Sermones de Corpus Christi
Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento


1988 - Ciclo b

SOLEMNIDAD DE CORPUS CHRISTI

Lectura del santo Evangelio según san Marcos     14, 12-16. 22-26
El primer día de la fiesta de los panes Acimos, cuando se inmolaba la víctima pascual, los discípulos dijeron a Jesús: «¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la comida pascual?». El envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: «Vayan a la ciudad; allí se encontrarán con un hombre que lleva un cántaro de agua. Síganlo, y díganle al dueño de la casa donde entre: El Maestro dice: «¿Dónde está mi sala, en la que voy a comer el cordero pascual con mis discípulos?» El les mostrará en el piso alto una pieza grande, arreglada con almohadones y ya dispuesta; prepárennos allí lo necesario». Los discípulos partieron y, al llegar a la ciudad, encontraron todo como Jesús les había dicho y prepararon la Pascua. Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: «Tomen, esto es mi Cuerpo». Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, y todos bebieron de ella. Y les dijo: «Esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos. Les aseguro que no beberé más del fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios»

SERMÓN

Quienes hayan participado en los cultos de Semana Santa, recordarán que el Jueves Santo se festejó la ‘ institución de la Eucaristía' , la última Cena del Señor. La solemnidad de hoy, pues, parecería ser una repetición innecesaria de aquella conmemoración. Y, quizá, de alguna manera, lo sea.

Porque, en realidad, la aparición de la fiesta de Corpus Christi obedece al hecho de que, bajo la piedad algo sentimental y trágica con que los fieles comenzaron a meditar la Semana Santa hacia los siglos VI y VII, empezó a decaer y apagarse la nota Eucarística del Jueves Santo. Se prefería meditar sobre la Pasión del Señor. Las personas mayores recordarán que el Jueves Santo apuntaba, hace años, a la visita de los famosos ‘monumentos', concebidos casi como sepulcros de Cristo.

Desde la reforma de Pio XII que hizo celebrar la Misa del Jueves Santo a la misma hora de la última Cena, éste ha recuperado su primitivo sentido eucarístico.

Tanto es así que algunos liturgistas encargados de las reformas del Vaticano II proponían abolir la Solemnidad de hoy, sosteniendo que ella había aparecido –y de hecho recién fue instituida en 1264 por Urbano VI - para suplir el vaciamiento eucarístico del Jueves Santo que, con la reforma de Pio XII, había quedado superado.

La fiesta de Corpus Christi, empero, había calado demasiado hondamente en la piedad popular como para quitarla. Piénsese en la procesión de Madrid o en los ‘seises' de Sevilla o en el festejo valenciano. Y, aún entre nosotros, el glorioso recuerdo de los ‘Corpus' coloniales, junto con la celebración del santo patrono Martín de Tours una de las fiestas más lucidas del viejo puerto de Buenos Aires. Día en que todas las familias sacaban las mejores galas para adornar el pasaje de la procesión: los mas vistosos tapices colgando de balcones y ventanas, arcos de ramas y hojas jalonando cada diez metros el recorrido del Santísimo, las comparsas de indios, negros y mulatos al frente de la columna, con sus disfraces y danzas y tamboriles, rodeando el enorme dragón de papel y trapos que huía delante del Señor, las formaciones militares, gremiales, municipales.

Desde 1853 la fiesta comenzó, en Buenos Aires, a decaer. Sarmiento , luego, la prohibió. Y ya no había entonces católicos que, como cuando la primera invasión inglesa, se levantaran en armas para expulsar al hereje por intentar prohibir la procesión. De todos modos, años más tarde, el permiso se recuperó, pero la procesión no tuvo ya nunca más el brillo de otros tiempos.

Se cuenta que el capitán de navío Don Santiago Liniers y Bremond se decidió a la lucha precisamente por su devoción al Santísimo. Orando, a mediados de Junio de 1806, en la catedral, delante del altar del Sagrario. Y les leo textualmente lo escrito por Pantaleón Rivarola: “ como ‘congregante de la congregación del alumbrado –los que sostenían la luz permanente delante del Santísimo- advirtió el hecho insólito de llevar, uno de los curas, oculto, el Santísimo Sacramento a un enfermo. Así lo había ordenado el ilustrísimo señor Obispo desde que los ingleses se apoderaron de la ciudad, para evitar escandalosas irreverencias que debían temerse justamente de los ingleses. Con que –continúa Rivarola- lleno su razón de ternura y devoción, Liniers hizo propósito de consagrarse a la reconquista de la ciudad. En la Recoleta confesó y comulgó.

Poco después, el 1º de Julio, hizo, a los pies de Nuestra Señora del Rosario , en el templo de Santo Domingo, su solemne voto de reconquista.

(Algo así como la arenga de Menéndez. Pero eran otros tiempos y otros jefes.)

Y aunque en nuestros días no tenga excesiva prensa ni participantes, la procesión sigue haciéndose en Buenos Aires. Este año se realizó ayer, a las 15. 30. Algunos fueron. Pero, volviendo a nuestro tema, no es en razón de nuestros escuálidos Corpus porteños que la Iglesia continúa conservando, en su liturgia, como una de sus Solemnidades más conspicuas, la fiesta del Cuerpo y la Sangre del Señor.

En realidad los motivos son -además de su popularidad en otros lados- que, si bien el Jueves Santo se celebra la institución de la Eucaristía, toda la atención se centra allí más bien en el hecho de la Misa como tal, del acto sacrificial de Cristo, en su entregarse en la Cruz, significado en el pan y el vino que se regalan. Desde el comienzo, Corpus Christi, en cambio, más bien centró su atención en ‘la presencia real' de Jesús, en su permanencia en las especies eucarísticas, aún después de terminada la Misa.

Hay que pensar que Jueves Santo o no, en los primeros siglos, al Santísimo Sacramento no se le solía dar culto público fuera de la Misa. Se acostumbraba a reservarlo, respetuosa pero sencillamente, en la sacristía, por si había que llevarlo, como Viático, a algún enfermo. Desde el siglo VIII, recién, se comienza a guardarlo en el mismo templo, en un rincón o en un nicho, o en una píxide en forma de paloma colgada sobre el altar.

 


Píxide eucarística siglo XIX, Madrid

Y hasta el año 904 no hay noticia alguna de que se encendiera una lámpara para señalar su presencia, costumbre que se generaliza recién en el siglo XII.

Es en ese siglo cuando empiezan a aparecer tabernáculos y retablos. Y, fíjense, recién en el año 1276 -y fuera de los tiempos de Pascua y Navidad en donde siempre había que permanecer de pie-, el papa Gregorio X determinó que los asistentes a la Santa Misa debían estar de rodillas desde la consagración a la comunión. Es también por esa época cuando comienza la costumbre de elevar la hostia después de la consagración para que todo el mundo pudiera verla. Y mucha gente iba solo a eso: a verla; de modo que, si el cura no la levantaba lo suficiente, le gritaban “¡Más arriba; más arriba!”

 

Pues bien, sí, ciertamente está allí Jesús, realmente presente en la Eucaristía. Esa presencia que Su Cuerpo resucitado posee respecto a todo tiempo y espacio se concreta particularmente en el misterio del vino y del pan. Porque en todas partes ‘está' presente Jesús; pero solo de la hostia y del vino en el cáliz, consagrados, podemos decir “esto ‘es' Jesús”.

De todos modos no es posible separar el ‘sacrifico' de la ‘presencia'. La ‘Misa', del ‘Sacramento'. Porque la presencia de Jesús en la Eucaristía, en los sagrarios, nunca es la presencia de un Dios estático, de un Cristo sentado en su trono, de un soberano rodeado de su corte.

Su estar no es la de alguien que llegó y se sentó o quedó ‘empanado' -como sostenía Lutero -. Es la presencia exuberante del Amor que se entrega, del Dios que ‘es' amor y por lo tanto vuelo y oferta y éxtasis hacia nosotros. Es el mismo Hijo que se abandona permanentemente en brazos del Padre y expira con Él el Espíritu de mutuo amor. Es Jesús, palabra del Padre, que se nos ofrece y nos llama y que quiere que lo comulguemos, que entremos en comunión con él.

No con el estómago, sino en fusión de vida verdadera, de objetivos y de banderas, para ‘expirar', también nosotros, amor a Dios y a los demás. Desde el Espíritu Santo que Él nos presta, en comunión con la Trinidad Santísima.

Por Él, con Él y en Él, a Ti, Dios Padre Todopoderoso, en la Unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria.

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