1998. Ciclo c
EL BAUTISMO DEL SEÑOR
Lc. 3,15-16.21-22 (GEP 1998)
Heliogábalo emperador romano desde el 218 al 222, fue proverbialmente famoso por su insaciable voracidad. Aún hoy "comer como un Heliogábalo" es, tanto en italiano como en español, devorar ávidamente y en cantidad descomunal. Pero, aparte esta su fama gastronómica, Heliogábalo es importante porque fue el gran promotor, en el imperio romano, del culto al sol, Helios. Primo de Caracalla, antes de ser proclamado augusto por las topas romanas en Siria, había sido Sumo Sacerdote del dios sol - Elah-Gabal- en Emesa. Cuando emperador, su intención fue fundir y unificar todas las religiones del imperio alrededor del dios solar, cosa, en principio, relativamente fácil, ya que casi todas las creencias primitivas tienen al sol -con distintos nombres- como la principal de las divinidades. En Roma, su lugar de culto preferido estaba en algún lugar de la colina vaticana, donde se asentaban muchas colonias orientales -egipcias, sirias, capadocias- con sus respectivas deidades y templos. La fiesta del Sol, que Heliogábalo apoyó oficialmente, era un festejo sumamente popular en donde gran cantidad de romanos, cruzando el Tiber, se trasladaban, con cánticos y jarana, en procesión, al barrio Vaticano. Se celebraba el 25 de Diciembre, fecha del solsticio de invierno, cuando los días en el hemisferio norte comienzan a hacerse más largos, representando así el triunfo del sol sobre los poderes del frío, de la oscuridad y de la muerte.
Esta fiesta del sol estaba extendida en todo el imperio, pero, como en Oriente seguía rigiendo el calendario ptolomeo y no el juliano, como en Occidente, en lugar de festejarse el 25 de Diciembre se celebraba allá el 6 de Enero.
Cuando nace la Iglesia , en sus tres primeros siglos, la única gran fiesta que conmemoraba era la Pascua, centro de la fe cristiana. El paso de la humanidad, en Cristo Jesús, a su lugar definitivo del nuevo cielo y la nueva tierra.
Pero a esta gran fiesta, la Iglesia fue añadiendo, poco a poco, otras celebraciones, como por ejemplo las conmemoraciones de los mártires, o de la Virgen , o de aspectos o hechos de la vida de Jesús.
Por supuesto que una de esas conmemoraciones resultó ser la de la memoria del momento en que todo esto había comenzado. Si nosotros tuviéramos que festejar una fecha importante de un prócer, ciertamente una de ellas sería la de su nacimiento. Pero en la antigüedad no era así, entre otras cosas porque a nadie se le ocurría llevar registros de nacimientos. Lo que importaba de un gran personaje no era su natalicio sino el momento en que había surgido a la fama, asumido el poder, tomado el cargo, ocupado el trono, o presentado en público. A estos acontecimientos de presentación pública o asunción del cargo las llamaban 'manifestaciones', en griego 'epifanías', o aún 'natales' o 'navidades' aunque no se tratara del nacimiento estricto.
Fue lógico pues que los cristianos, en otro nivel muy inferior al de Pascua, pero más importante que el de las fechas de los santos y otras celebraciones, conmemoraran especialmente el de la manifestación o epifanía de Jesús, es decir el de su presentación o revelación pública.
Pero los evangelistas no están todos de acuerdo en indicar cuál fue el acontecimiento que marcó la manifestación o epifanía de Jesús. Lucas la refiere directamente al nacimiento y a la visita de los pastores representando a Israel. Esa sería la primera presentación o epifanía de Jesús. Mateo, en cambio, la refiere a la adoración de los magos, personificación de los paganos, y los primeros a los cuales Dios, mediante la estrella, presenta a Jesús. Juan, a su vez, coloca la primera manifestación de Cristo en las bodas de Caná, el cambio de agua en vino. Marcos, finalmente, señala como el momento de la manifestación o epifanía de Jesús, el del bautismo, en la escena que hoy acabamos de leer en la versión de Lucas.
Los que hayan asistido a Misa en estos días de Epifanía habrán oído precisamente que se leyeron evangelios que relatan estos acontecimientos, más otros en los cuales Jesús se autorrevela, se manifiesta, a sus discípulos, entre ellos el de la multiplicación de los panes, que para muchos cristianos del siglo IV constituyó uno de los momentos epifánicos más importantes de su vida.
El asunto es que para todos estos hechos no había fechas -los evangelios no las traen- pero, como 'manifestación', 'epifanía', habla de salir a la luz y de dar luz, -'la luz que brilla en las tinieblas', Jesús como el que con su presentación ilumina al mundo- espontáneamente las iglesias comenzaron a leer estos evangelios y celebrar epifanía o navidad en el solsticio de invierno, coincidiendo con al fiesta del sol: el 25 de Diciembre en Occidente y el 6 de Enero en Oriente.
En el cementerio romano desenterrado por los arqueólogos a partir de 1945 debajo de San Pedro, en el Vaticano, y que Constantino había rellenado para construir encima la basílica, en una bóveda familiar de mediados del siglo III se encuentra una de las más tempranas representaciones de Cristo hecha en mosaicos y, curiosamente, el Señor está representado como Helios, el sol, Elah-Gabal , con su cabeza coronada de rayos, tirado en un carro triunfal por cuatro caballos blancos. Es evidente que la iglesia intentó así erradicar el culto del sol sobreponiéndole a su fecha principal la fiesta de Navidad o Epifanía.
Cuando las iglesias de Oriente y Occidente se dieron cuenta de que, por el problema del calendario, una estaba festejando navidad o epifanía el 25 y la otra el 6, se pusieron de acuerdo en repartir el sentido de la conmemoración dejando el 25 más bien para el nacimiento y el 6 -que nosotros reductivamente llamamos el día de reyes- para la Epifanía.
En nuestra liturgia, hoy se termina el 'tiempo de navidad y epifanía', -ya hoy a la noche o mañana, tenemos que desarmar nuestros pesebres y guardar los árboles de navidad hasta el año que viene-. Y finalizamos el tiempo de Epifanía precisamente conmemorando uno de los acontecimientos que, según la tradición de la Iglesia , constituyeron las tres principales manifestaciones o epifanías de Jesús: la adoración de los magos, las bodas de Caná y, tercero, el de hoy, el bautismo.
El bautismo de Jesús pues no es una conmemoración suelta. Forma parte de la Epifanía. Cuando alguien se pregunta "¿y cómo es que Jesús se hace bautizar por Juan si no tenía pecados?", no entiende nada del sentido de este pasaje evangelio, que no es el recuerdo de un bautismo a la manera como nosotros guardamos estampitas de los nuestros, sino la presentación oficial, la epifanía de quién es Jesús. Recuerden que Marcos ni siquiera tiene interés en hablar del nacimiento del Señor y comienza su evangelio directamente en la que él considera la epifanía, es decir en su bautismo.
En esta escena -este año relatada por Lucas- Juan es el heraldo que anuncia al emperador que viene a asumir el poder: "viene el que es más poderoso que yo y yo no soy digno ni siquiera de desatar las correas de sus sandalias". Pero esta presentación o manifestación se transforma en verdadera epifanía, porque es allí cuando se oye la voz del mismo Padre que señala quién es Cristo: " Tu eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección ." Al mismo tiempo se abre el cielo y desciende sobre Jesús el espíritu Santo.
En estas breves frases -escritas en estilo simbólico-teológico que no periodístico- Lucas lo que hace es presentar, definir, quien es Cristo y cuál su papel. En Jesús se rompe el límite de la mortalidad, representado por el firmamento que cierra al cielo. En Jesús ese firmamento se abre y la misma vida de Dios, su santo Espíritu desciende sobre el hombre. El hombre es transportado de su existir puramente humano y mortal, a la existencia trinitaria. Padre, Hijo y Espíritu Santo, por medio de Jesús, elevan a su vivir eterno a la humanidad. La voz del Padre, la figura de la paloma y el hijo de María son la epifanía, la revelación plena de la vida de Dios al hombre y al mismo tiempo la inserción de esa vida en la historia de cada uno de los que creamos en Jesús.
El bautismo de Juan queda totalmente desplazado, superado. El bautismo cristiano ya no es más una mera conversión moral, es una conversión física, biológica, metafísica. En su entrada al agua Jesús marca simbólicamente el abrirse de las puertas del cielo, la efusión del espíritu y la adopción de hijos que tendrá todo hombre que por la fe en Cristo sea a su vez inmerso en las aguas de este nuevo bautismo.
Antes de comenzar, a partir del lunes, el tiempo litúrgico 'durante el año', Navidad y Epifanía han venido ha recordarnos toda esa maravilla que es ser cristianos: haber sido iluminados por Cristo, hechos sus hermanos y por ello hijos adoptivos de Dios, vivificados por su Espíritu, amparados por María y destinados a participar un día para siempre de la existencia trinitaria en los 'nuevos cielos y la nueva tierra' desde donde ya Jesús domina el universo.
Vivamos, pues, con alegría y coraje, de acuerdo a nuestra dignidad.