Sermones de Corpus Christi
Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

1978 - Ciclo A

SOLEMNIDAD DE CORPUS CHRISTI
28-V-78

Lectura del santo Evangelio según san Juan 6, 51-58
En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: "Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo". Los judíos discutían entre sí, diciendo: ¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?" Jesús les respondió: "Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es la verdadera comida, y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí. Éste es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente".

SERMÓN

Comentando ayer el estreno de ‘Fausto shock' -una comedia musical de Jaime Silva puesta en el Premier- el crítico de La Nación, hace dos días, en un comentario despiadado, afirma, entre otras cosas: “resultó un verdadero sacrificio permanecen en la butaca hasta el fin del lamentable espectáculo” .

También mi madre, cuando, de chicos, a mí y a mis hermanos, nos sacaba de compras, al volver a casa exhausta, después de nuestro insoportable comportamiento nos decía: “¡Mirá que salir con Vds. es un sacrificio!” O, cuando se dice: “Hoy haré un sacrificio, voy a visitar a mi suegra”.

Es que la palabra ‘sacrificio' se asocia inmediatamente con algo doloroso, desagradable, que cuesta.

Evidentemente no nos podemos quedar con este vago significado si queremos aplicar el término a realidades cristianas tan centrales en nuestra fe como el llamado Sacrificio de la Cruz o el Sacrificio de la Misa. (Como aquel que se aburría en Misa y para el cual ir a Misa todos los domingos resultaba una penosa obligación, de allí que pensara que por eso se hablaba del ‘sacrificio' de la Misa.)

Dejando de lado la cuestión sobre si el tener que escuchar hablar al cura sea o no un sacrificio, en la fenomenología de las religiones el concepto de sacrificio solo secundariamente -y no siempre- implica el concepto de ‘dolor' o ‘sufrimiento'.

Más bien los antropólogos descubren como denominador común del tema sacrificial el hecho del ‘don', del ‘dar'. Sacrificar es siempre ‘dar', no siempre ‘sufrir'. Por ello, para entender qué es sacrificio, debemos antes tratar de entender cuál es el sentido profundo del ‘regalo', del ‘don'.

Porque ¿qué es lo que hacemos cuando damos, cuando regalamos (1)? Creamos un lazo, un vínculo con la persona regalada. Nosotros le hemos cedido algo nuestro y ella, a su vez, queda ligada, ‘ob-ligada' a nosotros. El funcionario público honesto no acepta los regalos de aquellos que, por medio de ellos, pretenden ‘obligarlo'. Devolver los regalos del novio es romper el noviazgo. Cuando alguien que no conocemos demasiado o que no nos cae bien nos hace el don de un favor, quisiéramos pagárselo o devolvérselo cuanto antes, precisamente, para no quedar obligados. Porque el don crea, efectivamente, un lazo de unión, una comunión entre dador y donado. De ahí que en fiestas familiares por antonomasia como los cumpleaños, los aniversarios, Navidad, nos hacemos regalos. Ellos vuelven a sellar la unión, la religación muta. La revitalizan, la significan, la sacramentalizan.


Los magos llevando regalos al Niño, San Pedro el Viejo, Huesca

El famoso explorador Livingston narra que, habiendo llegado a una aldea importante de África oriental y después de tres días de estadía, notó una gran reticencia y desconfianza entre los negros tribeños. Entonces, se dirigió al cacique para preguntarle el por qué. Y este le contestó: “ Nos dices que eres nuestro amigo, pero ¿cómo podemos saberlo si no nos das nada tuyo? Danos un buey y nosotros, en cambio, te daremos todo lo que tú quieras y entonces estaremos obligados unos con otros .”

Y así es que rehusarse a dar o a recibir un don equivale, entre muchos pueblos primitivos, a una declaración de guerra y, entre nosotros, a un insulto, porque significa que se rechaza la comunión, la continuidad de la amistad.

Porque es claro que el poder de unión del don no depende del valor intrínseco de lo donado. Eso sucede solo en las relaciones comerciales del mundo contemporáneo, que no crean vínculos, obligaciones, comuniones humanas, sino solo monetarias. En el don verdadero, aunque haya un intercambio, aunque aquel a quien doy a su vez me dé, lo importante no son los objetos obsequiados, sino lo que hay detrás de ellos. Dar es mucho más que externar un objeto cualquiera para el otro. Dar es ‘ponerse-en-relación-con', participar ‘a' y ‘en' una segunda persona, un ‘tu', por medio de un objeto que, propiamente, no es objeto sino un pedazo o extensión simbólica del propio yo.

Dar es entregar algo del propio yo a la existencia ajena, creando un lazo, una comunión. “ Un don, para ser genuino –decía Emerson - tiene que ser el fluir del donante hacia mí, que corresponda a mi fluir hacia él ”. Así una simple rosa del amado vale más para la novia que el suntuoso regalo del pretendiente despreciado. Y el horrible pegote que, en el jardín de infantes, hicieron confeccionar al pequeño para el ‘día de la madre', conmueve a la mamá, a veces, más que el costoso regalo del marido.

Cuando rezamos para pedirle algo a un santo y le metemos unos cuantos pesos en la alcancía estamos tratando de hacer lo mismo. No se trata exactamente de una compra, de un soborno. En el fondo se trata de un gesto muy antiguo, un intento de comunión con poderes que nos superan. No siempre estos gestos son supersticiosos.

En el ritual de sacrificio de los brahmanes en la India, cuando se ofrece al Dios la manteca de vaca, se le dice ritualmente: “Aquí está la manteca ¿dónde están tus dones?” Y no es un comercio, es algo más profundo que eso.

Lo que sucede es que, en el fondo, en todo don auténtico se realizan las palabras del Señor: “ La felicidad está más en dar que en recibir ” (Hechos 20, 35). Porque el verdadero don crea esa corriente mutua de amistad y de amor, esa obligación, comunión, que enriquece siempre al que da. Y cuando yo acepto el don, acepto entrar en la corriente del otro que se me entrega y, en última instancia, me estoy entregando yo también al que me da. Por ello algo de razón lleva el dicho de Confucio: “El que recibe está en poder del que da.”

Así pues, en definitiva, el dar ‘algo' recibe su significado profundo del darme ‘a mí mismo'. El regalo significa mi entrega al otro en la amistad. Y, cuánto más yo doy de lo mío, más soy capaz de significar mi amor. “ No hay amor más grande del que ‘da' la propia vida por los amigos ”. A esa entrega total apunta todo don; y el valor del mismo se mide precisamente con respecto a aquella, no al valor del don en sí.

Es por eso que, desde siempre, cuando el hombre quiere ponerse en relación con la divinidad, también lo hace por medio del regalo, del don. Entrega algo de sí mismo al dios. Lo que es suyo lo hace del dios, lo hace sagrado.

Dado, ofrendado, ya no es más ‘mío'. Pertenece al ámbito sacro del dios.

Hago sagrado”, en latín, se dice “ sacrum facio ”. De allí la palabra ‘sacrificio' (2).

El sacrificio ‘con-sagra' mi don profano y lo hace ‘sagrado', del dios. Justamente, así, entregando algo mío, establezco comunión con él. Al aceptarme –supuestamente- el don, mediante el ‘sacer-dote', la divinidad me queda ‘obligada', ‘religada': entro a participar de su amistad. Ese es el sentido del ‘sacrificio' en todas las religiones: mi don aceptado por el dios que con él me vincula.

En el ámbito revelado del Pueblo de Dios lo que ya, bien precisamente, vale del don o del regalo es su relación a mi entrega personal. El don consagrado vale en la medida de mi propia consagración.

Sacrificio de Noé , Miguel Angel

De allí que, cuando el sacrificio se transforma en un mero gesto ritual, puramente, externo, Dios rechaza el don. “ ¿Necesita acaso el Señor vuestros bueyes y carneros? ” clama Isaías. “ ¡Misericordia quiero y no sacrificios! ” No en vano los profetas acusan y elevan su voz contra el fastuoso ceremonial del templo y su falta de verdadera entrega interior. Amor a Dios, obediencia a su Ley -que es la forma privilegiada de la entrega-; no solamente ceremonias.

En la Nueva Ley, quedan abolidos todos los antiguos sacrificios. Jesús viene a mostrarnos en qué consiste el verdadero. La entrega -en la obediencia- de su vida, de su propio ser.

Como ya decíamos el domingo pasado, entrega, don, regalo que no se pierde cuando se da, sino al contrario. “El que quiera conservar su vida, ese la perderá” Porque el Padre se pierde y se dona totalmente al Hijo, por eso mismo es Padre. Porque el Hijo se vuelca al Padre sin nada reservarse por eso es Hijo.

El don, el sacrificio, del Padre al Hijo y del Hijo al Padre y de Ambos al Espíritu Santo, es lo que los hace tres Personas. Lo que los realiza, al perderse uno en el otro en la circumincesión (3). Dando ganan, se hacen personas. Porque también en la Trinidad se cumple aquello de que “La felicidad está más en dar que en recibir”.

Eso mismo es la Cruz. Jesús se ‘da', se ‘sacri-fica' íntegramente, hasta la propia vida, al Padre. Por eso entra en plena comunión con Él y participa de su Gloria.

Y para siempre sigue glorificado. Porque continúa eternamente siendo sacrificio permanente de Sí mismo al Padre.

Por gracia de Dios podemos entrar en esa dinámica del 'Sacrificio' de Jesús. Para ello nos ha dejado el misterio de la Eucaristía.

Así como el regalo, entre nosotros, simboliza el ‘don de si', el ‘amor al otro', así el pan y el vino consagrados simbolizan el don de Jesús en la Cruz al Padre.

Lo simbolizan de una manera más profunda y misteriosa que cualquier don nuestro. Porque no solo significan ‘simbólicamente', sino realmente, ‘eficazmente'.

En la consagración del pan y del vino está realmente presente, aquí y ahora, el sacrifico al Padre de Jesús. Y, porque realmente sacrificado entra en plena comunión con Él, la Eucaristía se hace también, para nosotros, Presencia misteriosa, real y potente de Dios.

Después del Sacrifico, de la ‘consagración' –que es la consagración de Jesús-, el pan y el vino se hacen realmente Presencia viva de Dios, de Cristo glorificado, perpetuamente sacrificado.

Y, ahora, no solo como ‘don al Padre', sino como ‘don para nosotros'.

La comunión divina, que su sacrifico y consagración han logrado para la humanidad de Jesús en la glorificación, ahora quiere hacerse extensiva a su criatura. En el pan y el vino consagrados nos está ofrecida la comunión con el Padre, obtenida por el don de Si mismo, por el ‘sacrificio', de Jesús.

Pero ‘don' obtiene don, exige don. Solo habrá comunión con Él en la medida en que nosotros mismos nos demos.

No solo en el hecho mecánico de ‘comulgar' habremos hecho la ‘comunión'. Cuando toda nuestra vida se transforme en don a Dios y a los demás, cuanto todo sea ‘sacrifico', cuanto toda ella sea Misa, entonces sí, nuestro comulgar será verdadera y plena Comunión con Él.

1 Posible etimología de ‘regalo' es ‘romper el hielo'. Mismo étimo de ‘geler' , helar, en francés. O, quizá, de actitud ‘regia', ‘real'.

2 De allí, también la palabra ‘sacerdote', de los étimos indoeuropeos `sak', sagrado, perteneciente al rito, y ‘dho', hacer.

3 Los términos latinos ‘circumincessio' y ‘circuminsessio' fueron utilizados entre los latinos para traducir el término griego ‘perichoresis' , y significan el mismo concepto de la ‘in-existencia' mutua de las tres divinas Personas la una en las otras.

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