1996. Ciclo A
EL BAUTISMO DEL SEÑOR
(GEP; 1996)
Lectura del santo Evangelio según san Mateo 3, 13-17
Jesús fue desde Galilea hasta el Jordán y se presentó a Juan para ser bautizado por él. Juan se resistía, diciéndole: «Soy yo el que tiene necesidad de ser bautizado por ti, íy eres tú el que viene a mi encuentro!» Pero Jesús le respondió: «Ahora déjame hacer esto, porque conviene que así cumplamos todo lo que es justo». Y Juan se lo permitió. Apenas fue bautizado, Jesús salió del agua. En ese momento se abrieron los cielos, y vio al Espíritu de Dios descender como una paloma y dirigirse hacia él. Y se oyó una voz del cielo que decía: «Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección».
SERMÓN
Los pueblos marítimos de la antigüedad como los griegos, los romanos, los fenicios, tenían al agua, al agua salada, al mar, por un Dios sumamente ambiguo, más bien maligno e imprevisible, a quien había que tratar con suma delicadeza, ofreciéndole oportunas libaciones y sacrificios, ya que en cualquier momento podía montar en cólera, airarse y, al soplo de su enojo, destrozar muelles, defensas costeras, hundir naves y barcas... Así, respectivamente, Poseidón, Neptuno o Yam...
Las grandes civilizaciones fluviales, en cambio, como las mesopotámicas, dependientes del Tigris y el Éufrates, o como Egipto, con su Nilo, o la India con el Ganges, veían al agua, al agua dulce, como un don maravilloso, dadora de vida, savia vital, renovadora del vigor y la fertilidad...
Particularmente documentado, y muy afín al mundo bíblico, está el culto al Nilo, cuyos pobladores ribereños dependían esencialmente en su subsistencia de las crecientes y bajantes limosas del gran río. La divinidad Osiris es precisamente la personificación del Nilo. Como es sabido, el mito de Osiris, dios de la vida, habla de su periódica muerte y descuartizamiento a manos de Seth, su hermano, y su vuelta a la vida anual gracias a su esposa Isis y al dios chacal Anubis. El mito no hace sino reproducir simbólicamente las bajantes y subidas del Nilo cuando -antes de la construcción de la represa de Asuán- se secaba estacionalmente en primavera, descuartizándose en el polvo en suspensión que devolvía nutrientes a la tierra, y volvía a vivir en la siguiente crecida estival. Es decir que esa muerte era, mediante el lodo que depositaba la bajante, simiente de vida nueva. Basta ver el contraste de las arenas desérticas de la cuenca del Nilo, allí donde no alcanza el riego, con la fertilidad de la parte regada, para entender cómo, en la mente egipcia, el concepto de agua podía estar esencialmente ligado al de la vida. Hay que pensar que Egipto, durante toda la antigüedad y su período de esplendor cristiano, hasta que cayó en manos del devastador Islam, fué el país más rico del mundo, gran proveedor de grano y alimentos a todo el imperio romano. Y todo eso gracias al agua del Nilo.
La cosa es tal que el símbolo copto de la vida, el famoso anki egipcio, que hoy usan muchas sectas tipo new age, la cruz ansada: una especie de cruz con el palo superior en forma de argolla o de ansa, parecida al perfil de un chupete alargado y que se engrosa hacia abajo, es un signo jeroglífico producto de la estilización de una gota que cae; muy parecido también al jeroglífico que significa la salud, una forma alargada que se ensancha en su parte inferior, como si fuera agua que se vierte.
La creencia durante la época de los faraones llegaba a tal extremo que los cadáveres de los ahogados en el Nilo o los que eran arrastrados a él por los cocodrilos y luego recuperados, eran enterrados con honores especiales: solo los sacerdotes podían tocarlos y, aunque pertenecieran a las clases más bajas, se le rendían exequias divinas, como si por el hecho de haberlos tragado y devuelto el Nilo adquirieran envergadura sagrada.
Y ciertamente que una de las primeras etapas de cualquier embalsamamiento era bañar al muerto en las aguas del Nilo. Desde ese momento la momia se identificaba con Osiris y era llamada así, aponiéndole ese nombre: Osiris N. N., Osiris Sinhué, Osiris Juan...
Y como quiero hablar hoy del agua del bautismo menciono el mito de Osiris y la figura del Nilo, porque, para nosotros, el agua con cloro y flúor de la canilla, más se asocia con el lavar, el limpiar, el baño, que con la muerte y la vida. Aunque algo podrían decir de ésto los hombres de campo que este año han padecido tanta sequía. De todos modos en las ciudades el agua ni siquiera sirve para apagar la sed: la jarra de agua de mi niñez hoy es reemplazada en las casas de familia por la Coca Cola o el Seven Up. Los chicos no conocen el agua más que para bañarse.
Pero el significado de baño o de purificación no sirve para ilustrar plenamente lo que significa el bautismo.
El mismo verbo bautizar en su acepción original griega poco habla de limpieza; tiene un sentido casi agresivo: su raíz original, bapto , significa no lavar, sino sumergir, hundir. Y baptizo -que es un intensivo de bapto- quiere decir hundir violentamente, ahogar, anegar, asfixiar. Es el término que usa, por ejemplo, Heródoto para mostrar cómo la flota griega hunde a las naves persas en Salamina. "Bautizó a los trirremes enemigos", dice. De tal manera que en el griego clásico y luego koiné el verbo bautizar termina por querer decir sencillamente sucumbir, perecer, extinguirse, morir.
Es el uso literal que hace Jesús del verbo cuando exclama, antes de su pasión: " Con un bautismo tengo que ser bautizado, ¡y que angustia siento hasta que esto se cumpla !"; o cuando les pregunta a los hijos del Zebedeo: "¿ Podéis beber el cáliz que yo voy a beber o ser bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado ?"
Así es: el bautismo -en la Iglesia - es algo mucho más serio que un simple lavado de impurezas o de pecados o de manchas; es el símbolo eficaz de una verdadera muerte, de un dejar atrás, de una entrega; pero, al mismo tiempo, a la manera del Nilo que devuelve vivificada a su presa, de una Vida superior que se alcanza precisamente por ese intercambio. Pero en realidad lo que se esperaba -y vanamente- del Nilo era que devolviera la misma vida de antes; el bautismo pascual, en cambio, es la promoción a una vida superior, sobrehumana. Por eso el único pleno bautismo es el de la muerte de Cristo: porque fué muerte a la vida humana que le mereció la plenitud de la Resurrección y divinización a la derecha del Padre. La muerte, el bautismo que hunde, es solo el aspecto negativo de lo verdaderamente importante que es una transformación, una metamorfosis, el paso a la vida. No a la vida puramente terrena o el retorno cíclico a este mundo del cual habla el mito de Osiris, el agua del Nilo y la cruz ansada: el bautismo de Cristo es el paso a la vida celeste, en donde al hombre se le abre la posibilidad de una vitalidad nueva, simbolizada por el cielo que se hiende, por el Espíritu divino que baja, y por la voz del Padre que recrea nombrándolo su Hijo. Por eso Mateo, en nuestro evangelio, no menciona a Jesús metiéndose en el Jordán, sino saliendo: "Jesús salió del agua".
Y así el modesto Jordán, de apenas 215 kilómetros de largo, casi un arroyo, supera infinitamente al Nilo, el río más largo de la tierra, 6990 kilómetros, y es transformado por Cristo en la pila bautismal donde asumimos voluntariamente nuestra muerte en Cristo, para con él renacer.
Como dice San Pablo a los Romanos: "¿es que ignoráis que cuántos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte?"... "y si nos hemos hecho una misma cosa con él, por una muerte semejante a la suya, también lo seremos por una resurrección semejante a la de Él"
Esta fiesta del bautismo del Señor en el Jordán, prefiguración de su verdadero bautismo en el Calvario y el sepulcro vacío, es la culminación pues del tiempo de Navidad que así hoy termina; porque es mediante el sacramento de nuestro propio bautismo como llegan a nosotros los efectos de Belén: nuestra propia divinización y Resurrección.
Vivámosla ya, anticipada en el tiempo, en oración y obras de amor, en honestidad y valentía, en cristiana santidad.