1993. Ciclo A
EL BAUTISMO DEL SEÑOR
(GEP; 1993)
Lectura del santo Evangelio según san Mateo 3, 13-17
Jesús fue desde Galilea hasta el Jordán y se presentó a Juan para ser bautizado por él. Juan se resistía, diciéndole: «Soy yo el que tiene necesidad de ser bautizado por ti, íy eres tú el que viene a mi encuentro!» Pero Jesús le respondió: «Ahora déjame hacer esto, porque conviene que así cumplamos todo lo que es justo». Y Juan se lo permitió. Apenas fue bautizado, Jesús salió del agua. En ese momento se abrieron los cielos, y vio al Espíritu de Dios descender como una paloma y dirigirse hacia él. Y se oyó una voz del cielo que decía: «Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección».
SERMÓN
Teodoto era un hombre rico, que había hecho su fortuna en Bizancio con operaciones financieras, por eso se le llamaba también Teodoto el banquero. Esa fortuna le había permitido veleidosamente acudir a diversas escuelas filosóficas y adquirir una cierta cultura científica. Cometió, en determinado momento, el error de convertirse al cristianismo. Pero su fé no le bastó cuando la persecución de Marco Aurelio, muerto de miedo renegó de Cristo. Cuando el hostigamiento imperial finalizó, Teodoto, desprestigiado por su apostasía frente a sus conocidos, se trasladó con su banco a Roma, donde volvió a vincularse con los cristianos y al tiempo logró alcanzar, entre ellos, un cierto prestigio. Lamentablemente, al tiempo, uno de sus antiguos conocidos de Bizancio un día lo reconoció y desenmascaró. Teodoto, queriendo defenderse respondió que, al fin y al cabo, él no había negado a Dios, sino solamente al hombre Jesús. Y que por eso decía la escritura que el que pecara contra el hijo del Hombre sería perdonado, no el que pecara contra el espíritu.
Y esto ya sonó terriblemente mal a los oídos del obispo de Roma, que a lo mejor si Teodoto hubiera sido humilde lo hubiera perdonado. Para peor intentando justificarse Teodoto empezó a usar desatinadamente la sagrada Escritura; y uno de los pasajes que con más frecuencia citaba era el del bautismo de Jesús que acabamos de escuchar. "Si era Dios ¿porqué había tenido que ser bautizado?" -decía-: "Lo que pasa es que, antes del bautismo, Jesús no era más que un simple hombre. Recién en el bautismo Dios lo había adoptado como hijo y había pasado a habitar en el espíritu santo" Víctor, que era el entonces obispo de Roma, ya no tuvo más remedio que excomulgar a Teodoto en el año 190.
Esta doctrina más fruto de los estudios racionalistas de Teodoto que de su conocimiento de la escritura y la tradición apostólica, tuvo sus adherentes y fué posteriormente llamada adopci o nismo o adopci a nismo, por cuanto precisamente afirmaba que Cristo no era Dios sino que había sido "adoptado" como hijo de Dios en el momento de su bautismo, e.d. de su "adopción" por parte del Padre.
Quizá Teodoto hubiera podido sostener esta barbaridad, si solo hubiera contado con el evangelio de San Marcos que, como todos sabemos, inicia la presentación de Cristo recién con su bautismo. Pero no ciertamente si conocía los evangelios de Mateo y de Lucas, que hablan de la divinidad de Jesús desde el mismo momento de su concepción, y menos aún si conocía las cartas apostólicas y el evangelio de San Juan que ya hablan de la preexistencia del Verbo como Dios. Lo hemos escuchado el último domingo.
Pero ni siquiera en el evangelio de Marcos, en donde precisamente la escena del bautismo hace de prólogo, de presentación de Cristo a sus lectores. Porque hay que decir que todos los evangelistas, incluso Marcos, utilizan el recuerdo de la ida de Jesús a Juan en el Jordán, como escena elaborada teológicamente para definir quién es el. Y lo hacen con un lenguaje que no es el nuestro y que por eso puede traer a confusión como la trajo a Teodoto. Hoy nosotros inmediatamente si tuviéramos que decir quien es Jesús recurriríamos a las definiciones posteriores del magisterio, al catecismo: diríamos: Jesús es hombre y es Dios. Es una sola persona, pero dos naturalezas, la divina y la humana. Bien, este vocabulario no existe en la época de Jesús: en el medio hebreo en donde él desarrolla su actividad se piensa con los términos y categorías, y sobre todo símbolos e imágenes, del antiguo testamento. Y es con estos símbolos como tratan de definir a Jesús y el sentido de su vida. No usan el lenguaje más científico, racionalista y literal que hoy nosotros tendemos a utilizar.
Pero ¿cuáles son los símbolos principales que aparecen en nuestra escena de hoy? Lean: el agua, el espíritu en forma de paloma, la voz de Dios. Cualquier lector atento de la Biblia , inmediatamente, se da cuenta de que son los mismos símbolos fundamentales con los cuales se abre la Escritura en el magnífico poema de la Creación. "Al principio Dios creo el cielo y la tierra... y el espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas y entonces Dios dijo "haya luz" y la luz existió y sigue el poema con ocho "dijo Dios", es voz de Dios que funda permanentemente la consistencia de todo el universo y del hombre.
Estos son los símbolos que vuelven a aparecer ahora en el bautismo de Jesús. Al presentar a Cristo los evangelistas quieren pues mostrar que en la historia, en el universo, se produce ahora un hecho novedoso, una nueva creación, una segunda generación del hombre, en donde el significado lo da otro importante elemento simbólico de este relato y es el de que esos cielos, que en el A T son el dominio de Dios -la tierra en cambio es la parte del hombre-, que los cielos -digo- símbolo de lo divino, ahora se abren también para el ser humano: "En ese momento, dice nuestro relato, se abrieron los cielos".
Como Vds. ven, este evangelio de hoy y esta fiesta con la cual cerramos el tiempo de Navidad, vuelven, pues, a hablarnos del significado de la encarnación. Esa famosa frase que todos conocemos de San Atanasio: " Dios se hizo hombre, para que el hombre pudiera hacerse Dios ".
De eso se trata: de la elevación del hombre, mediante un nuevo acto creador que supera todo lo anterior, del nivel de lo humano al plano de lo divino; la posibilidad del acceso, allende las posibilidades del hombre, a la vida de Dios, a lo que llamamos el cielo.
Ese cielo que se ha abierto, que ha bajado a nosotros en Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, se nos hace ahora accesible, podemos llegar a él, más allá del límite de nuestra biología, de nuestra muerte y aún de nuestros pecados.
Y eso es posible justamente porque en Cristo se ha unido verdaderamente lo humano y lo divino, porque Jesucristo es Dios. Si fuera lo que dice Teodoto, solo un adoptado, jamás podría hacernos de puente a lo celeste, a lo trinitario, a la dicha infinita de Dios. Y por eso es en Jesús donde se realiza la plenitud y la finalidad de la creación. En él se termina el propósito de Dios al crear la materia y plasmarla en el hombre: regalar la felicidad infinita del cielo a lo que ha germinado, creatura, en la materia.
Pero lo que Teodoto afirma falsamente de Cristo se puede en cambio decir de alguna manera de nosotros. A través de Jesús que sí es Dios, se nos ofrece la oportunidad de llegar a la felicidad de Dios, sin confundirnos ni identificarnos nunca con Dios. Y para eso somos recreados en nuestro bautismo -que acabamos de recordar con la aspersión del agua bendita al comienzo de la Misa -. En el bautismo nosotros si somos adoptados por Dios, Cristo se hace nuestro hermano mayor, entramos a pertenecer, por pura gracia, a la familia de Dios. Desde ese momento somos distintos, ya no somos solamente humanos, algo de la vitalidad divina, la gracia, comienza a alentar en nuestros pulmones y es bombeada a nuestras venas por nuestros corazones.
Los mismos símbolos que se despliegan en el bautismo de Jesús para mostrar quién es él, se ponen en marcha en nuestro bautismo para refabricarnos, recrearnos, hacernos nacer otra vez. También allí está el agua primordial, también allí el espíritu aleteando sobre nosotros, también allí la puerta del cielo que se nos abre, también allí la voz del Padre que nos dice, con el mismo poder con el cual saca de la nada todo el universo, "Y dijo Dios: tu eres mi hijo muy querido, en ti tengo puesta mi predilección"