Sermones de Corpus Christi
Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento


1995 - Ciclo C

SOLEMNIDAD DE CORPUS CHRISTI

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 9, 11b-17
En aquel tiempo: Jesús habló a la multitud acerca del Reino de Dios y devolvió la salud a los que tenían necesidad de ser sanados. Al caer la tarde, se acercaron los Doce y le dijeron: «Despide a la multitud, para que vayan a descansar y a buscar comida en los pueblos de los alrededores, porque aquí donde estamos no hay nada» «Dadles de comer vosotros mismos» les respondió Jesús. Pero ellos dijeron: «No tenemos más que cinco panes y dos pescados; para dar de comer a toda esta gente, tendríamos que ir nosotros a buscar alimentos». Los que estaban allí eran alrededor de cinco mil hombres. Entonces Jesús les dijo: «Hacedlos sentar en grupos de cincuenta» Y ellos hicieron sentar a todos. Jesús tomó los cinco panes y los dos pescados y, alzando los ojos al cielo, pronunció sobre ellos la bendición, los partió y los fue entregando a sus discípulos para que se los sirviera a la multitud. Todos comieron hasta saciarse y con lo que sobró se llenaron doce canastas.

SERMÓN

            No hay nadie, en nuestros días, que visitando Roma, deje de hacer una peregrinación a alguna catacumba: los antiguos subterráneos que servían a los cristianos de los primeros siglos como sepultura y, también, como lugar de reunión y culto en época de persecución.

            Quizá la más visitada por los romeros, de las tantas catacumbas que existen en la Ciudad Santa, sea la de San Calixto. Lleva este nombre porque Calixto, siendo diácono, había sido nombrado por el papa Ceferino como administrador de ese lugar y luego, él mismo habiendo llegado a Papa, determinó que fuera el lugar de entierro de los obispos de Roma. De hecho allí, en la cripta dei papi se encuentran las sepulturas no solo de Calixto, sino de Ponciano, Antero, Fabiano, Lucio, Eutiquiano, Sixto II, Eusebio, Cayo, Cornelio, casi todos ellos muertos en el martirio. En uno de los cubículos, el del diácono Severo, por primera vez -año 298- se encuentra asignado al obispo de Roma el título de Papa.

            Un poco más allá de la cripta de los Papas y dejando atrás la antigua tumba de Santa Cecilia, se entra en un corredor que lleva a los cubículos de los Sacramentos (cubìcoli dei Sacramenti): así llamadas porque sus arcosolios están adornados con frescos, pintandos a principios del siglo tercero, representando al Bautismo, la Penitencia y la Eucaristía. Precisamente en el cubículo de la Eucaristía la pintura muestra a un sacerdote frente a una mesa donde se ven pan y pescado. También en la cripta de Lucina, al lado, que es el núcleo más antiguo de esas catacumbas, encontramos pintados peces, y allí estamos en la primera mitad del siglo segundo, poco después del año cien.

            Saliendo otra vez afuera, no muy lejos de las catacumbas de San Calixto, apartándonos de la via Appia por la via delle Sette Chiese, nos encontramos con las catacumbas más vastas de Roma, llamadas de Domitila, una pariente cristiana de los emperadores Vespasiano y Domiciano, de la familia Flavia.

            Es menos visitada, pero no menos interesante que la de San Calixto. De hecho, también allí encontramos innúmeras pinturas paleocristianas: Cristo y los apóstoles, la Virgen y los magos, Daniel y los leones y, por supuesto, entre ellas, una mesa tendida con pan y pescado representando la eucaristía.

            Algunos autores no demasiado perspicaces pensaron que estas pinturas eran señal de que, a lo mejor, la Misa, en los primeros tiempos se celebrara no solamente con pan y vino, sino también con pescado. Pero la explicación es otra.

            Antes que nada, que estas representaciones, más que a la misa propiamente dicha, se refieren a la comida común, al ágape, que solía precederla.

            Agape, término que hoy se utiliza profanamente, tiene este origen cristiano. Literalmente quiere decir, amor, caridad, y en particular designaba precisamente esa comida que hacían los primeros cristianos antes de la Misa, poniendo en común todo lo que llevaban, ricos y pobres, y que servía para estrechar más y más la concordia de los comensales. Hacia fines del siglo II, por motivos prácticos, el ágape se separó de la Misa y cayó en desuso.

            Para representar este ágape, en aquellos tiempos, era espontáneo referirse a la escena evangélica de la multiplicación del pan y de los peces, donde todos habían podido compartir cinco panes y dos pescados.

            Pero la presencia del pez en la iconografía paleocristiana y eucarística se debe, además, a otro motivo.

            Fíjense Vds. que hoy nosotros estamos muy acostumbrados a significar nuestra fé cristiana con la cruz, la señal de la cruz, los crucifijos. Sin embargo, en los primeros siglos y hasta Constantino no fué así.

            La presencia de una cruz labrada en la pared de una habitación particular en las excavaciones de Herculano, sepultada junto con Pompeya por la lava del Vesubio en el año 76, es bastante discutida. Y la única otra representación temprana que se conoce es la del Palatino, un grafito del siglo II, en una de las paredes del Paedagogium, el colegio de los pajes imperiales, que representa a un devoto en oración delante de una cruz en donde está clavado un hombre con cabeza de asno, y una inscripción en griego que dice: Alexámenos adora a su dios, atroz burla de un pagano a un compañero cristiano.

            No, la cruz era algo excesivamente infamante, vil, horrible, para servir aún de señal al cristiano, amén de ser un símbolo demasiado evidente, llamativo, para épocas de persecución. Recién Constantino, en el siglo cuarto, cuando tiene la visión de la cruz y oye "in hoc signo vinces", "con este signo vencerás", la hace figurar en su lábaro, en su estandarte y a partir de entonces, desde los pendones triunfantes del emperador, se transforma en símbolo señero del cristiano.

            Pero antes de la señal de la cruz, en los primeros tres siglo de la vida cristiana, el símbolo por excelencia no es la cruz, sino el pez.

            Lo cual se debió a que felizmente las letras que componen la palabra pez en griego, ijzís (!Icqu")-de allí nuestro término ictiología- , son las iniciales del nombre Jesús Cristo, Hijo de Dios Salvador, (!Ihsou'" Cristo;" Qeou' Uio;" Swthvr) Iesóus Xristós Zeóu Uiós Sotér.

            De tal manera que el pez es el anagrama del nombre de Jesús. Y la señal por antonomasia del cristiano en esos primeros tiempos. Tanto es así que se conservan de esa época medallas en forma de pez que servían -como las de los socios del Jockey- de carnet o documento de pertenencia a la Iglesia. El pez era la contraseña secreta del cristiano y, sobre todo, la representación, oculta a los paganos, del mismo Cristo.

            De allí que su presencia al lado del pan en las representaciones eucarísticas de las catacumbas, muy probablemente fueran una especie de clave, que servía de profesión de fé de la primitiva iglesia en la presencia de Cristo bajo las especies del pan. Dibujar el pez al lado del pan era como decir el pan que ven aquí en realidad es Jesucristo.

            Si en los relatos de la multiplicación del pan y de los peces que traen todos los evangelistas -todos ellos escritos desde mediados, hasta el fin del siglo primero- ya existía esta simbología no es fácil decirlo. Pero es evidente que las primeras generaciones cristianas leyeron este milagro en clave eucarística. Y es curioso que en Juan los discípulos reconozcan a Jesús resucitado, en la escena de la pesca, precisamente cuando en la orilla está asando un pez.

            Pero, es claro, los peces originalmente significan también a los cristianos. La red del pescador atrapa muchos peces grandes y pequeños, según las parábolas del mismo Jesucristo. Y así decía Tertuliano en el siglo III, refiriéndose al bautismo: "Nos pisciculi secundum ijzún nostrum in aqua nascimur" "Como pequeños peces nacemos en el agua de nuestro pez". Y también San Jerónimo: "como hijos del pez nacemos en el agua del bautismo" "B. tamquam ijzúos filius aquosa petit".

            Yo le tengo un gran cariño a este símbolo porque la marca para herrar los animales del campo de mis padres era en forma de pez, en homenaje a Jesús; y porque en el sagrario de la capilla del seminario que, en mi época de estudiante, había diseñado el Padre Domingo Cullen, figuraba un pez en bronce; y he pasado allí mucho tiempo de oración mirando hacia el Señor a través del pez.

            Pequeños peces de Cristo, quiera Dios configurarnos, en las aguas procelosas de este mundo, a la imagen del Delfín. También el delfín fué, desde muy antiguo, como poderoso pez -aunque hoy sabemos que es mamífero- imagen de Jesús. Emblema de los Señores cristianos del sur de Francia: el delfinado; feudo y título, luego, del heredero del trono de Francia, la fille ainée de l'Eglise: el Delfín.

            El milagro de la multiplicación de los panes y los peces, en esta solemnidad de Corpus Christi, nos lleva, pues, a emocionada acción de gracias, frente a este regalo de Dios que es la presencia perennemente multiplicada, abundantísima -donde siempre resobran doce canastos- de este pan, que se reparte desde el ágape de todos nuestros altares y sagrarios, y que es nada menos que la presencia augusta, realísima, del mismo Jesucristo, el gran Delfín, Hijo de Dios, nuestro Señor.

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