Sermones de CRISTO REY
Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

1996. Ciclo A

 

NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO

Lectura del santo Evangelio según san Mateo 25, 31-46
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso. Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y él separará a unos u otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, y pondrá a aquellas a su derecha y a estos a su izquierda. Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: "Venid, benditos de mi Padre, y recibid en herencia el Reino que os fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y vosotros me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; estaba de paso, y me alojasteis; desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; preso, y me vinisteis a ver". Los justos le responderán: "Señor, ¿cuándo te vimos hambrientos, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?" Y el Rey les responderá: "Os aseguro que en la medida que lo hicisteis con el más pequeño de mis hermanos, lo hicisteis conmigo". Luego dirá a los de su izquierda: "Alejaos de mí, malditos; id al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles, porque tuve hambre, y vosotros no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; estaba de paso, y no me alojasteis; desnudo, y no me vestisteis; enfermo y preso, y no me visitasteis". Éstos, a su vez, le preguntarán: "Os aseguro que en la medida que no lo hicisteis con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicisteis conmigo". Éstos irán al castigo eterno, y los justos a la vida eterna ».

SERMÓN

            Aun como cristianos los hombres y mujeres de ante maduraban mucho más temprano que en nuestros días. Una chica de catorce años hoy es solo madura y por demás, lamentablemente, solo en sentido fisiológico. Pero a los catorce años la joven Isabel, hija de Andrés II, rey de Hungría, nacida en 1207, cuando contrajo santas nupcias con el duque reinante de Turingia Luis IV, seis años mayor que ella, ya era una mujer hecha y derecha. Enamoradísimos, amantísimos y cristianísimos esposos tuvieron tres hijos, hasta que Luis, murió durante la quinta cruzada, en 1227. La madre de Luis, suegra de Isabel, que odiaba cordialmente a su nuera, la echó de la residencia ducal, nombrando al hermano menor del difunto regente del ducado. Isabel tuvo que huir con su último bebe en brazos y los otros dos tomados de su falda. Durmió en establos y en porquerizas abandonados hasta que logró llegar a Bamberg donde era obispo uno de sus tíos.

            Fue traicionada; por motivos dinásticos fue despojada de sus hijos, y como gracia obtuvo el poder hacerse cargo de un hospital en Marburgo. Allí se dedicó a cuidar personalmente a los enfermos más repugnantes y en especial a los leprosos. Admiraba a su contemporáneo Francisco de Asís. Se hizo terciara de la Orden y no volvió a usar nunca más sus vestidos de corte. Cuando el cansancio y los sufrimientos tendían a agobiarla le protestaba a Dios: ¿Acaso quieres que esté frente a vos con cara triste? ¿ya que te amo y tu me amas, no prefieres verme alegre? En ella se perfilaba el robusto buen humor y sentido común de Santa Tersa de Ávila que también se fastidiaba cuando las cosas iban mal y le decía al Señor: Si así tratas a tus amigos con razón tienes tan pocos.

            Pero ya antes, en la corte ducal, Isabel había ejercitado esa caridad a la cual ahora se dedicaba totalmente. Porque como mujer del duque decía que estaba obligada a ocuparse de los más miserables. Cuando las damas de su corte pretendían disuadirla de ello, so pretexto de que tales visitas no estaban a tono con su elevada condición, ella se indignaba y decía: Déjenme, cuando Jesús me pida cuentas de los actos de mi vida y tenga que responder por todas las gracias y felicidad que me ha dado, yo le contestaré: "Señor te di de comer cuando pasabas hambre; te di de beber cuando tenías sed; te vestí cuando estabas desnudo y te visité cuando estabas enfermo. Y a Vds. les digo que prefiero renunciar a ser duquesa si no puedo servir así a mi rey.

            Esta gente leía los evangelios en serio, no como nosotros.

            Cosas parecidas decía San Luis de Francia que vivía intensamente su condición de monarca entendiendo ese oficio no como privilegio autoritario sino como servicio al verdadero Rey que se identificaba con los más desamparados y postergados. Cada vez que ejerciendo personalmente justicia defendía a los oprimidos contra la prepotencia de algunos nobles indignos de su nobleza afirmaba que no hacía más que defender a quien a su vez, en el tribunal definitivo, sería su propio juez.

            Esa era la imagen de la autoridad y la reyecía y el gobierno que el evangelio logró hacer crecer en la sociedad cristiana, contra las fórmulas universales del despotismo en que la autoridad no era sino el vértice de una pirámide en donde la mayoría estaba al servicio de unos pocos. Basta leer los tratados políticos de Platón y Aristóteles para darse cuenta de que aún sus famosas democracias no valían sino para la porción minúscula de los ciudadanos sostenidos por la mayoría anónima de los ilotas, esclavos y extranjeros sin apenas derechos. No se diga nada de las concepciones orientales.

            La realeza y aristocracia cristiana, mientras duró su espíritu, era a la manera de una orden caballeresca en donde todos los talentos, las riquezas la sangre, la prosapia y el poder, sabían ponerse al servicio del verdadero Rey. Que la autoridad viniera de Dios, en esos tiempos, no significaba, como hoy, que los gobiernos podían legislar sobre cualquier cosa y decidir en cualquier materia, sino, por el contrario, que debía regularse humildemente por el querer, la misericordia y la justicia divinas.

            Aunque no siempre fueron fieles a sus ideales los gobernantes cristianos supieron siempre que su posición era la de servidores de sus gobernados y no la de tiranuelos de éstos como luego se promovió desde la visión protestante del poder, que desembocó en el absolutismo regio y en las diversas formas de opresión estatista o falsamente liberal que actualmente proclama hipócritamente, para uso de unos pocos, la soberanía total del pueblo o de la humanidad.

            En verdad que más allá de las imágenes terribles con que a manera de juicio Jesús describe nuestro paso final al Reino, es maravilla pensar que Dios se identifique tan plenamente con los más humildes y míseros. No solo porque en ellos tenemos ocasión de servirlo en vivo y en directo, sino porque de alguna manera, al menos en algún momento de nuestra vida, todos somos miseros y justamente allí en nuestra máxima desprotección y cuando más lo necesitamos, es cuando Jesús más se hace uno con nosotros en el amor.

            Cada vez que lo hicisteis con éstos uno de mis pequeños hermanos...

            Los cristianos, al menos de mi generación, hemos perdido de vista esta identificación tan vehemente que hace Cristo de los intereses de los que sufren y carecen con los suyos propios. Nos hemos acostumbrado a las ideologías de la justicia social, a la descarga de nuestras responsabilidades respecto de los demás sobre las espaldas del estado benefactor. Nuestra acción consiste en protestar airadamente contra la injusticia, en rasgarnos las vestiduras por la miseria que ganan los jubilados, en reclamar al gobierno que haga tal o cual cosa... Por muchas razones hemos perdido la costumbre de ayudar personalmente con nuestro tiempo, con nuestros bienes, con nuestra acción aquello poco o mucho que podría estar a nuestro alcance remediar o al menos consolar.

            La misma Iglesia jerárquica es probable que produzca más documentos y declaraciones sobre la justicia social que emprendimientos concretos para paliar la situación de los sufrientes y marginados.

            Tenemos que darnos cuenta de que en la situación actual de la política mundial sin regulaciones éticas aceptadas por todos la globalización de la economía y sus leyes férreas cada vez permitirán menos la beneficencia del estado o de las empresas y ni siquiera de una ética social nacional so pena de ineficacia y a la larga peores males para todos. Hay muchos costos por supuesto que todavía pueden reducirse para poder volcarlos mejor a la salud, a la vivienda y a la educación, como el costo de la corrupción o de un sistema judicial ineficiente, pero aún con eso, la posibilidad de mejorar la situación de los postergados desde las estructuras parece todavía lejana.

            Es inútil declamar contra los gobiernos o predicar reformas utópicas o imposibles en la situación actual, es suicida promover otra vez a las izquierdas y hacer descansar la tranquilidad de nuestra conciencia en el anonimato de un voto entregado a profesionales de la protesta y declamadores de la justicia social. Ni siquiera los empresarios y profesionales cristianos si quieren competir y subsistir pueden dejar mucho lugar en ese nivel a las contemplaciones éticas.

            Es hora de que los cristianos asumamos nuestros compromisos concretos mucho más allá del voto o de nuestras opiniones políticas o de nuestra adscripción a movimientos o menos de apoyos a marchas de protesta o apoyo manifestaciones inútiles de jubilados, desocupados o lo que sea. Por de pronto, ciertamente, el cumplimiento meticuloso, hasta la excelencia, de nuestros deberes cotidianos, cada uno en lo suyo. Buena madre, buen profesional, buen estudiante, buen empresario, buen sacerdotes... Pero cada uno sabe también de aquel prójimo, de aquel familiar, de aquel vecino, de aquel personal de servicio, -no hablo de los mendigos profesionales- necesitados de diversas maneras a quienes puede ayudar sin ofender, con magnanimidad cristiana, aún a costa de algún sacrificio personal, dándole algo de lo nuestro, tiempo, dinero, consuelo, consejo, una beca para sus hijos, una ayuda para su enfermedad... También sabemos, por supuesto, de esas instituciones cuyo objetivo primordial es la ayuda organizada a diversas carencias y esas deben ser también medio de ejercer nuestro servicio a Jesús. Pero nadie está eximido de esa caridad persona a persona que se constituye en nuestro evangelio de hoy y que cierra el ciclo litúrgico del año, como el objeto mismo de nuestro examen final.

            Nadie zafará diciendo he pagado mis impuestos para que el Estado se ocupe de los demás; he librado tal cheque para que los Vicentinos o Caritas ayuden a los pobres.

            Dios no te pide solo lo que de vez en cuando te sobra en los bolsillos  para el destinatario anónimo, Dios te pide que sepas reconocerlo en concreto en el rostro de alguien como vos, pero que tiene menos que vos o sufre más que vos.

            Acordate que cada vez que sirvas a un hermano sufriente estás sirviendo al mismo que te habrá de juzgar sentado en su trono glorioso y que un día te podrá decir sonriente te aseguro que cuando lo hiciste con el más pequeño de mis hermanos, conmigo lo hiciste.

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