1985 - Ciclo b
SOLEMNIDAD DE CORPUS CHRISTI
GEP,
9-VI-85
Lectura del santo Evangelio según san Marcos 14, 12-16. 22-26
El primer día de la fiesta de los panes Acimos, cuando se inmolaba la víctima pascual, los discípulos dijeron a Jesús: «¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la comida pascual?». El envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: «Vayan a la ciudad; allí se encontrarán con un hombre que lleva un cántaro de agua. Síganlo, y díganle al dueño de la casa donde entre: El Maestro dice: «¿Dónde está mi sala, en la que voy a comer el cordero pascual con mis discípulos?» El les mostrará en el piso alto una pieza grande, arreglada con almohadones y ya dispuesta; prepárennos allí lo necesario». Los discípulos partieron y, al llegar a la ciudad, encontraron todo como Jesús les había dicho y prepararon la Pascua. Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: «Tomen, esto es mi Cuerpo». Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, y todos bebieron de ella. Y les dijo: «Esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos. Les aseguro que no beberé más del fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios»
SERMÓN
Hasta principios de siglo casi nada se sabía de los hititas , antiguo pueblo que, durante el segundo milenio, ocupó Anatolia, Asia menor, allí donde están hoy los turcos. Como ni la Biblia ni los historiadores griegos apenas los mencionaban poco se sabía de ellos y, de hecho, en los manuales de historia antigua que yo estudié en mi juventud, ni aparecían.
En realidad su importancia recién comenzó a intuirse cuando, al descifrarse los jeroglíficos egipcios, los escritos de la decimoctava y decimonona dinastía sí los mencionaban en abundancia como un pueblo en esa época poderoso y rival de Egipto y con el cual había que pactar o enfrentarse.
Como ejemplo de ambas actitudes hallamos desde tratativas de la viuda de Tutankamón que buscaba casarse con un hijo del Rey hitita Supiluliuma hasta el relato de la famosa batalla de Qadesh de Ramsés II contra el rey hitita Muwatalli. Combate ilustre, pues, por primera vez en la historia, se nos da a conocer, por parte de uno de los protagonistas, el desarrollo detallado de una batalla.
Ella se describe en informes oficiales escritos en los muros de los templos, en un largo poema épico titulado Poema de Pentaur y en relieves que ilustran las destacadas acciones del faraón en el combate del cual, por supuesto, se dice que ha salido vencedor. Una de esas imágenes Vds tiene que conocerla, porque aparece en todos los libros sobre Egipto: Ramsés II de pie frente a un montículo hecho de las manos cortadas de los hititas vencidos.
No se hubiera sabido mucho más ni de estos asuntos ni de los hititas si los arqueólogos no hubiera desenterrado en la primera mitad de este siglo ruinas grandiosas de lo que indudablemente fue uno de los imperios más grandes y temibles de la antigüedad al menos durante su apogeo del 1400 al 1180 a.de C.
Nación eminentemente guerrera es el primer pueblo indoeuropeo ario que se asoma a la historia y la primera lengua aria de la cual tenemos abundante noticia escrita. Porque, eso si, eran fanáticos de los archivos: todo, desde el trigo y el vino que se consumían en el palacio hasta los pactos con las más pequeñas de las tribus fronterizas, todo era cuidadosamente escrito. Cuando en 1947, gracias la descubrimiento de inscripciones bilingües fenicio-hititas, pudo descifrarse su escritura, los hititas han terminado por constituirse, para los investigadores, en uno de las más extraordinarios civilizaciones de la antigüedad.
Y, por supuesto, uno de los primeros escritos que se descifraron fue el relato de la batalla de Qadesh, en donde, muy suelto de cuerpo, Muwatalli, el rey hitita, cuenta cómo ganó la batalla contra Ramsés II. Para que vean qué poco se podía creer, ya en aquellas épocas, en los informes oficiales.
Sello real de Muwatalli
Pero lo que hoy más nos interesa de los hititas y de los archivos de palacio de Hattusa , su capital, hoy a 200 kms de Ankara, es la colección de pactos y alianzas que el rey hitita hizo en su época de mayor poder con reinos y pueblos vasallos a los cuales ofrecía su protección a cambio de una serie de estipulaciones detalladas en forma de leyes. Si el pueblo vasallo cumplía lo pactado el rey hitita lo protegería y ayudaría, si no, lo castigaría severamente. Es lo que se llama pacto de vasallaje.
Tratado
Pues bien, muchos siglos más tarde, en el VII antes de Cristo, uno de los tantos autores del Pentateuco se inspira en estos tratados –también se han hallado este tipo de pactos entre los asirios- para explicar las relaciones de Yahve con su pueblo. Esto lo hace especialmente en el Deuteronomio y le sirve para explicar el por qué de la caída del reino del norte Israel en manos de los asirios y la amenaza de los babilonios sobre el sur, Judá. Es que también los hebreos han firmado un tratado de vasallaje con Dios y éste se comprometía a protegerlos mientras ellos cumplieran el pacto o la alianza, especialmente las estipulaciones de la lay mosaica, incluidos los diez mandamientos. Como los judíos no habían respetado estas cláusulas de la alianza por eso Yahve, en lugar de protegerlos, los había castigado severamente. Por eso el deuteronomista exhortaba vivamente a los judíos a retornar a la Ley y al ámbito protector de Yahvé.
Esta línea de pensamiento ‘deuteronomista' (que, por supuesto, tiene su parte de verdad complementaria), unilateralmente explotada en algunos medios fariseos esenios y rabínicos -y luego lamentablemente también cristianos-, transformó a Dios en una especie de figura dictatorial, legislador atento a castigar a las más mínimas de las transgresiones y, por otro lado, nuestras relaciones con Dios en una especie de búsqueda interesada de su protección, garantizada por el cumplimiento escrupuloso y supersticioso de su ley. Si yo cumplo, Dios me tiene que ayudar, está obligado a ello y no entiendo entonces y protesto cuando las cosas me van mal y pregunto ¿porqué Dios me castiga si no hice nada malo?
¿Ven? La religión concebida como un gran juego de castigo o premio según el cumplimiento o no de unas determinadas reglas. Esto es deformar la revelación bíblica, esto es sobre todo deformar el cristianismo.
Porque resulta que es verdad que nuestras relaciones con Dios son descriptas en la Biblia como una especie de alianza o pacto, pero de ninguna manera solo a la manera del pacto ‘de vasallaje', como tiende a leerlo el autor deuteronomista.
En realidad la teología de la alianza más antigua no está calcada de los pactos hititas o asirios. Es algo mucho más sencillo y nace no en el ambiente de los grandes imperios y de sus leyes complicadas y codificadas, sino en el medio simple de la vida de las tribus nómades que están en el origen de Israel. Estas tribus hacen entre si alianzas; pero son apenas como pactos de amistad, de encuentro humano, en donde lo primero son las relaciones fraternales, la posibilidad de encontrarse no en la hostilidad sino en pacífica convivencia con otros hombres y, recién luego, las obligaciones implícitas que esa convivencia lleva.
Estos pactos de amistad se solían sellar con la comida o banquete común, en donde el participar del mismo alimento expresaba simbólicamente los vínculos de amistad que allí se iniciaban o se fortificaban. Aún hoy lo hacemos. Cuando uno invita a comer a alguien es ya un paso importante en la amistad. Allí están también las comidas de camaradería y los distintos banquetes públicos o íntimos que realizamos para expresar nuestras distintas ‘religaciones'.
Pero en la comida había algo especialmente apto para simbolizar esta comunión que había de vivirse en la alianza y era la sangre que, para los antiguos, era el principio móvil y presente en todo el cuerpo de la vida. Sin sangre no hay vida. Para todos los pueblos primitivos la sangre es la fuerza misma de lo vital, el alma de los seres vivos. Participar de la sangre era participar del flujo vital misterioso de los otros. Las tribus africanas toman la sangre del león o del búfalo o del enemigo vencido para sorber su fuerza. Entre los romanos y los griegos los pactos más solemnes eran los ‘pactos de sangre': todos ponían unas gotas de sus respectivas sangres en una copa, la mezclaban con vino y luego se la pasaban y bebían. Si hasta yo me acuerdo cuando chico -que algunas amistades las sellábamos pinchándonos un dedo y apoyándolo uno al otro-.
Así es, pues, como conciben la alianza con Yahvé, con Dios, los estratos más antiguos de la Escritura. Incluso había en Siquém un antiguo santuario cananeo dedicado a El-Berit (1), el ‘Dios de la alianza', especializado en este tipo de pactos fraternales.
Ruinas de Sichem
Y es a imagen de este tipo de alianza y no de la hitita como debemos interpretar el pasaje antiquísimo del libro de Éxodo que hemos leído hoy.
En primer lugar concibe el 'berit', el pacto de los hebreos con Yahvé. Por supuesto que había que ser osados para concebir que fuera posible algo semejante con el mismo Dios, pero la revelación da ese paso y es por supuesto Yahvé quien toma la iniciativa. Se hace pues la alianza y entonces Moisés toma la sangre de los animales que se han sacrificado para el banquete sagrado y la mitad la derrama sobre una piedra que sirve de altar y que representa a Dios y la otra mitad la rocía sobre el pueblo simbolizando así la comunión vital que se entabla entre Yahvé y su pueblo. “ Esta es la sangre de la alianza ” dice Moisés.
Por supuesto que esa amistad especial se manifestará también en protección de Dios a los judíos y en gesto de amistad de los judíos hacia Dios y formas de comportamiento dignos del privilegio recibido: pero de ninguna manera se trata de un pacto hitita, de condiciones, de leyes, de premios, y castigos. De toma y daca.
Tanto es así que, cuando la teología deuteronomista tienda a deformar el concepto de alianza llevándolo hacia la significación unilateral del pacto de vasallaje, los profetas prefieren usar otras imágenes para describir las relaciones de Yahvé, Dios, con Israel.
Por ejemplo, la imagen del matrimonio -del matrimonio indisoluble, por supuesto- y en el cual, más aún, Dios sigue enamorado de su pueblo y buscándolo a pesar de todas sus infidelidades, a pesar -como dice la Bilbia- de todas sus prostituciones. O la imagen del Padre y del Hijo. O la imagen de la ‘elección' que Dios ha hecho de los suyos.
El último de los redactores del Pentateuco, llamado por los biblistas Priester o Sacerdotal, sigue usando la palabra ‘Berit' o ‘alianza', pero no le da de ninguna manera el sentido de la alianza hitita y, ni siquiera, de alianza a la manera de Moisés y sus tablas de la ley, sino que entiende el Berit como “promesa”. Promesa que hace Dios unilateralmente al pueblo de Israel y, porque fundada en su palabra, a pesar de los pecados del pueblo, a pesar de todo lo que pueda suceder faliblemente ,se cumplirá. Porque Dios no hace depender su amor al hombre del cumplimiento de ninguna ley. Dios nos ama y nos seguirá amando a pesar de todo y a pesar de nuestro pecado. En todo caso la ley divina es otro de los signos de su amor, porque nos marca el camino de nuestra propia realización y felicidad personal y política, y el tratar de cumplirla es, por nuestra parte, el tímido e impotente esfuerzo de responder a ese amor desde nuestra defectuosa pobreza humana.
Y la cosa es así, tan de un solo lado tan iniciativa y promesa de parte de Dios que, cuando los judíos del reino heleno de Egipto, en el siglo tercero AC vertieron el Pentateuco al griego en la versión llamada de los Setenta, redujeron el término hebreo de ‘Berit', ‘alianza', no con la palabra s yntéque , que significa ‘pacto', ‘contrato', ‘alianza', sino con el término ‘ diáteque' , que significa ‘decisión irrevocable'. Tan irrevocable que se usaba como término técnico para designar las disposiciones que se tomaban antes de morir y que entraban en vigencia una vez muerto el firmante, cuando ya nada las podía cambiar. Diáteque pues, era lo que hoy llamamos “testamento”. Por eso nuestras biblias latinas que, a su vez, tradujeron la versión de las LXX, escribían, en lugar de “alianza”, “ testamentum ”. Y así, la Biblia hebrea, el libro de la ‘antigua alianza' fue siempre llamado libro del ‘antiguo testamento'.
Pero ya en el Antiguo Testamento Yahvé había prometido uno Nuevo y definitivo, una nueva alianza, de la cual la primera era solo como un preanuncio, una imagen, -como dice la epístola a los hebreos que hemos leído en segundo lugar-.
Y esa alianza o testamento Nuevo es el que nos trae Cristo, que después de la larga preparación del antiguo, nos muestra de manera palpable y elocuente que su ofrecimiento no es simplemente de una especie de protección y bienes, sino, antes que nada, una iniciativa increíble de su amor que nos quiere hacer partícipes en amistad de su misma Vida divina.
Él nos ama sin condiciones, entregándonos su propia Vida en el gesto sublime y misterioso de la cruz; y espera nuestra respuesta de amor, no como el tirano exige pleitesía, sino como el enamorado que sabe que solamente a nuestra vez entregándonos a él, amándolo, podremos realmente participar de Su Vida y Felicidad.
Es cuando, desde ese amor, salgamos de nosotros mismos y a través de la muerte nos zambullamos en él, como podremos convivir plenamente la Alianza en eterno banquete de felicidad.
Mientras tanto, nos ha dejado el modo concreto de allegarnos su amor, su vida, la entrega de si que nos hace, y al mismo tiempo de que podemos significarle nuestro propio darnos en verdadero amor a El y a los demás. Es el banquete de la alianza que festejamos en la santa Misa, en la cual, así como la sangre que roció Moisés al pueblo simbolizaba la comunión de amistad con Dios, así, ahora, es el mismo cuerpo y sangre del Señor, lo que realmente nos pone en verdadera comunión con Él, más allá del símbolo, en la realidad de la misma vida divina compartida en vino y en pan.
Banquete de la alianza, del Nuevo Testamento, de la Promesa, en donde nuestras modestas ofertas de amor, nuestro mal cocinado pan y nuestro vino berreta nos son devueltos mezclados, transformados, en el mismo Cuerpo y Sangre de Dios, hasta el día en que bebamos con Él el vino nuevo en su Reino.
1- Quizá, primitivamente, Baal Berit.
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