Sermones de Corpus Christi
Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

2016 - Ciclo C

SOLEMNIDAD DE CORPUS CHRISTI
San Lorenzo


Lectura del santo Evangelio según san Lucas 9, 11b-17
En aquel tiempo: Jesús habló a la multitud acerca del Reino de Dios y devolvió la salud a los que tenían necesidad de ser sanados. Al caer la tarde, se acercaron los Doce y le dijeron: «Despide a la multitud, para que vayan a descansar y a buscar comida en los pueblos de los alrededores, porque aquí donde estamos no hay nada» «Dadles de comer vosotros mismos» les respondió Jesús. Pero ellos dijeron: «No tenemos más que cinco panes y dos pescados; para dar de comer a toda esta gente, tendríamos que ir nosotros a buscar alimentos». Los que estaban allí eran alrededor de cinco mil hombres. Entonces Jesús les dijo: «Hacedlos sentar en grupos de cincuenta» Y ellos hicieron sentar a todos. Jesús tomó los cinco panes y los dos pescados y, alzando los ojos al cielo, pronunció sobre ellos la bendición, los partió y los fue entregando a sus discípulos para que se los sirviera a la multitud. Todos comieron hasta saciarse y con lo que sobró se llenaron doce canastas.

SERMÓN

En Polonia, el Obispo de Legnica, Mons. Kiernikowski, aprobó, este 17 de abril, la veneración de una hostia sangrante que, afirmó, “tiene las características distintivas de un milagro eucarístico”.
La historia es ésta: en la Navidad de 2013, una hostia consagrada cayó al piso en la parroquia polaca de Saint Jack y, tras ser recogida, fue colocada en una recipiente con agua en la reserva. Al tiempo, aparecieron manchas rojas sobre la Eucaristía y, de ellas, finalmente se desprendió un fragmento de aspecto carnoso. En febrero de 2014, un pequeño fragmento fue colocado sobre un corporal y pasó por pruebas de varios institutos.
El comunicado médico final del Departamento de Medicina Forense informó que –leo-  “en la imagen histopatológica, se encontró que los fragmentos contienen partes fragmentadas de músculo estriado transversal, característica del músculo del corazón”.
Pero algo más: las pruebas también determinaron que el tejido era de origen humano, y hallaron que presentaba ‘señales de sufrimiento’.

También una hostia comenzó a sangrar durante una exposición eucarística este 27 de Febrero en un convento de monjas del Espíritu Santo en Nigeria.

Ahora mismo, hace unos día, en Norteamérica, el Administrador Diocesano de Salt Lake City –la famosa ciudad mormona- anunció que un sacerdote de la Iglesia de San Francisco Javier de esa ciudad dio en la mano, desaprensivamente, la hostia consagrada a un niño para que comulgara. Un pariente le dijo que el pequeño no había hecho todavía su primera comunión por lo que se la hizo devolver. La hostia, ya manoseada, fue colocada en agua para que se disolviera, como se suele hacer en estos casos. Sin embargo la hostia no se disolvió y en lugar de ello, después de algunos días, aparecieron en ella manchas rojas que en un primer análisis parecen ser de de sangre. Eso está sucediendo ahora. Se investigará, pues no se descartan, en este caso, causas naturales.

Pero sería ocioso recorrer todos los milagros de este tipo que se han dado y dan en todas parte del mundo. Empezando por el primero fehacientemente probado de la historia, en el siglo VIII, en Lanciano, Italia. Una hostia también transformada en un trozo de miocardio y sangre, aún hoy conservada en un ostensorio y ampolleta en la iglesia San Franceso del Miracolo, de esa ciudad. Lo de que era miocardio humano solo se supo a fines del siglo pasado, cuando se investigó científicamente un trozo y una gota de lo que se conservaba allí desde hacía doce siglos.


Pero busquen Vds. en internet y hallarán cientos de estos acontecimiento prodigiosos en torno a la eucaristía en todos los tiempos y en todas las latitudes del mundo, desde Europa a Japón, pasando por Asia y África y nuestra América.

Sin ir más lejos aquí, en Buenos Aires, en la parroquia de Santa María, de Avenida la Plata pueden ir Vds. a rezar frente a un hecho similar.
A las siete de la tarde del 18 de agosto de 1996, el P. Alejandro Pezet decía allí la santa Misa. Terminada la cual, una mujer se acercó para decirle que había encontrado una hostia tirada en un candelabro en la parte posterior de la iglesia. Al ir al lugar indicado, el P. Alejandro vio la hostia profanada. Hizo lo de costumbre: la colocó en un vasito con agua y la guardó en el sagrario de la capilla del Santísimo. El lunes, 26 de agosto, al abrir el sagrario, los curas de la parroquia vieron con asombro que la hostia se había convertido en una sustancia sanguinolenta. El párroco informó al Vicario Zonal Monseñor Jorge Bergoglio, todavía no arzobispo de Buenos Aires ni cardenal, quien dio instrucciones para que no se comentara el hecho y la hostia fuera estudiada por profesionales.

Se hicieron varios análisis que constataron, asombrosamente, que se trataba de fragmentos de corazón humano.
El último análisis fue hecho en el 2004 cuando se envió una muestra a Estados Unidos para que realizaran una biopsia sin decir nada del origen. El informe anátomopatológico dice textualmente:
El material analizado es un fragmento del músculo del corazón que se encuentra en la pared del ventrículo izquierdo, cerca de las válvulas. Este músculo es responsable de la contracción del corazón. El músculo cardíaco está en una condición inflamatoria y contiene un gran número de células blancas de la sangre. Esto indica que el corazón estaba vivo en el momento en que se tomó la muestra ya que las células blancas de la sangre mueren fuera de un organismo viviente.
Lo que es más, estas células blancas de la sangre habían penetrado el tejido, lo que indica, además, que el corazón había estado bajo estrés severo, como si el propietario hubiera sido severamente golpeado“.
Cuando luego revelaron al laboratorio el origen de la muestra hubo asombro general.
Después de esto, entre otras cosas, se enviaron los resultados de laboratorio para cotejarlos justamente con los de la hostia de Lanciano, Italia, de doce siglos atrás. Se constató que ambas muestras revelaban sangre de tipo “AB positivo”. Características de un hombre que ha nacido y vivido en Medio Oriente.
El mismo tipo de sangre que impregna la Santa Sábana de Turín.
Último detalle. La página de la Parroquia de Buenos Aires donde se produjo el Milagro Eucarístico fue hackeada por musulmanes desde el principio del 2015.

También llamativo que, por orden del entonces Mons. Jorge Bergoglio, obispo auxiliar del Cardenal Quarraccino, no se dio mayor publicidad a este acontecimiento singular. El mismo párroco de esos tiempos me confesó que no querían divulgar demasiado el milagro por temor a que los que aspiraban piadosamente a conservar la costumbre de comulgar de rodillas y en la boca no fueran por esto alentados a hacerlo.
Lo cual nos hace recordar la parábola donde Abraham responde al rico Epulón que le pide que lo deje ir a sus cinco hermanos a advertirles sobre la posibilidad de ser condenados para siempre: “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán si alguno se levanta de entre los muertos.”

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Porque, por supuesto, que estos, llamémosles ‘prodigios’, solo se transforman en ‘milagros que alientan la fe’ en hombres que ya la tienen o están dispuestos a aceptarla.
De todos modos uno podría preguntarse frente a ellos -multiplicados los eucarísticos de modo notable en nuestros tiempos- el porqué Dios, usando de su misericordia, nos llama la atención sobre la presencia augusta del Señor en la Eucaristía.
¿Será por la ligereza y falta de respeto con que se trata en muchas partes a Dios presente en las sagradas especies? ¿Será por nuestros sagrarios abandonados o escondidos frente a los cuales pocos cristianos acuden a rezar en adoración creyente? ¿Será la carencia de sentido de la majestad de Dios que, aunque abajado a nosotros por amor, permanece en la eucaristía?

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Pero no quiero referirme a estas costumbres ligeras, sobre las cuales habría mucho que hablar, sino a un detalle que han hecho resaltar estos prodigios o milagros y que hablan de fragmentos de un corazón sangrante humano, viviente y sufriente, que estaría sacramentalmente detrás de las apariencias eucarísticas.
En los catecismos de siempre se distingue en la Eucaristía el aspecto de ‘Sacrificio’ y el de ‘Sacramento’. El primero, en referencia directa a la santa Misa; el segundo, en relación a la presencia continua, tras las especies sacramentales, del cuerpo, sangre, alma y divinidad de nuestro Señor Jesucristo.
La distinción es correcta en orden a alcanzar una cierta comprensión de la Eucaristía y, sobre todo, para sostener la costumbre bien católica de conservarla y adorarla aún después de finalizada la santa Misa. No como los protestantes que –en realidad ellos no consagran- piensan que la presencia del Señor cesa en el pan una vez terminada la ceremonia de lo que ellos llaman Cena. Ni siquiera la Iglesia ortodoxa, que consagra válidamente, tiene la costumbre de adorar al Santísimo sino venerar a íconos, mientras el sacramento se guarda fuera de la vista de los fieles, solo para allegarlos, si es necesario, a los enfermos. Esta es una devoción bien y exclusivamente católica.
Pero esta distinción entre ‘Sacrifico’ y ‘Sacramento’ en verdad es algo puramente conceptual. Sacrificio y Sacramento en la Eucaristía se identifican; ya que, en el santo Sacrificio de la Misa, se hace presente realmente el Señor en su cuerpo, sangre, alma y divinidad y, en el Sacramento reservado en el sagrario, se prolonga el sacrificio, la oferta de Si de Cristo en la Cruz.

Esto es algo que la liturgia de la Iglesia ha querido resaltar en el rito renovado de la Consagración. En los viejos misales latinos de antes del Concilio Vaticano II la consagración del pan se realizaba con la fórmula -resaltada en letras de tamaño grande- ‘Hoc est enim corpus meum’. ‘Este es mi cuerpo’. En el misal de Pablo VI la fórmula se alarga, ‘Hoc este enim corpus meum qui pro vobis tradetur’. ‘Este es mi cuerpo entregado por vosotros’. Tal cual la recuerda San Pablo en nuestra segunda lectura de hoy.
¿Ven?: no se trata de una presencia estática: ’Este soy yo’, ‘Estoy aquí’. Sino: ‘este soy yo entregado’, ‘crucificado por vosotros’, dándonos Su vida. Por supuesto que esto estaba en la Misa de siempre pero no se explicitaba sino en la consagración del cáliz.

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Y para el caso, es bueno recordar cómo se distinguía la santa Misa del mismísimo y único sacrificio de la Cruz con la palabra ‘cruento’. Se afirmaba ‘la Misa es el único y mismo acontecimiento de la entrega de Jesús en la Cruz pero hecho presente a nosotros de modo ‘in-cruento’.
A diferencia de la cruz, que es ‘cruenta’. Palabra que deriva de ‘cruor’, ‘sangre’ en latín -de allí ‘cruel’, ‘crudo’-. Porque, en latín, sangre se decía con dos términos distintos. ‘Sanguis’, pero también ‘cruor’. Empero, mientras el vocablo ‘sanguis’ los latinos lo utilizaban para designar a todo tipo de sangre, el término ‘cruor’ –de donde viene ‘cruento’- es la sangre que mana de una herida, la que se derrama en una batalla ‘cruenta’, la que mana de los animales llevados al matadero.
Cruel’ es el que goza y se alegra y toca panderetas y guitarras ante el ‘cruor’, ante la sangre derramada y no se derrite de pena y de amor por Aquel que la derrama por uno.

En la santa Misa se actualiza para nosotros, en vivo y en directo, el sacrificio ‘cruento’ de la cruz, pero con vestiduras ‘incruentas’, bajo las especies de pan y vino. Nuestra actitud frente a cualquier altar en donde un sacerdote celebra la santa Misa tendría que ser la misma que deberíamos tener si, junto a María, estuviéramos mirando a su hijo, a nuestro hermano, hombre y Dios, agonizando en el madero plantado en el monte Calvario. Y cuando vemos al sacerdote elevar el cáliz lleno de la preciosa sangre, tenemos que pensar en una especie de Santo Grial en el cual alguien piadosamente hubiera recogido la sangre manando del costado herido de Jesús y de sus manos y sus pies.

Claro que sabemos que esa entrega hasta la muerte de Jesús es al mismo tiempo el instante de su glorificación, de su resurrección, pero nada quita que -y mientras estamos en esta vida terrena- la recibamos en comunión para hacernos nosotros mismos, junto con El, -“Por El, con El y en El”- entrega a Dios y, así, santificándonos, llenándonos de gracia, agraciándonos.


“Jesús está aquí y te llama”

Nunca más pasemos frente a un sagrario pensando distraídamente que Jesús está allí simplemente ‘estando’. Está ‘entregándose’, está ‘manando su sangre de vida’, regalándose a nosotros en su humanidad y divinidad, está ‘llamándonos’ a participar en oración, humildad y alabanza de su Vida divina.

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