.

Y si es terrible ya ver a un hombre actuando como a un animal, es peor aún ver a un cristiano actuando solo humanamente y peor todavía cuando ni siquiera eso.

Exitoso y perverso sistema el que al noventa por ciento de sus integrantes bautizados los hizo crecer y crió en el ambiente bastardo, villano, ruin, innoble, plebeyo, astrajoso de nuestra sociedad de hoy y apartándolos de Cristo y de la Iglesia los transformó en príncipes mendigos, en purasangres atados a una calesita, en cálices preciosos usados de orinal.

¿Pero hacia donde va un mundo, una sociedad, privada de la gracia, en donde el hombre solo puede satisfacer su hambre innata de infinito en lo humano y desconectado de su máxima posibilidad de hacerse por la fe y el bautismo hijo de Dios? Ninguna imagen del pasado puede servirnos para imaginar ese aterrador futuro de una sociedad inhumana porque no divina construida no sobre el desconocimiento de Cristo sino sobre su rechazo. Que adquiera contornos de maldad patente o de frivolidad suntuosa o de indiferencia a lo trascendente eso no nos importa. Lo único que interesa es que no recibirá la savia vivificante y salvadora de lo divino, de lo sobrenatural y se constituirá en una máquina gigantesca de frustrar el destino trinitario de millones de seres y lanzarlos a la muerte eterna.

Hoy, último domingo del tiempo de Navidad, en esta fiesta del Bautismo del Señor, la Iglesia quiere recordarnos una vez más la maravilla de la gracia que nos ha llegado por medio de la encarnación, nuestra condición de bautizados, nuestra dignidad de hijos de Dios, nuestra nobleza de cristianos. Mayor gracia todavía cuanto menos somos y por eso más predilectos y privilegiados.

Es posible que cada vez nos resulte más difícil manejarnos como nobles, como hijosdalgo, en esta sociedad plebeya, villana, procaz, desenfadada, pervertida, tentadora, pero, aunque no podamos ya reconquistar la Nación para Cristo, sepamos juntarnos, ayudarnos, conectarnos entre nosotros: crear focos de resistencia, plazas fuertes donde ondee el pendón cristiano, ambientes favorables a la crianza de príncipes, de hijos de Dios, de nuestros hijos bautizados; circunstancias propicias al encuentro de muchachos y muchachas cristianos capaces de fundar nuevas familias, nuevas células de sociedad católica, y sobre todo nuevos hermanos de Cristo, hombres y mujeres santificados, promovidos, tocados por la Navidad , herederos no del mundo y de sus pompas sino de los condados eternos, de las tierras del Rey, de los palacios de Dios.

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